Aquella noche sus padres se iban de cena para celebrar su aniversario de boda. Era la noche perfecta para llevar a cabo sus planes.
A las siete de la tarde, sus progenitores salieron por la puerta de la casa. Una hora más tarde preparó la cena de Roberto, su hermano de cinco años. Después lo duchó y a las nueve y media consiguió dormirlo no sin antes sentirse obligado a contarle un cuento.
Todavía era temprano, pero se aseguró de que tenía todo preparado. Repasó la documentación de Internet e imprimió una hoja con los pasos del ritual que estaba a punto de iniciar, solamente debía esperar a la medianoche.
Estaba nervioso, pero no sentía miedo. En el fondo no confiaba demasiado en la veracidad de la información y probablemente todo era un embuste sin sentido, pero la curiosidad corroía su alma y atormentaba su cerebro. Estaba impaciente, nervioso, y hasta que no comprobara por sí mismo el hecho, no iba a permitir relajarse. Faltaba ya tan poco tiempo para descubrir la verdad…
Solamente tenía que encerrarse en su habitación quince minutos antes de las doce de la noche, la hora de las brujas, la hora de los demonios.
Debía apagar la luz y desnudarse por completo, quitándose anillos, pulseras, pendientes, collares, absolutamente todo. Luego, bastaba con encender una vela y sujetarla con la mano izquierda; colocarse de espaldas a un espejo y esperar en el más absoluto silencio. Cuando el reloj diera las doce la noche, no antes y nunca después, estaba obligado a inclinar la cabeza para ver su imagen reflejada en el espejo. Entonces sucedería lo increíble.
Había leído que de esta forma podría descubrir la fecha de su muerte, viendo reflejado en el espejo el día de su entierro. Las imágenes, se aseguraba, acostumbraban a ser desagradables e impactantes y soportar la visión de su propio cadáver podría dañarle a nivel emocional, como así lo argumentaban los testimonios de algunas personas que confesaban haber llevado a cabo este ritual. Otros rumores, más oscuros y tenebrosos pero igualmente carentes de fundamento, adjudicaban a esta experiencia el terrible y dudoso privilegio de contemplar durante breves segundos la perversa y escalofriante imagen del Diablo.
Gorka no tenía miedo ni de una cosa ni de otra. Es más, estaba prácticamente convencido de que todo era un bulo más de los que circulaban por la red. A sus 16 años, Gorka era un chico intrépido y arrogante, deseoso de experimentar con lo prohibido.
Miró el reloj. Once y media de la noche. Suspiró deseando que sus padres tardaran en regresar al menos un par de horas más para no echar al traste los planes que tenía entre manos. Entró en el cuarto de su hermano Roberto y comprobó que dormía profundamente.
A las doce menos cuarto apagó todas las luces de la casa y se dirigió a su habitación. Cerró la puerta y acarició con las yemas de los dedos la superficie del espejo que había en la puerta central del armario. Estaba emocionado, algo nervioso ante la posibilidad de descubrir cómo y cuándo sería su entierro o, en su contra, comprobar cómo era el rostro de Satán.
Se desnudó completamente y, por primera vez aquél día, se sintió ridículo, pero estos pensamientos no impidieron que siguiera empeñado en consumar el ritual. Probablemente al día siguiente se echaría algunas risas contándoselo a sus amigos, pero esta noche había que estar serio. La experiencia lo requería.
Temblaba, pero no de miedo. Sentía frío y el vello de su cuerpo se erizó. Durante breves segundos, se le pasó por la cabeza dar marcha atrás, vestirse, encender la luz, ver una película o simplemente irse a dormir, pero este pensamiento desapareció engullido por la impaciencia de sentirse, por una vez, alguien especial, alguien diferente.
Doce menos cinco. Quedaba tan poco para descubrir la verdad y sufrir la experiencia más impactante y aterradora de su vida…
Doce menos cinco. Quedaba tan poco para hacer el ridículo más espantoso…
Arrugó la nariz y se encogió de hombros. En realidad no le importaba el éxito o el fracaso. Simplemente necesitaba probar. Y era eso precisamente lo que estaba haciendo.
Encendió la vela que había cogido de la cocina. La había metido en un vaso al no encontrar algo mejor y la sostuvo en su mano izquierda. Al instante, las sombras de la habitación se echaron hacia atrás y comenzaron a danzar, como fantasmas inquietos que intentaban perturbar la paz del muchacho. Notó un ligero sudor resbalando por su espalda, frio como la muerte, lento como la incertidumbre.
Doce menos tres minutos. Faltaba ya tan poco tiempo para descubrir la verdad…
Estuvo tentado de mirar hacia atrás varias veces, para encontrarse con su ridícula imagen desnuda reflejada en la superficie del espejo, arropado por las sombras que continuaban danzando sobre el cerco que marcaba la llama de la vela, que oscilaba entre temblorosa y arrogante. Pero Gorka sujetó su impaciencia con nervios de acero.
Doce menos dos minutos. En pocos segundos, si todo era cierto y podía serlo, como si de una película se tratara, aparecería en el espejo la imagen de su propio cadáver, siendo conducido hacia el cementerio, donde sería enterrado. Junto a esta secuencia, conocería la fecha de tan fatídico momento. O quizá, no podía saberlo, aparecería el horrible rostro de Satán, observándole desde la maldad.
Doce menos un minuto. Segundos, cuestión de segundos…
La penumbra de la habitación parecía cobrar vida ante sus ojos y le daba la impresión de que estaba viva. La luz de la vela parecía disfrutar, más poderosa, y vencía cualquier tentativa de avance por parte de las inquietas sombras.
¡Doce en punto!
Gorka respiró profundamente y comenzó a girar el cuello para dirigir la cabeza hacia el espejo. La última parte del ritual.
No escuchó los ruidos que sonaban fuera de la habitación ni percibió, por culpa de las sombras, que la puerta se estaba abriendo hasta que la claridad irrumpió por el hueco. Su hermano apareció bajo el umbral y Gorka gritó disgustado.
Miró hacia el espejo y sólo la espantosa silueta de su cuerpo desnudo con el rostro poseído por la ira se reflejó en el espejo. Maldijo entre dientes mientras sus ojos asesinaban a su pequeño hermano.
Malhumorado, encendió la luz de un manotazo. Las sombras desaparecieron en el acto. Roberto abrió los ojos mostrando su extrañeza al encontrarse a su hermano mayor completamente desnudo en mitad de la habitación. Se fijó en sus ojos coléricos y dio un paso atrás, asustado.
Entonces la oscuridad regresó a la habitación. Las sombras irrumpieron violentamente venciendo casi a la temblorosa llama de la vela que luchó por no apagarse obligado por una ráfaga de viento imperceptible que había surgido de la nada.
Pero de la nada surgiría algo más.
El gritó que profirió el niño pequeño no fue suficiente para alertar a Gorka de que algo terrible estaba a punto de suceder.
Ni en el momento más fértil de su imaginación podía haber sospechado lo que sus inocentes actos habían provocado, despertando del averno las fuerzas oscuras de la maldad.
Gorka no supo bien lo que estaba ocurriendo, solamente sintió.
Las sombras parecieron burlarse de él mientras algo emergía del interior del espejo. Dos poderosos brazos de piel negra y escamosa surgieron de improvisto, acabados en manos de grandes dedos que lo agarraron. Gorka gritó, pero su garganta le falló cuando una nueva mano, esta vez de menor tamaño pero más poderosa, tomó posesión de su cuello. Notó que su respiración se cortaba y comprendió que la vida se le escapaba.
Sintió el tirón y su cuerpo sufrió una fuerte sacudida, aproximándose hacia el espejo, en el que vio la silueta de un hombre que se burlaba de él. El vaso que contenía la vela cayó al suelo y la llama saltó sobre la colcha de la cama, que se prendió con rapidez.
El cuerpo desnudo de Gorka desapareció en el interior del espejo, junto a los brazos y manos que de él habían surgido. El Diablo se lo había llevado. La habitación no tardó en convertirse en un infierno en llamas.
El niño pequeño corrió a su dormitorio y se escondió bajó las sábanas. Comenzó a llorar, llamaba a sus padres, llamaba a su hermano. Nadie vino en su búsqueda salvo escurridizas sombras que trataban de escapar del fuego, un fuego que tarde o temprano acabaría por encontrarlas.
Y lo hicieron. En cuestión de minutos.
Las llamas devoraron todo lo que encontraron a su paso y los gritos del niño pronto enmudecieron. La tragedia se había consumado.
Una hora después, sus padres palidecieron cuando al regresar vieron el edificio en llamas, tratando de ser salvado por los bomberos. Temieron lo peor y no tardaron en descubrir el horror.
Hoy, años después del suceso, el edificio que fue pasto de las llamas se ha convertido en un hotel, y hay quien afirma haber visto fantasmas deambulando por algunas plantas. Las historias describen la figura de un muchacho desnudo que golpea los espejos desde su interior; otras personas aseguran haber escuchado los gritos de auxilio de un niño…
Los sucesos que se cuentan sobre este lugar, resultan verdaderamente escalofriantes y son muchos los intrépidos que desean pasar una noche en este hotel para sentir en sus propias carnes la caricia de los fantasmas.
Pero esto, quizá, sea otra historia…
9 comentarios:
Rain, que ganas tenia de leer otro relato. Buenisimo.
Besos
Hola te invito a que te unas a la Comunidad de Escritores y Poetas en www.escritoresypoetas.ning.com
Besos
GabY.
Escalofriante. He oido historias parecidas y has encontrado el punto adecuado para mantenerme en vilo y encima con final abierto.
La idea es buena aunque el final no me ha gustado del todo, está bien pero no me ha llenado del todo. No obstanté, el relato está bien narrado. He leído un par de ellos más y se nota que sabes que lo que haces.
Vendré por aquí de vez en cuando.
ME HA GUSTADO MUCHO, SIN EMBARGO HAY ALGO EN
Tu forma de expresarte, que quita brillantez al argumento.
clepsidra
Me ha gustado, creo que has abierto una historia que podrías continuar más adelante.
Estupendo tu relato. Creo que me pasaré a menudo, una buena historia de terror siempre es de agradecer.
Buen trabajo
Salu2
Maestro no me gusta repetirme pero que puedo decirte si no magnifico.
Muy bueno, seguiré viniendo.
p/s sacá la verificación de palabra! :)
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