EL RATONCITO PEREZ

Rocío no es una niña como las demás. Es un vampiro, por eso acude al colegio cuando cae la tarde, aunque sus padres la dejan acercarse a las clases diurnas los días grises y nublados, para que así pueda jugar con otros niños de su edad.



Ser un vampiro tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero en definitiva las preocupaciones de la vida son las mismas que las humanas, aunque cada especie las vea, sienta y se enfrente a ellas, bajo un prisma diferente.


Rocío tiene siete años y es muy buena estudiante, aplicada y respetuosa con profesores y compañeros. Siempre tiene ganas de aprender, le gusta hacer tareas, dibujar, leer y escribir. Presta mucha atención en clase y tiene una excelente memoria. Le basta leer una vez las cosas, o escucharlas por primera vez, para comprenderlas y memorizarlas casi literalmente. Esta habilidad no tiene nada que ver con su condición de Vampiro sino con su extrema inteligencia, resultado sin duda de una buena educación y de que, sus padres, son también unos portentos en cuanto a inteligencia se refiere y, como no podía ser de otro modo, Vampiros como ella.


Naturalmente, tantos los habitantes de la ciudad como sus compañeros de colegio saben que Rocío no es humana sino una criatura de la noche, un vampiro, pero a nadie le importa porque aquello, a día de hoy, es algo tan normal como habitual. Es rara la persona que no tiene como vecino a un Vampiro y, si somos sinceros, la convivencia entre ellos y los humanos es más que respetable. Nadie causa problemas porque, como sabes, cosas más raras hay en el mundo.


Mientras el resto de niños se llevan bocadillos para comerlos en el recreo, Rocío saca su pequeña bolsita de sangre. Nadie dice nada, no hay ningún niño que se le quede mirando o profesor que le recrimine por consumir aquél sustento en público pues Rocío es una niña, una muy buena niña, y tiene sus obligaciones alimenticias, como el resto de compañeros y alumnos. Tiene que comer, coger energía, y esta bolsita es su bocadillo. La respetan, con la misma facilidad que ella respeta las necesidades de los demás.


La familia de Rocío se había instalado en la ciudad hacía ya la friolera de 20 años. Ellos no eran los únicos vampiros del lugar, es más, aparte de los humanos había también Hombres Lobo; personas extrañas con capacidades extraordinarias, como niños que movían cosas con la mente o que sabían leer el pensamiento y conocían hechos que aún estaban por ocurrir. Incluso había familias zombies, no demasiadas, pero cada vez llegaban más procedentes de lejanas ciudades.


Todas estas criaturas y bichos extraños podían deambular por la ciudad como cualquier humano, y los más jóvenes, como Rocío, acudían al colegio, a veces por la noche, en ocasiones por el día.


A pesar de que los alumnos especiales no suelen dar problemas ni poner en peligro la salud de los niños humanos, sí es cierto que tienen algunas directrices a tener en cuenta, aunque esto dependa más de sus propios padres y tutores que de las reglas estrictas de la Sociedad Humana o las reglas internas de colegios e institutos. Por ejemplo, los niños vampiros (como en el caso de Rocío) deben de estar preparados si durante la jornada diaria del colegio uno de los alumnos sufre algún corte y de la herida mana sangre en abundancia. La sola visión de ese líquido rojizo y espeso, su olor dulzón, puede sacar lo peor de los demonios del interior de los vampiros, por esa razón, la responsabilidad de los padres y educadores es que los niños vampiros desayunen copiosamente para que, en caso de accidente, no sientan deseos de abalanzarse sobre el alumno afectado. A su vez, los niños que en realidad son hombres lobos, deben tener mucho cuidado las noches de plenilunio porque aún son cachorros muy jóvenes y no pueden controlar sus impulsos primarios con destreza.


Mientras en el recreo los niños humanos devoran sus rosquillas, bocadillos y bollos de chocolates y Rocío come de su bolsita de sangre, los niños zombies engullen trozos de carne cruda que a veces comparten con los niños lobo. Los zombies son los alumnos menos inteligentes y acostumbran a estar en una clase de aprendizaje especial, pero ninguno de ellos ha ocasionado problemas, nunca, ni vampiros ni hombres lobo, ni niños especiales con poderes extraordinarios ni zombies, y tampoco los humanos, que es obligado decirlo.


Rocío, a su corta edad, a veces se comporta como una niña humana. La verdad es que en el colegio no suele hacer alarde de sus capacidades extraordinarias aunque sus amiguitos se lo pidan (siempre les impresiona cuando saca sus afilados colmillos, cuando sus ojos se vuelven de una negrura espesa o deja que las uñas crezcan de un modo alarmante, como afiladas hojas de cuchillos, por no decir del abrupto cambio que su rostro puede experimentar si así lo desea, enseñando el lado más salvaje y animal de su naturaleza) y muchas veces lleva a casa costumbres humanas, de ahí que se convirtiera en adicta a algunos programas infantiles de la Televisión o comenzara a jugar a la comba con sus padres y hermanos, pidiera muñecas como regalos, juegos electrónicos, puzzles y cuadernos para pintar.


Hoy, al llegar a su casa les hace una pregunta a sus padres:


-¿Quién es el Ratoncito Pérez?


Los padres de Rocío se miran sorprendidos y luego sonríen.


-Es algo de los humanos.-responden.-No hagas caso.




-Pues me han dicho que ese ratoncito trae regalos cuando se te cae un diente y lo guardas debajo de la almohada. A veces dinero, otras chucherías.


-Esas cosas son para los humanos.-dice la madre.-Pronto va a amanecer, creo que deberías irte a dormir, tu padre y yo iremos muy pronto.


-Nosotros también perdemos dientes.-habla Rocío eludiendo el comentario de su madre y saca uno de sus afilados colmillos.-Mirad como se mueve. Está a punto de caerse.


Su padre se acerca para examinarlo.


-Estás creciendo muy deprisa.-le dice la madre.


-Los dientes son una de las cosas más importantes en la vida de un vampiro.-informa el padre.-Por eso te decimos que hay que lavárselos todos los días.


-Pero si se me cae y lo dejo debajo de la tierra.-dice Rocío insistiendo en el mismo tema.-¿No me traerá nada el Ratoncito Pérez?


-No hija, son cosas de humanos. Ellos dejan sus dientes bajo la almohada.


-¡Jo!.-protesta Rocío.-¿Y nosotros no tenemos un Ratoncito Pérez o algo parecido? ¡Yo quiero un Ratoncito Pérez!


Al ver que los ojos de Rocío se tiñen de lágrimas oscuras convertidas en diminutas gotas de sangre que resbalan por sus pálidas mejillas, la madre se acerca y la abraza.


-Lo siento hija, son costumbres humanas y nosotros no…


-¡Pues me han contado que a los hombres lobo que se les cae sus primeros colmillos cuando son niños les hacen una fiesta bajo la luz de Luna Llena porque han dejado de ser cachorros para convertirse en lobos!


-Pero ellos…


-¡Y les hacen regalos!!


-¡Rocío!, es hora de que te vayas a la cama, pronto saldrá el sol…


-¡Los Hombres Lobo tienen su fiesta, su celebración, su Ratoncito Pérez!


-Ya, pero tú no eres un hombre lobo.


-¡Y los niños zombies reciben regalos si aguantan una serie de años sin que se les caigan los dientes!


-Ya, pero tú no eres una niña zombie.-dice el padre apesadumbrado y mostrando signos de estar perdiendo la paciencia.


-¡Pues yo quiero un Ratoncito Pérez!.-patalea Rocío en mitad de la cocina.


Los padres de la niña se miran en silencio. La madre se encoge de hombros y se aproxima a su hija. Se agacha y posa sus manos en los diminutos hombros de la pequeña. La mira directamente a los ojos:


-La verdad es que nunca a ningún vampiro se le ha ocurrido guardar un colmillo en el ataúd.


Los ojos de Rocío se iluminan con el brillo que brinda la esperanza. El tono de su voz recobra el entusiasmo y la ilusión:


-¡Entonces no sabes si tenemos un Ratoncito Pérez! ¿No?


La madre no sabe responderle y la niña, viendo ya la claridad del nuevo amanecer asomando entre las nubes que se divisan tras el ventanal de la cocina, se marcha a su habitación visiblemente enfadada.


La habitación de Rocío no tiene ventanas y la oscuridad es impenetrable en su interior pero ella puede ver con absoluta claridad, es una de sus habilidades. Observa su pequeño ataúd y juega con la tierra de cementerio que hay en su interior. Aunque se está sintiendo algo débil porque ya comienza a ser de día, a la pequeña niña se le alumbra una idea en el cerebro, que estalla como una explosión dentro de su cabeza.


Toca con sus pequeños y delgados dedos el flojo colmillo que se le mueve en la boca y se lo arranca. No siente dolor alguno y lo observa durante algunos segundos. Con una amplia sonrisa se mete en el ataúd e introduce el colmillo bajo la tierra de cementerio que hace las veces de almohada en su peculiar cama. Nerviosa e ilusionada, pensando que tendrá regalos al día siguiente por la visita del Ratoncito Pérez, cierra los ojos y se duerme… hasta la llegada de la noche, que es cuando debe despertar.


Rocío abre los ojos en el mismo momento en que el sol oculta sus últimos rayos tras las gruesas montañas que se alzan en el horizonte. Cuando su poder ya no calienta y no puede hacer daño a la piel de criaturas como Rocío, es cuando ella se levanta.


Está muy nerviosa. Excitada, mira bajo la tierra y descubre que el colmillo que ha dejado ha desaparecido. Sin duda el Ratoncito Pérez se lo ha llevado. Busca con ansia el regalo bajo la tierra, no sabe qué puede ser, una cajita de caramelos, una bolsita de sangre… y se enfada mucho al no encontrar nada.


Se viste con el rostro arrugado por el enfado y sale de la habitación dando un portazo, malhumorada. Entra en la cocina donde sus padres están preparando el desayuno: Un buen tazón de sangre caliente, humeante.


-No hay Ratoncito Pérez para los vampiros.


-Ya te lo dijimos.-recuerda la madre.


-¡No es justo!.-protesta Rocío.-¡Se ha llevado mi diente y no me ha dejado nada! ¡Nada!


La niña comienza llorar de manera desconsolada y los padres sonríen.


-¿Y si en realidad ese Ratoncito Pérez ha venido y aún no has visto su regalo?


-¿Tú crees?.-pregunta Rocío con dudas mientras borra las lágrimas con un movimiento de la mano.


-¿Quién sabe?.-se encoge de hombros su padre.-Quizá nuestro Ratoncito Pérez actúe de forma distinta, a ver qué depara el día, quizá debas tener paciencia, ¿Sabes?, la paciencia es una virtud, especialmente para nosotros, los vampiros.


Su madre se aleja de la cocina con una amplia sonrisa cubriendo su rostro y prepara la mochila de su hija. Mete los libros y cuadernos, colores y reglas y no se olvida de envolver en papel la bolsita de sangre para que su pequeña coma a la hora del recreo.


Rocío acude al colegio con el morro torcido y las cejas hundidas en sus ojos, claramente disgustada porque no ha obtenido ningún obsequio por su colmillo. Que el Ratoncito Pérez había estado en su habitación era evidente pues su diente ¡¡había desaparecido!!


La noche en el colegio fue de lo más aburrida pues ella tenía el pensamiento en otra parte y estaba muy enfadada. Cuando regresó a casa se marchó directamente a su habitación y, sin ningún brillo de esperanza en sus ojos, buscó bajo la tierra del ataúd pero no encontró ningún regalo del Ratoncito Pérez. Se echo dormir, con los labios apretados de rabia y desilusión.


Poco podía imaginar la pequeña Rocío que la sorpresa llegaría al día siguiente.


Mientras ella duerme y los alumnos humanos acuden a clase, un extraño personaje irrumpe en el colegio. Entra en todas y cada una de las clases y habla con los profesores, después se acerca a los alumnos y les reparte una tarjetita. Es una invitación a una fiesta nocturna en la casa de Rocío, donde todos aquellos amigos que quieran disfrutar de una agradable velada, podrán hacerlo ya que habrá chucherías, juegos y regalos. Cuando uno de los profesores le pregunta a este extraño individuo cómo se llama, gira graciosamente sobre sus propios talones y responde:


-Pérez.


Es un personaje peculiar. Va apoyado en un fino bastón de color rosa que golpea el suelo a la par que sus graciosas zapatillas deportivas, de un verde intenso. Es alto y extremadamente delgado y su indumentaria no pasa desapercibida. Unos pantalones rojos y un chaleco blanco le dan un aspecto divertido. Tiene las orejas pequeñas y puntiagudas y mueve su diminuta nariz constantemente, como un conejito. Lo que le hace más gracioso no es el ridículo sombrero de copa que lleva sobre la cabeza sino el curioso bigote que porta al estilo de los gatos. Bajo ese bigote se asoman dos paletas blancas y grandes. Impresiona lo diminuto de sus ojos, muy negros e inquietos, en constante movimiento.


Sus brazos son extraordinariamente delgados y da la impresión de que podrían romperse con el más nimio de los movimientos. La piel de este personaje es oscura y arrugada, como si fuera un ser de avanzada edad y con un pequeño deterioro obcecado por pudrir su cuerpo. Tiene unos dedos muy prolongados y las uñas largas y afiladas. Tras él, emergiendo del centro de sus nalgas, puede verse una cola como la de los ratones.


Pérez se marcha con una sonrisa dibujada en sus labios y desaparece entre las calles de una ciudad que en estos momentos parece siniestra y amenazante.


Cuando Rocío despierta se encuentra con que sus padres están en la habitación. Le informan de que hay una fiesta preparada, de que sí hay Ratoncito Pérez para los Vampiros y que como recompensa por el maravilloso colmillo que ella ha dejado para la criatura, éste le ha organizado una fiesta con algunos de sus compañeros de colegio.


Rocío salta de alegría y sale presurosa de la habitación. Allí, en el salón se encuentran sus dos hermanos, tres primos y los padres de éstos. Casi se ha reunido toda la familia.


El salón está preparado para la celebración, pero faltan los invitados, aún no han llegado.


Alguien llama a la puerta. Rocío está muy nerviosa, tiene ganas de fiesta, está muy hambrienta. La madre de la niña abre la puerta. Comienzan a entrar una docena de amigos de Rocío, todos vienen con regalos entre las manos que se lo entregan con una sonrisa. Está emocionada.


Bajo el umbral de la puerta, Rocío ve la extravagante figura de Pérez, que lo observa con sus diminutos ojos y mueve la nariz de manera graciosa, lo que la hace reír. El extraño personaje inclina la cabeza en señal de respeto y se gira, desapareciendo en el abrazo de la noche. Su cola se balancea de un lado a otro.


La puerta se cierra.


Los amigos de la niña se colocan alrededor de una mesa y la familia de Rocío junto a ellos.


-¡Cuántos invitados!.-exclama Rocío emocionada.


-No, cariño.-dice su padre.-Estos niños no son los invitados… ¡¡son la comida!!

La familia de Rocío (e incluso ella misma) se abalanza sobre todos los presentes, la niña, con la mirada oscura pero el rostro alegre y la boca repleta de sangre jugosa y caliente dice:


-¡El Ratoncito Pérez de los vampiros es mejor que el de los humanos!


Todos ríen de buena gana mientras el espeso líquido rojo cae a través de sus gargantas ofreciéndoles un placer indescriptible y hunden de nuevo sus colmillos sobre el cuello de los invitados.


La verdad es que la pequeña Rocío tiene razón al decir que el Ratoncito Pérez de los vampiros es mejor que el de los humanos. También es cierto que los Vampiros pueden adaptarse a la sociedad humana, respetar y adquirir sus costumbres, sin embargo, la realidad es que nunca, en ningún momento, dejan de ser Vampiros.