CRIATURAS PERVERSAS


Esconderse ha sido la única opción. Se llama Karen y no habla mucho. Abandonar el refugio era algo que necesitaba hacer pero ella  ha insistido en que, de momento, es el  mejor lugar para garantizar nuestra seguridad. Creo que sabe más de lo que cuenta.

Ignoro cuánto tiempo llevamos aquí. Ella suele salir a por comida y agua. No quiere que la acompañe. A veces oigo disparos y temo por su vida pero siempre regresa ilesa y con víveres. Me siento seguro a su lado aunque tengo miedo de que en una de sus incursiones por el exterior ellos la maten o decida, por algún motivo, huir y abandonarme.

Suelo preguntarle qué tal están las cosas por ahí fuera. No le gusta hablar de ello. Por las noches la oigo llorar, ella cree que no me doy cuenta pero esto es demasiado pequeño como para ocultarlo. Yo también lloro y sé que ella lo sabe.

Cuando está en el exterior mata a esas criaturas. Lo poco que cuenta  me ha sobrecogido. Asegura que están por todas partes. Yo quiero salir y ayudarla. No me deja.

La verdad es que todo sucedió demasiado deprisa. Llegaron sin avisar. Nadie advirtió de su presencia. Un buen día simplemente estaban allí y atacaron. Si los gobiernos sabían de su existencia nada dijeron. Fuimos destruidos y esas cosas, salvajes como animales, no mostraron ni un ápice de compasión. Aniquilaron a la raza humana aunque me gusta pensar que hay personas que como Karen y yo se encuentran en algún lugar, ocultos, escondidos, sobreviviendo en silencio.

Ella me dice que las calles están vacías, la ciudad desierta, que sólo hay escombros y cadáveres y que ellos vagan entre las sombras y acechan.

Una vez tuve a una de esas cosas cerca. Fue antes de llegar aquí, cuando huí de mi propia casa, un lugar que presuponía era un sitio seguro. Escuché ruidos extraños, el sonido de los edificios siendo atacados. Gritos en el exterior, disparos y alaridos. Fue al asomarme por la ventana. Allí había una de esas cosas…

Era delgada y peluda, como un mono. No sabría precisar si era hombre o mujer, aunque su apariencia era monstruosa y humana a la vez. Sentí un escalofrió cuando la vi caminar erguida por la calle, como si fuera dueña de la ciudad y me estremecí cuando se detuvo y pareció detectarme. Levantó la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos eran rojos y radiaban una maldad infinita. Creí morirme en aquel mismo momento. Una mujer que corría por las cercanías me salvó la vida porque atrajo la atención de aquél ser que se abalanzó sobre  ella y saltó con una agilidad extraordinaria. La tiró al suelo.  No podría precisar si usó los dientes o las garras pero le arrancó el corazón de cuajo y luego le reventó el cuello.

Me escondí debajo de la cama y sentí que aquél  monstruo me buscaba en la ventana. No  volví a asomarme y no he vuelto a ver algo así aunque cada noche escuchaba los gruñidos de estas criaturas momentos antes de triturar a sus víctimas. Cuando me topé con Karen vi cuerpos peludos derribados en el suelo pero no quise acercarme para comprobar que se trataban de esas cosas horrendas que estaban acabando con la raza humana y con todos y cada uno de nuestros hogares.

Creo que son demonios, que las puertas del infierno se han abierto y han permitido el libre acceso de almas atormentadas y malignas aunque Karen me ha dicho que son de otro mundo pues momentos antes de su llegada el cielo se cubrió de enormes artefactos oscuros.

Ya he dicho que ella sabe más de lo que cuenta pero pese a las  dos semanas que hemos pasado juntos, sé que aún no confía en mí.
 
 

EL RITUAL DEL ESPEJO


Raúl siguió todos los pasos. Lo había leído en Internet, en una de esas páginas de misterios. Por esa razón se encontraba en su cuarto completamente a oscuras y desnudo. Encendió una vela y por un instante las sombras se echaron hacia atrás. Después, se agitaron alrededor de la llama, que temblaba caprichosa, formando rostros horribles y demoníacos;  pasaron desapercibidos para Raúl.

El objetivo era claro: conocer el día de su muerte.

Se decía, tal y como aseguraban los foros en la red,  que si al dar las doce de la noche te encontrabas desnudo delante de un espejo, solamente iluminado por la luz de una vela, verás la imagen del día de tu entierro. Raúl estaba allí para comprobar si todo aquello era cierto.

Tenía miedo. Había otros rumores, otras historias que le ponían los pelos de punta.

Había leído el artículo de un experto donde  aseguraba que con este ritual lo que aparecía en el espejo era el rostro del diablo, que te observaba con atención mientras te robaba el alma.

Otros, sin embargo, explicaban que el espejo se convertía en una puerta a través de la cual podrían colarse entidades malévolas.

Y algunos decían  que muchas personas que habían seguido este ritual desaparecían de manera inexplicable. Y jamás se supo de ellos.

Raúl no quería creer en estas cosas y aún así, necesitaba comprobar por sí mismo si era realidad o superchería. Y ahí estaba, aterido por el frío y contemplando su silueta reflejada en el espejo. Parecía un fantasma rodeado de sombras, un espectro cubierto por el manto oscuro que se arremolinaba a su alrededor. Gracias a la tenue luz de la vela, se sentía protegido.

Pero las cosas no salieron bien.

Raúl notó que su rostro era acariciado por una fría corriente de aire. Sintió un estremecimiento y su corazón dio un vuelco cuando creyó que los espíritus le habían acariciado la piel. Después se relajó…

…hasta que la vela se apagó, como si alguien invisible hubiera dado un soplido.

Lanzó un grito al verse sumido en la oscuridad. Estuvo tentado de salir corriendo de la habitación pero notó que sus piernas no le obedecían. Entonces vio un brillo en el espejo. Una luz que brotaba de su interior.

En lugar de su reflejo en el espejo advirtió  la figura de una joven que estaba sentada. Vestía un camisón blanco y tenía la cabeza agachada por lo que no podía apreciar su rostro. Sus brazos eran blancos como la nieve pero sus manos…, sus manos estaban cubiertas de sangre. Sus dedos goteaban el líquido rojo  y en ese mismo momento el espectro comenzó a levantar la cabeza.

Raúl quiso huir. Escapar del horror. No pudo moverse ni un milímetro. ¡Estaba atrapado!

El rostro marmóreo de aquella joven sonreía mientras lo miraba a través de unos ojos carentes de vida. Raúl lanzó un alarido desgarrador cuando la figura levantó los brazos para atraparlo.

Aquellas manos manchadas de sangre lo agarraron por los hombros y tiraron de él, hacia el interior del espejo.

Raúl desapareció para siempre y en su lugar, sentada en la cama, se encontraba la figura que había surgido del interior del espejo.

La puerta de la habitación se abrió de improviso y bajo el umbral apareció la madre de Raúl que al ver la fantasmal figura lanzó un grito desgarrador. El espectro  sonrió y se abalanzó sobre la mujer para lanzarla hacia el espejo, a través del cual desapareció.

Después, la figura comenzó a caminar y salió de la habitación con los brazos pegados al cuerpo y arrastrando los pies. Tras ella dejó rastros de un olor putrefacto y las gotas de sangre que caían al resbalar de entre sus dedos.

La puerta de la habitación se cerró con un golpe violento y el espejo estalló en mil pedazos.

Ahora, el Mal  ya no puede  regresar a su lugar de origen y camina con absoluta libertad entre todos nosotros.
 
 

UNA NUEVA COMPAÑERA

Fueron los disparos lo que me hicieron salir del refugio. Apenas tenía agua y sabía que era cuestión de tiempo que me decidiera a abandonar el lugar en el que me había ocultado las últimas cinco semanas. No sabía lo que había ocurrido en el mundo pero me imaginaba que se había ido al garete. 

Todo este tiempo he estado solo, oyendo los ruidos extraños que ocurrían en el exterior. Percibía cómo el suelo vibraba bajo mis pies, hasta mí llegaba el sonido de las explosiones y  temía que el techo se cayera  en cualquier momento. Después, me asoló el silencio y si me preguntas no sabría decirte qué es mejor,  si escuchar una amalgama de sonidos que indicaban que el mundo estaba siendo destruido o la incertidumbre que provoca un asfixiante silencio que te devora a cada minuto que pasa. 

He sobrevivido a base de latas y agua. He tenido miedo y poco a poco me  he ido convenciendo de que era el único ser viviente de la Tierra, aunque quiero pensar que otros como yo han tenido la misma suerte y se encuentran ocultos en sus refugios. Pese a no escuchar nada en el exterior, jamás me he decidido a salir y echar un vistazo. Sabía que tarde o temprano tenía que hacerlo, eso me lo indicaba cada vez con más exigencia las pocas botellas de agua que tenía y la media docena de latas. Pero tenía miedo. No sé si ellos ya se han marchado, si caminan por la ciudad a sus anchas, aniquilando todo lo que encuentran a su paso o simplemente han viajado a otro lugar donde sembrar la destrucción Si me he decidido a salir ha sido por el impulso que me ha otorgado el ruido de los disparos. Alguien se encuentra  en el exterior.

Abrir la puerta ha sido fácil. No tengo nada con qué defenderme ni sé lo que voy a encontrarme ahí fuera pero siento algo dentro de mí, una necesidad imperiosa de huir de la soledad que me ha acompañado durante todo este tiempo.

He cogido las latas y las botellas de agua.  Las llevo en una pequeña mochila. Aprieto los dientes y comienzo a subir las escaleras. Están cubiertas por los escombros y siento un estremecimiento que eriza cada poro de mi piel. Vuelvo a escuchar los disparos, es lo único que me anima a continuar.

Cuando llego arriba, compruebo que el acceso que me permite acceder al exterior está tapado. Se ha derrumbado parte del edificio. Es una suerte que yo siga vivo. Cuando estoy a punto de rendirme veo que puedo intentar salir por un pequeño agujero que hay entre las piedras y las maderas. Tengo que poner la mochila delante de mí para que mi cuerpo pueda pasar. Me arrastro como una oruga pero a medida que avanzo oigo el sonido de los disparos con mayor claridad.

Cuando por fin puedo llegar al final de mi trayecto, lo que primero  llama mi atención son las columnas de humo negro que se alzan de los edificios que se encuentran a mi alrededor. Están derruidos, como  si múltiples bombas hubieran estallado. Apenas puedo respirar. Miro hacia el cielo y lo veo de un color rojizo realmente extraño. Los rayos del sol no pueden llegar hasta aquí y chocan contra un misterioso e invisible manto. 

La desolación que reina en la ciudad me provoca ganas de llorar y mis ojos se humedecen hasta que un disparo barre la tristeza que me embarga.

Camino temeroso hacia el lugar de donde proceden los sonidos y cuando  recorro apenas veinte metros veo una figura situada en el centro de la carretera, junto a varios vehículos calcinados. Es una mujer. Viste unos pantalones de cuero muy ajustados y lleva una camiseta blanca muy apretada que tiene levantada y atada en un nudo por encima del ombligo. Es rubia y tiene una coleta que cae por debajo de su nuca. Unas gafas protegen sus ojos.

Estoy a punto de hablar para atraer su atención cuando ella se gira sobresaltada. Con el rostro serio y la mirada fija en mí, levanta las dos manos en cuyo final se encuentra su pistola y me apunta directamente a la cabeza.

Trago saliva. No me salen las palabras. Sé que está a punto de disparar. Lo veo en su mirada. Tiene los labios apretados. Miro por detrás de ella y trato de descubrir a qué ha estado disparando hasta el momento. Logro ver algunos cuerpos oscuros tendidos en la calle. Hay varios, tal vez media docena. Entonces me centro de nuevo en la desconocida para dirigirme a ella:

—Me llamo Tom—digo con apenas un hilo de voz. Es evidente que he sonado asustado. Trago saliva antes de continuar. —Tom Carella… y soy humano.


Ella me observa unos instantes y tras varios segundos de incertidumbre, baja el arma.