Una aventura de MONICA VARGAS y GABRIEL MARTIN

EL TESTIGO

"Una Investigación en Curso"


Tercera Entrega


Nada más entrar en la comisaría toda la atención se dirigió violentamente hacia el oficial que acababa de cruzar la puerta. Gabriel Martín notó la intensa mirada de sus compañeros y las diferentes expresiones que mostraban los rostros de los policías: En algunos vio la sorpresa, en otros la admiración pero en muchos de ellos advirtió la envidia y el desprecio.

Todo se había quedado en el más absoluto silencio. Los policías de servicio se habían girado para observarlo durante angustiosos segundos, hasta que una joven policía se acercó para darle dos besos en las mejillas y decirle un misterioso “Enhorabuena, Gabriel”. Entonces, todos ellos regresaron a sus tareas diarias.

Gabriel Martín estaba perplejo y no sabía qué estaba ocurriendo ni a qué venían las palabras ni los besos de Lorena.

Un hombre de aspecto basto se acercó a Gabriel y lo envolvió con una mirada penetrante, después le golpeó el brazo con el puño y le dijo que el comisario le estaba esperando.

Gabriel tragó saliva. Cuando el comisario requería la presencia de un oficial uno siempre debía temblar porque se avecinaba una borrasca por el horizonte y, por lo que él mismo podía deducir, todo el mundo conocía el motivo por el que le llamaba, todo el mundo menos...él.

Cabizbajo y nervioso, metió las manos en los bolsillos de su uniforme y clavó la cabeza en el suelo para evitar el juego de miradas que se había desatado dentro de la comisaría. No quería interpretar ninguna de ellas, fueran burlas, asombro o admiración.

Gabriel era uno de los policías más jóvenes de la comisaría, recién salido de la academia y solía tener bastante éxito con las mujeres por su aspecto, aunque luego resultaba ser más tímido de lo que a ellas le hubiera gustado en un policía. Rubio, de apenas veintitrés años, atlético y con uniforme. Algunas féminas no pedían más.

Cuando llegó frente a la puerta del despacho sacó sus manos de los bolsillos y llamó. Tres pequeños toques con los nudillos y del interior brotó la áspera voz del comisario Ramírez:
-Pase de una vez, oficial, ¿O piensa quedarse ahí toda la santa mañana?

Gabriel se quedó perplejo con la mano aún levantada. ¿Sabía que era él o simplemente se lo decía a cualquiera?

-¡Oficial Martín! ¿Quiere pasar de una puta vez? ¡No tenemos todo el día!

Gabriel resopló. Evidentemente sabía que era él y suponía para qué lo había llamado. Quizá había descubierto que había estado investigando por su cuenta el extraño incidente del cementerio pero… ¡Un momento! ¿Había dicho el comisario “tenemos”? ¿Con quién estaba?
Gabriel Martín no tendría que esperar mucho para averiguarlo, bastaba con abrir la puerta. Y lo hizo, apenas cinco segundos después.

El oficial se llevó una desagradable sorpresa cuando vio a dos personas más en el despacho del comisario: Un hombre y una mujer. Sin saber por qué, Gabriel advirtió un escalofrío recorriendo todo su cuerpo, como arañazos de un gato en su piel. Miró primero a su superior, sentado en su mesa con cara de cabreo, y después a las otras dos personas.

-¡Siéntese!, Creo que ya conoce a estos dos agentes, ¿No es así?

El joven oficial desvió la cabeza y su mirada se cruzó con la de Armando Guerrero, de pié, y los ojos oscuros de Mónica Vargas, sentada en una silla frente al comisario. Los rostros de ambos agentes eran sombríos y sus expresiones más parecían retazos de preocupación que otra cosa. El comisario miró a su hombre de arriba abajo y movió la cabeza apretando un poco los labios. Cruzó su mirada con la de los agentes y preguntó perplejo:

-¿Están ustedes seguros?

-Completamente.-respondió el agente Guerrero.-Es el hombre que estamos buscando.
El comisario arrugó la nariz y cerró los ojos. Volvió a ladear la cabeza y después se encogió de hombros. Resopló, miró al oficial Martín y le espetó:

-Vas a ser la puta sombra de estos agentes del CNI, espero que no dejes la comisaría a la altura del betún porque te corto los huevos.

-No entiendo señor.-empezó a decir Gabriel.-Yo no…

Dejó de hablar en el mismo momento en el que Armando Guerrero le aplastó el hombro con su enorme manaza.

-No te preocupes, chico, estarás en muy buenas manos.

A Gabriel no le había gustado cómo habían sonado aquellas palabras y buscó ayuda dirigiendo su mirada hacia el comisario, pero éste estaba ya soltando alguna bronca a través del teléfono. En aquellos momentos, Gabriel Martín se sentía un ser insignificante, una persona que acababa de adentrarse en un pozo sin fondo, dejando de existir casi al instante. Miró al agente Guerrero y lo descubrió observándolo con una extraña sonrisa dibujada en los labios. Aquella sonrisa permitía descubrir la blancura de unos dientes sólidos y perfectos. Agachó la cabeza en el mismo momento en que la agente Vargas se incorporaba, alargaba el brazo para estrechar la mano del comisario y seguidamente se colocaba unas oscuras gafas de sol. Salió del despacho rozando el cuerpo de Gabriel, que se estremeció como si una intensa bocanada de aire helado lo sacudiera. Todo aquello le parecido muy extraño y en su cabeza trató de retener los extraños detalles de los que se había percatado. Preso de sus propias divagaciones, dio un respingo cuando Armando Guerrero lo cogió del brazo y tiró de él, sacándolo del despacho.
Cruzaron la comisaría como una exhalación. Primero Mónica, que caminaba apoyada en unos botines negros que golpeaban el suelo con fuerza y seguridad. Después Armando y a su lado Gabriel, agarrado con fuerza por el brazo. Más parecía una detención que otra cosa.

Nada más abrir la puerta de entrada, Gabriel vio como Mónica Vargas corría bajo la luz del sol para introducirse, como un huracán, en el interior de un coche negro con los cristales tintados. Armando tiró del oficial si cabe con más fuerza y lo introdujo dentro del coche. En su interior, ya sentado, Gabriel se fijó en la agente, que jadeaba con dificultad, como si le costara respirar. Abría la boca convulsivamente y tenía la mano en el pecho.

-Deja de mirarla con esa cara de idiota.-exclamó Armando.

El coche arrancó. Hasta ese mismo momento, el joven oficial no se había dado cuenta de que un hombre se encontraba en la parte delantera, frente al volante. Gabriel no podía quitar el ojo de la expresión de espanto de la agente Vargas. En un momento, las gafas de la mujer cayeron al suelo y Gabriel vio los ojos llorosos y enrojecidos de Mónica. Vio un destello en ellos, algo que le llamó poderosamente la atención pero recibió un codazo del otro agente en pleno estómago.

-Aparta la vista, imbécil.

Gabriel se encogió sobre el asiento y apoyó la cabeza en el cristal de la ventanilla. ¿A dónde iban?
Cruzaron la ciudad. El sol trataba de asomarse a través de los rascacielos, subiendo poco a poco hacia su cenit. El joven policía contempló el astro rey desde el interior del coche, a través de la ventana. Los rayos del sol no pasaban por el cristal y por esa razón no tuvo que cerrar los ojos a no existir molestia alguna.

-Dichoso tú.-fueron las palabras que salieron de la boca de Mónica o, al menos, eso creyó entender Gabriel.

Llegaron a las afueras de la ciudad, se internaron a través de un pequeño descampado donde la civilización parecía haber desaparecido de la faz de la Tierra y en ese preciso momento el oficial temió por su vida. No le gustaban aquellas personas, ni él ni ella, había algo raro en ambos agentes, algo misterioso y sabía que corría peligro junto a ellos.

El coche de detuvo y la portezuela del lado de Armando se abrió. El sol penetró salvajemente en el interior, llegando a iluminar parte del coche, pero la mitad del cuerpo de Gabriel y sobre todo el de Mónica, permanecieron en las sombras. Armando Guerrero salió del coche.

-Baja muchacho. Hemos llegado.

Gabriel miró a Mónica fugazmente. Llevaba puestas otra vez las oscuras gafas de sol y parecía haber recobrado toda la compostura. Respiraba con normalidad. El policía comenzó a sudar preso de los nervios e inconscientemente se llevó la mano a su arma reglamentaria.

-No seas idiota, hijo.-sonó la voz de Armando desde el exterior.-Eso no te va a hacer falta.-Permaneció unos segundos en silencio y después añadió.-Bueno, eso si el puto cadáver no se levanta.
Después, de la garganta del agente Guerrero brotó una ronca carcajada. Gabriel miró a Mónica y creyó que ésta sonreía ligeramente pero no podía estar convencido del todo. Finalmente Gabriel Martín bajó del coche y se unió a Armando. Mónica se quedó dentro del vehículo.

El sol pegaba ya con fuerza. Eran las doce del mediodía y no había sombra alguna bajo la que cobijarse. Armando Guerrero señaló hacia un lugar determinado y Gabriel creyó distinguir entre la espesura un bulto. Se fijo mejor y descubrió que se trataba de un cuerpo humano.

-¡Dios mío!

-¿Nunca has visto un muerto, muchacho?.-preguntó Armando mientras caminaba en aquella dirección.-Este es el quinto cadáver que encontramos en estas circunstancias y necesitamos tu ayuda.

-¿Mi ayuda?

-Es lo que he dicho, ¿No?.-la voz de Armando era tosca, algo ruda, como si no estuviera muy a gusto en aquél lugar. Se detuvo y encendió un cigarrillo. Le ofreció uno a Gabriel mientras miraba en dirección al cuerpo tendido. El policía lo rechazó con un gesto de la mano y Armando se guardó el paquete en el bolsillo. Comenzó a caminar en dirección al cuerpo. Gabriel lo siguió, a varios pasos de distancia. Volvió la cabeza y dirigió su mirada hacia el coche en el que había venido. El chofer seguía sentado frente al volante, el motor ya estaba apagado. La puerta de atrás continuaba abierta pero en aquél mismo momento se cerró con suavidad. Probablemente había sido la agente Vargas…

Llegaron hasta el cuerpo tendido. Era un hombre completamente desnudo, de unos cuarenta años, tumbado boca arriba. El color de la piel era muy blanco, como los azulejos blancos de un cuarto de baño y Gabriel tuvo la impresión de que estaba vacío de sangre. Se fijó en las pequeñas marcas que cubrían todo el cuerpo, como diminutas huellas de dientes que podían apreciarse en las piernas, pero sobre todo en las rodillas, los brazos y el cuello. Gabriel sintió un estremecimiento al ver las manos agarrotadas del cadáver. Lo más desconcertante era el trozo de madera que tenía medio enterrado en su pecho, a la altura del corazón. Como una estaca atravesando su cuerpo. Sintió arcadas al darse cuenta de la expresión de sufrimiento y dolor, espanto y horror que reflejaba el rostro del muerto y vomitó cuando descubrió que la cabeza del cadáver estaba separada del cuerpo, cercenada por lo que parecía ser un único corte.

-Muchacho, deberías ser más fuerte.-masculló el agente Guerrero al tiempo que se encendía un nuevo cigarrillo.

Gabriel Martín hizo acopio de valor y alzó la vista para mirar desconcertado al agente, después desvió la mirada hacia el cuerpo mutilado y se incorporó, evitando que sus ojos se detuvieran demasiado en los detalles. Respiró profundamente y volvió su cuerpo hacia el de Armando Guerrero, colocándose frente a él. Fingió recuperarse de la impresión recibida y forzó una sonrisa agradable para después murmurar en un tono falsamente simpático:

-¡Joder!, Parece que se lo han comido unos jodidos vampiros.

El agente Guerrero cubrió su rostro de una fatal expresión que asustó a Gabriel de un modo tan desagradable que estuvo a punto de orinarse encima. La cara de Armando no parecía humana y el joven policía sintió un pavor bárbaro. Lo fulminó con la profundidad de unos ojos duros y oscuros y cuando quiso darse cuenta, antes de que pudiera parpadear dos veces, lo vio pegando su aliento al suyo. Lo tenía agarrado del cuello y lo había levantado varios palmos del suelo.
-¡No vuelvas a decir eso! ¿Entiendes gilipollas? ¡No vuelvas a mencionarlos nunca! ¡Nunca!

La puerta del vehículo en el que habían venido se oyó a lo lejos. Gabriel quedó tendido en el suelo cuando Armando lo soltó como si fuera un vulgar saco de patatas y miró hacía el lugar donde estaba aparcado. Una figura esbelta y oscura parecía acercarse con extrema lentitud bajo la intensa luz del sol. ¿O en realidad estaba flotando a varios centímetros del suelo?

Gabriel no podría asegurarlo. Había caído sobre el cadáver y algo correteaba por una de sus manos. Lo último que sintió fue un mordisco suave en el cuello, luego otro más agresivo. Lo último que recordó fue el rostro borroso de Mónica Vargas, tendida sobre él, con la boca manchada completamente de sangre. De pié, como un mudo testigo, el agente Guerrero encendía un nuevo cigarrillo. El oficial se desvaneció al instante y con aquél desvanecimiento llegó la profunda oscuridad, impenetrable y ominosa.

EL ULTIMO RELATO

El cuerpo de Daniel yace inclinado hacia delante. La cabeza apoyada en la mesa. La mano, con los dedos agarrotados, aún sujetan el ratón.

La pantalla del ordenador está encendida. Es la única luz que hay en la habitación que hace las veces de despacho para este escritor. Quizá por esa razón, por la penumbra que hay, apenas se puede ver la sangre que mana de los orificios de la nariz. La boca, entreabierta de manera ostentosa, muestra una expresión atormentada, con los dientes apretados con inusitada fuerza y entre ellos, su lengua alargada.

El brazo derecho de Daniel cae hacia el suelo. La mano abierta ha soltado la pistola que ahora descansa sobre la alfombra. El cañón del arma todavía está caliente.

La detonación se produjo pocos minutos antes. El joven escritor se había volado la tapa de los sesos mientras contemplaba las últimas líneas que había escrito en su ordenador.

Dadas las circunstancias y teniendo en cuenta que hallarán el cuerpo de Daniel dentro de una semana, cuando el desagradable olor de la putrefacción irrumpa para alertar a los vecinos, creo que podemos echar un vistazo al texto que hay sobre la pantalla. Sé que no esta bien, pero dudo que a Daniel le importe ya lo más mínimo.

Entiendo que estas son sus últimas palabras, su último regalo, el último obsequio…


Titulo provisional: LA MUERTE DEL GUERRERO
Dedicatoria a esperas de encontrar algo mejor: Para lo que perdí


Un sonido seco cortó el aire y la primera flecha penetró en el muslo del guerrero. El grito que salió de su seca garganta prendió la soledad del camino como lo haría la respiración de un demonio.


El joven guerrero bajó la cabeza tras sentir el dolor que se había incrustado en su pierna y vio que la flecha le había atravesado por completo. Con lágrimas en los ojos, apoyó la pierna sana en el sendero que colindaba con el bosque y, con la mirada cargada de rabia y frustración, dirigió su vista hacia el lugar de donde había sido atacado. Advirtió algunas siluetas que se movían tras las ramas de los árboles. Había más de un hombre.

Presa del profundo dolor causado por la flecha, logró ponerse en pie al tiempo que desenfundaba su herrumbrosa espada. El acero cortó el aire y lanzó un grito de rabia al aire, manifestando que estaba dispuesto a cortar las cabezas de los enemigos y reventar sus corazones.

Un nuevo sonido, idéntico al anterior, se repitió desde otra dirección. El guerrero no tuvo tiempo de apartarse y vio horrorizado que otra flecha se acercaba peligrosamente en dirección a su cuerpo.

Esta vez se clavó en su hombro. La punta de acero penetró en el cuero que protegía su cuerpo y desgarró la piel y varios tejidos.

El joven guerrero se vio obligado a dar varios pasos hacia atrás por la fuerza del impacto. Sus ojos se cubrieron de lágrimas a causa del dolor y la sangre manaba de sus heridas, como hieráticos llantos.

La espada resbaló de entre sus dedos y se clavó en la tierra. Cayó de rodillas al tiempo que veía como varios hombres salían de entre los árboles, con los rostros cubiertos por el barro y una sonrisa reluciente impreso en ellos. Estaban dispuestos a acabar con su vida y el guerrero lo sabía.

Hundió las rodillas en el fango y alzó la vista hacia el cielo, buscando con sus ojos las estrellas y la luna, para contemplar su belleza por última vez pero un manto negro, oscuro y siniestro, ocultaba lo que el guerrero buscaba, como si ya no existieran.

Bajó la cabeza y vio a los enemigos acercándose con sus armas prestas para el combate. Pero nuestro guerrero estaba cansado de luchar, herido de muerte, sin fuerzas para levantarse, sin valor para enfrentarse al Mal, sin motivo por el que defender su vida y su sueño.

Cerró los ojos, pidió perdón en silencio. Levantó las manos en señal de rendición y aguantó la respiración.

El acero mordió su pecho y su abdomen. Su garganta recibió un brutal impacto y su cabeza cercenada cayó al suelo, rodando hasta ocultarse tras unos matorrales. El cuerpo del guerrero permaneció de rodillas durante varios segundos, sin esperanza, sin ilusión, después quedó tendido en el suelo. Sin vida. Sin futuro.


Siempre quedará la duda de si Daniel ha acabado el relato, si este texto era el definitivo. Quiero pensar que no, que aún le quedaba por dar muchas vueltas a todos y cada uno de los párrafos, con cambios y mejoras constantes, con la posibilidad de que el guerrero se mantuviera con vida, prisionero en alguna oscura caverna o salvado milagrosamente por alguna doncella, terrible y poderosa.

Desgraciadamente, nunca lo sabremos, porque el escritor ha muerto y con él su talento, sus virtudes y sobre todo sus grandes defectos y su afán por sembrar el caos y el dolor.
Alza una copa en su honor, brinda por su desaparición y no derrames ni la más pequeña de las lágrimas por quien nunca mereció la pena.


Daniel ha muerto y con su óbito desaparece todo el daño que en vida pudiera llegar a hacer.
Ha muerto el cruel creador de palabras. Y a su tumba no se ha llevado más que la soledad que se merece.


Me alegro por ti, de verdad, por fin estás a salvo y empezarás a vivir sin preocupaciones, sin tensiones, sin dolor. Te has librado de él.

Alza tu copa (de nuevo) por la muerte de Daniel, celebra su defunción. Hoy es un día grande para la Humanidad, un parásito menos, pasto de gusanos y diablos.

Daniel… no merece la pena seguir escribiendo sobre ti. ¡¡Púdrete en el infierno!!