HELADO DE FRESA


Mi mamá me quiere mucho. Es la persona que me ha cuidado las últimas semanas aunque quiero expresar mi desconcierto porque no sé por qué me tiene encerrada en este húmedo y frío sótano. Una cadena me tiene presa de los tobillos, atada a la pared y apenas puedo moverme más allá de los dos o tres metros.
Mi mamá venía todos los días exactamente  a la misma hora y me contemplaba desde la distancia, con los ojos invadidos por las lágrimas. No se aproximaba, mantenía la distancia como si sintiera recelo de mí. Yo trataba de acercarme, quería refugiarme en sus brazos pero entonces la cadena tiraba de mí y me hacía daño.
Sé que mi madre me hablaba pero no entendía qué quería decirme. Era como si lo hiciera en  otro idioma y yo tampoco podía expresarme, como si tuviera en la garganta una pelota de papel que me raspaba y me dañaba. Solo podía pronunciar pequeños gruñidos, sonidos guturales que para mi madre no significaban nada pero para mí lo eran todo: Tenía un hambre atroz y quería comer, solamente eso, necesitaba  comer.
Y un buen día mi madre dejó de venir. Me he pasado horas enteras mirando hacia las escaleras, con la esperanza de verla aparecer pero los días transcurren con una velocidad pasmosa o quizá con una lentitud parsimoniosa, no lo sé, y ella, mi mami, no viene a visitarme. La echo de menos.
He intentado llamarla a gritos pero la pelota de papel sigue en mi garganta y la sensación de opresiva soledad nubla mi razón de tal modo  que prácticamente me ha dejado petrificada en este odioso lugar. Anhelo encontrarme de nuevo con mi mamá, no me importa que no se acerque, me da igual que permanezca a una distancia prudencial, sin bajar del todo las escaleras, que llore todo lo que quiera, pero que venga a verme porque sentirla cerca me hace comprender que me quiere.
Algo pasó una terrible tarde de tormenta, algo horrible que obligó a mi mamá a encerrarme aquí. Caí enferma en el colegio, al mismo tiempo que muchos de mis compañeros de clase. Los recuerdos me van y me vienen, pero estoy segura que mi profesora gritó muy asustada cuando vio que todos los niños comenzamos a sentir un dolor agudo en el estómago. Primero fue una sensación extraña, como de mareo y un picor horrible en la nariz, seguido de un fuerte pitido en los oídos. Me viene a la cabeza que estábamos en el recreo, en el patio, porque llovía mucho pero antes de llover, el cielo estaba limpio, con un vivo color azul, muy precioso. Cuando estoy triste trato de recordar esa imagen aunque no me gustan los aviones que pasaron y mancharon el cielo con sus rayas blancas. La profesora nos los enseñó. Había nueve o diez y cruzaron varias veces, de un lado a otro. El cielo se volvió sucio, parecía enfermo. Se cubrió de nubes blancas que después fueron negras y ya empezó  a llover mucho, con tormenta incluida.
A los pocos minutos comenzó el picor en la nariz y también en los ojos que antes se me ha olvidado decirlo, y el ruido como de pito en los oídos. Dolor en el estómago y vómitos. Algunos tuvieron diarrea pero yo no.
Mi madre vino a recogerme y llevaba el miedo impreso en el rostro, no por mi situación sino por lo que estaba ocurriendo alrededor. Recuerdo que con la voz temblorosa me dijo algo parecido a “cierra los ojos y no mires”. Le hice caso, pero escuché gritos, coches que se chocaban, peleas entre personas, ruidos raros. Mi madre tiraba de mí y alguien la llamó:
-¡Deténgase o disparo!
O bien no lo escuchó o prefirió no hacerlo porque entonces sentí que tiraba mucho más de mí brazo hasta el punto  que temí que me lo iba a arrancar. “Corre cariño” me dijo…
Y corrí. Pensé que me llevaría hasta el coche y después a casa pero caminamos durante mucho tiempo. Nos parábamos unos instantes, no para recobrar aliento sino para escondernos. Me atreví a abrir los ojos y me asusté. Había hombres armados por todos lados. Vestían de uniforme, como había visto en las películas de guerra y hacían mucho ruido cuando sus botas negras golpeaban el asfalto. Disparaban a todos aquellos que como nosotras trataban de huir y, si podían, se llevaban a los niños como yo. 
Mi mami me protegió. Logró esconderme. Me agarró la mano y no me soltó ni un solo instante. Yo tampoco la quería soltar. Hoy la echo de menos y aún recuerdo, pero ya como algo muy lejano, el cálido tacto de su mano. Corrimos mucho, tanto que comenzó a dolerme cerca del corazón. Solo escuchaba disparos en la calle, gritos, lloros. Y entonces todo se volvió oscuro para mí.
Durante la oscuridad, escuchaba las palabras de aliento de mi madre. Sonaban muy lejos, como si la distancia entre ambas fuese cada vez mayor. Decía que no me muriera pero yo no quería morir. Me pidió que no me ocurriese a mí lo mismo que a los demás niños, que de hacerlo ellos me llevarían muy lejos y nunca más la volvería a ver. Creo que finalmente me ocurrió lo mismo, aquello que mi mamá temía y por eso me dejó aquí encerrada.
Solía sentarse en las escaleras y me miraba con el rostro salpicado  por una aguda tristeza. ¿Y sabes qué? Ella lloraba y me observaba. Decía que no me preocupara, que nunca me encontrarían y yo no sabía cómo indicarle que eso estaba muy bien pero que necesitaba comer pues tenía muchísima hambre.
La primera vez que se acercó, tal vez para acariciarme el pelo o para darme un pequeño beso, recuerdo que la mordí. No quise hacerlo pero me sentí obligada. Era como si dentro de mí algo maligno me guiara. Mis sentidos parecieron nublarse de dolor al sentir a mi mamá tan cerca y la imperiosa necesidad se adueñó de mí… hasta el horripilante punto que le clavé los dientes en el brazo y tiré con fuerza. Mi madre gritó horrorizada y se apartó de inmediato pero yo ya tenía un trozo de carne entre los dientes. Mastiqué y tragué. Y estaba muy rico.
Mi madre nunca más se volvió a acercar. Los últimos días llevaba el brazo vendado y parecía muy enferma. Sus ojos estaban hinchados, protegidos por unas bolsas enormes que nacían bajo ellos y su mirada parecía muy cansada. Aún así, supe que mi mamá me tenía miedo. No la culpo.
Sé que algo extraño sucedió en el colegio. No sé si los aviones que vimos desde el patio echaron algo para envenenarnos o fue simple casualidad  pero de algún modo los hombres uniformados lo sabían pues acudieron muy pronto, cuando mis compañeros y yo comenzamos a notar los cambios.
¿Sabes? Si pudieras verme te  daría asco. Y lo sé porque mis brazos y mis piernas son ahora  muy extraños. Están como podridos, parece que una costra negra, que huele muy mal, va cubriendo mi piel y quizá mi cara muestra la misma suerte. He notado que el pelo se me cae,  parecen trozos de cuerda vieja. Y huelo muy mal. 
Tal vez todo esto se me pase después de comer porque, lamento repetirlo mucho pero es así, tengo muchísima hambre y mi mamá no vendrá a visitarme. Si acudiera  alguien y me dejara probar aunque sea un poquito de su brazo… entonces quizá mi enfermedad se me pasara…
…estoy sola aquí y…
…tengo que intentar salir…

La niña, con la ropa ya roída y el cuerpo cubierto de moscas y gusanos que tratan de devorarla sin que apenas se percate de ello, tira con la poca fuerza que tiene de las cadenas que la mantienen sujeta y los eslabones se rompen con una facilidad inquietante. 
El rostro viejo y deforme de la pequeña parece iluminarse con una sensación de felicidad que trata de aflorar a través de sus ojos muertos. Se dirige hacia las escaleras, hoy ya de peldaños viejos y apolillados. Al subir por ellos ni siquiera escucha los lamentos de las propias escaleras que crujen bajo su peso. Tiene los oídos taponados por las larvas que tratan de salir de su interior.
Arriba del todo se detiene unos instantes. El hambre atroz que siente le impide aceptar los obstáculos y quiere golpear  la puerta con sus pequeños brazos. Apenas tiene fuerza suficiente para levantarlos pero al apoyarse en la madera, la puerta se abre.
Huele muy mal. Ella no se da cuenta de nada. Ha perdido ese sentido y el hedor que emana del interior de la casa es similar al que expulsa su cuerpo putrefacto.
Llega al comedor. Todo está muy desordenado. No sé detiene a mirar nada, sus ojos solamente buscan algo vivo que se mueva entre los enseres, algo de lo que alimentarse. Tiene una necesidad imperiosa de comer. Apenas tiene recuerdos. Han muerto. Muy poco después de que ella muriera tras el cambio.
Su madre yace inerte en el suelo de la cocina. Un disparo en la cabeza. El arma está junto al cadáver. Tal vez ha sido un suicidio pero no hay elementos suficientes como para poder asegurarlo. La niña no la reconoce. Solo es un cuerpo muerto,  distinto a ella,  porque no se mueve. Mejor así, pues no quiere compartir la comida que encuentre absolutamente con nadie.
Mira por la ventana, no puede ver más allá de una calle cubierta de coches abandonados y cadáveres vivientes caminando de un lado hacia otro. Gira sobre sus propios talones. Tiene las uñas de los pies negras y arrastra la cadena rota, atada aún a los tobillos.  Lleva los pies desnudos y al dirigirse  hacia la puerta principal  pisa cristales rotos y las heridas brotan bajo sus plantas. No sangra y no siente dolor.
Le cuesta mucho abrir la puerta pero finalmente lo hace y sale al exterior. Un hedor nauseabundo, un olor a muerte condenada, cubre la atmósfera. Un ominoso silencio se adueña de la ciudad. Tan solo se escucha  el arrastrar de pies muertos que van y vienen sin rumbo fijo.
La niña tiene la sensación de que hay seres vivos ocultos en algún lugar. El olor del miedo llega hasta ella y solamente tiene que ser paciente y saber buscar en el sitio indicado.
Camina sin una dirección determinada. Tal vez alguien asustado la vea como una persona frágil, pequeña y débil y decida terminar con su oscura existencia o quizá alguien apostado en el tejado de un alto edificio la esté apuntando con un rifle. Es posible que ese tirador decida apretar el gatillo y le vuele la cabeza pero ella no puede pensar en esas cosas…
…a su mente atrofiada e inerte solo le llega el sabor dulce del brazo de su mamá y anhela encontrarla. Sabe bien cómo convencerla para que comparta con ella algo tan maravilloso como la carne humana.
Deambula entre las calles. Cree distinguir una silueta en la lejanía. Algo se mueve. 
Se aproxima. Huele bien.
Alguien se ha metido en un edificio de color blanco con enormes ventanales. Ella lo ha visto y se apresura. No quiere perder la oportunidad.
Hay manchas de sangre en el suelo. La persona que se esconde está herida. La niña se agacha y pasea sus dedos pútridos sobre la sangre. Se los lleva a la boca y sonríe. Es un sabor agradable. Su mente se cubre de un recuerdo lejano, cuando su mamá la llevó a una heladería. Probó por primera vez  los helados de fresa y desde entonces se convirtieron en sus favoritos. Aquellas manchas rojas  a ella le saben exactamente igual.
Un hombre de media edad observa a la niña, asustado. Se encuentra sentado, con la espalda pegada a la pared. Está mal herido. Alguien le ha rajado el vientre y tiene parte de sus entrañas en el suelo. Las sujeta con la mano pero no puede con todas, que resbalan entre sus dedos, como serpientes escapando de su nido. Tiene mal aspecto. 
La pequeña mira al hombre. No quiere decir nada pero un gruñido aterrador sale de su garganta. Ve que ese hombre es un soldado. Reconoce sus botas negras y el uniforme. No lleva armas pero a su mente le llegan los sonidos de disparos pasados, el ruido de las botas caminando por las calles, los gritos de sus compañeros, las muertes, el llanto de su mamá…
La niña sonríe y se acerca poco a poco al hombre herido, que trata de huir arrastrándose por el suelo hasta que se detiene por completo. Ha muerto, posiblemente de miedo.
La pequeña mete sus manos en la herida  del hombre para hurgar en su interior y el calor la arropa durante unos pocos segundos. Aún así,  intuye que muertos no están tan ricos. Se da la vuelta y sale a la calle con las manos chorreando sangre. Sigue oliendo a miedo.
 Sabe que hay muchos vivos escondidos en la ciudad, ocultos y aterrorizados que huyen de los muertos vivientes. La niña  se arma de paciencia. 
Tarde o temprano encontrará a uno de ellos, no alberga duda alguna   y entonces será como comerse un frío  helado de fresa.




ACUERDO ENTRE ESPECIES


Estaba tendida en el suelo junto a una pesada puerta de acero, detrás  de la jaula. Despedía un hedor desagradable y James  sintió terribles ganas de vomitar pero  hizo acopio de valor y fingió no sentir nauseas. 

La tonalidad de su piel era grisácea, como la ceniza de un cigarrillo y tenía los brazos y las piernas tan delgados que se sorprendió cuando la criatura se incorporó y pudo  mantenerse en pie. Parecía tan frágil y débil que tal vez bastaba un suave soplido para hacerla caer al suelo. En cambio, su cabeza era de unas dimensiones enormes y en ella destacaban dos grandes ojos almendrados de color negro. Parecía increíble, sino imposible, que un cuello tan diminuto pudiera soportar el peso de semejante cabeza.  

La visión de la criatura resultaba siniestra e inquietante. No hacía ruido alguno pero permanecía inmóvil, con los ojos mirándolo fijamente y los brazos caídos, muy pegados al pequeño  cuerpo. ¿Cuánto podría medir? Poco más de un metro veinte, quizá incluso menos.

No había rastro de vello en su piel, carecía de cejas y de orejas, su nariz era tan diminuta que apenas resultaba  perceptible y su boca… su boca era una simple hendidura, como un pequeño trazo, una raya de apenas unos centímetros.

James colocó las manos sobre los barrotes de la jaula con cierta tensión. Al menor movimiento, si la criatura hacía un solo gesto, las apartaría inmediatamente para evitar el contacto. Aún recordaba cuando por un descuido sus cuerpos se habían rozado. Estaba frío como el hielo y ahora tenía una quemadura en el brazo, fruto del impacto. Miró a su compañero y lo vio tendido en el suelo. No podía entender cómo era posible que teniendo una inteligencia de otro mundo frente a ellos no se quedara como él fascinando, observándola, intentando capturar en sus retinas todos y cada uno de los detalles.

-Scott, ¿Estás dormido?
-No.-respondió su amigo.-Pero no quiero mirar esa cosa. Me da miedo.
-Es terrible, lo sé pero parece que él siente la misma curiosidad por  nosotros.
-¡Los cojones!.-levantó la voz Scott.-Ese monstruo…
-¿Qué crees que comerá?.-preguntó  James  completamente seducido por la presencia del ser.
-¿Estás de broma o se te ha ido la cabeza?
-¿Será vegetariano?
-¿Tú eres idiota?
-No tío, me parece muy interesante conocer todos los detalles. Tal vez coma moscas y cosas de esas, ¿No crees?
-¡Vamos tío!.-vociferó Scott haciendo aspavientos con las manos a la vez que se levantaba y miraba a su alrededor.-¿Acaso no ves dónde estamos? 
-Sí, en una jaula.-musitó James.
-¡Exacto!, es más, yo sería mucho más claro. ¡Estamos DENTRO de una jaula! ¿Y todavía te preguntas qué cojones come esa puta cosa?  Porque yo lo tengo muy claro. ¡Personas, tío, esa cosa come personas!
-Ya, bueno, es una opción.
-¡Tú eres tonto!
-¿Te has fijado cómo nos mira?  Me parece una criatura hermosa.
-Sé te ha ido la cabeza, amigo.-exclamó Scott aturdido.-No tengo ninguna duda de que estás completamente loco.

James apenas había escuchado las palabras de su amigo, estaba  ensimismado contemplando a la criatura, que parecía sentir un desmedido interés hacía él, como si Scott no existiera en aquél momento, como si no estuviera con él encerrado en la jaula desde hacía tres días y eso le hizo sentir especial, diferente y único. Aquellos ojos tan grandes y oscuros lo estaban taladrando y se sintió atraído hacia  la naturaleza desconocida que desprendía el cuerpo de la criatura.

-Tío, estamos en una situación privilegiada.-acabó diciendo James, convencido de sus palabras.-Esto es algo único. Somos prisioneros de una entidad desconocida, probablemente extraterrestre y…

James dejó de hablar de inmediato y se apartó rápidamente de los barrotes. Giró la cabeza un momento para mirar a su amigo. Scott lo notó pálido, completamente asustado y después lo vio mirar de nuevo hacia la criatura. El bicho no se había movido ni lo más mínimo, se mantenía completamente inmóvil, observando todo con extremo detalle pero sin mostrar movimiento alguno, salvo en sus ojos almendrados, cuya oscuridad se agitaba de un lado a otro, como dos grandes agujeros negros. Scott volvió a contemplar a su amigo, que caminaba hacia atrás hasta que su espalda quedó pegada a los barrotes. Parecía que quería poner distancia entre él y la criatura…

…pero no había sitio hacia el que  escapar.

Temblaba demasiado y sudaba en abundancia. James  parecía estar siendo preso de un ataque y Scott, asustado,  no sé atrevió a socorrerlo. Entonces vio que los movimientos espasmódicos de los brazos y piernas de su amigo se detuvieron de inmediato y su cabeza  se inclinó hacia delante. Después, inmovilidad total.

Scott  se pasó la mano por los cabellos y contempló unos instantes a la criatura. Ya se había acostumbrado a su nauseabundo hedor y al contemplar aquellos enormes ojos oscuros sintió un estremecimiento que sacudió todo su cuerpo. En ese momento, escuchó la voz de su compañero.

-Esa cosa…

Scott  miró a James y lo vio completamente desnudo. Su ropa yacía junto a sus piernas, en el suelo, hecha un ovillo. El rostro de James  se había cubierto de arrugas horribles, como si hubiera envejecido prematuramente.  Tenía los brazos completamente rígidos y los dedos de sus manos estaban agarrotados, como si fueran las garras de un monstruo horrible.

-¿Qué te ocurre?.-preguntó Scott con apenas un hilo de voz.

James  se orinó encima como única respuesta. Giró su cabeza y lo miró directamente. Scott  sintió un miedo atroz estrujando sus propias entrañas.

-Esa cosa....-repitió James.-se ha metido dentro de mi cabeza.
-¿Qué estás diciendo?
-¿No escuchas cómo me habla? ¿No oyes lo que me está pidiendo?

James comenzó a avanzar hacia su amigo, ante la paciente visión de la criatura.

-Quiere que te coma.
-¿Qué?
-Me ordena que te devore.
-¿Cómo?
-Me está diciendo que te coma, Scott, y tengo que hacerlo.

James se fue acercando lentamente hacia su amigo, con la mirada perdida, casi con los ojos en blanco mientras su cuerpo temblaba, como si fuera un drogadicto que no soportaba el mono por más tiempo. El tono de su voz le hacía entender que parecía confuso y Scott se asustó. Miró de soslayo a la criatura pero ésta seguía en la misma posición, totalmente quieta, observando la escena con una mezcla de entusiasmo e interés. 

Scott retrocedió hasta que la propia jaula le impidió mayores movimientos y se dispuso a luchar contra su amigo. Se vio sorprendido cuando James saltó hacia él con una agilidad pasmosa y lo lanzó al suelo. Se colocó encima de su pecho.  Scott  pataleó y golpeó la cabeza de su amigo pero James  solamente gruñía y escupía sonidos con su boca sin que semejantes ruidos acabaran en convertirse en palabras concretas.

Scott gritó de dolor cuando la boca de James, abierta hasta dimensiones extraordinarias, se acercó tanto a su garganta que temió que se la arrancara de cuajo en ese mismo instante.

Al otro lado de la puerta de hierro, en una sala contigua, un grupo de personas observaban la escena con bastante indiferencia a través de unos  monitores. Alguien entró por una puerta cercana y todos los presentes se giraron. Apareció un hombre    vestido con una bata blanca, idéntica a la que tenían los hombres que contemplaban la espeluznante secuencia a través de las pequeñas pantallas.

-¡Detened el experimento inmediatamente!
-¿Por qué? ¿Qué es lo que sucede?.-preguntó un hombre con el rostro cubierto por una barba gris mientras se quitaba de los ojos unas pequeñas gafas.
-Lo que nos temíamos ha sucedido, han cumplido su amenaza-dijo el doctor que había llegado. Tras pronunciar esas palabras, varios hombres uniformados aparecieron por la puerta y ante la sorpresa de todos, entraron en la habitación donde se encontraba la jaula.

La puerta de hierro se abrió con un chirrido inquietante. El primer militar que entró se acercó a la criatura gris y le disparó un tiro en la cabeza sin dudarlo un solo instante. El misterioso ser se derrumbó y cayó al suelo. Sus ojos se habían vuelto del revés y ahora eran completamente blancos. Su  delgado cuerpo se agitó unos instantes presa de las convulsiones hasta que  quedó completamente rígido. De su cabeza, a través del agujero creado por la bala, emanaba una sustancia muy espesa de color amarillo  que despedía un desagradable olor.

Los soldados  miraron hacia el interior de la jaula.
El cuerpo de Scott yacía completamente destrozado y mutilado, apenas resultaba reconocible mientras James  permanecía en un extremo, sollozando, completamente manchado de sangre. Tenía la cabeza oculta bajo sus brazos y se balanceaba de un lado a otro mientras balbuceaba. Apenas se le entendía, hasta que sus guturales sonidos lograron convertirse en una pregunta que repetía una y otra vez:
-¿Están aquí, verdad? Han venido a por todos nosotros…

De algún modo él lo sabía. Los militares se retiraron apesadumbrados sabiendo que la situación no pintaba nada bien. Los científicos observaban aterrorizados el final de su experimento y algunos de ellos quedaban consternados al contemplar a la criatura muerta, como si James y Scott  en realidad no importaran nada. 

El doctor que había irrumpido en mitad del experimento observó el amasijo de carne en el que se había convertido Scott  y después echó un vistazo a James, que seguía meciéndose de un lado a otro mientras lloraba desconsoladamente, como si en realidad fuera consciente de lo que había hecho.

-¿Qué ha sucedido?.-preguntó el hombre de la barba negra.-¿Por qué has venido para detener el experimento? Lo estábamos consiguiendo, ¿Sabes? La criatura se estaba comunicando y…
-Ya no importa.
-¿Qué quieres decir?

El doctor miró a su colega  con los ojos cargados por una pesada tristeza  y las lágrimas irrumpieron de improvisto. El temblor en la voz delató su preocupación.

-Han llegado en enormes naves y están arrasando todas las ciudades.
-¿Cómo?
-Nos están aniquilando. Todos los países caen. La destrucción es masiva. Se ha desatado un horror ahí fuera. No hay escapatoria.
-Pero…
-Solo han respetado China.
-¿China? ¿Por qué a ellos? Nosotros teníamos un trato. Accedimos a la petición de los rusos…
-Rusia ya no existe. Fueron los primeros.  De hecho han desaparecido prácticamente todos los países. Las ciudades han quedado derruidas, hay millones de muertos y ahora vienen a por nosotros…
-Tal vez los chinos  rompieron el acuerdo y  devolvieron  sus especimenes…
-Tal vez, no lo sé.-dijo el doctor con el rostro hundido por la desesperación.-ya no es importante. Esto es el final.

Las explosiones se sucedieron en el exterior y el edificio se tambaleó hasta agrietarse. Los gritos de los científicos fueron apagados cuando nuevas explosiones y una cantidad enorme de escombros cayeron sobre sus cuerpos para aplastarlos.

Tiempo después aparecerían varias criaturas grises para comprobar si había supervivientes. Encontrarían el cuerpo ejecutado de uno de su especie y también a un hombre desnudo meciéndose en el interior de una jaula, mientras entonaba una canción cuya envolvente melodía resultaba aborrecible y siniestra.



SIEMPRE UNIDOS


Cuando uno de los bomberos rompió la puerta del piso, Fran entró como una exhalación esquivando humo y llamas. Tanto él como sus compañeros trataron de paliar el fuego que había consumido ya parte de la casa.
Apenas tardaron unos pocos minutos en reducir las llamas a simples brasas que finalmente se apagaron. El inmueble estaba completamente carbonizado, el fuego había devorado, como si de un monstruo hambriento se tratara, todos y cada uno de los enseres; que apenas ahora eran reconocibles. El suelo se había convertido en una peligrosa trampa y las paredes y techo parecían mordidos por mandíbulas gigantes  de un invisible ser que no tuvo tiempo de tragárselo  todo.
Fran se giró y a través de su casco observó a sus compañeros. Sudaba como un energúmeno y estaba extenuado. Ladeó la cabeza de un lado a otro y se quitó el casco. Su rostro, cubierto por infinitas gotas de sudor quedó al descubierto, con su melena rubia completamente alborotada. Los otros dos bomberos hicieron exactamente lo mismo.
Miraron a su alrededor. Ya estaban acostumbrados al intenso olor del fuego y a la visión atroz que suponía ver sus destrozos. Habían participado en cientos de incidentes parecidos y su misión era exterminarlos con la mayor celeridad posible. Y aunque no quisieran reconocerlo, también estaban acostumbrados a ese otro olor que en muchas ocasiones imperaba por encima incluso del hedor del fuego.
Y allí estaba otra vez, quizá con alguna leve variación, pero resultaba fuerte e intenso.
Los tres se miraron y los dos compañeros de Fran le dieron palmaditas en el hombro;  después se marcharon por la puerta, cuyo marco se encontraba prácticamente carbonizado.
Hoy le tocaba. Lo sabía desde el mismo momento en que había salido de la Central. Si sucedía no tendría más remedio que encargarse él. Y no era algo que resultara demasiado agradable.
Respirando el aroma grotesco del humo, percibió que por encima de ese olor se encontraba el otro, el más temible y aberrante. Arrugó la nariz cuando el nauseabundo hedor a carne putrefacta  taponó sus orificios. Eso sólo podía significar víctimas. Olía a muerte pero no a muerte quemada…  y eso le extrañó.
Era habitual que  el fuego abrazara a inocentes y los dejara convertidos en simples cuerpos carbonizados. Ni el hedor ni la visión de los cadáveres era plato de buen gusto.
Fran recorrió lentamente la casa, siguiendo la estela que le guiaba y que no era otra cosa que el olor sucio y podrido de la carne putrefacta hasta que llegó a una habitación cuya puerta estaba cerrada. Agachó sus cejas confundido. El pasillo había sido pasto de las llamas, al igual que otras zonas de la casa pero la puerta de aquél dormitorio estaba completamente intacta y aquello… no era normal. El fuego no solía tener concesiones con nada ni con nadie, al contrario, mostraba una voracidad inquietante y perversa. Tampoco era normal que la muerte en un incendio no oliese a quemado. Algo inhabitual había ocurrido allí y la idea de encontrarse con una escena desagradable nubló parte de sus sentidos.
Con la punta del pié empujó la puerta y ésta se abrió acompañada de un silencio sepulcral. El interior de la habitación estaba completamente a oscuras. Era lógico, la instalación eléctrica se había ido al traste y por lo que había visto en la cocina era muy posible que un fallo hubiera sido el causante del incendio. De cualquier modo, ya se encargaría el inspector de atar cabos y llegar a conclusiones.
Fran sabía que hasta que él no saliera por la puerta principal nadie se dispondría a entrar. Le iban a dar tiempo para encontrar a las víctimas. El mal trago hoy lo iba a pasar él. Cuando sucedía un incendio que se cobraba víctimas o intervenían en un accidente con muertes incluidas… las horribles imágenes de los cadáveres quedaban guardadas en las retinas de los bomberos, que se las llevaban  impresas  a modo de recuerdos, recuerdos que modificaban su  carácter poco a poco. Por eso se repartían los hallazgos desagradables, para evitar perder la cabeza y sobre todo la sangre fría que necesitaban para ejercer su trabajo en óptimas condiciones.
Fran tanteó   sus bolsillos y encontró lo que buscaba. La pesada linterna bailó sobre su mano enguantada y pronto un potente haz de luz desgarró con violencia la espesa oscuridad a la que estaba sumida la habitación.
Estaban sobre la cama. Eran dos cuerpos…
…o lo que quedaban de ellos.
Fran dio unos pasos hacia delante. Ya se había dado cuenta que el fuego no había entrado en el dormitorio, un dormitorio que despedía un hedor nauseabundo, una mezcla a humedad, rancio y putrefacción. Como había intuido, el  olor no correspondía al de carne quemada porque los dos cuerpos eran en realidad dos esqueletos de los que colgaban  hecho jirones, trozos de carne, como harapos malolientes.
Llevaban allí semanas, probablemente meses. Se habían consumido con el paso del tiempo. La carne muerta estaba salpicada por gusanos y moscas que no emprendieron vuelo pese a la cercanía del bombero. Ni rastro del fuego, solamente dos cuerpos podridos ayudamos por el inexorable paso del tiempo.
Fran quedó petrificado ante la visión. Los cuerpos estaban vagamente vestidos  y podía distinguirse que se trataba de un hombre y una mujer. Se encontraban sentados sobre la cama, con las manos entrelazadas. El hombre llevaba puesto un traje de color negro. De uno de sus ojales salía lo que quedaba de una flor, ya seca y marchita,  y la mujer un traje de novia, con el velo caído hacia un lado.  La ropa estaba arrugada y parecía estar adherida a los huesos de los cadáveres. Las frentes de sus calaveras estaban pegadas una a la otra, como si se hubieran dado el último beso, muriendo en ese preciso instante.
Junto a ellos, había un sobre.
Fran no podía imaginarse el tiempo que podían llevar allí, en aquella misma postura. Se aventuró a pensar que podía tratarse de una pareja de recién casados que por alguna extraña razón había encontrado la muerte. Sin embargo, el dormitorio  estaba repleto de fotografías que mostraban a una pareja de ancianos, siempre unidos, abrazados y sonrientes.
 Examinó durante unos segundos la habitación y no descubrió nada que pudiera sugerir un suicidio o asesinato. De cualquier modo, allí había dos cuerpos.
Cogió el sobre entre sus manos. Dudó unos instantes y finalmente lo abrió.
Había una simple hoja escrita a mano. La leyó.

Para aquella persona que nos encuentre:
No sé quién eres pero queremos pedirte un favor
Conocí a mi mujer hace 60 años y desde entonces no nos hemos separado
Ella ha muerto y yo no me apartaré de su lado
Nos prometimos amor eterno y decidimos estar siempre juntos
Permaneceré a su lado, sujetando sus manos inertes hasta que Dios decida llevarme con Él
Quiero suplicarte que no nos separes, que hagas lo imposible por mantenernos unidos
Necesitamos estar juntos para toda la eternidad
Gracias y que Dios te Bendiga, que Dios nos bendiga a todos.

Fran alumbró de nuevo los cuerpos de los ancianos y quedó asombrado por aquella muestra de amor. Aún así, sabía que no podía hacer posible  la petición escrita. Una vez se notificara del hallazgo   a sus superiores se llevarían esos cuerpos, los separarían,

(suena en la habitación un extraño sonido, como un murmullo de voces que protestan en la noche)

 tratarían de identificarlos y les realizarían las autopsias oportunas, por separado

(los sonidos son ahora más cercanos y Fran siente que no se encuentra solo en la habitación. Utiliza la linterna para violar cada recodo oscuro que planea ante él pero  no ve nada más que los esqueletos de una pareja que no podrá seguir unida  nunca jamás)

Y lo que ocurrirá después, y nadie, absolutamente nadie lo podrá remediar, es precisamente que los enterrarán por separado

(un nuevo ruido sobre la cama, una especie de quejido… 
…Fran alumbra los cuerpos de los enamorados)

o bien los llevarán al crematorio para quemarlos y convertirlos en anónimas cenizas.

Fran se ha asustado al percibir un pequeño movimiento sobre el lecho en el que yacen los cadáveres. No sabe bien lo que ha sido pero…
La puerta de la habitación se cierra de golpe, empujada por una fuerza extraordinaria e invisible. Después escucha de nuevo un ruido extraño y el haz de luz cubre por completo los cuerpos del matrimonio.
Ya no tienen las frentes pegadas una contra la otra sino que los rostros cadavéricos se han vuelto hacia él y lo observan a través de sus cuencas vacías.  Sus mandíbulas desencajadas parecen explotar  en una inaudible carcajada.
Una voz que surge de imprevisto, grave y cavernosa, lejana y a su vez cercana, brota de uno de los cuerpos.
-¿Tienes hambre, querida?
-Muchísima, mi amor.-responde una voz vagamente femenina.
Fran retrocede cuando advierte movimiento en los esqueletos y deja caer su linterna que se apaga tras el golpe y la habitación queda sumida en una opresiva oscuridad. Sus gritos son tan desgarradores que muy pronto sus compañeros irrumpirán en la habitación, pero no encontrarán ni rastro de su amigo, sólo su linterna caída en el suelo, todavía rodando por él, apagada y con el cristal roto.
Permanecerán perplejos ante la visión de los  esqueletos sobre la cama, con sus  manos entrelazadas y las frentes  unidas, vestidos para una boda.
Junto a ellos un sobre cerrado…
…uno de los bomberos sentirá un deseo irrefrenable de abrirlo para leer en voz alta su contenido…
Tal vez ellos se conviertan también en el banquete nupcial de la boda de una pareja de ancianos eternamente enamorados que solamente desean permanecen juntos, con la esperanza de que nadie pueda romper jamás el amor que un lejano día los unió.



VENGANZA


Detuvo la moto junto al pórtico de la iglesia y bajó de ella envuelta en unos pantalones ajustados de fino cuero negro que ensalzaban las caderas y realzaban su culo. Grandes botas de enorme tacón, que le cubrían por encima de las rodillas, destrozaron los primeros guijarros cuando sus pies se apoyaron en el suelo. Se desprendió del casco y sus cabellos negros volaron al viento para caer rápidamente más allá de sus hombros. Los hermosos ojos azules y los labios pintados de un rojo intenso garantizaban la belleza de un rostro joven y bello  que todavía no había llegado a los veinticinco años de edad.
Llevaba los brazos cubiertos por unas mangas de cuero y un top también de cuero que dejaba desnudo tanto su vientre como sus hombros y apenas le cubrían un cuarto de la espalda. Sus enormes pechos, firmes y atractivos, casi quedaban al descubierto.
Comenzó a caminar hacia la iglesia y se llevó una de las manos, de largas y afiladas uñas pintadas de un color azul nocturno, a la cadera, de donde extrajo una pistola.
La puerta principal de la iglesia estaba entreabierta y la mujer la empujó suavemente con el pie. Chirrió de forma tan espeluznante y siniestra que sus labios sonrieron. Caminó por el pasillo central. Sus botas resonaban con eco en toda la iglesia, como los ladridos de un perro que se ha puesto en guardia. Eludió cualquier vistazo hacia las figuras religiosas que adornaban el santuario y se desvió hacia la derecha, para dirigirse a la sala de la sacristía, cuya puerta también estaba abierta. Al fondo, tocó un resorte semioculto en la pared y una trampilla se abrió con una lentitud desquiciante para dejar al descubierto una serie de escalones de madera.
No dudó en bajar. Ni siquiera pensó en el ruido casi ensordecedor que  producían  sus pasos; parecía que la escalera gritaba, como si su alma se estuviera consumiendo en las temibles llamas de un infierno custodiado por bestias demoníacas.
Cuando llegó al final de las escaleras, la mujer caminó con paciencia entre la oscuridad hasta que pulsó un pequeño interruptor y el húmedo sótano se llenó de una angustiosa y repelente penumbra al encenderse una pequeña y polvorienta bombilla que colgaba de un cable que bajaba del techo.
El cuerpo de un hombre desnudo atado por fuertes cadenas se movió. Temblaba, probablemente de frío o quizá estaba terriblemente asustado. De cualquier modo, las cadenas lo tenían bien sujeto al suelo.
La mujer se acercó hasta él y arrugó la nariz al advertir el fétido hedor que emanaba del cuerpo desnudo. Tenía los brazos completamente llenos de pequeñas y profundas llagas que se habían infectado. La noche anterior, le había estado apagando varios cigarrillos sobre su piel y tenía gran parte del cuerpo hinchado, cubierto de llagas purulentas que bramaban por sangrar, pero estaban completamente secas y comenzaban a aparecer en ellas una costra negra en el centro  que semejaban ser ojos malévolos e inquietantes.
La cabeza del hombre estaba completamente afeitada y al percatarse de la presencia de la mujer, se elevó un poco para mirarla. Ella no se lo permitió. La bota se estrelló contra su rostro, ya marcado por golpes anteriores, y todo su cuerpo se movió sacudido por una fuerza extraordinaria. Pese al dolor que debió sentir, el prisionero no emitió quejido alguno.
La mujer giró sobre sus talones y cogió una vieja silla de madera. La colocó frente al prisionero y se sentó al revés, con los brazos apoyados en el respaldo.
-Te lo voy a preguntar por última vez.
La voz de la mujer sonaba dura y cargada de una rabia que el hombre advirtió desde el primer momento. Llevaba varios días cautivo, quizá incluso semanas,  y no sabía cómo era posible que lo hubieran cogido. Sin duda alguien lo había traicionado  y si salía vivo de esto…
…en realidad sabía que sus días oscuros ya llegaban a su fin. Tal vez fuera una liberación. El descanso eterno tan anhelado.
-¿Sabes quién soy?
¡De nuevo aquella pregunta! Y ahora vendría la otra. Siempre igual.
-¿No recuerdas lo que le hiciste a mi familia?
Ya había intentado explicárselo pero la mujer no había aceptado su respuesta como válida. La había mirado a los ojos y había descubierto en ellos una maldad infinita, un odio acumulado y forjado a base de los años y no admitía ningún discurso que no fuera el esperado.
-Te he estado buscando tanto tiempo… y ahora por fin que te he encontrado quiero que me mires y me cuentes por qué..
-No sé de qué me hablas.-dijo la voz profunda y gutural del hombre.
Era cierto. No conocía a aquella mujer y no sabía a qué se refería ni por qué estaba allí. O quizá sí.
Posiblemente.
Había matado a tanta gente a lo largo del tiempo que no podía recordar el rostro de todas y cada una de sus víctimas. Materialmente resultaba imposible. Era evidente que la mujer poseía mucha más información  y con toda seguridad su cautiverio se reducía a una venganza pero… era imposible. El nunca dejaba víctimas. Jamás hubo testigos…
…excepto…
¡¡No podía ser!!
Ella no…
…eso ocurrió hacía ya más de veinte años y era imposible que…
Levantó la cabeza para enfrentarse a su pasado y al dirigir sus ojos hacia los de ella y ver su interior descubrió de quién se trataba. En aquél momento, la mujer supo inmediatamente que la había reconocido.
-¿Lo recuerdas todo, verdad?
El hombre encadenado asintió con la cabeza y sus grandes y oscuras ojeras parecieron empequeñecer el brillo muerto de sus ojos.
-Entraste una noche de tormenta, por la ventana del salón. Encontraste a mi padre dormido en el sofá, frente a la televisión  encendida. ¿Por qué lo mataste de forma tan horrible? ¿Qué te había hecho?
El hombre no dijo nada, simplemente permaneció en silencio, observándola, moviendo de un lado a otro los ojos, como si estuviera recordando…
-Le clavaste tus afilados colmillos en su garganta y se la arrancaste de un solo mordisco. Dejaste que se desangrara en el suelo, mientras sus piernas pataleaban como los de un animal.
La mujer apuntó con la pistola hacia el cuerpo del hombre y apretó el gatillo. La bala se dirigió hacia el pecho del prisionero y perforó su muerto corazón. El hombre ni se inmutó. Tampoco sangró del agujero que había hecho la bala, entrando en el cuerpo como si de simple mantequilla se tratara.
-Después subiste por las escaleras y te dirigiste directamente hacia la habitación de mi madre. Entraste y te abalanzaste sobre ella. La vaciaste de sangre en apenas dos o tres minutos. Y cuando te giraste con la boca manchada de la sangre de mi mamá, te diste cuenta que yo me encontraba en la puerta, observándote.
-Sí.-dijo el hombre para guardar después en silencio.
-Me miraste y dudaste. Sé que por tu cabeza pasó quitarme de en medio y no lo hiciste. Ese fue tu error.
La mujer disparó de nuevo y la bala perforó el cuello del hombre, que esta vez bramó de dolor. Su cuerpo se retorció en el suelo durante unos instantes.
-Esta ha dolido, ¿verdad?
El hombre se incorporó confundido. ¿Por qué le dolía tanto la herida? Era imposible. Las balas…
…estaba mareado. Comenzó a sentir algo extraño en su interior, como si un nido de víboras tratara de expandirse entre sus venas. Tuvo arcadas y sus manos se agarrotaron, como garfios sujetando el aire.
-Pasaste por mi lado como si no existiera, como si yo no importara…
-Eras demasiado pequeña.-dijo el hombre entre balbuceos, mientras notaba un fuerte dolor en todo su cuerpo.-No merecías morir… tan pronto.
Poco a poco, el hombre comenzó a sentir sus miembros paralizados y fue perdiendo los sentidos. Primero la vista, después el oído. Sabía que la mujer seguía hablando pero no podía escuchar absolutamente nada salvo un lejano murmullo que se iba consumiendo como la llama de una vela.
Por eso no vio que la mujer se había levantado, tirando la silla con un gesto severo que denotaba cierta rabia. Descorrió las cortinas que tapaban una pequeña ventana y después arrancó con sus propias manos las cadenas que tenían prisionero al hombre. Arrastró el cuerpo inmóvil y lo colocó frente a la ventana.
-Pronto saldrá el sol.-dijo la mujer a pesar de que sabía que no podía escucharla.-Y para entonces el efecto del veneno te permitirá estar consciente. Podrás ver el amanecer y eso es un premio que en realidad no te corresponde pero me permito otorgártelo porque entre nosotros no hay muerte más dolorosa que perecer convertidos en cenizas y ser consciente de tan desagradable final. 
La mujer abandonó el oscuro sótano y cerró  bien la puerta. Dejó la sacristía atrás y caminó erguida por el centro de la iglesia. Miró las figuras religiosas que la observaban desde las alturas y su rostro mostró una horrible mueca. 
Salió de la iglesia satisfecha, con la sensación de que los años de persecución habían llegado a su fin. Durante todo aquél tiempo se había metido en un mundo oscuro al que ahora pertenecía. Miró unos momentos al cielo y pensó que aún quedaba un par de horas para el amanecer, dos horas aún de vida para el monstruo que había asesinado a su familia. Le hubiera gustado quedarse allí sentada para presenciar la agonía y los horribles gritos de la criatura. No podía hacerlo. El tiempo apremiaba.
Se montó en su moto y contempló durante unos instantes las calles de la ciudad. Estaba hambrienta. 
Arrancó la moto y se dirigió hacia los suburbios, con la seguridad de encontrar a un sin techo tirado en la calle, una prostituta o un hombre deambulando borracho en las proximidades de un lúgubre callejón.. Daba igual. Había decidido alimentarse antes de ocultarse en su viejo, oscuro y húmedo refugio.