22 de Diciembre. 10:40 horas
Cogieron a dos niños al azar. A pesar de los gritos de socorro de los propios pequeños, que veían cómo dos extraños se los llevaban a la fuerza, y de los alaridos de varios padres que presenciaban el secuestro, los dos hombres mantuvieron la calma en todo momento. Los metieron en el interior de un coche oscuro y se alejaron a gran velocidad para perderse en las calles de la pequeña ciudad.
El Diablo ha impuesto la entrega de cuerpos jóvenes.
Estos dos niños, de apenas cinco años de edad, cumplen a la perfección los requisitos exigidos.
23 de Diciembre. 07:00 horas.
No había modo alguno de saber que el hombre que fumaba tranquilamente, apoyado en el edificio de enfrente, la esperaba precisamente a ella. Alba salió de su casa como cada día para dirigirse hacia la parada del autobús. Llevaba los oídos tapados por unos grandes auriculares a través de los cuales podía escucharse los primeros acordes de una canción que sonaba a un volumen nada recomendable. La chica iba envuelta en un grueso abrigo y la garganta la llevaba tapada a causa del intenso frío que hacía aquella mañana. La superficie de los coches aparcados en la calle estaba blanca, cubierta por una capa de hielo arrojado durante la noche. Alba no vio que el hombre, vestido enteramente de negro y camuflado entre las sombras tal cual perverso fantasma, se fue acercando hasta ella. No llegó a la parada del autobús. Alba no tuvo tiempo de gritar. A sus 17 años, uno de sus mayores temores se había hecho realidad.
El Diablo ha exigido un alma pura
Alba reúne la pauta impuesta por el Maligno
24 de Diciembre. 16:00 horas.
Arturo baja las escaleras metálicas que le conducen a la estación de metro. Mientras camina, piensa que aquél acto se convertirá en una portentosa entrada al mismísimo infierno, de hecho, la boca del metro siempre le pareció la garganta profunda de un ser monstruoso que se limitaba a devorar cuerpos humanos de almas impías.
Admite que siente miedo. Lo que está a punto de hacer es el resultado de los consejos que escucha dentro de su cabeza. No puede ni quiere dar marcha atrás porque significaría fallarle y necesita de su admiración antes de iniciar el viaje oscuro hacia el eterno abismo.
Llega a las profundidades de la estación. Un buen número de personas se almacena inmóvil a ambos lados de los andenes, esperando la llegada de sus respectivos gusanos de metal. Escoge el andén de la derecha como bien podría haber escogido el de la izquierda. Ni siquiera presta atención al tipo de gente que se encuentra a ambos lados. Unos tendrán suerte, otros evidentemente no.
Cuando baja las escaleras que le conducen a su destino final, un murmullo de recelo brota en algún punto de su cerebro, como si su cabeza estuviera haciéndole entender que aquello no estaba bien. A medida que se va acercando a los bancos situados junto a las vías, advierte que hay un grupo de adolescentes apiñados en una esquina, riendo alguna ocurrencia. Dos mujeres mayores permanecen en silencio, observando hacia la boca oscura del túnel mientras tres hombres trajeados que sujetan maletines charlan amigablemente tratando, quizá, de llegar a un consenso. En otra esquina, un joven de poco más de veinte años escucha música a través de su teléfono móvil; a pocos metros de distancia, un oriental está sentado en el suelo y una mujer que sujeta dos bolsas pesadas mira hacia las vías, con una expresión de tristeza que cubre su rostro. Arturo no dilata más el tiempo. Saca la pistola de su cintura y sin previo aviso dispara a diestro y siniestro, sin miramientos ni concesiones.
El Diablo quiere un sacrificio y ahí lo tiene
El oriental con la cabeza reventada; los cuerpos de los tres hombres despatarrados en el suelo, ni siquiera han soltado sus maletines;
la mujer de las bolsas yace con la boca y los ojos abiertos dibujando una expresión de espanto y horror, cubierta de sangre.
El resto ha huido despavorido y Arturo no se molesta en seguirlos. En el mismo instante en que la cabeza del metro emerge del oscuro túnel, cuando ya llegan algunos de los vigilantes de seguridad alertados por el sonido de los disparos y los gritos de la gente, Arturo se mete el humeante cañón en la boca y sin cerrar los ojos aprieta el gatillo.
Su alma juzgada ante los ojos de un Dios ambiguo
Regalo reverencial para el Maligno
25 de Diciembre 23:50 horas.
Las tumbas del cementerio estaban abiertas y los cuerpos de sus inquilinos sacados de sus respectivos ataúdes. Hombres y mujeres en avanzado estado de descomposición; cuerpos podridos cubiertos de mugre y gusanos; calaveras de cuencas vacías y cavidades oscuras a modo de bocas profundas y deformes adornadas con jirones de piel. Los cadáveres estaban colocados cuidadosamente, sentados en sillas negras situadas de manera ordenada frente a una mesa enorme cubierta por un paño de terciopelo oscuro donde yace el cuerpo dormido de Alba, completamente desnudo. Estaba rodeado de varias velas negras levantadas en siniestros candelabros. Las llamas de las velas oscilaban movidas por una suave y fría brisa que amenazaba con apagarlas, como si invisibles fantasmas las estuvieran soplando. Los muertos, inmóviles, se habían convertido en distinguidos espectadores: los cadáveres contemplaban la escena a través de sus cuencas vacías donde, a veces, se agitaban repugnantes gusanos.
Las piernas de Alba estaban abiertas y la cabeza cortada de uno de los niños que había sido secuestrado permanecía con los ojos abiertos mirando directamente el pubis de la chiquilla. El resto del cuerpo del muchacho estaba tirado bajo la mesa como un despojo para alimentar a los perros. Allí también se encontraba el otro niño, al que también le habían arrancado la cabeza. En ese preciso momento, un fornido hombre con el torso desnudo y el rostro cubierto por una máscara de expresión diabólica, la colocó junto a la cabeza de Alba.
Dentro del cementerio hacía un frío horrible, parecía que de las tumbas abiertas, y procedente de las profundidades del averno, emergieran ráfagas constantes de aire helado. Los jirones de pelo de algunos cadáveres se agitaban empujados por ese aire, otorgándoles un aspecto mucho más inquietante.
Poco a poco, a través de carreteras cercanas, se aproximaron vehículos que acudían al lugar con las luces apagadas. A medida que aparcaban, formando una inmensa hilera de vehículos caros y lujosos, de ellos bajaron numerosas siluetas. Hombres trajeados, mujeres con vestidos de noche, elegantes y de colores diversos, que mantenían sus rostros ocultos por máscaras de aspecto demoníaco. Caminaron con una lentitud pasmosa hacia el cementerio. Antes de cruzar la verja de acero, dos hombres musculosos, con las cabezas tapadas por negras capuchas, agujereadas solamente para permitir descubrir ojos siniestros y amenazadores, les flanquearon el paso. El grueso fajo de billetes que entregaron los visitantes fue suficiente para que los guardianes del camposanto se echaran a un lado y les permitieran el paso.
El gentío avanzó en silencio a través del cementerio, recorriendo el camino iluminado por infinidad de velas negras que ofrecían un siniestro resplandor en el lugar, arrojando más sombras que luces.
Caminaron lentamente junto a la inmensa cantidad de tumbas abiertas. Contemplaron los huecos oscuros que hasta ese momento habían sido el descanso de los muertos. Cruzaron por entre los cadáveres sentados en las sillas y tomaron asiento junto a ellos. Si los cuerpos putrefactos despedían un olor nauseabundo e irrespirable nadie pareció quejarse de ello. Sus rostros pasaban inadvertidos, ocultos bajo las máscaras rojizas y demoníacas.
Más de cuarenta personas se personaron en el cementerio. Eran tantas que muchas debieron permanecer en pie.
En algún momento, la luz de las velas comenzó a temblar y amenazó con apagarse de improvisto y entonces, de las sombras oscuras, procedentes de los rincones más sombríos del cementerio, emergieron, como fantasmas errantes, infinidad de siluetas cubiertas por túnicas rojas. Caminaban lentamente, con las cabezas cubiertas por capuchas. Rodearon la mesa donde se encontraba el cuerpo de Alba, que comenzó a agitarse, librándose poco a poco de la sustancia tóxica que había invadido su cuerpo.
Las personas que había bajo las túnicas rojas comenzaron a entonar un extraño cántico que poco a poco fue coreado por la infinidad de visitantes que había llegado al cementerio. Bajo aquellas máscaras demoníacas, miles de voces se alzaron y el sonido homogéneo creó una cacofonía verdaderamente espeluznante. Quizá en el momento más álgido, Alba abrió los ojos y sintió pavor ante los ojos siniestros y misteriosos que la observaban a través de los pequeños agujeros de las capuchas rojas. Trató de ponerse de pie y lanzó un alarido de horror cuando sus ojos descubrieron la cabeza de uno de los niños entre sus muslos, observándola a través de unos ojos vidriosos e inertes. Agitó su cuerpo pero férreas manos de gruesos dedos la sujetaron a la mesa sin que el cántico se apagara.
Había excitación entre los asistentes, a través de sus máscaras, podía intuirse el brillo de codicia en sus ojos, la mirada perversa e irritante de aquellas personas que un año más celebraban a su modo el día de Navidad.
Una daga ceremonial se alzó sobre el cuerpo de Alba, que se agitaba incesantemente y no cesaba de proferir alaridos terribles. La afilada hoja bailó entre las sombras, iluminada por la luz temblorosa que ofrecía las velas. El cántico cesó de inmediato. Tanto los hombres de las túnicas rojas como los visitantes guardaron un silencio absoluto y ominoso. Una voz gutural, procedente de alguna de aquellas personas que se encontraban junto a Alba rompió el silencio hostil que los había abrigado.
-¡Satán, recibe el alma pura de esta joven que te entregamos en honor a ti, Dueño y Señor de todos nosotros!
La daga se precipitó inexorablemente hacia el abismo y atravesó el pecho de Alba, desgarrando su interior con violencia. Un agudo quejido brotó de la garganta de la chica y su boca se llenó de sangre. La mano que aferraba la daga la movió destrozando sus entrañas y bajó con ella hasta su vientre, abriéndola en canal. La muchedumbre lanzó una exclamación de júbilo y los cánticos volvieron a irrumpir, esta vez en un idioma extraño, quizá una lengua muerta.
El cuerpo de Alba dejó de moverse y la sangre brotó de la herida abierta. La daga se alzó de nuevo y cayó al suelo, produciendo un ruido estrepitoso. Al mismo tiempo, la figura grotesca y deformada de un hombre vestido de negro irrumpió en el cementerio. Sus pasos resonaron en el cemento del camino y mucho de los presentes se giraron esperanzados, deseando que Satán hubiera acudido por fin a su llamada.
La figura camina encorvada. No lleva el rostro cubierto pero no importa, es irreconocible. Le faltan algunas partes de la cara. A modo de boca tiene un agujero muy grande que le atraviesa toda la cabeza. Es el hueco que ha dejado el paso de la bala al dispararse, saliendo por detrás del cuero cabelludo. La mirada de Arturo es perversa, incluso uno de sus ojos se ha corrido hacia la derecha y los dos ojos se encuentran demasiado juntos para resultar una visión agradable. Ha perdido la nariz y mantiene su rostro convertido en una arruga macabra que hace imposible la visión de aquella persona sin sentir repulsión.
Arturo se coloca junto al altar. Esperaba encontrarse con Satán en aquél paraje, como había sido lo acordado pero El no aparece por ninguna parte, en su lugar, un grupo de estúpidos perturbados reza anhelando la llegada del Maligno.
Matt siente una presencia en la habitación
Continúa escribiendo, tal vez sea fruto de su imaginación
Arturo observa la escena con la convicción de que todo su esfuerzo, el sacrificio que ha provocado, la cruel matanza realizada, no ha dado el fruto deseado. Se siente estafado, siente odio y maldice a todos aquellos cobardes que mantienen sus rostros ocultos para preservar sus identidades y gozar de la libertad que les confiere su vida mundana. Exigen la presencia del Diablo, piden su manifestación.
Ahora, Matt escucha un ruido a su espalda
Hay alguien junto a él.
Se gira sobresaltado
¡Ahí está!
Un ser de gran estatura y fuerte como un roble, con la piel rojiza y la profundidad de unos ojos grandes y negros, le observa con una expresión demoníaca. Sobre la frente, saliendo de las pobladas cejas, surgen dos protuberancias, dos cuernos enormes que casi llegan hasta el techo. Matt siente pavor ante la presencia del Diablo y no puede evitar sobrecogerse cuando la criatura utiliza el rabo para espantar la numerosa cantidad de moscas que tratan de posarse sobre la piel muerta del Diablo.
-Amigo Matt, ¿Era necesario lo de los niños?
-¿Qué?
-Matarlos digo. ¿Crees que eso es lo que me gusta?
-Yo…
-Y abrir en canal a la pobre chica… ¿También era necesario?
-Pensé que…
-Tú siempre piensas, Matt, siempre piensas pero nunca reflexionas. ¿Te ha parecido un cuento divertido? Es malo, asqueroso y repugnante, amigo, ¿Por qué has sacado a los muertos de sus tumbas? ¿Tienes algún problema en tu cabeza, viejo Matt?
El escritor permanece en silencio, con las palabras colapsando su garganta, convertidas en un nudo que no permite pasar ni la saliva.
-¿A qué causa se debe que Arturo cometa una matanza antes de decidirse por pegarse un tiro?
-Creí que…
-¿Que eso es lo que me gustaba? ¿Es lo que pensabas, Matt? Y en un alarde infinito de imaginación luego vas y sacas a Arturo para que presencie la ceremonia, ¿Se trata de eso, Matt, de complacer al Diablo?
Matt se queda petrificado contemplando la horrible figura del Diablo. Tiene el rostro cubierto de gigantescas moscas y de los orificios de su gruesa nariz asoman gusanos blancos que se mueven grotescamente.
-Pensé que cosas así son las que a ti te agradarían, las que te gustaría que la gente hiciera para complacer tus deseos, necesidades y ambiciones.
El demonio observa al escritor que tiembla como un flan y profiere una hilarante carcajada que resuena en la habitación con la misma potencia que lo haría la más violenta de las tormentas.
-Me honra tu esfuerzo pero deberías aprender que las cosas son mucho más sencillas. Tú, como mucha gente, tienes la creencia de que las cosas más horribles, los hechos más lúgubres y depravados me rinden pleitesía y que gozo con la maldad que propaga el ser humano. No negaré que estas cosas me divierten, y mucho, pero no son necesarias.
-Yo…
-Tú no sabes absolutamente nada, Matt. ¿Sabes para mí qué es suficiente para sentirme honrado, dichoso y amado? ¿Tienes idea de qué es lo que realmente me satisface?
-No.-murmura el escritor bastante perplejo y traga saliva, eludiendo la severa mirada que expresan los ojos del Diablo.
-En realidad es bastante sencillo. Me basta con el tiempo que tus lectores han dedicado a pensar en mí durante la lectura de este relato…
El Diablo calla. Mira al escritor y sus gruesos labios rojos esbozan una cruel sonrisa, después, su voz desagradable y potente irrumpe de nuevo, rompiendo el silencio opresivo que ha abrigado la habitación.
-Pero por si pensaras que no es suficiente… ¡CONDENO TU ALMA AL SUFRIMIENTO DEL INFIERNO!
Y tras estas palabras, el Diablo abre la boca hasta límites inimaginables y un vomito cubierto de gusanos y culebras cae sobre el escritor, abrasándolo sin piedad mientras su garganta, rota por el miedo y el dolor, emite un alarido desgarrador que resulta más que oportuno para dar por finalizado el extraño relato del viejo, cansado y solitario escritor.
1 comentario:
Gracias muy especiales a CARLOS RODON MONDET, autor de la ilustración que acompaña este relato.
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