RUIDOS AMBIENTALES

Estaba convencido de que podía obtener resultados satisfactorios y ni corto ni perezoso saltó el muro que servía de pequeña frontera y se introdujo en el cementerio. Tan pronto como sus pies tocaron el suelo, se vio sumido en un mundo oscuro y huraño. Joseba tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido repentinamente en aquél lúgubre lugar.

Miró a su alrededor y se sorprendió al respirar la calma que desprendía el escenario. Cubrió con su vista las blancas lápidas que destacaban en la oscuridad y sintió un frío intenso que le hizo estremecer. La sangre le bombeaba el cerebro y los nervios atenazaban sus músculos. Eludió prestar atención a las sombras que parecían moverse más allá de su imaginación. Disfrutó con aquella sensación. Solamente por eso merecía la pena perturbar el descanso de los muertos. Únicamente por eso merecía la pena dedicarse a la investigación.

No era para menos, Joseba es un intrépido buscador de misterios. Durante muchos años, había dedicado su vida a investigar temas tan complejos e interesantes como los OVNIs o las apariciones fantasmales, siendo éstas últimas de un interés considerable para él, quizá porque cuando era niño vio algo a los pies de su cama que lo aterrorizó. Durante años ha malgastado su tiempo y dinero en busca de respuestas, pero esas respuestas nunca terminaron por llegar, tal vez porque no existen o quizá porque las preguntas formuladas no son las adecuadas.

Pese a todo, él no había perdido dos de los valores más importantes que deben concentrarse en un investigador: la esperanza y la ilusión. Por eso, esta noche, como un quinceañero inexperto, ha entrado furtivamente en el cementerio, como tantas otras veces. Lleva una linterna y un grabador de mano. Su objetivo es bastante sencillo: Realizar una experiencia para capturar en la cinta las voces de los muertos.

Observa en silencio el cielo estrellado y busca la luna pero no la encuentra por ninguna parte. Centra su atención en la superficie de las blancas lápidas y recorre el cementerio con un paso lento. Saborea la esencia del misterio que cala sus huesos y le hace sentirse importante. No teme que de la tierra salgan las manos abiertas de los muertos que tiran de su pantalón ni se preocupa por la repentina irrupción fosforescente de vagas siluetas humanas que emergen tras las tumbas. Sabe que esas cosas no suceden más allá de la exaltada imaginación de los que tienen miedo. Es evidente que él controla la situación, para eso lleva años investigando el mundo de lo paranormal, es un gran experto del misterio y enarbola las riendas del experimento.

Un cementerio silencioso habitado por cuerpos muertos es una forma algo abrupta de levantar el trasero de la mesa del despacho, pero así están las cosas. Joseba camina examinando el escenario. La adrenalina alimenta su cerebro. Es consciente de que las cosas saldrán como él las tiene preparadas, otra cosa es que los muertos, hoy, esta noche, permitan que sus voces impregnen la cinta magnética.

A Joseba no le importa si su experimento inquieta el descanso de los muertos, no le preocupa porque jamás se ha planteado que su coqueteo infantil con el Más Allá pueda incomodar a los que cruzaron el umbral, en realidad le trae sin cuidado. Y allí está, llevándose un cigarro a los labios. Después tira la colilla y no le preocupa dónde ha caído. Escoge la zona más oscura del cementerio y le da la espalda al único ciprés que hay en el cementerio; se agacha sobre una tumba sin mirar el nombre del difunto, ya hemos dicho que esas cosas no le importan. Coloca el grabador sobre la lápida. Aguarda unos segundos asegurándose de la privacidad del lugar y después inicia la grabación.

Es un buen profesional, sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Le habla a las voces, se presenta, es educado pero oculta una sola ambición: Conseguir resultados positivos.

Hace preguntas a las voces. En realidad no sabe si el origen reside en los propios muertos, pero se encuentra en el cementerio y no en otro sitio. Espera salir airoso de esta experiencia. Advierte a las voces invisibles que regresará al cabo de cuarenta minutos y que disponen de ese tiempo para hablar todo lo que deseen. Se les brinda la oportunidad de comunicarse y Joseba mantiene la confianza. Podía haberlo hecho de otra manera, mucho más directa y rigurosa, pero ha preferido usar este método.

Cincuenta minutos después, Joseba vuelve a saltar el muro del cementerio y con el corazón latiendo a ritmo acelerado, recoge el grabador con la extraña sensación de que la oscuridad del cementerio es ahora más espesa que en su primera visita.

Regresa a su casa esperanzado. Tal vez en uno de los bolsillos de su chaleco lleva una “prueba” paranormal. Está nervioso, inquieto, pero no por dejar atrás las blancas lápidas que lo observaban desde el silencio angustioso de la muerte sino por la satisfacción que supone haber realizado un experimento en el interior del cementerio. Disfrutará contándoselo a sus amigos, que quizá aplaudan su coraje.

Ya en casa decide abrir la nevera y coger una cerveza bien fría. Un poco de jamón y queso se convierten en su improvisada cena, y es que la investigación es un trabajo que requiere un gran esfuerzo y sacrificio.

Se va a la cama, está cansado. Al día siguiente escuchará la grabación.

Es lo primero que hace al levantarse. Escucha el fragmento que ha grabado en el cementerio. La labor es tediosa pero finalmente el investigador descubre que la cinta contiene algo escalofriante.

Joseba se estremece al oír unos golpes que él interpreta como pasos fantasmales; oye golpes y de repente escucha un alarido espeluznante, femenino, seguido de unas risas burlonas y unas palabras de varón que Joseba no puede interpretar. Después oye el gemido de una mujer y una frase expresada por una voz angustiosa: “No me mates, por favor, no me mates”. Tras estas palabras, suenan varios golpes, una especie de forcejeo, un pequeño gemido de mujer y una respiración varonil, profunda y excitada. Después el silencio más sobrecogedor.

Tras el impacto emocional, Joseba se levanta nervioso y vuelca la grabación en su ordenador. Vuelve a escuchar el escalofriante mensaje y comprueba que sus impresiones son correctas: Pasos, golpes, un grito desgarrador, risas, palabras indescifrables, un gemido y la terrible frase de “No me mates, por favor, no me mates” seguida de nuevos golpes, otro gemido y una respiración acelerada.

Con su corazón galopando a un ritmo vertiginoso, con la emoción vistiendo su excitado cuerpo, salta de alegría. ¡Por fin! Los esfuerzos de años de intensa y paciente investigación hoy se han visto recompensados. Emocionado por tener en su poder un documento sonoro excepcional, que a buen seguro causará estupor en la comunidad del Misterio, Joseba se lo enseñará a sus amistades y distribuirá la grabación por la red.

Tendrá unos días de gloria y su nombre sonará en el mundillo, a ser posible más que la propia psicofonía. Los amantes de los enigmas recibirán la grabación con los brazos abiertos y todos gozarán de ese grito desgarrador, de esas risas burlonas, de ese gemido de mujer y, sobre todo, de la voz angustiosa que dice “No me mates, por favor, no me mates” que se oye a la perfección.

Joseba va a ser el protagonista de la noticia, algo que lleva esperando desde hace mucho tiempo. Su documento se distribuirá en diferentes programas de radio, hasta la saciedad y algunas publicaciones ofrecerán toda la información que Joseba pueda ofrecerles. Regresará al cementerio, varias noches en un futuro, en busca de nuevas voces pero los resultados serán negativos. Otros como él, contagiados por la noticia, también lo intentarán, pero ninguno de ellos volverá a recoger con sus grabaciones lo que Joseba consiguió aquella noche.

Nadie sabrá jamás si aquella voz de mujer, terrible y cargada de angustia, procede de los muertos o de otra realidad desconocida. A nadie le preocupa el por qué se ha grabado ese mensaje, lo importante es el contenido y como tal se distribuirá por la red y se usará como base para impartir conferencias.

Joseba ha conseguido su efímero sueño.

Pero de toda esta historia, hay algo que Joseba ignora y es lo que ocurrió cuando él dejó la cinta sobre la tumba y decidió salir del cementerio.

En la tranquilidad del cementerio, perturbada solamente por el pequeño e inapreciable sonido de la grabadora, una persona irrumpe forzando la puerta. Un hombre de tamaño descomunal y completamente borracho, agarra con fuerza a una mujer. Tiene las muñecas unidas por una correa de plástico que ha ocasionado unas profundas heridas de las que comienza a manar sangre. La boca la lleva tapada con una cinta adhesiva. Está aterrada.

La mujer tropieza y cae al suelo. El hombre masculla un improperio y la arrastra pasando entre las tumbas, hasta encontrar la zona más oscura del cementerio. Allí la deja tumbada en el suelo y la observa satisfecho y orgulloso, igual que un cazador frente a su presa. Los ojos de la mujer lo observan aterrados, las lágrimas que los cubren no le impiden descubrir el final que está a punto de producirse.

El hombre le da una patada que provoca un gemido de dolor, después le arranca la cinta adhesiva y ella profiere un alarido. La mujer intenta zafarse de su agresor pero ha colocado un afilado cuchillo en su garganta y le pincha con la suficiente fuera como para rasgar su piel. La sangre surge, sin rapidez. El hombre ríe y murmura algo pero la mujer no le entiende. Con un hilo de voz, tembloroso y cargado de miedo, le dice:

-“No me mates, por favor, no me mates”

El hombre hace una mueca con sus labios que podría interpretarse como una sonrisa malévola y comienza a rasgar la ropa de la desdichada, que solloza en silencio.

Las blancas tumbas son testigos de la brutal agresión a la que la mujer es sometida. Los golpes que recibe en el cuerpo le provocan ahogados quejidos de dolor, apenas perceptibles. El alto ciprés, mudo y arrogante, observa en silencio. Nada puede hacer.

El cuchillo desgarra el cuello de la mujer y esta vez la sangre brota a borbotones que se va introduciendo en las entrañas de la tierra La cabeza de la víctima se ladea hacia un lado y sus cristalinos ojos, prácticamente apagados, quedan abiertos y fijos contemplando el pequeño grabador que hay sobre una de las tumbas. Sus últimos momentos han sido grabados para la posteridad.

El asesino se asegura que su víctima ha muerto y entonces decide mantener una relación sexual. Está excitado. Se baja los pantalones y se agacha sobre la mujer, le da la vuelta, le agarra la cabeza y la penetra. Gime como un energúmeno hasta que llega al orgasmo.

Airoso se levanta y contempla con soberbia el cuerpo vejado de la mujer. En los siguientes minutos el asesino conduce el cuerpo hasta el maletero de su coche y después se cerciora de que no ha dejado restos en el lugar del crimen. Afortunadamente para Joseba, no ha visto el grabador.

El asesino se marcha relajado, satisfecho. Ha sido su tercera víctima y debe ocultar el cadáver.

Joseba volverá algún día al cementerio con la esperanza de registrar de nuevo las voces de los muertos, y tal vez tenga suerte. Quizá el asesino regrese con su cuarta víctima y sus caminos se encuentren una vez más.

Esta historia nos debe servir de lección y de ella tenemos algo que aprender. Nadie tiene por qué airear nuestros secretos, por lo tanto, mi consejo es que cuando vayas a la zona más oscura del cementerio para cometer alguna bendita atrocidad, junto a un viejo y alto ciprés…, asegúrate que sobre las tumbas nadie ha dejado un pequeño grabador encendido.