PAREJA DE ENAMORADOS

—¿Qué ves en esta imagen?

Miro la cartulina que levanta  mi psicólogo. Me está tratando desde hacía varias semanas y hoy es nuestra tercera sesión. Al parecer, tengo un desorden mental con tendencias homicidas y esa es la razón por la que quiero hacer daño a la gente. Estoy  un poco harto de que me enseñe imágenes de manchas sin forma definida que yo debo interpretar. Se supone que mis respuestas ayudan a definir  el problema que me ha traído hasta aquí. Tal vez hubiera sido más fácil decir que oía voces que me empujaban a hacer cosas malas pero la verdad, y entre nosotros, nunca he escuchado nada extraño dentro de mi cabeza. Y a mí no me gusta mentir.

—Eduardo, por favor, concéntrate y dime qué ves en esta imagen.

Miro de nuevo la cartulina que el psicólogo aún mantiene levantada frente a mis ojos. Esto es nuevo. No son números extraños ni letras semiocultas en colores, ni las manchas con formas de animales grotescos e inexistentes que detesto. Esto es una fotografía.

—La luna—suspiro. Precisamente eso muestra la imagen. La luna  grande y hermosa en todo su esplendor, que domina el mundo desde su privilegiada posición.

—¿Y qué te sugiere?

—Poder—respondo sin pensarlo. En el momento en que el psicólogo baja la mano para dejar la imagen sobre la mesa me apresuro a añadir otro comentario—Pero hay más, mucho más.

Mi psicólogo me lanza una mirada de interés y frunce el ceño. Mira unos instantes la fotografía y después la vuelve a colocar frente a mis ojos.

—Bien, Eduardo, ¿Qué más ves en esa imagen?

—No es lo que se ve en ella sino lo que oculta.

—¿Y qué oculta?—pregunta el psicólogo sin bajar el brazo mientras con la otra mano anota palabras  en su cuaderno.

—Una persona normal simplemente ve  una hermosa fotografía. A todo el mundo le gusta la luna llena y si nos quedamos con lo superficial vemos que la imagen es hermosa. ¿Qué puede sugerir? ¿Amor? ¿Lealtad? Todos nos imaginamos a una pareja de enamorados sentada en un banco, agarrados de la mano, abrazados, besándose, siendo sinceros el uno con el otro, hablando sobre planes de futuro…

—¿Una persona normal?¿Tú no eres normal, Eduardo?

—Yo tengo un problema, doctor, por eso estoy aquí.

—¿Y tú no ves a esa pareja de enamorados?

—¡Claro que la veo!—exclamo  malhumorado—Pero en mi mente están muertos.

—¿Muertos?—el psicólogo baja la fotografía y permanece en silencio, mirándome fijamente.

—Muertos, doctor,  muertos por completo.

—¿Por qué? 

—La luna siempre es testigo de los crímenes más atroces. Esa pareja de enamorados se encuentra en el parque a altas horas de la madrugada y la oscuridad oculta muchos secretos. Un depravado los asaltará. Saldrá de entre los árboles tal cual bestia despiadada y les clavará un cuchillo. Los abrirá en canal. A los dos. 

—¿Y si el asesino no estuviera allí con ellos?

Miro perplejo al psicólogo y sonrío.

—No trate de salvar a la pareja de enamorados, doctor, están muertos.

—¿Por qué los quieres matar?

—¡Yo no quiero hacerlo! ¡Es su destino!—me levanto furioso del diván  y permanezco de pie hasta que vuelvo  a recobrar el asiento—Mire doctor, supongamos que esa pareja no es asesinada por el desalmado que yo he mencionado. Bien, ¿Ve la luna llena? La pareja de enamorados camina de regreso a su casa por un sendero. De las lindes del bosque, mientras la pareja se demuestra su amor con besos y caricias, saldrá un hombre con ganas de matarlos y  despedazará los cuerpos de los pobres desgraciados. Les reventará la garganta, les arrancará la cabeza y la luna permanecerá ahí arriba, mirándolo todo sin hacer absolutamente nada, como siempre.

—¿Estás culpando a la luna de la muerte de esa pareja?

—Nadie tiene la culpa, doctor. Las cosas suceden porque tienen que suceder. Usted me ha dicho que hable sobre esa fotografía que me ha enseñado y es lo que estoy haciendo. La pareja está muerta, de un modo u otro.

—¿Qué sientes cuando ves a una pareja de enamorados caminando por la calle o sentada en un banco?

—Los envidio.

—¿Por qué?

—Porque ellos se tienen el uno al otro y yo… yo no tengo a nadie.

—Por esa razón tienes la necesidad de hacerles daño, ¿verdad? Eso explica por qué en el ejemplo de la fotografía la pareja muere.

—Usted no entiende nada, doctor.

—¿Qué es lo que debo entender?

—Usted cree que el mundo es tal y como lo ve. 

—¿Y no es así?

—Se equivoca, doctor. ¿Sabe que cuando la luna está llena como la de esa fotografía se tiñe de sangre? ¿No se ha parado a preguntarse por qué los asesinos más salvajes actúan en las noches de plenilunio? Es muy sencillo, doctor, porque la luna los altera.

—¿También te altera a ti?

—¡Por Dios, doctor!—exclamo elevando la voz—¡Yo no soy un asesino!

—Y sin embargo a esa pareja de enamorados de la fotografía los matas sin dudar.-el psicólogo pronuncia estas palabras mirando la imagen.

—¿Usted también los ve?

—¿Perdón?

—A la pareja de enamorados,  bajo la mirada de la luna llena.

—No, yo…

—Vamos doctor, ha señalado la fotografía y  ha mencionado a la pareja.

—Pero sólo porque tú les has dado la oportunidad de estar ahí.

—Doctor, por favor, le voy a hacer una pregunta y espero que sea sincero conmigo o no regresaré más a esta consulta.

El psicólogo parece nervioso y yo trato de no quitarle ojo en ningún momento. Baja la  mirada e incómodo se agarra las manos.  Me mira.

—¿Qué pregunta quieres hacerme?

—A esa pareja de enamorados que usted también ve en la imagen… ¿Qué les pasa?

—Mueren—responde el psicólogo.

—¡Exacto, doctor!—me reclino en el diván y coloco las manos por detrás de la cabeza—Usted y yo no somos tan distintos, ¿No cree?

—Yo he llegado a esa conclusión porque tú me has hecho ver que la pareja de enamorados no tiene salvación. Alguien los mata. Me lo has contando tú… lo importante es descubrir por qué   para ti ellos no tienen la oportunidad de vivir.

Me levanto algo cansado de tanta pregunta y doy por finalizado el juego.

—Doctor, hemos terminado por hoy.

—Aún es pronto—dice mi psicólogo tras consultar su reloj de pulsera.

—No. Hoy hemos terminado—repito—Hay muchas cosas que tengo que preparar para esta  noche.

—¿Qué vas a hacer esta noche?

Me acerco hasta el escritorio y coloco las manos sobre él. Agacho la cabeza y miro fijamente al doctor. Esbozo una sonrisa sarcástica.

—Por si no se ha dado cuenta, querido doctor, esta noche habrá luna llena. Téngalo presente cuando salga a su jardín  a fumarse un cigarrillo, ese cigarrillo que su amada esposa no le deja disfrutar dentro de  casa.

—¿Cómo sabe…?

—Doctor, doctor—coloco mi mano sobre su hombro y acerco un poco más mi cabeza a la suya—Hoy usted y su esposa cumplen veinte años de casados, ¿No es así? Y han  preparado una cena muy romántica, con velas, música y probablemente postre final—le guiño un ojo para que comprenda a qué me refiero exactamente.

El psicólogo me mira asombrado y trata de levantarse pero yo le sujeto con las dos manos y  pego mi cara a la suya.

—Recuerde doctor  la sesión de hoy  cuando salga a fumar al jardín y levante la cabeza  para  contemplar el hermoso cuerpo de la luna llena,  brillando en el centro del cielo. Piense  si no acechará algún perturbado por las cercanías de su casa, esperando el momento de permitirse un pequeño desliz.

—Usted…

—¡Cállese!—le grito sacudiéndolo de un lado a otro—¡No olvide lo que les pasa a las parejas de enamorados en las noches de plenilunio!  Los dos sabemos  que la historia termina mal.

Me aparto del doctor no sin antes quitarle las arrugas que le he dejado en su camisa y le coloco la corbata en óptimas condiciones. Me mira con los ojos muy abiertos. Tiembla como un flan. Noto el miedo en su rostro. Le doy la espalda y abro la puerta del despacho. Veo a la guapa secretaria sentada frente a un ordenador, no levanta la cabeza y continúa escribiendo.  Antes de marcharse me doy la vuelta y le dedico unas últimas palabras a mi psicólogo:


—Disfrute de la cena, doctor, quién sabe, tal  vez  podamos seguir hablando esta noche, ¿No cree?