JUEGO MACABRO


JUEGO MACABRO
(Confía en Mí)
Basado en un hecho real

Las tres chicas treparon por el muro de la vieja estación y accedieron al interior del recinto. La siniestra casa se encontraba al otro lado de los árboles,  apartada del pueblo en el que vivían.

No era un buen lugar al que dirigirse y menos de noche. La vieja construcción mostraba un aspecto  lúgubre y deteriorado, con sus ventanas rotas y las blancas y agujereadas cortinas empujadas por el viento, como si fantasmas invisibles las estuvieran apartando para echar un vistazo hacia el  exterior. La hierba había crecido por los muros, adoptando el aspecto de  un ejército de orugas que pretendía colarse en su interior, tapando cada recodo como si de una armadura  se tratase. 

No era la primera vez que visitaban la casa, en realidad todas las semanas hacían su secreta excursión para pasar un rato en el interior a pesar de que sabían que en cualquier momento podía derruirse. Era cuestión de tiempo que la gente del ayuntamiento decidiera derribarla. Incluso en una ocasión, una de ellas estuvo a punto de caer de la planta de arriba cuando el suelo se abrió bajo sus pies. Sus amigas pudieron socorrerla a tiempo y todo no pasó de un susto. Pero a los sustos ya estaban acostumbradas.

Esta noche no era diferente a otras. Al principio, entrar solas en la casa había sido una especie de pequeño sufrimiento porque su tétrico aspecto hacía disparar la imaginación, que bajaba a los entresijos de la penumbra y capturaba monstruos y espíritus. Todo un reto superado por las  tres adolescentes que ahora ocultaban un gran secreto y practicaban un juego macabro que las mantenía vivas y fascinadas. Estaban atrapadas  por aquella especie de adicción, que se había convertido en algo muy parecido a una droga. No podían parar.

Entraron  desencajando la puerta principal que dejaron medio abierta para poder salir sin mayor esfuerzo. Ya en el interior encendieron sus linternas y se dirigieron lentamente hacia el fondo de la vieja casa. Eludieron las escaleras que conducían a la parte de arriba porque allí no había nada interesante. Habían recorrido el inmueble muchas veces, al principio con miedo y temor, después por pura diversión. En cualquier caso todo había cambiado drásticamente cuando encontraron el hallazgo.

En un primer momento gritaron horrorizadas, después la observaron con detenimiento y curiosidad, intrigadas y cuando los ojos se abrieron volvieron a gritar… hasta que habló y entonces enmudecieron y escucharon.

A día de hoy se reían de sus primeras reacciones y habían concertado un pacto: No decir nada a sus amistades. El hallazgo suponía algo tan importante y extraordinario que decidieron reservarlo para ellas tres, como si en realidad  el macabro descubrimiento les perteneciera.

Esta noche querían jugar de nuevo. Hacer más preguntas para obtener respuestas que despejaran sus dudas, pequeños adelantos de un próximo futuro. La verdad es que continuamente  habían sido bien aconsejadas y siempre, absolutamente siempre, había acertado con sus vaticinios. El accidente de moto que tuvo Vanesa o las notas que había sacado Nuria, por no mencionar el susto de embarazo que se iba a llevar Raquel y que finalmente quedó en un pequeño incidente que ya había sido olvidado.

Abrieron la trampilla que conducía al sótano. Encontrarla fue algo casual durante sus primeras visitas pero siempre acudían allí, donde se sentían más seguras. Nunca pensaban  sacarla de la casa, tampoco del sótano, cuando en una ocasión lo intentaron había comenzado a lanzar gritos horrendos que las sobrecogió, por eso decidieron guardarla en el mismo arcón de madera donde  fue encontrada.

Ya dentro del sótano se sentaron junto a la  mesa que ellas mismas bajaron hacía semanas de una de las habitaciones. No apagaron las linternas pero encendieron unas velas que había situadas alrededor y que ya utilizaron en ocasiones anteriores. Los rostros tranquilos y sonrientes de las tres chicas fueron acariciados por las sombras que desprendían las temblorosas llamas. Nuria se acercó al arcón de madera y lo abrió. Allí estaba, como siempre, envuelta en un paño de color negro.

Cogió la cabeza del hombre y la colocó en el centro de la mesa, sobre una placa de acero. La contemplaron durante varios segundos, en completo silencio.

Cada vez parecía más deteriorada aunque no despedía hedor alguno. La cabeza estaba cortada a la altura del cuello de una forma desagradable, como si hubiera sido cercenada de un golpe brusco, con la hoja de un hacha mal afilada. Había pertenecido a un hombre, de unos cuarenta años. Tenía barba negra y grandes bolsas alrededor de sus ojos cerrados. Con respeto a la primera vez, la tonalidad de su piel había adquirido un color verdoso que en parte se iba ennegreciendo. Aunque no lo habían comentado, todas ellas pensaban que llegaría el momento en que se pudriría por completo y, entonces,  todo habría terminado.

Las tres amigas unieron sus manos y prestaron atención al rostro del hombre. Se concentraron, siguiendo los pasos ya aprendidos, esperando que sucediera lo mismo que en otras ocasiones. A veces tardaba demasiado, otras se debían dar por vencidas. Por alguna extraña razón, no siempre, el procedimiento no funcionaba y debían marcharse consternadas y decepcionadas aunque si había que admitir la verdad, era raro que la conexión no se produjera tarde o temprano.

-¿Estás aquí?.-dijo Nuria.

No ocurrió nada. Las chicas se miraron unos instantes y cuando volvieron su atención hacia la cabeza cercenada descubrieron que el hombre ya había abierto los ojos. Sonrieron.

-¡Hola!, ¿Qué tal estás?.-preguntó Raquel.

La cabeza no respondió. Se limitó a mover los ojos en todas direcciones, confundida, tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba. La expresión de sus ojos era aterradora, como si a un muerto lo trajeras de vuelta en contra de su voluntad, repentinamente. Después, tal vez siendo consciente de lo que estaba ocurriendo, se limitó a mirar en completo silencio a las tres chicas, depositando sus miradas en todas ellas.

-¿Tienes algo que decirnos?

Silencio. Algunas noches  la cabeza no respondía a ninguna pregunta y se pasaba todo el tiempo observándolas de manera inquietante y turbadora, algo a lo que ya se habían acostumbrado.

-Esta noche hemos venido porque nos gustaría hacerte algunas preguntas sobre…

La cabeza no dejó terminar la frase a Nuria y abrió la boca para emitir un bronco sonido. Las tres amigas saltaron sobre sus asientos excitadas y emocionadas porque así era como indicaba que la conexión entre ellas y la cabeza se había establecido. Ahora sólo tenían que esperar a que hablara…

-Buenas noches.-dijo la voz del hombre.-Gracias por venir de nuevo.

-Gracias a ti por responder.

-Hoy estáis guapas y hermosas.

No era la primera vez que les lanzaba piropos. Apenas habían averiguado nada sobre el hombre y entre ellas la llamaban “la cabeza parlante”. Nunca le habían hecho preguntas sobre su pasado, ni siquiera le habían preguntado su nombre, centrando las preguntas en sus propias necesidades, básicas y egoístas, habitualmente relacionadas con los estudios o las  relaciones sentimentales.

-Gracias.-respondió Raquel.-Nos gustaría saber si vamos a aprobar las tres el examen de esta semana.

La cabeza puso los ojos en blanco y después miró a las tres chicas deteniéndose varios segundos sobre cada una de ellas. Después habló.

-No todas. Vanesa no aprobará.

Al escuchar su nombre Vanesa torció el gesto y miró con desprecio la cabeza del hombre, que la observaba con la mirada fija y los ojos bien abiertos.

-Eso no es posible… Yo he estudiado más que ellas y…

-No harás el examen.

-¿Cómo que no?

-Morirás. De hecho, las tres moriréis esta misma noche.

Las  chicas saltaron sobre sus asientos. Nunca la cabeza había sido tan directa y cruel. Era bromista, solía meterse con ellas, pero nada más. Siempre habían recibido consejos y recomendaciones, como si procedieran de un adulto que se preocupaba por ellas y jamás tuvieron problema alguno durante sus conversaciones.

El rostro del hombre mantenía una expresión severa pero sus ojos desprendían una tristeza que caló hondo en el alma de las tres amigas.

-¿Por qué quieres asustarnos?.-preguntó Raquel.

-No es miedo lo que quiero inculcaros sino advertiros del peligro en el que os encontráis.

-¿Qué va a pasar?

-Dos personas os han seguido, como otras noches. Dos hombres que hoy han decidido entrar  en la casa con intenciones malignas, perversas y crueles.  Os cogerán.

Nada más acabar la frase se escucharon ruidos extraños en la casa. Pasos. Alguien caminaba por encima de sus cabezas. La madera crujía bajo el peso de los intrusos.

Las tres amigas se miraron asustadas. Nuria agarró el bolso y sacó el móvil. Pronto se dio cuenta de que allí dentro no había cobertura y lo lanzó contra el suelo,  presa de los nervios.

-¿Qué podemos hacer?.-preguntó Vanesa con apenas un hilo de voz y mirando con miedo hacia la trampilla del sótano, temiendo que en cualquier momento se levantara y se asomaran los rostros desconocidos de los hombres que las habían seguido.

-Hay una solución. No tardarán en encontraros y debéis daros prisa.

-¿Qué tenemos que hacer?

La cabeza hizo un gesto con los labios que ninguna de las chicas interpretó como una cruel sonrisa. Estaban bastante alteradas, preocupadas, como para fijarse en tan nimios detalles.

-Dentro del arcón encontraréis tres pequeñas copas…

Nuria corrió hacia el fondo del sótano y abrió el arcón donde solían guardar la cabeza. Buscó en su interior hasta que encontró una caja de color negro con grabados extraños en su cara frontal. Examinó los curiosos símbolos y los horribles dibujos que adornaban la caja y sin darle mayor importancia la abrió.

-Colocad las copas sobre la mesa, frente a vosotras.

Las chicas se miraron. Nuria sacó las tres copas y las depositó sobre la mesa. Estaban cubiertas de polvo. Eran de cristal, las tres tenían un dibujo extraño grabado en color rojo. Mientras las observaban con curiosidad e interés, escucharon voces dentro de la casa, alguna risa y varios golpes. Los pasos se detuvieron sobre la trampilla. Los hombres que había en la casa hablaban entre ellos pero lo hacían de forma tan baja que no podían entender lo que estaban diciendo. De cualquier modo, a estas alturas ya habrían recorrido todas las habitaciones buscándolas  y era cuestión de minutos que dieran con la trampilla que permitía el  acceso al sótano, donde ellas se encontraban.

Los ojos de la cabeza se quedaron en blanco durante unos breves  segundos que a las tres chicas les pareció una angustiosa eternidad. Después, cuando los ruidos y las voces enmudecieron, los ojos las miraron con desmedido interés. La cabeza abrió la boca para hablar:

-No hay tiempo.

-¿Qué tenemos que hacer?

-En el arcón… hay  una daga… una daga…

Las tres amigas se miraron horrorizadas. La cabeza parecía agotada. Las palabras sonaban lentas y lejanas, como si la conexión se estuviera perdiendo.

-¡Vamos, hay que darse prisa!.-rugió Raquel y corrió hacia el arcón donde buscó precipitadamente hasta que levantó una pequeña daga cuya empuñadura acababa en una curiosa forma a la que no le prestó atención.

-¿Y ahora qué?

-Ahora… yo… tenéis que cortaros para llenar… sangre…copas.

-¿Qué?

-Y bebed. 

-¿Qué estás diciendo?

-Ellos… entrarán. Compartid… vuestra… sangre…

Vanesa agarró la daga y la examinó durante unos instantes. La hoja contenía pequeñas manchas oscuras y parcialmente estaba oxidada; se estremeció al descubrir que  la empuñadura  representaba la cabeza de una criatura demoníaca. Sin embargo no la soltó, miró a sus amigas, después levantó la cabeza hacia la trampilla. Volvían a escucharse los ruidos, las voces de aquellos dos desconocidos. Bajó la mirada para observar directamente a la cabeza, que tenía los ojos en blanco  y la boca abierta.

-¿Qué hacemos, chicas?

-Esto es una locura, no podemos cortarnos para…

-Es un ritual de protección.-rugió la cabeza parlante.-Tenéis que llenar… las copas…con… vuestra sangre. No os ocurrirá nada, de verdad… confiad en mí.

Las tres amigas se miraron indecisas.

-¡Oye aquí hay una trampilla! ¡ Las zorras deben de estar ahí abajo!

La voz que había surgido sobre sus propias cabezas las mantuvo en vilo. Los intrusos ya habían encontrado la trampilla y sabían que ellas se encontraban ocultas allí dentro.

Nuria le arrebató la daga a su amiga Vanesa y se hizo un profundo corte en el brazo. Gritó a causa del dolor y lanzó la daga sobre la mesa. Acercó la herida hacia una de las copas y la llenó con su propia sangre. Sus amigas  abrieron los ojos, estupefactas, indecisas… hasta que la trampilla del sótano comenzó a abrirse.

Primero se cortó  Raquel y seguidamente Vanesa. La cabeza las observaba con suma atención, complaciente, satisfecha.

Las tres copas estaban llenas de sangre.

-¡Están aquí!.-dijo la voz excitada de un hombre y el rostro sonriente de un desconocido asomó por el hueco de la trampilla.-¡Hola guapas!

-Compartid vuestra sangre.-dijo la cabeza.-Tenéis que… beber… unas de las otras… compartir vuestra sangre… el ritual… dará inicio.

Las tres chicas observaron cómo los ojos de la cabeza se cerraban por completo. La conexión se había perdido. Se miraron unas a otras. Apenas se habían dado cuenta pero las copas ya las tenían levantadas. Se las intercambiaron y se las llevaron a la comisura de los labios.

La primera en beber fue Vanesa, después lo hizo Nuria y finalmente Raquel. Cambiaron de nuevo las copas y volvieron a beber. Era curioso, a ninguna de ellas le resultó un sabor desagradable, ninguna de ellas hizo asco a la sangre ni padecieron arcada alguna. Con las bocas manchadas de rojo, la sangre resbalando por sus barbillas y las copas vacías, se miraron unos instantes y sonrieron. Tampoco habían advertido que en el mismo momento en que la cabeza parlante había perdido la conexión con ellas, los ruidos de la casa desaparecieron por completo. La trampilla estaba bajada, como si en realidad nadie hubiera entrado en la casa, salvo ellas. 

Vanesa comenzó a sentir un dolor intenso en su estómago, parecía que se  estaba quemando  por dentro y se encogió sobre su propio cuerpo hasta que cayó al suelo y rodó por él aullando de dolor.

La cabeza abrió los ojos y observó.

Nuria y Raquel se quedaron petrificadas contemplando a su amiga, escuchando sus gritos.  Vanesa se agarraba el estómago, se lo presionaba. Notaba que algo se movía en su interior, algo que la estaba devorando desde dentro. Vomitó sangre y vísceras  mientras de sus oídos y nariz comenzaba a bajar algo negro, como hilos oscuros que se movían con rapidez…

…hasta que sus amigas descubrieron que se trataba de ¡¡hormigas!!

En cuestión de segundos, coincidiendo con los últimos estertores de Vanesa, el cuerpo de la chica quedó cubierto por miles de pequeñas hormigas negras que salían de todos y cada uno de los orificios de su cuerpo. Apenas podía reconocerse a la joven, sepultada  bajo la montaña de  hormigas que la devoraban.

Nuria y Raquel retrocedieron horrorizadas, se miraron asustadas y advirtieron que la cabeza las observaba con una expresión diabólica en su rostro.

-El ritual ha comenzado.

-¡Tenemos que salir de aquí!.-exclamó Nuria y comenzó a subir las  escaleras para escapar del sótano. No llegó hasta el final. Algo se rompió en su interior, a la altura de su pecho y lanzó un gritó de dolor al que le acompañó un espasmo que la obligó a hincar sus rodillas en el suelo.

Raquel gritó aterrada.

Nuria vomitó sangre y mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, por su boca salían trozos de sus propios intestinos, que quedaron esparcidos por los escalones. Raquel observó horrorizada cómo su amiga quedaba inmóvil. Después, al igual que le ocurriera a Vanesa, vio que millones de hormigas salían del  cuerpo de Nuria, a través de sus oídos, de su boca, nariz e incluso de sus ojos,  para taparla bajo un manto oscuro que se agitaba nerviosa mientras la comían.

Raquel sollozó.

-No llores.-dijo la cabeza parlante..Esto era absolutamente necesario.

Raquel apoyó la espalda en la pared y centró su atención en la cabeza parlante. No quería mirar los bultos oscuros donde se encontraban los cuerpos de sus amigas y temía que en cualquier momento a ella le ocurriera exactamente  lo mismo, pero no sentía ningún dolor en su estómago, solamente temblaba de miedo. La cabeza habló de nuevo.

-No te ocurrirá nada, Raquel, tú eres diferente a ellas. Tu… eres… la elegida.

-¿Qué?

-Tenemos algo distinto reservado para ti. 

La cabeza se elevó en el aire, ante la sorpresa de Raquel, y un brillo intenso comenzó a surgir del cuello del hombre  hasta que los ojos de Raquel quedaron cegados  y no pudo seguir mirando a causa de la intensidad de la luz. Cerró  los ojos y cuando los abrió varios segundos después… lanzó un alarido terrible que debió de ser escuchado en toda la población.

Ante ella se encontraba la cabeza parlante pero ahora tenía un cuerpo, un cuerpo horrible, monstruoso, deforme, llenó de pústulas y de cicatrices. Moscas y gusanos recorrían la piel ajada de aquél engendro. Las orejas de la cabeza habían crecido como las de un murciélago gigante y los ojos ahora eran amarillos y brillantes. Su boca, un hueco profundo, ocultaba una lengua larga y negra protegida por una hilera de afilados y demoníacos dientes.

Raquel gritó espantada  y sus cuerdas vocales se rompieron en ese mismo instante.

-Tranquila, preciosa.-dijo la voz gutural del monstruo.-Confía en mí.




1 comentario:

Anónimo dijo...

diabolicamente fantastico
tensión e intriga hasta el final.