¡MONSTRUOS!


La Policía no tardará en acudir al lugar de los hechos. Los vecinos han dado la voz de alarma. Se asomaron cuando golpeé con el hacha la puerta y entendí que si quería acabar con los monstruos debía darme prisa. No disponía de mucho tiempo.

La puerta quedó hecha añicos en cuestión de segundos, después entré en el piso.

Solté el hacha y aferré con fuerza la pistola. Estaba decidido a llevar a cabo lo que tenía pensado y no dudé cuando escuché un gemido en una de las habitaciones. Abrí la puerta de una patada y allí estaba uno de los monstruos, la mujer.

Iba vestida con unos pantalones vaqueros y un jersey rojo, tenía el rostro desencajado y las lágrimas bajaban en cascada por su rostro. Gemía y suplicaba, temblaba. Me acerqué y sin demorar más la espera apoyé el cañón en su cabeza y apreté el gatillo.

El disparo reventó su cabeza y provocó gritos de desconcierto entre los vecinos. Debía darme prisa, ya se escuchaban en el exterior  las sirenas de la Policía.

Dejé el cuerpo de la mujer allí tirado, en una pose grotesca y completamente irreconocible. Busqué al hombre, que sabía que estaba en algún punto de la casa, escondido como un cobarde. Podía escuchar sus gemidos.

Abrí una puerta. Un dormitorio vacío. Aún así miré debajo de la cama y en el interior de los armarios, lugares donde se esconden los monstruos.

Salí de allí con el temor de que no me diera tiempo de terminar la misión. Ya escuchaba alboroto en el portal y las sirenas de la Policía se encontraban demasiado cerca. Apenas tenía unos minutos, tal vez segundos.

De una patada abrí otra puerta y allí estaba el animal, en mitad del cuarto de baño. Temblaba como un pobre desgraciado. Al verme balbuceó algunas palabras y levantó las manos, en señal de rendición.

Escuché pasos por las escaleras, voces de alarma y gritos autoritarios. ¡Ya estaban aquí!

Miré al hombre y su rostro se encontraba enrojecido. Vi en los ojos su miedo y me sentí orgulloso de mí mismo. Después apreté el gatillo varias veces.

Irrumpieron en la casa

Yo miré la puerta de acero que había al fondo del pasillo y me dirigí allí. Voces agresivas sonaron a mi espalda. No me detuve, tampoco me giré. Quería llegar al final de mi destino. Y entonces escuché el sonido, como el rugido de un demonio. Después, como una picadura en mitad de la espalda, sentí el impacto. La bala atravesó  la piel y se introdujo en mitad de la espina dorsal. El dolor fue tan grande que se me doblaron las rodillas y las lágrimas brotaron por mis ojos.

Otro disparo sonó y sentí el mordisco del acero al atravesar mi cabeza. Me sumergí en la oscuridad y mi última mirada se dirigió hacia  esa puerta de acero que se encontraba cerrada frente a mí.  He fracasado en mi tentativa aunque me llevo el mérito de haber acabado con  los monstruos.  Sin embargo…,  nadie comprenderá nada.

 

Los vecinos que se agolpaban en la puerta fueron retirados mediante empujones por varios agentes uniformados. La Policía encontró los cuerpos de la pareja que vivía en aquél piso. El autor de los hechos, que yacía en mitad del pasillo aún con el arma en la mano, será considerado un loco. Los vecinos hablarán de  él, dirán que era un hombre extraño y reservado pero que nunca había dado problemas. Manifestarán su horror ante la tragedia y los medios de comunicación, en un alarde de morboso espectáculo, destacarán sus oscuras aficiones con la idea de definir su personalidad y encontrar el motivo que lo impulsó a cometer los crímenes.

De la pareja asesinada sólo se dirá que eran personas muy amables y simpáticas, que eran buenos vecinos, un matrimonio ejemplar que pagaba las cuotas de la comunidad religiosamente.

Ninguno de esos vecinos hablará de los ruidos extraños que sonaban cada noche en el hogar del matrimonio asesinado ni de los gritos de dolor que brotaban de su interior.  No contarán las veces que vieron entrar mujeres a ese domicilio, mujeres que nunca nadie vio salir ni explicarán las excursiones nocturnas del matrimonio, portando grandes y pesadas bolsas de basura que introducían en el maletero de su coche.  Nadie destacará el nauseabundo olor que a menudo emanaba del interior de la casa. Todos guardarán silencio porque aún viven asustados.

Por extraño que parezca, y a pesar de suponer  un horror inquietante, la Policía nunca dirá qué había al otro lado de la puerta de acero ni la dantesca escena que los agentes encontraron en el interior de aquella horrenda habitación  y que quizá podría explicar la razón por la que un valiente quiso acabar con los monstruos.

Todo quedará sepultado en el más escandaloso de los silencios e incluso,  con el tiempo, quedará relegada al olvido la lluviosa mañana de Abril en la que, aparentemente, un hombre perdió la cabeza y decidió acabar con la vida de un matrimonio ejemplar.
 
 

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