La entiendo. Desde que perdió a mi padre anda buscando su media naranja y sale a menudo con sus amigas, en busca de un hombre que le ofrezca la seguridad que ya no tiene.
Hace dos meses se mudó a la casa de al lado un vecino nuevo. Es un tipo alto, delgado, tiene el pelo negro y las cejas pobladas. Debe de tener mucho dinero por el lujoso coche que hay aparcado junto a su casa. Es un hombre maduro, que parece culto y educado, guapo y atractivo y mi madre se ha fijado en él como lo haría cualquier otra mujer. Siempre viste trajes oscuros y lleva en su mano derecha, adornando uno de sus largos y delgados dedos, un ostentoso anillo al que he visto brillar durante algunas noches.
Desde que tenemos a este hombre como vecino, mi madre viste mejor. Trata de estar lo más guapa posible, se peina y se pinta mucho y constantemente está mirando por la ventana para ver cuando el desconocido sale y entonces ella abre la puerta de la casa y con una excusa barata, trata de “tropezarse” con él en las proximidades de nuestro jardín. Incluso ha dejado de tomar café con sus amigas. O bien se ha obsesionado, fascinado, con la impresionante figura del vecino o se ha enamorado de él como lo haría una quinceañera. De cualquier modo, ella no ve lo mismo que yo e indudablemente sabe menos que yo.
Si me escuchara, si me dejara advertirle, le podría decir que ese vecino que le ha engatusado sólo sale por las noches y que durante el día las persianas de sus ventanas están completamente bajadas, evitando que los rayos del sol violen el descanso oscuro de su hogar.
Creo que mi mamá se llevaría una fuerte desilusión si supiera que, poco antes del amanecer, cada día, una joven de dudosa reputación golpea con sus nudillos la puerta de la casa de ese vecino. Pocos segundos después la puerta se abre y aparece la esbelta y delgada figura del hombre, que se echa a un lado para que la chica pase. Tal vez te preguntas cómo puedo saber esto. Bien, la ventana de mi habitación da precisamente hacia la casa de mi vecino así que… también puedo afirmar (y he perdido muchas horas de sueño para comprobarlo) jamás he visto salir a ninguna de esas mujeres.
Creo que el vampiro ha sometido a una extraña influencia a mi madre y la ha enamorado con sus poderes malignos. En más de una ocasión lo he visto, de madrugada, frente al ventanal de la planta baja. Era inquietante observar su imponente figura tras el amplio cristal, mirando directamente hacia mi casa. En varias ocasiones he creído que estaba mirando hacia mi habitación, como si supiera que lo estaba observando y he advertido el brillo de sus ojos malignos destacando en la oscuridad, incluso la mueca de una siniestra sonrisa, que dejaba entrever la blancura de sus largos y afilados colmillos.
Cuando descubrí que era un vampiro entré como un niño asustado a la habitación de mi madre y se lo dije. Me pegó para que no dijera tonterías y me mandó a mi cuarto. Ahora, quizá para demostrarme la estupidez de mi acusación, lo ha invitado a cenar y me ha pedido que me comporte en la mesa como un niño grande y educado. ¿Y cómo debe comportarse uno cuando el invitado de su mamá es un vampiro?
A estas alturas debo reconocer que la presencia de mi vecino no me había llamado la atención ni lo más mínimo y el comportamiento de mi mamá me parecía más el de una mujer desesperada y necesitada de cariño que de una obsesión peligrosa. Sin embargo, una película de terror que dieron por la tele hace algunas semanas, “Noche de Miedo,” donde una mama invitaba a cenar a un vecino vampiro, me hicieron prestar más atención a los detalles y ahora me veo como el protagonista de la película. Mamá invitará sí o sí al vampiro a mi casa y una vez dentro… ¡¡podrá entrar cuantas veces quiera!!
Creo que la opción más correcta es fingir que no sé nada. Cenar con ellos, participar en la conversación y dejar que pasen las horas, si el nuevo vecino no sabe que conozco su secreto entonces nos dejará tranquilos. No sé si él, con sus poderes vampíricos, podrá leer mis pensamientos porque si lo hace descubrirá que yo conozco su verdad y entonces nos matará. Y yo no quiero morir. Y no quiero que mate a mi mamá.
Ese era el plan. Y era bueno. Cenar fingiendo no saber. Comportarme como lo haría ante una persona normal y corriente. Pero mi madre echó por el retrete esta idea con su primer comentario. Me quedé helado y las piernas me temblaban, sentí tanto miedo, que no me avergüenza reconocer que me oriné encima.
Cuando el vecino llamó a la puerta mi madre le abrió mostrando una sonrisa casi tan amplia como su escote. Se dieron dos besos en las mejillas y él aguardó pacientemente bajo el umbral hasta que le dijo:
-Entra, eres nuestro invitado..
Metedura de pata de libro. Todo el mundo sabe que los vampiros no pueden entrar en una casa hasta que no son invitados por su dueño y mi madre lo había hecho. Sin embargo, a esto no me refería sino a las palabras que pronunció poco después y que sonaron como puñetazos en mi estómago.
Levantó la voz y me llamó. Me acerqué con cierto recelo, fingiendo como lo podría hacer un niño que teme la llegada del demonio. Me sudaban las manos y las escondí en los bolsillos del pantalón, donde había ocultado un crucifijo y una cabeza de ajo. Armas poderosas contra los vampiros, como todos sabemos.
-David, ven a saludar al nuevo vecino.-Mi mamá se volvió hacia el invitado.-¿Sabes? Es un chico muy bueno pero con mucha imaginación, no ha parado de repetir que eres un vampiro. ¿Te lo puedes creer? Estos chicos de hoy en día…
El mundo se me cayó encima y el vampiro clavó su tosca mirada de diminutos ojos, en lo más profundo de mi alma. Sentí que me estrujaba con su poder maligno y por unos momentos noté una presión en mi garganta. Creo que estuvo a punto de matarme en ese mismo momento pero mi madre me salvo la vida con la misma sutileza con la que nos había condenado:
-¿Pasamos al salón y cenamos?
El vampiro sonrió al mirar a mi mamá, que se convirtió en un pimiento morrón de lo roja que se puso y agarró del brazo al vecino maligno del que estaba prendada de amor. Yo los seguí aunque hubiera querido salir huyendo por la puerta y buscar ayuda, pero no podía dejar sola a mi mamá. Agarré con fuerza el crucifijo que tenía escondido y me lo colgué del cuello. Con la cabeza de ajo hice algo más asqueroso. La mordí y la chupé, aguantando estoicamente el desagradable sabor que explotó en mi interior como un bálsamo demoníaco. Estuve a punto de vomitar pero luché contra las arcadas. Si el vampiro se acercaba a mí iba a recibir una desagradable sorpresa. Armado de valor, convencido de que estaba protegido, entré en el salón con una sonrisa de satisfacción.
Y aquí estoy, en la mesa, a puntito de cenar, junto a un vampiro. Esto, como se suele decir, no ocurre todos los días y un niño dudo que sea suficiente para combatir y vencer a una criatura de la noche.
Mi mamá le está sirviendo una copa de vino y por unos momentos me estremezco al pensar que el rojo líquido que golpea la copa cuando el hombre la sube hacia sus labios es sangre humana. Rápidamente expulso esa idea de mi cabeza porque mi madre nunca le daría eso a nadie.
El vampiro sorbe de la copa y su mirada ladina se posa en mi tembloroso rostro. ¡Esta bebiendo! Debe de ser un viejo truco, una de sus artes vampiricas. Todos sabemos que los vampiros no pueden probar otro alimento que no sea la sangre. En un instante, la copa está vacía y mi madre se la llena de nuevo mientras le agarra del brazo y le lanza una mirada provocativa y sensual. Los ojos del vecino bajan irremediablemente hacia el generoso escote y después me mira de nuevo. Doy un paso hacia atrás al sentir la maldad que desprenden sus ojos y la maquiavélica mueca que a modo de sonrisa han mostrado sus labios.
En ese mismo momento entiendo que me he convertido en su objetivo. No sé qué puede querer de mi mamá (aunque me lo puedo imaginar, la usará de recipiente, como a las otras mujeres) pero estoy convencido de lo que quiere de mi: Que no cuente a nadie lo que sé; que no desvele su secreto. En realidad no sé lo que suelen hacer los vampiros en estos casos pero imagino que la mente de mi vecino baraja dos alternativas:
Primera: Puede usar sus dones vampíricos y anular mi voluntad, sometiéndome a un olvido que me puede convertir en un vegetal.
Segunda: Destrozarme la garganta de un mordaz mordisco y extraerme cada gota de mi sangre.
Me estremezco al pensar en cualquiera de estas dos posibilidades.
-Así que… piensas que soy un vampiro, ¿Verdad?.-suena la potente y varonil voz de mi vecino mientras pone los codos sobre la mesa. Tiene las manos finas, blancas, los dedos muy delgados, de uñas algo largas pero muy bien cuidadas. Mi mamá lo mira fascinada. Ya no tengo duda alguna de que está enamorada. De cualquier modo, esta noche es muy vulnerable y yo, que conozco la realidad, puedo protegerla. ¿A quién quiero engañar? No sé cómo se lucha contra un vampiro. El crucifijo que pende de mi cuello no parece surtir efecto alguno, es más, el vecino lo mira constantemente y muestra una abierta mueca con su boca que parece más una burla cruel que una sonrisa. El aliento a ajo que emana de mi boca tampoco parece provocar respuesta alguna en nuestro invitado…
-Dime.-vuelve a hablar el invitado.-¿Por qué piensas que soy un vampiro? ¿No eres ya demasiado mayor para creer en esas cosas?
Mi mamá se ríe. Le hace gracia todo lo que este hombre dice. Es evidente que aún soy un niño y que tengo edad más que suficiente para creer en cuentos de hadas, monstruos en el armario y lo que me venga en gana. Por eso no le contestó, simplemente aprieto las manos y los dientes y lo miro con intensidad y rabia, pero él me devuelve la mirada, una mirada intensa, desafiante y me veo obligado a agachar la cabeza. Mi mamá vuelve a reír y llena de nuevo la copa del invitado, que se ha quedado vacía. Después se levanta y se dirige a la cocina. En ese momento me lleno de terror porque la mirada de mi vecino ha cambiado radicalmente. Sus ojos se han vuelto duros y perversos, manteniendo un brillo intenso que me produce escalofríos. Vuelvo a orinarme encima y trago saliva. Cojo el crucifijo que descansa sobre mi pecho y lo levanto con la confianza necesaria como para que dé resultado.
No funciona. El vampiro estalla en una sonora carcajada.
-¡Qué divertido!.-exclama uniendo sus manos y abriendo su boca lo suficiente como para que perciba sus largos y afilados colmillos. Cuando mi mamá regresa el vecino cierra la boca pero mantiene una agradable sonrisa impresa en sus labios.
Sobre la mesa hay un puchero con sopa de pescado humeante, donde en un caldo de color anaranjado hay hundidas almejas, gambas, huevo y muchos otros ingredientes que le dan un sabor especial a la sopa de mi mamá. Sé que después hay pollo asado con una generosa ración de patatas fritas. Casi puedo decir que es mi cena favorita. Me ha sacado un zumo de naranja y detesto el zumo de naranja.
El invitado de mi mamá no me quita ojo mientras se mete la cuchara en la boca. Me fijo en si está realizando un truco o realmente está comiendo y me doy cuenta de que está haciendo esto último. Quizá los vampiros de verdad no son como los de las películas. Aún así, a mí no me engaña.. Nos quiere chupar la sangre, sin duda.
-No tengo hambre, mamá. ¿Puedo irme a mi habitación?
Pensé que mi madre iba a ponerse histérica y a empezar a gritar no se qué de la falta de respeto, la salud, la educación y el invitado pero lejos de hacer algo de esto, me mira y sonríe, otorgándome el permiso para abandonar la mesa. Supongo que en su cabeza ha llegado la idea de que es una excelente oportunidad para quedarse a solas con el vecino y llevarlo al sofá poco después, y hasta es posible que a su habitación, donde cerrará la puerta para que no escuche nada.
Me retiro, bajo la atenta mirada del vampiro. Subo las escaleras y cierro la puerta de la habitación de un portazo. Me quito los pantalones y los calzoncillos húmedos y me pongo el pijama. ¿Qué hago ahora?
Me gustaría dormir para que la noche pasara cuanto antes pero no puedo dejar a mi mamá ahí abajo, sola, aunque la escucho reír. Aún así, estoy convencido de que su risa se congelará tarde o temprano, cuando él le muestre sus colmillos y entonces… ya será tarde. Después vendrá a por mí. No sé si entrará por la puerta o lo hará por la ventana, como en la película, pero sé que esta noche lo hará de un modo u otro. Me siento mal porque estoy aquí encerrado, en mi habitación, mientras mi mamá corre peligro, junto al vampiro.
No deja de reírse. Es demasiado escandalosa aunque, si lo miro bajo otro prisma, podría afirmar que nunca antes la había visto tan feliz, ni siquiera con mi padre. Y ella se merece ser feliz. Yo quiero que lo sea. Me da rabia que no lo haya conseguido con un hombre normal, uno de esos que la cortejan y ella rechaza, y que se haya fijado en una criatura de la noche, en un monstruo ávido de sangre. Mi madre sigue riendo en el salón, sus carcajadas llegan hasta mí, se la nota feliz y eso me gusta.
Abro la puerta para escucharla de nuevo. Su felicidad me llega y me emociona. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?
De repente la risa de mi mamá deja de escucharse. Suena un extraño gemido, una especie de grito ahogado y entiendo que el vampiro ya la ha atacado.
Necesito echar un vistazo. Por eso salgo de la habitación, acompañado de un miedo atroz. Mis piernas tiemblan como flanes. Mi corazón late con fuerza y quiere escapar del pecho. Un sudor frío me resbala por la espalda y mi respiración es muy ruidosa.
Con una lentitud pasmosa, sabiendo que mis dudas pueden ser la causa que ayude a que estos sean los últimos instantes de mi madre, bajo las escaleras que conducen a la planta baja. Mis pies descalzos no hacen ruido alguno y eso juega a mi favor.
La puerta del comedor está entornada. Llego hasta ella y la empujo.
El espectáculo es horrible. Desgraciadamente me imaginaba algo parecido. En mi mente tenía la imagen del vampiro, con el rostro deformado y convertido en una alimaña de la noche, con sus largos comillos clavados en el cuello de mi madre y chupándole hasta la última gota de sangre. Mi madre, con los brazos caídos, blandos e inertes, los ojos cerrados, muerta.
Estas eran las imágenes que el miedo y el pavor arrojaban sobre mi mente desde el primer momento que supe de la noticia de esta velada. Eso era, exactamente eso, lo que esperaba encontrarme al abrir la puerta.
Y así ha sido…
… o casi.
Porque no es mi madre la que tiene los ojos cerrados sino su invitado. Porque no es mi mamá la que tiene los brazos blandos e inertes, sino el vecino. Porque no es él quien tiene el rostro deformado, convertido en una alimaña de la noche, sino mi mamá. Porque no es el misterioso vecino el que le está chupando la sangre a través de sus largos y afilados colmillos sino mi propia madre.
No entiendo nada y noto que mis muslos se vuelven calientes. He vuelto a mearme encima y es en ese momento cuando el cuerpo del hombre cae al suelo, como un burdo saco de patatas. El rostro ensangrentado y monstruoso de mi mamá se gira en mi dirección:
-Hola David, acércate cariño, es una pena que hayas descubierto el mayor de mis secretos. Eres igualito que tu padre. Lo siento pero debo hacer contigo lo mismo que hice con él.
Y ríe. Sus carcajadas manchadas de sangre penetran en mis oídos y me causan un miedo espantoso. Mi mamá se acerca y yo retrocedo, hasta que mi espalda choca contra la pared.
No puedo moverme. No puedo gritar.
Mi madre se acerca aún más. Me abraza y me besa. Lo que pienso que ha sido un beso, es en realidad un mordisco atroz que destroza mi garganta por completo. Muero, pero ella no permite que mi sangre caiga al suelo.
Se la bebe toda, hasta la última gota.
2 comentarios:
lo lei cuando lo subiste pero no me habia dado el tiempo de comentar, me gusta bastante el giro al final en algun momento lo sospeche, aunque creo q e leído demasiadas de tus historias y eso me da ventaja, sin embargo eso no le quito lo atractiva a la trama =)
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