Daniel entra en mitad de la noche. La oscuridad lo
abraza con la frialdad que imprime el
temor y enciende la linterna mientras sus compañeros esperan en el exterior. Esto
es una locura propia de unos chicos de
su edad, pero cuando las apuestas se pierden, hay que pagarlas. Por eso se
encuentra allí, entrando en la vieja casa abandonada donde, según algunos, los
fantasmas y espíritus caminan a sus
anchas cuando cae la noche, como en este preciso momento.
Tiene miedo. Escucha las risas de
sus amigos que lo esperan en el jardín pero eso no suaviza la incómoda
sensación que lo abriga desde el mismo instante en que ha puesto el pie dentro
de este misterioso lugar. Está dentro de la casa embrujada, aquélla que
dicen que está maldita. Y se encuentra sólo.
Su corazón galopa en el interior de su pecho. Puede escucharlo como un
susurro de extrañas voces que le aconsejan no seguir avanzando. Daniel hace
caso omiso y sigue caminando. Tiene que cruzar toda la casa, subir a la planta
de arriba, asomarse por las ventanas para saludar a sus amigos y después bajar
de nuevo para salir por la puerta trasera. Toda una proeza, una aventura que
nadie, en toda la población, ha realizado jamás porque la entrada a este lugar
es algo prohibido.
Algunos dicen que la casa está embrujada porque por las noches se
escuchan ruidos extraños.
Hay quien ha visto figuras oscuras asomadas a las ventanas, mirando hacia
el exterior.
Otros cuentan que aquí, dentro de esta casa, se cometieron terribles asesinatos.
Los más viejos del lugar impiden que los jóvenes se acerquen pues quien
cometa semejante estupidez no podrá
salir jamás, quedando atrapando en su interior para toda la eternidad.
Daniel y sus amigos conocen todas estas historias,
pero no se las creen. Respetan la casa
porque es grande y siniestra, porque está abandonada y rodeada de árboles altos
y arrogantes, porque han escuchado los viejos cuentos desde que eran niños.
No han hecho caso de las advertencias. Daniel está dentro de la casa. Los más listos se
han quedado fuera.
Daniel recorre con la luz de su linterna el interior de la casa. Barre la
oscuridad y camina. No escucha nada. Huele mal. A cerrado. A humedad.
Cuando su linterna se apaga repentinamente lanza un grito a causa del
susto que se ha llevado y después se ríe. Es absurdo tener miedo de los
fantasmas. No existen. Todo lo que se cuenta de la casa son cuentos y leyendas
de locos y supersticiosos.
La luz de la luna penetra por la ventana del salón. Le permite ver de
manera parcial y sube las escaleras que
conducen a la parte superior. Todo esto es una tontería, una estupidez de
críos. Se asomará por la ventana y saludará a sus amigos, después bajará.
Saldrá. Y no volverá más. Será un héroe.
Llega hasta arriba. Abre una de las ventanas. Inclina su cuerpo y levanta el brazo
para demostrar a sus compañeros que el reto está realizado.
Están ahí. Sí. Tumbados en el
suelo. Inmóviles. Varias figuras marmóreas se agachan sobre ellos y los
recogen. Tiran de los cuerpos. Se dirigen hacia la casa.
Daniel mira aterrado la
escena. Cree que sus amigos están muertos por las expresiones
espantosas que mantienen sus rostros. Una de las figuras levanta la cabeza y lo
observa a través de unos ojos cubiertos por brasas, unas brasas que quizá
reflejan las profundidades del infierno.
Daniel se echa a un lado totalmente aturdido mientras escucha cómo la
puerta de la casa se abre. Las figuras están entrando. Llevan los cadáveres de sus amigos como fardos de patatas podridas.
. Daniel gime y llora, está aterrado.
Nunca debió entrar en la casa.
Sabe que jamás saldrá de ella.
2 comentarios:
Estremecedor. Un saludo.
La verdad es que está muy bueno, Rain.
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