Raúl siguió todos los pasos. Lo había leído en Internet, en una de esas
páginas de misterios. Por esa razón se encontraba en su cuarto completamente a
oscuras y desnudo. Encendió una vela y por un instante las sombras se echaron hacia
atrás. Después, se agitaron alrededor de la llama, que temblaba caprichosa,
formando rostros horribles y demoníacos; pasaron desapercibidos para Raúl.
El objetivo era claro: conocer el día de su muerte.
Se decía, tal y como aseguraban los foros en la red, que si al dar las doce de la noche te
encontrabas desnudo delante de un espejo, solamente iluminado por la luz de una
vela, verás la imagen del día de tu entierro. Raúl estaba allí para comprobar
si todo aquello era cierto.
Tenía miedo. Había otros rumores, otras historias que le ponían los pelos
de punta.
Había leído el artículo de un experto donde aseguraba que con este ritual lo que aparecía
en el espejo era el rostro del diablo, que te observaba con atención mientras
te robaba el alma.
Otros, sin embargo, explicaban que el espejo se convertía en una puerta a
través de la cual podrían colarse entidades malévolas.
Y algunos decían que muchas
personas que habían seguido este ritual desaparecían de manera inexplicable. Y
jamás se supo de ellos.
Raúl no quería creer en estas cosas y aún así, necesitaba comprobar por
sí mismo si era realidad o superchería. Y ahí estaba, aterido por el frío y
contemplando su silueta reflejada en el espejo. Parecía un fantasma rodeado de
sombras, un espectro cubierto por el manto oscuro que se arremolinaba a su
alrededor. Gracias a la tenue luz de la vela, se sentía protegido.
Pero las cosas no salieron bien.
Raúl notó que su rostro era acariciado por una fría corriente de aire.
Sintió un estremecimiento y su corazón dio un vuelco cuando creyó que los
espíritus le habían acariciado la piel. Después se relajó…
…hasta que la vela se apagó, como si alguien invisible hubiera dado un
soplido.
Lanzó un grito al verse sumido en la oscuridad. Estuvo
tentado de salir corriendo de la habitación pero notó que sus piernas no le
obedecían. Entonces vio un brillo en el espejo. Una luz que brotaba de su
interior.
En lugar de su reflejo en el espejo advirtió la figura de una joven que estaba sentada.
Vestía un camisón blanco y tenía la cabeza agachada por lo que no podía
apreciar su rostro. Sus brazos eran blancos como la nieve pero sus manos…, sus
manos estaban cubiertas de sangre. Sus dedos goteaban el líquido rojo y en ese mismo momento el espectro comenzó a
levantar la cabeza.
Raúl quiso huir. Escapar del horror. No pudo moverse ni un milímetro.
¡Estaba atrapado!
El rostro marmóreo de aquella joven sonreía mientras lo miraba a través
de unos ojos carentes de vida. Raúl lanzó un alarido desgarrador cuando la
figura levantó los brazos para atraparlo.
Aquellas manos manchadas de sangre lo agarraron por los hombros y tiraron
de él, hacia el interior del espejo.
Raúl desapareció para siempre y en su lugar, sentada en la cama, se
encontraba la figura que había surgido del interior del espejo.
La puerta de la habitación se abrió de improviso y bajo el umbral
apareció la madre de Raúl que al ver la fantasmal figura lanzó un grito desgarrador.
El espectro sonrió y se abalanzó sobre
la mujer para lanzarla hacia el espejo, a través del cual desapareció.
Después, la figura comenzó a caminar y salió de la habitación con los
brazos pegados al cuerpo y arrastrando los pies. Tras ella dejó rastros de un
olor putrefacto y las gotas de sangre que caían al resbalar de entre sus dedos.
La puerta de la habitación se cerró con un golpe violento y el espejo
estalló en mil pedazos.
Ahora, el Mal ya no puede regresar a su lugar de origen y camina con
absoluta libertad entre todos nosotros.
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