El Momento del CAMBIO

PARTE 1


Los cuatro hombres estaban atados fuertemente con cadenas en el interior de la cabaña. Fuera, sentado en una vieja mecedora, Arturo aguardaba con la escopeta entre las manos. Había decidido acabar con su vida y esperaba tener el valor suficiente para ejecutar aquél abominable acto. Necesitaba acabar con todo, era la única solución para no volver a derramar sangre inocente.
Se llevó a la boca un cigarro que encendió con una sola mano mientras sus pequeños pero profundos ojos marrones escrutaban el exterior. Ya llegaba la noche. Pronto saldría la luna. Y vendría acompañada de la muerte.
Carraspeó para aclararse la garganta. A sus oídos llegó el lejano aullido de los lobos. Comprobó que la escopeta estaba cargada y le quitó el seguro. En cualquier momento… debía hacerlo en cualquier momento…


Cuando Arturo quiso darse cuenta comprobó que la noche ya se había adueñado del lugar. Las sombras irrumpieron como silenciosos y errantes fantasmas. Miró hacia el horizonte. La luna brillaba ya en todo su esplendor. Era especialmente hermosa. Jamás antes la había visto tan bella. Se sintió observado. Sus ojos se humedecieron y sintió una fuerte sacudida en el pecho. Agachó la cabeza, el proceso ya estaba comenzando.

Trató de contenerse pero Arturo sabía perfectamente que no podía poner freno a la naturaleza. Luchar era una resistencia estúpida. La escopeta cayó de sus manos y quedó tendida frente a sus pies, mientras su cuerpo sufría una terrible sacudida, de dentro hacia fuera. Se agarró a la mecedora con las manos con una fuerza extraordinaria y aguantó el dolor sin producir el menor gemido. Pero dolía. Y mucho.

Arturo volvió a sufrir una sacudida y esta vez su cuerpo se estiró totalmente, cayendo de la silla y rodando por el suelo, como si estuviera ardiendo. Esta vez sí gritó. Y su grito sonó en la noche, confundiéndose con el lejano aullido de los lobos.

Los ojos de Arturo se abrieron descomunalmente, agrandándose como platos vacíos, teñidos ahora de un siniestro color carmesí. Al mismo tiempo, y sin que él pudiera darse cuenta, las venas de su cuerpo se hincharon hasta estar a punto de estallar. Le hervía la sangre. Su espina dorsal se estiró y su garganta rugió como un animal. Arturo perdió el conocimiento mientras su cuerpo sufría nuevos espasmos.

Cuando despertó estaba completamente desnudo. La ropa, convertida en jirones, se encontraba a su lado, junto a la escopeta. Estaba rodeado de sangre. Sus ojos se cerraron y gritó arrepentido mirando con rabia hacia la luna. Clamó al cielo y pidió perdón una vez más. Su cuerpo temblaba.

Se levantó sin apenas fuerzas suficientes y entró como un energúmeno en la casa. El espectáculo que encontró fue terrible.

Los cuerpos de los cuatro hombres encadenados estaban completamente descuartizados. El animal había vuelto a atacar. Los había matado. Arturo lloró.

Salió apesadumbrado y vio que la vieja cabaña de madera estaba rodeada de lobos, que lo miraban desafiantes. Los maldijo a todos, ¡¡a todos!!

Cogió la escopeta y disparó a uno de ellos. Falló, pero el ruido fue suficiente para que todos se alejaran asustados, perdiéndose en el bosque. Arturo miró a la luna.

-Nunca más me harás hacer esto de nuevo. ¡Te maldigo!

Y Arturo se sentó en la vieja mecedora de madera. Sostuvo la escopeta entre sus manos y lloró como un niño que acaba de perder a su madre. Colocó el cañón de la escopeta sobre su barbilla. Cerró los ojos y a su mente acudieron los cuerpos desmembrados de las cuatro personas que había asesinado al convertirse en un animal.

Apretó el gatillo.

Su cabeza reventó como si de una sandía se tratara y varios trozos de masa encefálica y cuero cabelludo volaron por el aire para pegarse a la pared de la cabaña. La escopeta cayó al suelo.

Arturo descansaba. Había decidido acabar con su vida para no seguir matando…

Un lobo blanco, grande y hermoso, salió de la cabaña con la boca manchada de sangre. Olisqueó el cuerpo de Arturo y después aulló a la luna. Le respondieron otros lobos.

Se alejó hacia el bosque, perdiéndose en la noche.

Al día siguiente, aquél lobo blanco se convertiría en una bella mujer…

PARTE 2

Corría por el bosque esperando llegar a tiempo. Miró aterrada hacia el cielo y vio levantándose hacia el firmamento una majestuosa luna llena que se asomaba desafiante tras los amenazantes nubarrones. Escuchó el aullido de los lobos y aceleró el paso.

Faltaban pocos minutos para que el cambio se produjese. Debía llegar a tiempo o todo estaría perdido… otra vez.

Thais tropezó y su fina figura se precipitó hacia el suelo, rodando por él un par de metros. Los arbustos y las ramas caídas de los árboles le habían arañado su bello rostro y una profunda herida en la frente permitió el paso de la sangre que comenzó a caer por su rostro. Se levantó con una celeridad asombrosa y echó la vista atrás. ¡Los lobos estaban demasiado cerca! Sin duda, dentro de poco iban a oler la sangre y enloquecerían. Sintió pavor ante las escenas que comenzaban a surgir en su mente.

Su corazón latía a un ritmo vertiginoso.

Envuelta en un traje de cuero, que realzaba su esbelta figura, Thais a veces pasaba desapercibida confundiéndose con las sombras. Se había soltado el cabello, a menudo recogido en una coleta, y corría con la esperanza de llegar a tiempo.
Divisó la luz de una cabaña a varios metros de distancia. Estaba cerca. Aquello era un refugio. Allí había comida. Podía olerla.

Sus labios dibujaron una fina sonrisa pero pronto su rostro mostró una expresión desagradable al tragar algo de su propia sangre, que seguía resbalando desde su frente. Se detuvo en el acto. Algo no andaba bien.

Miro hacia atrás y agudizó sus sentidos, pero las sombras le impedían descubrir si alguien se encontraba oculto en la oscuridad. No oía a los lobos pero tenía la seguridad de que estaban muy cerca, observando…
Volvió su cabeza hacia la cabaña. Había alguien sentado junto a la puerta. Permaneció expectante tratando de descubrir de quién podía tratarse. Arrugó la nariz y olfateó el aire. Las venas del cuello se le hincharon súbitamente y Thais se arrodilló, como una pantera esperando el momento oportuno para saltar sobre su presa.Su cuerpo comenzó a sufrir la transformación.

Oyó a lo lejos aullar a los lobos, sus compañeros aquella noche y por primera vez en su vida no sintió miedo. Thais notó la sacudida en el pecho. Fuerte, intensa, dolorosa. Se tiró al suelo y comenzó a sufrir espasmos, como si el fuego del infierno estuviese quemando su alma. Se agitó entre la maleza y descubrió que el aire le faltaba. Su garganta seca quiso proferir un grito desgarrador pero quedo muda, mientras la luna la observaba en toda su plenitud. Parecía mostrar una mueca cínica y perversa, ligeramente manchada de un rojo carmesí.

Esta vez Thais sí pudo gritar, al menos ésa era su intención pero de su garganta sólo brotó un bronco sonido, más parecido al que pueda emitir un animal que una persona. Dejó de moverse en ese instante.
Cada órgano de su cuerpo le dolía, las extremidades parecían querer partirse en dos y la sangre de sus venas la quemaban. Suspiró, jadeó y lanzó una mirada pidiendo ayuda hacia la persona que estaba sentada junto a la puerta de la cabaña, pero nadie parecía haber reparado en ella, excepto los lobos, que podía escucharlos más cerca.

Entonces ocurrió lo imposible.

El cuerpo de Thais sufrió una transformación horrible. Sus caderas hicieron explotar el ceñido pantalón de cuero y sus pechos crecieron enormemente, provocando que su traje de cuero quedara reducido a jirones. Un pelaje negro se asomaba sobre la piel. De la garganta de Thais brotó un grito desgarrador que se perdió en la noche, coreado por una jauría de lobos que ahora estaban observando la escena, temerosos de acercarse más.

El rostro de la mujer sufrió un cambio espectacular. Las orejas crecieron a pasos agigantados, acabando en punta y la nariz se convirtió en un hocico de animal. Thais gritó de dolor y posteriormente aulló como un lobo pues en un lobo se había convertido. Un lobo enorme, que poco a poco cambió aquél pelaje negro por uno blanco.

Thais o lo que fuera ahora aquello, levantó la cabeza a la luna y aulló para saludarla. Respondieron los numerosos lobos que se encontraban cerca y los aullidos permanecieron en el ambiente durante varios minutos. La noche se estremeció y la luna mostró una sonrisa de orgullo al ver a sus hijos danzando en la oscuridad.
Thais olfateó en el aire y comenzó a caminar hacia la cabaña. Los lobos la seguían de cerca y ella giró su cabeza para enseñar sus afilados colmillos. Dieron un paso atrás. Ella era más fuerte.
Aquella persona que viera sentada junto a la puerta ya no se encontraba allí, estaba tirada en el suelo, sufriendo espasmos. Tal vez ese hombre robusto estaba sufriendo una transformación…
El lobo blanco, Thais, empujó con el hocico la puerta de la cabaña y entró. Estaba sedienta de sangre, de carne humana y allí olía muy bien.

Vio a los cuatro hombres encadenados que gritaron al verla entrar. Fue lo último que hicieron. Thais se abalanzó sobre ellos y los destrozó, desgarrando sus gargantas, mordiendo la carne, bebiendo la sangre.

Minutos después oyó un grito y su instinto le aconsejó que se escondiera. Lo hizo. Entró un hombre gritando y lloró al ver los restos humanos. Después salió.
Escuchó una detonación y agachó la cabeza. Minutos después se produjo otro disparo. Todo parecía estar tranquilo. Salió al exterior y vio el cuerpo del hombre con la cabeza destrozada. La transformación no había tenido lugar pero él pensó que era causante de las muertes de aquellas personas.

Thais aulló a la luna y se alejó seguida de una amplia manada de lobos. Tenían nuevo líder, un bello y enorme lobo blanco.