Daniel Ribas y su visita al CEMENTERIO

Estos dos últimos años han sido terribles para mí. Mi vida ha cambiado por completo, de arriba abajo. Durante el día, mis ojos se cierran como persianas y mi cuerpo sufre un aletargamiento tal que me obliga a estar tumbado en la cama. No es algo que me importe demasiado porque desde siempre me ha gustado este deporte, pero prácticamente me paso todo el día dormido. Las pocas veces que salgo a la calle durante el día, descubro que la luz del sol me hace daño en los ojos. No pienses que soy uno de esos paliduchos chupasangres, soy normal, tan normal como una persona maldecida por la oscuridad. Y tengo que vivir con ello.

Curiosamente, es durante la noche cuando me siento con más ganas, pero con más ganas de nada y si antes salía bastante, me he dado cuenta que cada vez que pongo el pié en la calle, soy como un imán para todo lo raro y he optado por pasar la mayoría de las noches en mi pequeño piso, rodeado de botellas y latas de cerveza. Acostumbro a pedir comida rápida, pizzas, hamburguesas y a veces una puta; sé que estoy destrozando mi estómago. Intuyo que mi colesterol debe estar por las nubes, pero ese aspecto de mi vida no me preocupa, tú tampoco lo harías si supieras que no puedes morir, al menos de muerte natural.

Por esa razón y a pesar de que siempre he sido un vago en lo que se refiere a realizar cualquier esfuerzo que suponga recorrer palabras con los ojos y, para colmo y como dificultad adicional, entender el contenido de las frases, últimamente me he aficionado a la lectura. Dada mi condición y mis experiencias actuales, es lógico que haya escogido la literatura de terror como nueva afición.

El último libro que me he leído, y varias veces por cierto, se titula “Asesinados por los Muertos”, de José Manuel Durán Martinez y puedo asegurarte que me he quedado impactado por la calidad de la obra. Su autor muestra una idea que voy a llevar a la práctica esta misma noche.

Salgo a la calle con la ligera seguridad de que no soy agradable de ver. ¿En qué me he convertido? Un traje arrugado, barba de siete días, pelo enmarañado y sucio, ojeras enormes y cara de culo. ¿Acaso importa?

Entro en un bar y pido una copa. Lo primero es lo primero. Después lo segundo, es decir, otra copa más. Después de la tercera salgo del local y agacho la cabeza. Hace un frío de mil demonios. Debería ser más prudente y no utilizar estas palabras, pero qué se puede esperar de un hombre cuya vida se ha convertido en una disputa irracional, donde el mal me asedia por un lado y la maldita oscuridad me protege por el otro. Lo que me preocupa de verdad es lo que se oculta tras las sombras y ante esas cosas no tengo protección, ¿o me equivocó?

Con mi mano izquierda oculta bajo un guante negro, que protege mi marca de ojos curiosos de los inocentes, palpo mi pecho y me tranquilizo al notar el medallón. Respiro con tranquilidad pero antes de nada debo hacer una parada. No, no es otro bar, mal pensado, aunque allí también sirven copas. Es un club de alterne.

La jefa me saluda nada más entrar con una sonrisa tan falsa como sus tetas; me dan ganas de vomitar pero afortunadamente vienen a mi lado un par de morenazas de esas que te quitan el hipo si les enseñas un buen fajo de billetes. Pero yo no dispongo de ese fajo, al menos no esta noche y tampoco tengo hipo. Les invito a una copa, es lo único que puedo hacer por ellas y creo que ya es bastante; tampoco quieren más de mí pues he notado que respiran aliviadas. No me ofendo, bien mirado yo tampoco querría nada conmigo mismo, aunque deberían saber que debajo de esta descuidada barba y de este traje sucio y arrugado, se oculta un hombre atractivo de músculos florecientes y tan maldito como la peste.

Pregunto por Bárbara, una de las putas del local y por la que siento algo. Está con un cliente. Pido una copa y la disfruto viendo a los hombres que entran por la puerta, nerviosos y con cara de pillos. La mayoría son casados y esperan no encontrarse en el garito a nadie conocido. Me burlo de ellos con una mueca por sonrisa y espero con paciencia a que Bárbara termine.

Lo hace media hora más tarde. Baja las escaleras desplegando su larga melena pelirroja. Embutida en un corsé negro ofrece al público la voluptuosidad de unos pechos exageradamente grandes. Pero lo que a mí me gusta son sus pantorrillas, me recuerda a los mofletes de los señores gorditos. Esas caderas me vuelven estúpido y las he lamido en más de una ocasión… en mis aventuras oníricas claro, porque nunca he tenido sexo con Bárbara. No es que no me guste, en realidad me gustan todas las mujeres, pero mantengo una relación con ella un tanto siniestra y especial. La considero mi amiga y eso es algo que muy pocos tienen el honor de mantener orgullosos. Ella lo tiene, sin duda.

Se acerca a mí y no duda en besarme las mejillas. Pasa sus manos sobre mi cuello y se agarra como una niña, pero ya no es una niña, es más bien una cincuentona, pero la mujer sigue siendo mona.

Le susurro unas palabras en el oído. Arquea las cejas sorprendida y me lanza una mirada que prácticamente me pregunta si estoy loco. No, no estoy loco, solamente estoy maldito. Cierro mi mano izquierda, protegida por el guante de cuero. Ella pone la mano en mi paquete. Mi miembro está erecto y ella sonríe picarona. Me invita a subir pero muevo la cabeza de un lado a otro. Ella insiste y yo agarro su brazo quizá con más fuerza de la debida porque dos gorilas feos y gordos se han levantado de unas sillas. Veo sus rostros de miradas asesinas, sus caras de idiotas y les obsequio con una sonrisa bobalicona. Bárbara hace un gesto con la mano para tranquilizar a los energúmenos, que vuelven a aplastar sus culos. No me quitan ojo, pero no me preocupa demasiado.

-¿Entonces, qué, te apetece acompañarme?

-Estás loco.-ríe mientras pide otra copa que carga a mi cuenta. No sé si llevo suficiente dinero. Miro de reojo a los dos gorilas y rezo para que así sea.

-Sabes que siempre te pido a ti las cosas primero, si no te apetece puedo buscar otra chica.

-No sé trata de eso, cariño, pero nunca me has pedido algo tan… insólito.

-Solo quiero enseñarte algo.

-¿Y no puedes hacerlo en la habitación?

-No, ha de ser en el cementerio.

Intento disimular el dolor de mi mano y la cierro mientras con la otra conduzco un vaso hacia la boca. La abro y el licor abrasa mi garganta. Bárbara no me quita ojo y vuelve a colocar su mano en mis partes nobles. Esta vez no hago nada y dejo que me acaricie unos instantes.

-De acuerdo, pero tendrás que pagarme un poco más.

-No te preocupes por el dinero.-digo y sonrío. Ella confía en mí y eso me entristece.

-Termino a las cinco de la mañana, ¿Te viene bien?

-Claro, por supuesto, vendré a recogerte.

-No, será mejor que no. Sabes que no puedo hacer trabajos fuera del club, mejor quedamos lejos de aquí.

-De acuerdo.

Salgo del local con la seguridad de que llevo los ojos de aquellos dos horribles gorilas arrastrándose por mi nuca, y los de Bárbara pegados a mi culo, y no sé cuál de las dos cosas me incomoda más.

Miro el reloj. Aún falta mucho tiempo para mi cita y regreso a casa. Voy bastante cargado de alcohol pero controlo mis pasos y encuentro mi piso antes de lo esperado. Subo por las escaleras y me cruzo con una vecina que me mira y murmura algo que no entiendo. Podría cogerle por los pelos y zarandearla pero uno de sus hijos es bastante musculoso y prefiero que no me haga una visita al día siguiente. Me tumbo en la cama. Cojo el libro de José Manuel Durán y lo miro con detenimiento ¿Y si no tiene razón? ¿Y si se equivoca? Bárbara pagará el error.

Me encojo de hombros y repaso las terribles páginas de esta obra, donde su autor describe con todo lujo de detalles lo que a mí me está ocurriendo. Y aporta una solución a mi problema, que en realidad es lo que me importa, aunque el precio sea… la vida de Bárbara.

Lo que estoy a punto de hacer es una completa locura, ninguna persona normal, medianamente cuerda, cometería semejante atrocidad, pero yo ya no soy normal y jamás he estado cuerdo. Por muy abominables que a mí me parezcan los pensamientos que estoy teniendo, no puedo dar marcha atrás porque primero tengo que salvar mi culo y después el de los demás. Si mi vida fuera normal no tendría que hacer nada extraordinario, pero mi vida está maldita y la oscuridad me tiene reservado un cruel destino.

Ya no solo se trata de la mancha negra que cubre mi mano y que en ocasiones, como ahora, duele horrores o de que mis ojos, habituados a las sombras, vean cosas que la gente normal no puede ni siquiera imaginar. Y me estoy volviendo loco. Curiosamente, el libro de José Manuel Durán muestra a un protagonista como yo, con estos mismos problemas y me siento muy identificado con la obra. Parece una novela de ficción, pero ¿Y si no lo fuera? He intentado contactar con el autor de mil formas diferentes, he estado en conciertos de heavy metal para ver si su melena rizada se agitaba al ritmo diabólico de las carcajadas de Satán, pero no lo he encontrado. Me he leído su libro varias veces y en él, el protagonista acaba por entregar a su amada a los muertos, para que las voces que oye, para que el tormento que sufre, le deje vivir en paz… unos días.

Lo más parecido a una amada para mí es Bárbara, curioso que se llame también de esta manera, y si por mí fuera me echaría para atrás, pues no tengo miedo de entrar en el mundo de los muertos, no, no tengo miedo a morir pero precisamente eso es lo que no puedo hacer. No me dejan hacerlo y debo convivir con el horror y eso es algo que no puedo soportar. La marca de mi mano me indica que estoy maldito, el medallón que cuelga de mi cuello me protege pero a su vez atrae a otros malditos como yo y ya no puedo más. Si el autor tiene razón, si Bárbara es llevada por los muertos, tendré unos meses de calma y luz, algo de lo que ya no disfruto desde hace prácticamente dos años.
Es aberrante e indigno de un caballero. Pero yo nunca he sido un caballero.

A las cinco de la mañana apago las luces de mi apartamento y procuro no mirar hacia atrás, porque sé que veré sombras agitándose en la oscuridad. Cierro la puerta de un portazo y bajo por las escaleras. Llego hasta la calle y observo malhumorado que está lloviendo. Hundo la cabeza en mi cuello y meto las manos en los bolsillos. Acelero el paso. La ciudad parece desierta. Es como si todos supieran que estoy maldito y nadie quiere cruzarse conmigo.

Cuando llego al punto de destino me encuentro con Bárbara que se protege de la lluvia debajo del tejadillo de un bar ya cerrado. Probablemente, si yo he tardado, se habrá tenido que quitar de encima a algún borrego porque, pese a su edad, está de muy buen ver y viste como una puta, porque lo es, algo que a mí nunca me ha importado.

-¿No prefieres ir a tu apartamento?.-me sugiere con voz temblorosa. Es evidente que ha pasado frío esperándome.

-No, debe ser en el cementerio.-digo con la voz seca.

-Como quieras, pero eso te va a salir más caro.

Me importa un pimiento lo que pueda costarme. Si todo sale mal no dejará de ser una experiencia más en la vida de esta mujer, pero si todo es como dice el autor de “Asesinados por los Muertos”, me temo que esta noche será la última en la que vea con vida a Bárbara. Y digo “con vida” porque estoy convencido de que en un futuro me la volveré a encontrar y quizá no esté demasiado agradecida de lo que estoy a punto de hacer con ella.

-¿Vamos a ir andando?.-pregunta extrañada.

-No tengo coche y tampoco está lejos…

La agarro del brazo, no quiero que se me escape. Sus zapatos de fino tacón golpean el suelo y está a punto de resbalar un par de veces, por lo que me siento obligado a reducir la velocidad.

Mientras caminamos en silencio, pienso en lo que tengo que hacer. Todo es muy sencillo. Recuerdo las palabras perfectamente: “Cogió a su amada y la condujo al cementerio. Una vez allí, sabedor de estar siendo observado con interés por aquello que se agita entre la sombras, golpeó a la mujer en la cabeza las veces necesarias hasta que perdió el conocimiento. Después la llevó al punto más oscuro del cementerio, a la sazón bajo un alto ciprés, que como mudo testigo observaba el cruel acto”.

Miro a Bárbara y ella me sonríe con sus labios rojos. Tiene una mirada preciosa, unos ojos maravillosos y las tetas muy grandes, como a mí me gustan. Lo tiene todo para gustarme y sin embargo aquí estoy, a punto de permitir que ellos se la lleven. Pero ¿Qué puedo hacer si es la única forma de que por fin encuentre el remanso absoluto que mi maldición necesita? ¿Tú no harías lo mismo? ¿Dejarías que tu vida se convirtiese en un infierno cruel donde lo que nadie puede explicar te asedie cada noche? Yo no puedo dormir desde hace ya meses, veo cosas que tú no podrías imaginar jamás, oigo voces de seres que no pueden existir. Pero lo peor de todo es que yo quiero morir, necesito hacerlo y la única forma es librarme de esta maldición. Estoy perdiendo movilidad en mi mano infectada, noto que otros malditos como yo me están buscando para hacerse con el medallón que me protege y sin él no soy nada, ¡¡nada!! ¿Tan cruel resulta dejar que una mujer inocente pierda su vida para salvar la mía?

Ella se detiene y me abraza. A pocos metros queda ya el cementerio. Ha dejado de llover. Me mira con sus amables ojos y desliza su mano en mi pantalón. Me baja la cremallera e introduce sus dedos. No tardo mucho en animarme y ella lo nota con una sonrisa. Me acaricia y aunque trato de apartarme ella me agarra con fuerza. Mordisquea mi cuello y, con una habilidad que no me sorprende, logra desabrocharme el botón del pantalón, que cae sobre mis tobillos. Ella se agacha pero esta vez consigo apartarme y le digo que será mejor esperar… pronto va a amanecer y entonces de nada servirá haberla traído al cementerio.

Me pongo los pantalones y caminamos de nuevo hacia nuestro destino. En mi cabeza, las palabras de la novela resuenan, como si la voz del propio autor estuviera leyendo las páginas de su obra: “Entonces los muertos aparecerán de improvisto ante la atenta mirada del maldito. Sus manos se alzarán de entre la oscuridad y cogerán el cuerpo de la desdichada, que gritará pidiendo ayuda, pero él no hará nada, permitirá que ellos se la lleven a las entrañas del infierno”

Ya en el cementerio busco el lugar más oscuro. ¡Qué curioso!, junto a un viejo y alto ciprés. Le pido a Bárbara que me acompañe. Lo hace sin titubear. Confía en mí, ella no sabe que yo soy una mierda.

Pido que se tumbe en el suelo. Lo hace sin rechistar y se desabrocha la blusa que lleva. Sus pechos caen a los lados libres también del sujetador y se abre de piernas, subiéndose la falda. No lleva bragas.

Levanto la cabeza y observo siluetas encorvadas junto a las lápidas, moviéndose impacientes, esperando que yo dé el visto bueno. Se van acercando. Bárbara gime y pide que me tumbe sobre ella.

Mi mano infectada comienza a dolerme mucho, como si me quemara y noto la inquietante presencia de los demonios. El autor tenía razón. Ellos han venido.

Miro el cuerpo desnudo de Bárbara y aprecio su tierna mirada. Ella me tiene cariño, quizá su corazón no pueda sentir amor pero noto que me tiene en buena estima y yo estoy a punto de fallarle.
Maldigo mi mala suerte.

-¡Levántate puta y lárgate a casa!

Bárbara me mira estupefacta. No entiende mi actitud, pero yo solamente le estoy salvando la vida porque en realidad soy un cobarde.

Noto la ira procedente de las sombras y la oscuridad, a la que yo conozco bien, se irrita. Las sombras se agitan malhumoradas. Los muertos o los demonios, lo que diablos sean, se han enfadado y pueden atraparla en cualquier momento. Le doy una patada y la levanto fingiendo una rabia que no siento. Le golpeo la cara y la empujo.

Bárbara, con lágrimas en los ojos, me mira sin comprenderme y se aleja corriendo, saliendo del cementerio y volviendo a la vida. Yo me alegro por ella, pero no por mí.

Sin víctima en el cementerio todo parece haber recobrado la calma pero yo sé que solamente es una tregua porque esto va a repercutir negativamente en mí en un futuro muy próximo. Voy a notar la ira de la oscuridad.

De regreso a mi casa pienso que nunca sabré si el autor de “Asesinados por los Muertos” tenía razón o si su novela era solamente ficción. Fuera como fuere, cuando llegue a mi hogar pienso lanzar por la ventana su puta novela. Quizá algún día localice a ese tal José Manuel Durán. Si lo hago tal vez le cuente mi historia, a ver si sus conocimientos me pueden arrojar algo de luz, alguna solución…, aunque con lo excéntricos que son los escritores es posible que si algún día me cruzo con este individuo y le narro con todo lujo de detalles lo que me ocurre, acabará escribiendo relatos cortos contando mi vida para su página en Internet. ¡Manda cojones!

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades por el relato, el Sr. Ribas es fantastico. Y me gusta más este blog, es muy parecido al otro pero tiene algo que me gusta más.

Anónimo dijo...

Interesante, se ve que este personaje tiene una buena historia detrás. A ver si nos la cuentan algún día...

Anónimo dijo...

¡¡uuufff! ya penseé que iba a ser un c... y resuslta que tiene sentimientos y remordimientos.
Me gusta este Ribas.

Anónimo dijo...

Muy divertido y original. ¡¡¡Quiero más!!!!

Anónimo dijo...

Ya echaba de menos a Ribas jijiji, me lo paso bomba con él. Es formidable, creo que voy a coleccionar estas historias, si no te importa.

Anónimo dijo...

Formidable

Anónimo dijo...

Primero, lo mejor que has hecho cambiar de blog, tantos pingüinos ¡jaja!
No me canso de leerte y espero que encuentre un huequito para escribir en el foro. Te esperamos allí.
Besos Natalia

Anónimo dijo...

Estoy pendiente de tus nuevos escritos.
¡sigue así!
un abrazo.
Ramón