Fue sencillo acceder a su mundo. Me lo puso bastante fácil. El incauto
trepó por la verja del cementerio y en un salto se encontró entre las tumbas,
mientras la fina lluvia escapaba de un cielo cubierto por un manto oscuro de
nubes grises. Estaba asustado y sin embargo el muchacho, de apenas quince años, se encontraba decidido a realizar
el experimento.
Bajo el brazo llevaba una bolsa en cuyo interior ocultaba un Tablero de
Ouija, en una bolsa guardaba un grabador, un paquete de cigarrillos, una
libreta y una pequeña linterna. Quería grabar las voces de los muertos,
contactar con los espíritus y acceder al Más Allá. Ignora el muchacho que los
muertos dejan de hablar en el mismo momento en el que pierden la vida. No sabe
que los espíritus no existen, que el peso de la nada emerge como un monstruo
para llevarse los recuerdos de los vivos y reducirlos a sombras errantes que se
evaporan como el agua de un radiador.
Ahora bien, se le va a permitir que contacte con el Más Allá porque aquí nos
encontramos nosotros y estamos ansiosos por atraparlo.
Busca un lugar que le agrada, entre dos tumbas, bajo un pequeño
tejadillo, frente a los nichos. Abre la bolsa y deja la Ouija en el suelo.
Tiene un vaso que coloca en el centro del tablero. Saca el grabador. Comprueba
la cinta, las pilas y se presenta.
Se llama José e invita a los muertos a dejar su voz grabada. No lo harán,
porque los muertos no tienen ningún poder, ya no existen. Ha pulsado el botón rojo. La
cinta comienza la grabación. Sólo se registrarán ruidos que alguien algún día
escuchará. Cualquier sonido, el ladrido de un perro, el llanto lejano de un
bebé, la bocina de un coche, un trueno o la propia respiración del muchacho
será interpretado como la voz gutural de los muertos. Se equivocan Los muertos ya
no pueden hablar.
Coloca el dedo en el vaso. Hace preguntas absurdas, quiere que los
espíritus de personajes famosos respondan a sus interrogantes. No hay famosos
al otro lado, ni familiares ni amigos
salvo un inquietante silencio. El vaso no se mueve. Aquí sólo estamos nosotros.
Se produce un ruido en la oscuridad, más allá de las viejas tumbas. El
muchacho siente un escalofrío y se levanta asustado. Escruta las sombras y
apenas divisa una masa oscura que se arrastra por el suelo, con lentitud.
Después, aterrorizado, ve dos puntos brillantes que lo observan tras las
lápidas. Es un viejo gato negro pero él lo interpreta como una presencia
fantasmal provocada por sus burdos experimentos. ¡Ha logrado comunicarse con el
Más Allá!
Es en ese preciso momento, su
mente está alterada y receptiva, cuando nosotros tenemos acceso y entramos. Somos
varios y no tenemos piedad.
Penetramos en su interior, como una bocanada de aire y bajamos por su garganta
hasta expandirnos por las entrañas del incauto.
El joven sufre una arcada y vomita pero nosotros seguimos dentro, ya no
saldremos.
Se encuentra mal, siente mareos y vomita de nuevo. Su estómago le arde,
le duelen los brazos, sus piernas tiemblan y apenas se sostiene en pie. Quiere
marcharse de allí. Deja el grabador y la Ouija y huye despavorido del
cementerio. Se aleja por el camino sin mirar atrás. Nosotros lo acompañamos.
Le lloran los ojos, se inclina en el suelo, la sangre le sale por la boca
tras cada arcada. Teme no llegar hasta su casa, donde creerá estar a salvo. Ya
nadie puede hacer nada por él, se encuentra bajo nuestro control y no
cederemos.
El chico clava sus rodillas en el suelo y grita pidiendo auxilio. Su voz
apenas es audible y en su lugar emerge un sonido atroz que es nuestro aliento.
El chico nada es. Nos ha invitado a entrar y estamos en su interior. No
sobrevivirá.
Varias personas se asoman a las ventanas y ven al joven retorciéndose en
la calle y ahogándose en sus propios vómitos. Sus rostros pegados al cristal de
los ventanales se muestran secos y temerosos. Ellos saben lo que está pasando.
Conocen de nuestra existencia. Nada harán salvo bajar las persianas y
refugiarse en la tranquilidad de sus hogares. Nos tienen miedo.
Una vez más, habitamos un cuerpo hasta consumirlo. Cuando su vida se
extinga nosotros regresaremos a la oscuridad, donde aguardaremos el momento
oportuno en el que un nuevo incauto decida jugar con lo prohibido.
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