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DESDE EL FONDO DEL ABISMO



Al abrir los ojos intuí que algo no andaba bien. El día anterior me había acostado con  un fiero dolor de cabeza  que aún perdura y  atormenta los extremos más alejados de mi frente. He pasado toda la noche envuelto en  un  frío latoso que me ha provocado  convulsiones y sudores intensos. Lo primero que he pensado es  que había cogido la gripe, que evolucionaba haciendo estragos en mi organismo pero, si soy del todo sincero, me encuentro demasiado raro, extraño, como para pensar que todo se reduce a un  simple resfriado.
Al despertar he alargado el brazo hacia la oscuridad en busca de la pared donde apoyar la mano y apretar el interruptor para encender la luz. Ante mi sorpresa, he tocado algo viscoso, gélido, de tacto horripilante y he recogido el brazo con la sensación de que en realidad  no me encontraba en mi habitación.
Me incorporo violentamente y descubro, sorprendido,  que las sábanas sobre las que he estado tumbado yacen completamente mojadas. Hay un extraño olor en el dormitorio, un aroma rancio y desagradable, una mezcla de sudor y orina.
Salto de la cama como un resorte y al apoyar mis pies desnudos en el suelo compruebo que  está helado y húmedo como la nieve. A causa de la impresión, mi garganta trata de arrojar un quejido, mas  ningún sonido emerge de ella, permaneciendo muda y  asustada.
Tiemblo de frío. Tengo  la garganta seca y los ojos se me cierran  a causa de un agotamiento físico que ha agarrotado todos mis músculos, como si mi cuerpo se hubiera atrofiado durante el transcurso de la  noche. Siento un pequeño pero acuciante escozor en el centro de mi estómago y un ligero mareo golpeando mi conciencia de una manera brutal y desmedida.
Busco de nuevo el interruptor de la luz. Es inútil,  mis ojos apenas pueden rasgar las vestiduras de la espesa oscuridad en la que está envuelta  mi  habitación. Trato entonces de acercarme a la ventana con la intención de abrirla y  poder respirar un poco de aire fresco; aquí huele francamente mal. Tampoco la encuentro. Es como si hubiera perdido el sentido de la orientación pero por más que giro sobre mi propio cuerpo descubro que no soy capaz de encontrar la ventana; es más, tengo la sensación  opresiva de estar  encerrado en un lugar que no me corresponde.
A tientas, con las palmas de las manos toco la masa viscosa, muy parecida a la gelatina y que deberían ser las paredes. Trato de encontrar la puerta. Cuando estoy a punto de hacerlo, escucho unos  ruidos singulares que proceden del interior del armario. Presto atención y el miedo arruga mi alma al imaginar el origen de esos misteriosos e inquietantes sonidos. Es una especie de roce, como si miles de diminutas y peludas arañas se movieran inquietas dentro del armario, moviéndose nerviosas, asustadas,  golpeando con sus delgadas patitas la madera, deseando salir de su prisión para abalanzarse sobre mí y  atraparme.
Aterrado, doy un paso atrás al tiempo que oigo unas voces que me resultan atroces, demoníacas, perversas y   que proceden del pasillo. Entonces, a través de la rendija de la puerta, veo que alguien ha encendido una luz al otro lado. Las voces siguen sonando, ahora más claras y limpias. Hay muchas que me resultan desconocidas pero entre ellas está la de mi madre. Y llora. Un desconocido trata de calmarla. 
Oigo pasos que se acercan. 
Nuevas voces.  El llanto de mi madre más cercano. 
Ruidos al otro lado de la puerta.  Alguien se dispone a entrar. 
Por fin.
La luz irrumpe en mi habitación y la oscuridad que hasta entonces me rodeaba se esparce  hacia un lado. Asombrado, veo a dos hombres vestidos de negro con trajes impecables. En sus rostros mantienen una expresión tan severa como miserable. Sujetan a mi madre de los brazos; ella apenas se tiene en pié y no deja de llorar de una forma tan desesperada que mi corazón se rompe de dolor, impotencia e incomprensión. Al fondo, detrás de aquellos hombres, veo a mi hermana pequeña, permanece inmóvil, con las manos en los bolsillos, la cabeza agachada  y el  rostro escondido detrás de su pelo rubio.
Mi madre y aquellos hombres entran en la habitación. Pasan a mi lado, como si no me vieran, como si no existiera. Trato de dirigirme a ellos pero mi garganta se niega a producir sonido alguno. Giro la cabeza y veo que los dos hombres se acercan a la cama. Hay un cuerpo tendido sobre ella. Mi madre cae al suelo y rompe a llorar, con las manos golpeando la madera  una y otra vez, maldiciendo en voz alta tamaña desgracia, suplicando, pidiendo ayuda. Sus gritos destrozan mi alma.
Alguien más entra en la habitación. 
Dos hombres vestidos igualmente de negro, como los primeros. Han dejado un ataúd en la entrada de la casa.
Miro hacia la cama para descubrir lo que ya se dibuja como una realidad dentro de mi ser.  Veo mi cuerpo inerte tendido sobre ella. La expresión en mi rostro es horrenda. Tengo los ojos abiertos, vacíos de vida.
La habitación comienza a girar  vertiginosamente a mi alrededor. Sufro terribles convulsiones al tiempo que  las puertas del armario se abren y un gran número de brazos deformes y oscuros se estiran para atraparme y conducirme al fondo de un abismo.
Cuando las puertas del armario se cierran  y yo quedo atrapado en su interior, aún tengo tiempo de escuchar cómo aquellos hombres levantan mi cuerpo de la cama y lo sacan de la habitación para introducirlo  en el ataúd.
Estoy a punto de perder por completo la conciencia, pero antes de hacerlo, oigo de nuevo el  llanto desconsolado de mi madre, su alarido desgarrador, y comprendo que ése será mi último recuerdo mientras inicio mi viaje a lo más profundo de las tinieblas.






AVISOS

¿Quién podía estar gastándole una broma? Al principio le hizo gracia pero con el tiempo la agudeza de la misma había perdido todo sentido cómico. Raúl se había cansado de aquél juego y estaba dispuesto a pillar al culpable. Lo que empezó inocentemente se había convertido ahora en un asunto turbio y desagradable.
Todo comenzó hace siete días, con un anónimo…


Primer Día

Raúl regresaba del trabajo con el rostro reflejando la dureza de una extensa jornada laboral. Eran las diez de la noche. Al entrar al portal hizo lo que hacía siempre. Abrió el buzón y recogió las cartas que había en su interior. Entró en el ascensor y tras pulsar el botón de su piso echó un vistazo a la correspondencia: facturas, publicidad y un sobre pequeño, en blanco. Lo abrió al mismo tiempo que el ascensor llegaba a su destino. Su interior contenía un trozo de cartulina blanca que extrajo con cierta curiosidad. Había una frase escrita con rotulador rojo:



“DENTRO DE NUEVE DIAS ESTARAS CRIANDO MALVAS”

Raúl introdujo la cartulina en el sobre y al entrar a su casa lo tiró a la papelera, junto a la publicidad.

Segundo Día

Algo le despertó a las nueve de la mañana. En un primer momento pensó que eran sus vecinos de arriba, que volvían a discutir, pero no se trataba de eso. Se levantó extrañado y recorrió el salón en calzoncillos hasta que identificó los ruidos que lo habían arrebatado de su sueño. Alguien llamaba a la puerta.

Se puso un pantalón pero no llegó a abrochárselo. Se acercó a la entrada y abrió la puerta. No vio a nadie, ¿Quizá había tardado demasiado en abrir? Estuvo a punto de cerrar hasta que vio algo blanco en el suelo, sobre el felpudo. Frunció el ceño y se agachó para recogerlo. Era un trozo de cartulina blanca. Le dio la vuelta y comprobó que había una frase escrita, de nuevo con rotulador rojo:

“TOMATELO EN SERIO: YA SOLO TE QUEDAN OCHO DIAS, DESPUES MORIRAS”

Masculló entre dientes y estrujó disgustado la cartulina. “Malditos bromistas”, pensó, y no le quiso dar más importancia.
En el trabajo se olvidó por completo de todo.


Tercer Día

Raúl había tenido un día tranquilo. A las cinco de la tarde se encontraba en el taller donde trabajaba y todo transcurría con normalidad, hasta que ocurrió lo que tenía que suceder. El encargado apareció en su puesto acompañado de una amplia sonrisa que cubría su rostro de oreja a oreja. Llevaba algo en las manos.
-¿Tienes una admiradora secreta?.-preguntó con sarcasmo. Raúl le miró sin comprender a qué se refería y no pudo evitar fijarse en lo que el encargado traía en las manos. Era una flor, en concreto una rosa, de pétalos negros.

-Ha llegado por mensajero, es para ti. Viene con una nota.

El encargado se la entregó y después se marchó murmurando algún comentario jocoso. Raúl contempló estupefacto la rosa negra y después el pequeño sobre. Lo abrió y rápidamente vio el color rojo de las palabras que estaban escritas sobre la superficie de un trozo de cartulina blanca:

“TU VIDA SE MARCHITARA EN SIETE DIAS”

A Raúl no le hizo ninguna gracia. Miró a su alrededor esperando encontrar a sus compañeros partiéndose de risa pero los vio trabajando, ajenos a todo. Esta vez Raúl se guardó la nota en un bolsillo y contempló durante varios segundos la rosa de pétalos negros, después la aplastó con una de sus manos.

Cuarto Día

Esperaba encontrarse de nuevo un anónimo en el buzón, una nueva nota escrita en cartulina pero en esta ocasión no fue así. No pensaba demasiado en ello pero tampoco podía quitárselo de la cabeza. El asunto era extraño, pero dedujo que se trataba de una broma, de mal gusto, por supuesto, pero de una broma al fin y al cabo.

Había escrito en una hoja de papel los nombres de los posibles bromitas: Compañeros de trabajo, amigos de la cuadrilla, su propio hermano… pero no lograba acertar quién pudiera estar divirtiéndose a su costa.

Era viernes y, como tenía costumbre, salió de marcha con varios amigos. Todo transcurrió como en otras ocasiones, con la peculiaridad de que esa noche una morenaza que había en la barra de un bar le observaba con ojos cautivadores. De pelo rizado y labios rojos como la sangre, no le quitaba ojo y le sonreía, invitándole a acercarse. Raúl, animado por sus amigos, se aproximó a ella y entablaron una conversación. Pocos minutos después los dos salieron del bar.

Raúl no se paró a pensar en la insólita razón por la que una mujer de aquellas características, con un cuerpo escultural, se había fijado en él. Solo pensó que había tenido suerte y que debía disfrutar y aprovecharse del momento. Y eso estaba dispuesto a hacer.

Entraron en el portal del piso de Raúl y ya en el ascensor comenzaron a besarse apasionadamente. Las manos de la morenaza fueron despeinando la cabeza de Raúl mientras las del chico buscaban los sugerentes pechos para apretarlos. Estaban duros, erectos. Después, tras un movimiento rápido de brazos, las manos de Raúl se desplazaron hasta posarse en el culo de la morenaza. Estaba dispuesto a hacerlo allí mismo, sin importar nada más, pero la chica lo contuvo con una sonrisa. Raúl, rugiendo como un animal en celo, abrió violentamente la puerta del ascensor y buscó sus llaves. Llegó hasta su piso y abrió con brusquedad. Los dos entraron en su interior, entre risas y jadeos.

Volvieron a besarse hasta que llegaron a la cama y se tumbaron, uno encima del otro. Raúl escogió abajo. La morenaza le arrancó la camisa de un zarpazo y comenzó a besar el pecho apenas poblado del hombre. Raúl gimió en un principio de placer y luego de dolor, al sentir los pícaros dientes de la mujer mordisqueando sus pezones.

Se sobresaltó cuando la morenaza se levantó y pidió ir al baño con la mirada cargada de una explosiva carga sexual. “No tardes” le dijo Raúl mientras se quitaba la ropa y dejaba al aire el esplendor de su excitación.

Nunca más volvió a ver a aquella mujer. De hecho, no salió jamás del cuarto de baño.
Impaciente, Raúl la llamó varias veces pero no recibió respuesta. Intrigado por el silencio, el joven llamó a la puerta del baño y finalmente optó por entrar en él.
Estaba vacio.

Raúl no podía entenderlo, hasta que vio en el espejo, escrito con trazos gruesos de carmín, una frase que le heló la sangre:

“SEIS DIAS PARA ENTRAR EN EL INFIERNO”

Estaba convencido de que todo había sido una jugarreta de sus amigos. Era obvio. Mensajes extraños y truculentos, una morenaza imposible de que se fijara en un hombre como él…, sí, todo era demasiado bonito para ser verdad. Durante el resto de la noche esperó la llamada de sus amigos, sus carcajadas, sus insultos, pero finalmente el sueño lo venció y Raúl quedó dormido, tumbado en la cama, aún desnudo.

Quinto Día

Aquél sábado por la mañana al despertar, a eso de las doce del mediodía, Raúl notó un agudo dolor en la nuca y se llevó la mano hacia ella, notando que al rozar sus dedos con la zona, sentía una especie de escozor. Pensó que algún bichito le había picado.

Recordó a la chica morena y estuvo a punto de excitarse de nuevo, pero se sentó en la cama y estalló en una cruenta carcajada que retumbó en la habitación, como si se hubiera vuelto loco de repente. Le estaba viendo la gracia a la broma y se levantó para dirigirse al cuarto de baño con intención de orinar. Miró el espejo y se sobresaltó al comprobar que no había nada escrito en él. No recordaba haber borrado el mensaje y comenzó a dudar si todo no había sido más que un divertido sueño. Al ver la marca de dientes junto a sus pezones descubrió que en realidad todo había sucedido tal y como lo recordaba.

Se dio una buena ducha y al no poder quitarse de la cabeza la imagen sensual de la mujer con la que había estado a punto de consumar, usó agua fría. Mientras secaba su cuerpo estuvo pensando en los anónimos que estaba recibiendo y rió de buena gana convencido de que alguno de sus amigos había ideado semejante estupidez. Hoy sábado, esperaba encontrar una nueva nota, anunciando los días que le quedaban de vida, ¿Seis, verdad? Pero no sucedió nada excepcional, no al menos hasta la noche.

Había acabado de cenar y dudaba si fregar los platos o tumbarse en el sofá frente a la televisión, con el mando a distancia en una mano y en la otra una botella de cerveza bien fría. Escogió esta última opción. Zapeando entre malas películas mil veces vistas y programas del corazón, Raúl estuvo tentado de lanzar el mando hacia el televisor, pero finalmente no lo hizo. Estaba frustrado, aburrido. Entonces sonó el teléfono.

Malhumorado por sentirse obligado a levantarse, protestó mientras lo hacía. Cuando descolgó el teléfono no oyó ningún ruido al otro lado y pensó que la comunicación se había cortado. Colgó y regresó al sofá. Nada más hacerlo volvió a sonar el maldito teléfono.

Corrió hasta él y tras descolgarlo pegó la oreja irritado. Esta vez sí oyó algo al otro lado. Algo que le hizo estremecer.
Aunque lo estaba esperando no sabía la forma en que iba a producirse.
Una voz gutural y profunda, que parecía proceder del mismísimo más allá se dirigió a él y, en un tono cavernoso, le lanzó el siguiente mensaje:

“CINCO DIAS PARA QUE LA OSCURIDAD TE ABRACE
PACIENCIA, ME ESTOY ACERCANDO”


Fue el instinto. Raúl colgó con violencia y permaneció en silencio con las manos en la cabeza. La voz sonaba una y otra vez en su cerebro y cada vez resultaba más terrorífica. Aquella historia comenzaba a perder la gracia.

Sexto Día

Apenas había podido dormir. Raúl no era una persona miedosa pero la voz se le había quedado grabada en su cabeza y se repetía con insistencia. Pese a estar convencido de que todo era producto de una maquiavélica broma, Raúl no dejó en toda la noche de darle vueltas a todos y cada uno de los incidentes. La cabeza le dolía horrores.

Tras una ducha mañanera, se vistió con un chándal viejo y salió a correr unos kilómetros, algo habitual los domingos. Mientras corría, tuvo la sensación de que los transeúntes le observaban con interés y recelo, como si todos ellos supieran que le quedaban muy pocos días de vida….

¿Pero qué estaba pensando? ¿Acaso se iba a dar por vencido e iba a permitir que los bromistas se salieran con la suya? ¡Nadie se iba a reír a su costa!

Cuando regresaba a casa, al cruzar la calle, un camión estuvo a punto de atropellarle. Sonó un claxon rabioso y Raúl tuvo la habilidad de echarse hacia atrás para evitar un desenlace fatal. Oyó el grito horrorizado de una mujer y la voz de un hombre que había presencia el incidente que decía “¿Quieres morir?”

Una voz más fuerte, potente y visceral, retumbó desde alguna parte:

“TODAVIA NO PUEDE MORIR,
AUN LE QUEDAN CUATRO DÍAS…”

Raúl miró a su alrededor pero no pudo localizar a la persona que había pronunciado aquella frase, es más, tuvo la extraña sensación de que él había sido el único de los presentes que la había oído. La voz era muy parecida a la que escuchara a través del teléfono. Su rostro comenzó a sufrir una ligera transformación, donde los rasgos mostraban los síntomas de un pánico que comenzaba a surgir de una manera aplastante. La cabeza le daba vueltas y sentía un intenso vacío en el estómago.

-Oiga, joven, ¿Se encuentra bien?.-dijo la voz de un anciano de rostro preocupado.
No, Raúl no se encontraba nada bien.

Séptimo Día

El despertador sonó a las cinco de la mañana y le costó varios minutos darse cuenta de ello. Tenía el cuerpo completamente agarrotado, pero se levantó y se dio una buena ducha para despejarse. Después de vestirse y de un pequeño vaso de café, se marchó hacia el trabajo.

Iba conduciendo en malas condiciones. Un sólido dolor de cabeza le impedía centrarse correctamente en el asfalto y una fuerte tormenta, que se había desencadenado paralelamente a su despertar, hacía desapacible cualquier intento de ver las cosas con ojos tranquilizadores.

Cerca ya de su lugar de trabajo, en el transcurso de una recta larga, oscura y solitaria, Raúl pisó el acelerador. Iba pensando en la macabra broma que le estaban gastando y se imaginaba que algo nuevo descubriría al llegar a su trabajo. Un nuevo anónimo, o una nueva rosa negra, o quizá cualquier otra estupidez que le anunciara que le quedaban solamente tres días de vida. Era el colmo de lo absurdo. En cuanto tuviera ocasión iba a agarrar de la pechera al estúpido bromista y le iba a estampar el puño en la cara. ¡Nadie se reía de él!

Y sin embargo…

Tenía la sensación de que algo más había en toda esta historia, algo que se le escapaba.
De todos modos no tuvo que esperar demasiado tiempo para comprobar que algo no encajaba en el sentido y en la lógica.
Fue antes de llegar al trabajo, en aquélla recta larga, oscura y solitaria.
Raúl suspiró consternado al sentirse presa de una situación que no podía entender y miró unos instantes al retrovisor.

¡Pisó el freno de inmediato!

La figura de un hombre vestido de negro lo observaba con ojos muertos desde el asiento de atrás.

El coche chirrió y las ruedas frotaron el asfalto con tanta violencia que comenzaron a salir humo de ellas.

Gracias al cinturón de seguridad, el cuerpo de Raúl quedó prácticamente clavado en el asiento. Agarró con fuerza el volante y volvió a mirar al espejo. El hombre seguía allí y lo miraba en silencio, a través de unos ojos que a Raúl le resultaron malignos.

-No te gires.-dijo el hombre misterioso con voz átona.

Raúl obedeció, estaba muy asustado. Preguntó quién era ese hombre.

-Soy un mensajero.
Raúl lo miró a través del espejo y antes de hablar tragó saliva: -Y vienes a decirme que ME QUEDAN TRES DIAS DE VIDA, ¿Verdad?

El siniestro personaje había desaparecido. En ese preciso instante, Raúl tuvo conciencia de que todo aquello no era producto de una broma y comenzó a tomarse en serie lo que parecía ser una sentencia de muerte.

Octavo Día

Cuando a una persona le van avisando de que le quedan pocos días de vida y se lo toma a broma, cuando se convence de que hay una siniestra realidad tras los avisos, ya es tarde para intentar poner remedio. Tres días no dan para mucho y Raúl lo sabía. Estaba muy asustado y optó por no levantarse de la cama hasta bien entrada la mañana. No había acudido al trabajo, ni siquiera llamó para informar de su ausencia, no estaba dispuesto a hacer nada que pudiera darle la oportunidad a quién fuera de dejarle un nuevo y escalofriante mensaje.

El teléfono sonó pero él no lo cogió.
Alguien llamó a la puerta, pero él no abrió.

Consciente de que lo que le estaba ocurriendo era sumamente extraño, atisbaba en algún rincón profundo de su raciocinio que el asunto contenía algunos ribetes misteriosos y no explicables, por eso no encendió la televisión ni la radio, tampoco quería leer absolutamente nada. No iba a facilitar las cosas a la caprichosa forma de indicarle que solamente le quedaban dos días de vida…
Pero el destino no puede detenerse… o al menos Raúl no supo cómo hacerlo.

Después de comer había decidido acostarse de nuevo. El fuerte dolor de cabeza continuaba atormentándole. Pese a ello, se durmió en cuestión de minutos.

Despertó sobresaltado. ¡¡No podía respirar!!

Abrió los ojos pero notó que tenía algo sobre ellos que no le permitía ver absolutamente nada. Primero pensó que era la sábana pero al apreciar que no estaba solo en la habitación (notaba una profunda respiración) supuso que alguien le había colocado una venda. Se equivocaba.
Intentó abrir los ojos pero no podía hacerlo. El esfuerzo le suponía sentir un dolor insoportable y se asustó al comprender que el extraño visitante que estaba junto a la cama, probablemente observándole con una expresión de entera satisfacción, le había cosido los párpados.

Abrió la boca para proferir un grito solicitando ayuda. La boca no se abrió. Sus labios estaban sellados.

Raúl oyó una pequeña risa y notó el aliento del desconocido sacudiendo su rostro. Notó algo viscoso y húmedo recorriendo su cara y movió la cabeza para espantar “aquella cosa”, pero la lengua del intruso continuó lamiendo el rostro de Raúl.


“TE LO HE ESTADO ADVIRTIENDO Y TE HAS BURLADO DE MI
AHORA SOLO TE QUEDAN DOS DIAS DE VIDA”

Raúl reconoció la voz. La misma que sonara a través del teléfono, la misma voz, lúgubre, profunda y lejana, que escuchara en la calle, cuando casi fue atropellado. Estaba convencido que aquella voz no era humana…

¡La Muerte! ¡Eso era, claro! ¡Allí estaba para llevárselo!

Resultaba inaudito pero era la única explicación a la que podía llegar en aquellas circunstancias y tras analizar todos los acontecimientos. La broma era evidente que ya estaba descartada, la posibilidad de que todo no fuera más que las tretas horrendas y oscuras de un psicópata caían por su propio peso al percibir en algunos momentos, pequeños fragmentos irreales que mantenían con fuerza una posible conexión sobrenatural en tan turbio asunto.

¡La Muerte!

Noveno Día

Raúl ya era consciente de que su final estaba cerca. En las circunstancias en las que se encontraba, no podía hacer otra cosa que esperar. Y eso hizo.

Apenas podía moverse. Con los parpados cosidos y la boca sellada, el miedo lo tenía completamente inmovilizado. El constante y agudo dolor de cabeza y los miembros agarrotados, le impedían cualquier movimiento. Postrado en la cama permaneció a la espera.

Esta vez no era necesario que nadie ni nada le informara de que solo le quedaba…UN DIA DE VIDA.

Ultimo Día

La muerte entró sin abrir la puerta. Lo hizo atravesando la pared y se personó en la habitación donde Raúl yacía, aguardando su momento.

La temperatura bajó de forma considerable y un olor putrefacto se adueñó del lugar. La Muerte observó a su presa con el rostro febril. Una pequeña e inesperada bruma comenzó a aparecer alrededor de la Muerte y rodeó por completo la habitación, pareciendo que todo había desaparecido en su interior. Pero si mirabas bien se podía distinguirse el vestido negro de la Muerte avanzando hacia Raúl.


Supo que estaba allí y no hizo nada por rechazar la fría presencia de la Muerte. Raúl estaba resignado. Las largas horas de inmovilidad le habían ofrecido una tranquilidad que incluso a él le sorprendió, pero cuando las cosas se tuercen de esta manera, es absurdo luchar contra ellas. Raúl se había rendido.
Oyó hablar a la Muerte, con su voz lúgubre, profunda y lejana, pero el sonido estaba tan distorsionado que Raúl no podía entender lo que le estaba diciendo. Comenzó a notar algo caliente y viscoso que manchaba sus oídos hasta que dedujo que era sangre.

Los orificios de la nariz se le taponaron completamente y comenzó a sufrir convulsiones al no poder respirar. El fuerte dolor de cabeza había desaparecido por completo, sustituido por la voz de la Muerte que no dejaba de hablarle. Notó una fuerte presión en su pecho hasta que definitivamente dejó de respirar y su cuerpo quedo tendido sobre la cama, completamente inmóvil.

La bruma comenzó a desaparecer y la Muerte se marchó con ella. La temperatura de la habitación había retomado a la normalidad. Raúl estaba muerto, con una expresión en su rostro de angustia que mostraba sufrimiento en el momento de su muerte. La sangre seguía manando de sus oídos…

En la pared, usando la sangre del propio Raúl, alguien había escrito:

“TE LO ADVERTI”

Primer día
(En el otro extremo de la ciudad)

Verónica se despertó a las cuatro de la madrugada y comenzó a dar vueltas por la cama, pero ya no pudo conciliar el sueño y optó por levantarse. Bebió un vaso de leche y después tomó la decisión de encender el ordenador. Miró sus mensajes y visitó varias webs. Una de aquellas páginas era un blog de Relatos Cortos y tras leer una historia escalofriante se le abrió una ventana a la derecha con un texto escrito en rojo:


“NUEVE DIAS PARA ENTRAR EN LA OSCURIDAD”


Verónica la cerró sin prestarle mayor atención suponiendo que se trataba de un enlace publicitario. Ignoraba que su vida iba a cambiar por completo desde aquél mismo momento, bueno, para ser sinceros…
...lo poco que le quedaba.

UN MUNDO DEMASIADO GRANDE PARA MI

Anoche me adentré de nuevo en el cementerio para escuchar la voz de los muertos, pero nada más que un angustioso silencio fue lo que percibí.
Permanecí toda la noche sentado sobre las tumbas, escrutando la oscuridad que me rodeaba con la esperanza de ver junto a los cipreses las almas de los difuntos, pero nada más que la soledad se presentó ante mí.

Esperaba que los muertos se levantaran, tal y como he visto en las películas pero ningún rostro cadavérico, ninguna mano huesuda surgió de las profundidades de la tierra. Nada extraordinario encontré en el camposanto, ningún alma vagando en pena, ningún muerto viviente caminando torpemente junto a mí. Nada misterioso, nada sobrenatural.

No escuché gritos ni lejanos lamentos, no me rodearon presencias fantasmales ni oí susurros escalofriantes, solamente sombras que no se movían, la negrura de la oscuridad, la soledad del cementerio, el frío de la noche y el llanto de mi corazón.

Me encontraba sólo en aquel paraje, esperando los mensajes del Más Allá y solo escuché la respiración de mi alma. Permití que mis ojos dejaran escapar pequeñas lágrimas que delataban la tristeza que en aquellos momentos me embargaba. Y entonces, casi al amanecer, decidí regresar a mi tumba. Es cierto. La muerte es el descanso eterno, la paz. Lo sé bien.
Llevo en la oscuridad cerca de diez años, diez largos años buscando a otros como yo pero nunca, jamás, he podido localizar a nadie. He caminado por las calles, he visitado los lugares que en vida eran mundanos para mí pero nadie en las casas, nadie en los bares, nadie con quien cruzar unas palabras. Sólo yo en el mundo, un mundo demasiado grande para mí.

Este cementerio es ahora mi lúgubre hogar. No hay gritos ni sonidos, sólo yo sentando algunas noches sobre las tumbas esperando ver u oír algo…, pero nada a mi alrededor, absolutamente nada. Estoy cansado, harto de seguir así y decido tumbarme en mi ataúd, esperando que mis ojos se cierren definitivamente. Pero no lo hacen y la angustia comienza a corromperme por dentro. Estoy vacío de ilusiones, no tengo ni la más mínima sensación, solamente la tristeza que hierve la sangre en mi interior. Vivir en esta muerte es tan dramático que solamente deseo volver a vivir.

Nada puedo hacer. Nada hay que hacer pues el destino de los hombres es yacer en descanso para toda la eternidad, del mismo modo que yo lo estoy haciendo.

No es fácil pero tenemos todo el tiempo del mundo para amoldarnos a esta nueva vida que se oculta más allá de la muerte.

Algún día, sin duda, te tocará a ti y quizás alguien también podrá leer lo que escribas una de las noches en que decidas sentarte entre las tumbas del cementerio esperando la nada.

La Bruma

La niña se había acurrucado en un oscuro rincón mientras sus dos hermanos se adentraban en el cementerio. Ella tenía miedo pero la habían obligado a quedarse allí.

Primero había escuchado los gritos desgarradores que perturbaron los resquicios del silencio que se había adueñado en aquel tenebroso escenario y después extraños sonidos que no pudo identificar. La niña nunca supo que sus dos hermanos habían encontrado la muerte a escasos metros...

Los minutos iban pasando y la oscuridad poco a poco fue gobernando el lugar mientras el frío de la noche se introducía en los huesos de aquella pequeña niña.

Convertida en un ovillo, sola e indefensa, lloriqueaba asustada sin atreverse a pronunciar los nombres de sus hermanos que tardaban en regresar.

Comenzó a escuchar un ruido leve, lejano y alzó la cabeza para observar con atención, pero las sombras le impidieron discernir la fuente de aquel sonido que parecía acercarse lentamente, sin prisa.

La niña pegó la espalda al muro del cementerio comprendiendo que fuera lo que fuere se estaba moviendo, que se aproximaba haci
a donde ella se encontraba y comenzó a temblar aterrorizada.

El sonido no dejaba de producirse, la pequeña de manera instintiva miró hacia el suelo teniendo la certeza de que algo de considerables dimensiones se estaba arrastrando, acercándose hacia sus pies. Nada pudo ver.

De repente los misteriosos sonidos cesaron y ella se levantó al percibir una neblina que se estaba formando delante de tus propios ojos. Al principio era tenue pero poco a poco fue adquiriendo una espesa tonalidad grisácea que se erguía aproximándose al compás de una suave brisa que hasta el momento la niña no había percibido.

Se acercaba. La misteriosa niebla se aproximaba con lentitud mientras la niña abría los ojos aterrorizada. Pronto se vio rodeaba de aquella sustancia gris, sintió el frío en cada poro de su piel y escuchó susurros y lejanas voces que parecían pronunciar su nombre, como un macabro coro que pretendía atemorizarla.

La niña gritó horrorizada al notar lo que creyó que eran dedos y manos calientes que la tocaban los brazos y las piernas para finalmente agarrarla fuertemente. Ya no podía moverse.

Vio algo tras la misteriosa niebla que la había rodeado, algo que la estremeció. Después… ella ya no estaba allí. Ahora sólo el silencio y la soledad se habían adueñado del lugar, mientras una misteriosa bruma se alejaba lentamente hasta perderse más allá del horizonte, en el más absoluto misterio.

SIN ESPERANZA

No recordaba absolutamente nada. Permanecía encerrada en aquella habitación oscura, fría y húmeda. Encadenada a la pared notaba sus muñecas doloridas, sus tobillos ensangrentados. Ninguna luz. Ningún sonido.

Solo la extraña sensación de sentirse observada por ojos invisibles que desde la oscuridad acariciaban su cuerpo. Se sentía molesta, indefensa. Pero ésa había sido su elección y ahora, desde aquél momento, debía pagar para toda la eternidad.

Estaba arrepentida. Comprendió que su acto había sido un error que marcaría su futuro de por vida. Recordó el frío cañón de la pistola apoyado en su cabeza y el dedo de su mano sobre el gatillo. Supo que antes del final había cerrado los ojos y después escuchaba la detonación. No sintió nada más.

No supo que su cuerpo se desplazó en la habitación algunos metros impulsado por la fuerza del impacto, un impacto que le había destrozado la cabeza. Ningún dolor. Ninguna molesta sensación. Simplemente la nada.

El silencio. La oscuridad.
Había muerto. Sin duda.

Los problemas de su vida finalizaron. Ella se había entregado voluntariamente a la muerte, zanjando definitivamente todas sus inquietudes. Ya nada le agobiaba, ni la falta de trabajo ni las deudas pendientes, ni siquiera los dolorosos recuerdos de la muerte de sus hijos. Ya nada importaba. Así lo había decidido. Buscaba la tranquilidad, que la angustia parara, que desapareciera. Ahora entendía que todo fue un error. Se equivocó, pero ya no había marcha atrás.

Intentó librarse de las cadenas pero no lo consiguió. A otro lado de la habitación, en un pasillo que nunca había visto y que no era más que una especie de túnel en cuyo final brillaba una intensa luz, notaba presencias y escuchaba murmullos, risas, alegrías y saludos, como cuando dos amigos se encuentran tras años de haber perdido todo contacto.

Quiso formar parte de aquellas alegrías, pero no pudo hacerlo. Le hubiera gustado recorrer aquél túnel al encuentro de sus dos hijos que la esperaban al final con una sonrisa en los labios, rodeados de luz y amor, con los brazos abiertos.

Pero ella no pudo escapar de su prisión. Escuchaba voces que la llamaban por su nombre pero no podía responder. Estaba amordazada. Se agitó pero solamente se hizo más y más daño hasta que por fin se dio por vencida y asumió las consecuencias de sus actos.

Durante décadas envidió a las presencias que recorrían el túnel, a los que se adentraban en la luz al encuentro de sus seres queridos. Ella permaneció sola en aquella oscura habitación, creyendo escuchar las voces de sus hijos que preguntaban por qué no iba con ellos. Día tras día. Año tras año.

Se hundió en una profunda tristeza hasta que notó el primer mordisco. Adivinó que era una rata que hambrienta pretendía alimentarse de ella. Pronto supo que no había una sola sino cientos de peludas y repugnantes ratas que se abalanzaron sobre su cuerpo, mordiéndola con ansia, devorándola sin piedad.

Para ella la luz del túnel se había apagado definitivamente. Mató todo resquicio esperanza

PRIMERAS NAVIDADES

Todo estaba preparado.

Aquellas Navidades iban a ser las mejores para él y su familia. Sus hijos iban a disfrutar con los regalos que les había comprado y su esposa, su atractiva y paciente esposa, iba a ser tratada como una reina.

Estaba emocionado. Eran la primera Noche Buena con su familia, los años anteriores había estado trabajando, el negocio iba mal pero por culpa de su trabajo había estado a punto de perder la estabilidad familiar y aquel año iba a ser completamente diferente. Tras dejar la oficina había alquilado un traje de Papa Noel y conducía por la carretera disfrazado mientras contemplaba a su lado un saco enorme, de color rojo, en el que había metido algunos de los regalos para sus hijos y mujer.

Deseaba que llegara el momento. Ver la cara de sus hijos, la ilusión en sus ojos, la sonrisa de su esposa. Todo debía ser perfecto. Había mantenido en secreto toda la sorpresa. Todos pensaban que un año más iba a quedarse en el trabajo. Antes de salir de la oficina había llamado a su mujer para desearle una buena noche y antes de despedirse le había dicho:

“Voy a cenar, cuando escuches el claxon tres veces, saca a los niños al jardín”

Y había colgado, sabiendo que su mujer quedaría confusa y extrañada. Pero ésa era su idea. Se lo comunicaría a sus hijos y todos estarían expectantes. Cuando se aproximara tocaría la bocina tres veces y al ver a su familia en el jardín, todos verían salir a Papa Noel del coche, con movimientos graciosos que previamente había ensayado y con un saco lleno de regalos y sorpresas.

En ese mismo momento, cuando los ojos de su mujer se llenaran de lágrimas, cuando las amplias sonrisas cubrieran el rostro de sus hijos, en ese mismo momento, un grupo de payasos que había contratado aparecerían en el jardín portando más regalos. Pero eso no era todo.

La música no podía faltar y un repertorio completo, dedicado a su preciosa mujer, irrumpiría sin mayor demora adornando aquella envidiable escena.

¡Era Navidad!
¡Las primeras con su familia!

Todo estaba perfectamente organizado. Todo saldría bien. Nada podía fallar. Iban a ser las mejores fiestas para él y su familia.

Pero surgió un imprevisto.
Algo que no estaba preparado. Algo trágico.

Mientras conducía preso de la emoción, ilusionado, un perro cruzó la carretera y el hombre quiso esquivarlo para evitar atropellarlo.
Giró el volante bruscamente mientras pisaba el freno. Las ruedas rugieron arañando el asfalto y el vehículo comenzó a elevarse saltando por los aires a causa de la velocidad que llevaba. Golpeó con el techo sobre la carretera y siguió girando varias veces hasta quedar detenido junto a un árbol. El hombre se había golpeado fuertemente en varias partes del cuerpo, incluida su cabeza, que recibió un impactó brutal al salir despedido del coche. No llevaba el cinturón de seguridad y su cuerpo fue expulsado. Atravesó el cristal y volvió a golpearse en la cabeza contra la carretera, partiéndose el cuello y muriendo en el acto.

El perro huyó asustado perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Unos payasos esperaban el momento señalado para entregar los regalos.
Los músicos afinaban sus instrumentos esperando la ocasión.
El cuerpo de un hombre vestido de Papa Noel yacía inerte en mitad de la carretera mientras la lluvia golpeaba su rostro con violencia y sarcasmo.
Dos niños esperaban sentados en la mesa la llegada de su padre.
Una mujer miraba por la ventana esperando escuchar la bocina del coche de su marido, ofreciendo la señal. Ella también tenía una sorpresa para su marido. Se agarró el vientre con las dos manos y sonrió repleta de felicidad mientras seguía mirando hacia el exterior esperando la llegada...