Una aventura de MONICA VARGAS y GABRIEL MARTIN

EL TESTIGO
"El Robo del Cadáver"


Primera Entrega


-Mónica, ¿Tienes que dejar de hacer estas cosas?

La mujer mueve la cabeza hacia el hombre que ha pronunciado estas palabras y lo fulmina con la mirada sin añadir comentario alguno. Armando Guerrero se da la vuelta y dirige el haz de luz de la linterna que sujeta en la mano derecha hacia el lugar donde dos hombres fornidos están cavando.

Llueve intensamente sobre las cabezas de las cuatro personas que se encuentran esta noche en el cementerio.

Por un lado Mónica Vargas, enfundada en unos pantalones vaqueros muy ceñidos y envuelta en una cazadora de cuero negra. Esta completamente empapada y su fino pelo de color caoba se pega a su cabeza. Permanece en silencio, fumando un cigarrillo destrozado por el azote del agua que cae convulsivamente de un cielo negro, abrigado por un manto de amenazantes nubes que no presagian nada bueno.

Junto a ella se encuentra Armando Guerrero, un hombre alto y delgado, moreno, con el pelo encrespado. Luce unos pantalones grises, ahora oscuros a causa de la lluvia y un jersey de lana de cuello alto, tan mojado que ya comienza a resultar incómodo. Con toda probabilidad es el más nervioso de los cuatro y eso que no es la primera vez que hacen algo parecido. Mira a su compañera de reojo y cuando ella levanta la cabeza en su dirección, Armando sube el brazo para dirigir el haz de luz hacia el frente, arañando la oscuridad y recorriendo, suavemente, las tumbas blancas que se levantan en el desapacible camposanto. Después, camina hacia el punto donde los otros dos hombres trabajan.

Son dos tipos enormes, como los porteros de una discoteca. Cavan un agujero. Llevan ya casi tres horas allí. El abundante sudor que ha cubierto sus redondos rostros es barrido por la inmensa lluvia que cae, tal cual diluvio, sobre ellos.

Las palas penetran con furia en la tierra, la muerden y se la tragan para a continuación escupirla con movimientos violentos a un lado, amontonando los desechos tal cual montaña de arena.

Hasta que una pala toca algo duro.

¡Clock!

Los dos hombres dejan de cavar; Armando Guerrero gira su cuerpo y dirige la luz de la linterna hacia su compañera, pero Mónica Vargas ya ha escuchado el sonido y se acerca rápidamente. Se coloca junto a Armando y ambos permanecen en silencio, mientras los dos hombres quitan con las manos la última tierra que tapa el ataúd que han encontrado.

-Mónica, esto no está nada bien.-murmura Armando con un tembloroso hilo de voz.-Tiene que haber otra forma.

-Y la hay, pero no estoy dispuesto a cambiar de sistema..-responde la mujer.

-Lo sé.-dice Armando y le pasa el brazo por el hombro, para animarla.

Los dos hombres descubren la tapa del ataúd. Levantan la cabeza para observar a las dos personas que están arriba. La mirada que muestra Armando es de resignación mientras que la de Mónica resulta vacua y desabrida.

Los dos hombres suben a la superficie tras un seco gesto de Armando y abandonan la tumba. Mónica alza la cabeza hacia el cielo y permite que la lluvia sacuda su rostro. Cierra los ojos y abre la boca. Tras unos segundos de intenso silencio, Mónica baja la cabeza y clava su penetrante mirada sobre la tapa del ataúd, como si fuera capaz de taladrar la madera con ella. Introduce la mano en el interior de la chaqueta y extrae una pequeña bolsita de color marrón. Mira unos momentos a su compañero Armando y después salta hacia el interior de la sepultura.

Mónica Vargas cae sobre el ataúd. Cuando sus botas chocan con la madera suena un estrépito en el cementerio de tal envergadura que hace retroceder a los dos hombres que haan desenterrado el ataúd. Por su parte, Armando Guerrero da un paso al frente y busca con la mano la culata de su arma. La sujeta con fuerza pero no se decide a sacarla.

Mónica golpea con una fuerza extraordinaria la tapa del ataúd y ésta se resquebraja como si un martillo hubiera caído con una potencia inusual, descubriendo el cuerpo que yace en su interior.

Es un hombre de unos cuarenta y cinco años con una amplia barba ocultando gran parte de su rostro Tiene las manos entrelazadas sobre el pecho y viste un traje de color negro. Mónica sube la cabeza y cruza su mirada con la de Armando. El hombre advierte el semblante serio y los ojos tristes de su compañera e inclina la cabeza, después se encoge de hombros.

Mónica mira unos momentos al muerto y acaricia el rostro con una de sus manos. Después, mientras la lluvia cae con intensidad sobre su cuerpo, abre la bolsa que ha sacado de su cazadora y esparce el contenido sobre el rostro del cadáver. Tras unos segundos de vehemente silencio, la voz de Armando quiebra el mutismo que se ha adueñado del cementerio.

-¿Ya está?

Mónica se encoge de hombros y sube para colocarse al lado de Armando. Juntos, bajo la incesante lluvia, miran hacia el interior de la tumba.

En cierto momento, quizá coincidiendo con un repentino relámpago que rápidamente es arropado por un trueno ensordecedor, el cadáver abre los ojos. Armando Guerrero se sobresalta y está a punto de caer. Mónica Vargas ni tan siquiera pestañea.

-Joder, Mónica. No me acostumbro a esto.-exclama Armando con la voz afligida por la impresión.
Mónica Vargas observa a su compañero y sus miradas se mantienen desafiantes durante eternos segundos.
-Este es mi día a día, Armando. Decidiste compartirlo conmigo y puedes dejarlo cuando quieras. Sabes que yo… no voy a hacerlo.

Armando da unos pasos hacia Mónica con intención de agarrarla por los hombros pero ella ladea su cuerpo para esquivarlo. Armando baja los brazos y arruga la nariz.

-Mónica, no voy a dejarte sola. Simplemente quiero que sepas que esto no me gusta, que tiene que haber otra forma.

-No insistas más, Armando, claro que la hay, pero no te gustaría.

Mónica Vargas se aleja unos metros y su compañero tiene intención de seguirla pero ella mueve las manos para indicarle que la deje en paz, que necesita estar sola. Armando Guerrero observa cómo se pierde entre las tumbas pálidas del oscuro cementerio y después gira su cuerpo. Mira a los dos hombres que permanecen en silencio con la cabeza agachada y les ordena que se lleven el cuerpo de la tumba.

Los dos hombres se miran intranquilos y después echan un vistazo al cuerpo que yace en el interior del ataúd. Tiene los ojos abiertos y se mueven de un lado a otro, sorprendidos y asustados. Los dos hombres vuelven a cruzar sus miradas, después bajan a la tumba y agarran el cuerpo del muerto. Con menos dificultad de la esperada, consiguen subirlo.
El cadáver está frío y rígido, como lo estaría cualquier otro muerto del cementerio, pero éste tiene la peculiaridad de que sus ojos permanecen abiertos.

Y se mueven.

Eluden mirarlo directamente. Los dos hombres cogen el cuerpo y comienzan a caminar para sacarlo del cementerio y llevarlo a un furgón negro que los espera junto a la entrada.
Mientras aquellos hombres realizan el trabajo para el que han sido contratados, Armando Guerrero se las ingenia para encender un cigarrillo y saborearlo mientras busca con la mirada la figura de su compañera, a quien ve apoyada en un alto ciprés. Está inclinada en el suelo y mueve la cabeza convulsivamente. Armando lanza el cigarrillo al suelo y se aproxima.

-¡No te acerques!.-vocifera Mónica al detectar su presencia.

Armando se detiene en el acto. Cuando Mónica Vargas vuelve la cabeza para mirarlo, Armando se estremece al descubrir la expresión impresa en el rostro de su compañera. Se da la vuelta y regresa hacia la tumba abierta. Minutos después se une a él Mónica, que le coloca su mano sobre el hombro.
-Lo siento.

Armando no la contesta, se limita a cogerla entre sus brazo. Así permanecen durante eternos segundos, bajo la lluvia, hasta que escuchan una voz desconocida y enérgica que procede de la entrada del cementerio.

-¡Alto policía! ¡Dejen eso en el suelo inmediatamente y pongan sus manos sobre la cabeza!

Mónica Vargas y Armando Guerrero se miran sorprendidos y corren hacia el origen de la voz.
A medida que se van aproximando, descubren a sus dos ayudantes que han dejado el cadáver en el suelo y ahora mantienen los brazos levantados. Se agarran la cabeza con las manos y miran hacia un hombre uniformado, un joven policía que acaba de llegar en su coche patrulla.

El policía los apunta con su arma reglamentaria y mira con estupor el cuerpo tendido en el suelo mientras no quita ojo a los dos hombres que trataban de meterlo en la furgoneta negra que hay junto a la entrada.

Cuando el agente ve acercarse a Mónica y Armando, se sobresalta ante lo inesperado y desvía el cañón del arma hacia ellos, sin descuidar a los otros dos hombres, a los que observa con coraje y determinación.

-¡Alto, policía! ¡No muevan un puto hueso o dispararé!

El joven oficial está nervioso, eso es evidente y no ha debido pasar desapercibido para nadie. Retrocede varios pasos para llegar a su coche con la idea de coger la radio y pedir refuerzos cuando advierte que Armando Guerrero introduce la mano en el interior de su jersey.

-¡Alto! Las manos quietas. ¡Súbalas inmediatamente!

-Claro.-dice Armando Guerrero con pasmosa tranquilidad.-No se ponga nervioso ni cometa ninguna estupidez, quiero que vea algo.

-¡No se mueva!.-vocifera el oficial mientras el arma tiembla entre sus manos.

Armando Guerrero logra sacar algo del interior de su jersey. Ahora sujeta un pequeño objeto negro.
-¿Qué es eso?.-pregunta el policía.

-Míralo tú mismo.-masculla Armando y le lanza el objeto, que cae junto a los pies del oficial. Es una cartera.

-Soy Armando Guerrero, agente del CNI y ella es mi compañera, la agente Vargas.

Mónica le arroja otra cartera al policía, que la sigue con los ojos, tan extrañado como amedrentado. Sin dejar de apuntarlos con el arma, el joven oficial se agacha y recupera ambas carteras. Al comprobar que en su interior llevan las identificaciones de los agentes, el policía baja el arma y resopla.

-Lo siento, yo…

-No se preocupe, oficial, usted ha hecho su trabajo.-dice Armando forzando una sonrisa mientras se aproxima y recupera ambas carteras. Le entrega la suya a Mónica Vargas y después pasa su cuerpo por los hombros del policía.

-Dime, oficial, ¿Cómo te llamas?

-Mi nombre es Gabriel Martín, señor.

Cuando se quiere dar cuenta, el policía ya está montado en su coche y Armando cierra la puerta de un portazo.

-Muy bien, Gabriel, ahora te vas a marchar y vas a olvidarse de todo lo que has visto, ¿Entiendes?

-Pero…

-No has visto nada, ¿verdad?.-Los ojos de Armando son duros y su mirada afilada como la hoja de un cuchillo.- No metas las narices en un asunto de seguridad nacional. Es un consejo, Gabriel, sólo un consejo…

El oficial Gabriel Martín coloca las manos sobre el volante y comprueba por el rabillo del ojo que los dos hombres a los que había visto primero, meten el cadáver en la furgoneta y desaparecen en su interior. Mira a su alrededor para intentar localizar a la agente Vargas pero no la ve por ninguna parte, como si la noche se la hubiera tragado. El rostro lastimado por la edad y la experiencia de Armando Guerrero le dedica una flemática sonrisa.

Gabriel asiente con la cabeza al comprender que se encuentra en el sitio equivocado en el momento más inoportuno y enciende el motor para alejarse de allí. Cuando lo hace, no puede evitar mirar por el retrovisor y percibe la intensa y puntiaguda mirada de Armando Guerrero perforando su nuca.

La vida del oficial Gabriel Martín Delgado comienza a cambiar precisamente esta misma noche.
Su instinto le animará a desentrañar los entresijos de tan turbio asunto. Lástima que ese mismo instinto no le advierta de los riesgos y peligros que están a punto de poner su vida bajo el hacha del verdugo.