UNA HISTORIA INCREIBLE II


Nota del autor: Continuamos con la segunda parte de la odisea sufrida por el protagonista de esta historia (un compañero de trabajo al que ahora se suma otro, por el mismo precio) y que se iniciara la semana pasada. 

Dedicado a Fer y Gon

Nuestro amigo despertó con un fuerte dolor de cabeza. Logró abrir los ojos y torció la boca al sentir un calor extremo procedente de grandes focos que había situados en el techo, haciendo el rol de varios soles que iluminaban  la estancia.

Se encontraba prisionero. De eso no tenía dudas. Estaba dentro de una jaula llena de hojas muertas que tal vez pretendían hacer el suelo más cómodo, de manera ineficaz, por cierto.  Miró a su alrededor. Había muchas otras jaulas, todas  llenas de personas que miraban aterrados, con las manos sobre los barrotes, los ojos muy abiertos y una expresión espantosa impresa en sus rostros. Se dio cuenta que su cuerpo estaba arropado con  un chaleco de piel y sus partes nobles habían sido cubiertas por una especie de taparrabos. Se asustó al recordar la batalla que había presenciado en la casa, después de sufrir el accidente con el coche. Vio en su cabeza el ataque de aquellos hombres vestidos con  extrañas armaduras, aniquilando a unas mujeres preciosas que se habían convertido en monstruos horripilantes. No podía quitarse de encima la visión atroz de los rostros simiescos de los guerreros y deseó que el final de todo aquello fuera despertar en el coche, con las manos en el volante, escuchando el aullido de los lobos, rodeado de una espesa niebla que se arrastraba por el suelo. No era la primera vez que lo deseaba. Necesitaba que así fuera. Casi rezó por ello.

-Esto es increíble.-murmuró en voz alta y contempló a los otros prisioneros. Todos tenían un aspecto deplorable, sucios y con el pelo revuelto. Frotó sus mandíbulas con las manos y descubrió que tenía barba de varios días, incluso advirtió que las uñas de sus manos y pies habían crecido bastante por lo que estimó que llevaría preso al menos un par de semanas y no recordaba absolutamente nada de lo que había sucedido durante su encarcelamiento. Trató de analizar la situación y recorrió con sus ojos todo el escenario. Llegó a contar unas dieciséis personas cautivas, todas ellas presas en el interior de jaulas de acero, con un cuenco para la comida y otro para el agua. Los suyos estaban completamente llenos. El agua tenía un color marrón, repleto de una suciedad que flotaba  y la comida era una masa blanca que no supo identificar  y donde advirtió que varias moscas volaban alrededor. Incluso divisó algo entre la comida que se agitaba. Se acercó y descubrió que se trataba de pequeños gusanos grises.

Nuestro amigo sintió arcadas y retrocedió asqueado hasta que su espalda chocó contra los barrotes y cayó de culo sobre la celda. 

-No hagas movimientos bruscos, tío.-dijo una voz procedente de la celda de al lado.

No tuvo tiempo de mirar hacia allí  porque uno de los guardianes apareció de improvisto con su rostro simiesco e introdujo entre los barrotes un palo con el que pinchó el pecho de nuestro protagonista, que recibió una pequeña descarga eléctrica y quedó sentado en la celda. Haciendo aspavientos con los brazos, el guardián se alejó encorvado hasta perderse entre el resto de jaulas.

-Te lo advertí.

Nuestro amigo respiró profundamente para recuperarse del pequeño castigo que había sufrido y logró ponerse en pie. Miró hacia la persona que le había hablado. Era un hombre, más o menos de su edad, un poco más alto, de comprensión fuerte que le observaba con sus ojos saltones.

-¿Qué es todo esto? ¿Qué está ocurriendo?

-¿De dónde has salido, tío? ¿Dónde has estado las últimas semanas? 

-Esto parece El Planeta de los Simios.

-Más o menos… así es. 

-¿Qué van a hacer con nosotros?.-preguntó nuestro amigo.

-Algunos seremos utilizados como esclavos, otros serviremos de alimento.

-¿Qué dices?.-exclamó en voz alta.

-¡Callate! Si no quieres que vuelva el guardia. Debes pasar desapercibido.

Nuestro amigo miró a su alrededor aturdido, después observó a la persona que estaba presa  en la celda de al lado y con el que estaba manteniendo esta conversación. Se escupió en las manos y alargó el brazo por entre los barrotes.

.-Me llamo Fernando Refoyo.

-¿Refoyo?.-preguntó extrañado su nuevo amigo al tiempo que le agarraba la mano.

-Refoyo tío.-admitió

Se vieron obligados a retirar las manos cuando dos guardias aparecieron por entre las jaulas, acompañados de un ser  de aspecto extraño. Su cabeza era voluminosa, no así como la fragilidad de su cuerpo, tal delgado como el tronco de una farola, de una tonalidad grisácea. Los ojos rasgados y negros de la criatura  pestañeaban continuamente y se detenía entre los presos durante algunos segundos, como si los estuviera analizando exhaustivamente. Antes de que llegaran hasta donde ellos se encontraban, levantó la mano de apenas tres dedos, largos y delgados, y señaló a un preso   que retrocedió asustado ante su presencia. 

Los guardianes abrieron la jaula y cogieron al hombre, que se agitó compulsivamente hasta que los simios lo redujeron con sus palos. Se lo llevaron arrastrando por el suelo mientras la extraña mujer caminaba tras ellos. Durante un breve momento, la cabeza con forma de pera de la criatura giró sobre su frágil cuello y se detuvo para mirar directamente a nuestro amigo. Fernando sintió los ojos oscuros y grandes del ser clavados en su interior y sintió una especie de explosión terrible en su cabeza, como si su cerebro hubiera sido pisado por una bestia enorme, convirtiéndolo en papilla. Quedó petrificado en mitad de la jaula, temblando como un niño. Apenas se percató que se había orinado encima y clavó las rodillas en el suelo para sepultar su rostro con las manos. Comenzó a temblar como lo haría un niño en mitad de un huracán.

-Me temo, amigo Fer, que tú vas a ser el próximo. Te ha echado el ojo. Y nunca mejor dicho.

No entendió por qué su nuevo amigo encontraba todo aquello divertido. Al menos, el tono de sus palabras le había resultado jocoso.

-¿Qué es todo esto? ¿Dónde nos encontramos?.-preguntó Fernando con los ojos vidriosos a causa de las lágrimas que quedaron allí retenidas, a causa de la impotencia y el temor.

-Estamos en el mundo real, amigo Fer. Todo ha cambiado hace apenas un par de semanas. Es, ¿cómo te lo explicaría yo?, algo parecido a un virus cuando se propaga en un sistema informático, ¿Comprendes? En cuestión de segundos, todo ha quedado completamente inutilizado.

-¿De qué cojones me estás hablando?

-Esos guardias, parecidos a los simios, son solamente una parte de todo esto. Ya has visto otras cosas extrañas, como ese ser de cabeza enorme que ha reparado en ti. Hay muchas cosas que ignoras, temibles, espeluznantes, y que…

Nuestro amigo prefería no escuchar nada. Comenzó a mover la cabeza de un lado a otro y se sentó en el suelo con las manos sobre las orejas. Recordó la belleza de las mujeres que lo habían arrastrado hasta el caserón donde se había iniciado la batalla y su conversión en monstruos abominables.

-Alguien ha apretado el interruptor, tío.-continuó hablando su compañero de la jaula de al lado, con las manos en los barrotes y su rostro adornado por aquellos dos ojos saltones que le otorgaban un aspecto parcialmente siniestro.-Y tras pulsar ese interruptor… las bestias de este mundo han emergido de las sombras.

-Pero todo esto…

-De la noche a la mañana la Tierra se vio contaminada por un montón de seres horribles y malignos que disputaban entre ellos  con la única intención de dominar el mundo. Y nosotros, los humanos, somos la especie más vulnerable. De hecho, mira dónde nos encontramos. Somos esclavos. Seremos alimentos.

-¿Nos van a comer?

-A muchos de nosotros sí. Claro. Mira, debes comprender  una cosa. Después de que la Tierra se plagara de monstruos, algo bajó de los cielos. A mí me gustaría definirlo como un virus que se desparramó sobre la faz de la Tierra adoptando la forma de esos simios que no son más que el brazo ejecutor de otras inteligencias mucho más elevadas y que han mantenido el equilibrio entre nosotros desde los albores de los tiempos.

Nuestro amigo abrió la boca estupefacto y deseó tener entre sus labios un cigarrillo o en su defecto llevarse a la boca una taza de café. Necesitaba una u otra cosa. Tal vez ambas.

-Entonces, ¿Quieres decir que esas cosas pretenden arreglar lo que se ha desatado en la Tierra?

-En realidad, ya no.-dijo el desconocido.-Ahora quieren usarnos.

-¿Qué?

-Entiende una cosa. Nos crearon. Nos dejaron aquí. Nos dieron el libre albedrío. Con nosotros coexistían todos esos seres que los escritores del género fantástico y de terror han aireado desde siempre (simples marionetas, títeres manejados por los entes invisibles, quisiera añadir) y ellos, de algún modo nuestros dueños, o nuestros dioses si lo prefieres, han mantenido la calma y la cordura salvo errores graves que han manchado nuestra Historia y la han sembrado de cadáveres. Pero ahora se han hartado  Digamos, y permíteme el símil, que han lanzado un antivirus sobre el planeta, sí, podría definirse así, mucho mejor que el virus que te he planteado antes,  ellos mismos son ese antivirus, y pretenden aniquilar la  mayor plaga, la más peligrosa, que anda suelta por la Tierra.

-Te refieres a esas criaturas horrendas que vivían en el mundo de las sombras, ¿No?

-Y a nosotros, especialmente a nosotros, pues para ellos somos la peor peste y más que una peste… una simple decepción. 

Nuestro amigo permaneció en silencio, observando a su alrededor. Todas las personas que había dentro de las jaulas parecían estar escuchando ensimismadas la disertación del desconocido. Fernando contempló estupefacto las luces procedentes de los focos que iluminaban todo el lugar, que parecía ser un almacén forrado por paredes y techo de acero.

-Para ellos sólo somos…

-Herramientas y ganado. No hay más respuestas.

Fernando contempló a su interlocutor con desmedido interés. Se levantó  y se acercó lo suficiente para observarlo directamente a los ojos. Creyó reconocer algo en él, en su rostro, pero la barba negra que cubría su cara le impidió estar completamente seguro.

-¿Cómo llegaste aquí?.-preguntó Fernando.

-Eso no importa. Fui capturado como tú, en circunstancias extremas. Lo importante es que sé cómo salir de aquí.

Hubo agitación entre las personas apresadas, se oyeron algunas voces, exclamaciones. Creció el nerviosismo y la excitación. Fernando observó al desconocido que le lanzó una penetrante mirada.

-Soy informático.-dijo.

-¿Informático?.-preguntó  extrañado nuestro.

-Informático.

Varios guardias entraron y deambularon entre las jaulas, observando a los humanos y haciendo ruidos con sus gargantas. Chillaban y hablaban entre ellos, a veces soltaban palabras que podían reconocerse y otras usaban un lenguaje desconocido. Parecían pasárselo bien examinando a los cautivos. Metieron los palos entre los barrotes para provocar descargas en algunos presos, esta vez Fernando se libró de la tortura pero no así su compañero el informático que recibió una descarga en el centro de su espalda  que lo derribó al suelo. Quedó inconsciente.

Cuando los guardias se marcharon, Fernando trató de despertar a su nuevo amigo con palabras pero comprendió que aún tardaría mucho tiempo en recobrar la conciencia. Finalmente él también se quedó dormido.

Cuando despertó tuvo la sensación de que estaba siendo observado. Notaba la presión de unos ojos atando su alma, apretándola con una fiereza inexplicable. Se sintió inquieto. Nervioso. Y entonces al abrir los ojos vio sorprendido que el ser que viera antes acompañando a los guardias le observaba con gran  interés. Tenía  su rostro pegado a los barrotes. Ahora, tan cerca, le resultaba mucho más desagradable. Su cara carecía de nariz por completo  y la boca era apenas una reducida hendidura. La forma de la cabeza era lo más parecido a una bombilla que pudiera encontrar, muy grande, enorme, y en ella destacaban sus dos gigantescos ojos negros de forma almendrada. Y aquellos ojos pestañeaban continuamente, como una mujer coqueta que sabe que está siendo observaba por los focos de los periodistas. La criatura lo contemplaba con especial interés y Fernando fue acogido por  un miedo atroz. Se sintió atrapado por la intensa mirada de aquellos ojos gigantes y oscuros.

-No la mires a los ojos.-murmuró el informático desde su jaula.-Date la vuelta.

Nuestro amigo tuvo que hacer un considerable esfuerzo para hacer caso a las indicaciones de su compañero. Con los miembros agarrotados y un incipiente dolor de cabeza, se encogió sobre sí mismo, giró su cuerpo para darle la espalda a la criatura y cerró los ojos. Se meció y trató de tatarear una vieja canción cuya melodía no recordaba si pertenecía a  la mítica banda Barón Rojo  o quizá era una composición de  Obús, siempre tuvo sus dudas.

-¡Venga tío, deja de cantar  esa mierda que ya se ha ido!.-espetó el informático minutos después.

Fernando se incorporó y comprobó que, efectivamente, la misteriosa criatura  se había esfumado. Aún con fuertes dolores de cabeza y con sus músculos agarrotados como si hubiera estado en el agua durante horas, observó que su compañero tenía algo en las manos.

-¿Qué es eso?

-Un iPhone.

- ¡No jodas! ¿Y te funciona? ¿No puedes pedir ayuda?

-Funciona, claro que funciona, pero ya no existen líneas ni Internet. Todo eso se ha acabado. No hay nadie a quién pedir ayuda.  Me gusta ver viejos vídeos, todavía puedo sacar fotografías. ¿Quieres que te saque una con la técnica del brazo?.-El informático sonrió.

Fernando se quedó helado al escuchar las últimas palabras del desconocido. Lo miró de nuevo y volvió a pensar que lo había visto en alguna parte. Su rostro le resultaba vagamente familiar. Tal vez sin aquella barba…tenía un gran parecido con un viejo compañero de trabajo pero no podía estar del todo seguro…

…aquellas palabras que había pronunciado… “la técnica del brazo” eso formaba parte de una vieja broma que mantenía con su amigo el escritor y que sólo conocían él y pocas personas más…

-¿Cuánto tiempo llevas aquí encerrado?.-preguntó Fernando.

-Llegué un par de días antes que tú.-respondió el desconocido.

A la cabeza de nuestro amigo le acudió una avalancha de temores que se acoplaron como una babosa en su cerebro. ¿Cómo podía todavía tener cargado el móvil después de todo ese tiempo? Miró a su alrededor confundido y no descubrió nada que lo pudiera tranquilizar. La jaula del informático carecía de cuencos para el agua y la comida y a diferencia de la suya propia y de la del resto, no había signos de orina y defecación. Además, Fernando advirtió que a pesar de la barba, el cuerpo del informático no estaba sucio como el del resto y parecía un recién llegado. También, y se lamentó no haberlo apreciado hasta ese momento, en lugar de un trozo de piel como tenían los demás presos, llevaba una camiseta negra sin mangas donde cuatro seres monstruosos venían representados sobre fondo amarillo. Encima de las cabezas de aquellas criaturas podía leerse una sola palabra: “Stryper”.

-¿Quién eres realmente?.-preguntó Fernando y dirigió su mirada hacia el desconocido, que levantó los ojos para aguantar el envite.

-Soy la persona que va a sacarte de aquí.

Tras pronunciar estas palabras, el informático movió su iPhone en diferentes direcciones a medida que iba pulsando botones y las cerraduras de todas las jaulas produjeron un peculiar sonido y se abrieron. Los presos quedaron libres y salieron de su cautiverio. Fernando contempló su jaula. No se había abierto.

El informático caminó por entre las jaulas y observó al nutrido grupo de hombres y mujeres que se arremolinaban frente a él, sabedores de que se había impuesto como el nuevo salvador. Nuestro amigo se agitó en la jaula, vociferó unos instantes. El informático desvió la cabeza hacia él y sonrió levemente. Fernando suplicó. Sollozó pero apenas le quedaban ya lágrimas en sus ojos. 

La puerta de la jaula de Fernando se abrió lentamente, muy despacio y nuestro amigo salió raudo y veloz.. Cuando sintió los pies en el suelo casi lo recibió como un alivio. Se unió al grupo y observó asombrado las grandes dimensiones de aquella especie de almacén donde yacían infinidad de jaulas, ahora vacías. Las paredes de acero sin ventana alguna hacían improbable la huída.

-¿Y ahora qué?.-preguntó mediante un susurro.

-Ahora.-respondió el informático.-tenemos que esperar.

-¿Esperar? ¿Esperar qué?

-A que vengan los guardias, tío.-explicó con la mirada perdida entre la lejanía.-Por cierto, ¿Sabes luchar?

Fernando no tuvo tiempo de responder. Una puerta enorme se abrió a varios metros de distancia y un nutrido grupo de simios entraron, armados hasta los dientes. Nuestro amigo tragó saliva y notó que las piernas le temblaban. Por su parte, el informático esbozó una pequeña sonrisa que permaneció oculta bajo su negra barba.

Los simios gritaron y comenzaron a correr hacia el grupo de presos  Fernando apretó los puños, no muy convencido de que pudiera salir airoso del  combate,  mientras el informático gravaba el avance de los guerreros con su teléfono móvil, despreocupado por la batalla que estaba a punto de librarse.




UNA HISTORIA INCREIBLE I


Nota del autor: Cuando un compañero de trabajo te confiesa (y suplica) que le gustaría que lo usaras como personaje para un relato siempre tienes dudas sobre si finalmente acabara por molestarle algo de lo que  puedas llegar a escribir. “Tienes carta blanca, tío” me llegó a decir. E hice uso de ella…

Este cuento  está dedicado a Fernando Refoyo (fiel  lector,  compañero y amigo)

El protagonista de la  historia que nos ocupa hoy pensó que había encontrado el paraíso tras  sufrir el accidente en la carretera. Jamás había sido tan dichoso y feliz y se dejó  llevar  a la habitación  ilusionado, entusiasmado, creyendo que pasaría la noche más extraordinaria e inolvidable de su vida y de algún modo así iba a ser… pero no del modo que  se había imaginado  en un primer momento.

Maldijo entre dientes cuando el coche saltó sobre algo que había en mitad de  la carretera y que a causa de la poca visibilidad le había pasado inadvertido. Después oyó el fuerte sonido que indicaba que uno de los neumáticos había reventado y se vio en la obligación de dar varios volantazos para evitar que el coche volcara tras las fuertes  y violentas sacudidas. Se golpeó hombros, piernas, cabeza y brazos y apretó  la mandíbula malhumorado.

En medio de un paraje desolador, rodeado de una impenetrable niebla, aún con las manos en el volante, nuestro protagonista tenía los ojos tan abiertos como huevos fritos y miraba hacia delante, mientras respiraba profundamente y murmuraba para sus adentros algo parecido a “por poco tío, te has librado por poco”.

Antes de bajar del coche se fumó un cigarrillo que le supo a gloria, después comprobó que eran las dos ruedas delanteras las que se habían reventado y  arrojó varios improperios a través de su boca. Golpeó la carrocería con los puños y le propinó varias patadas hasta que finalmente se convenció de que no solamente no servía de nada sino que incluso estaba haciendo el ridículo. Entonces miró a su alrededor y se estremeció.

Estaba en mitad de un camino solitario, donde la niebla se agitaba a ambos  lados con una extrema sensualidad, arrastrándose a la altura del suelo, como enormes gusanos amenazantes. Altos y férreos árboles se alzaban junto al  camino y tras la bruma su apariencia adquiría un aspecto fantasmal. Nuestro amigo pensó que  en cualquier momento sus ramas se agacharían para alcanzarlo, convertidas en garras monstruosas. Incluso creyó escuchar el aullido de lejanos lobos. Pensó en encerrarse en el interior del coche, considerando que era la mejor opción para escapar de sus temores y allí se encontraba, temblando  más de miedo que de frío, con el brazo sacado por la ventanilla.

Encendió otro cigarrillo y mientras fumaba observando la niebla ingrata que envolvía la oscuridad, oyó de nuevo el aullido de los lobos. Esta vez habían sonado mucho más cerca. Subió la ventanilla y aguardó en silencio, deseando no perder los detalles de la escena para contársela en su momento  a un buen amigo  que solía escribir historias terroríficas: “Seguro que el capullo haría algo guapo con todo esto” llegó a pensar.

Perdió la tranquilidad cuando consideró que el sonido de los aullidos, ahora parecían coyotes hambrientos,  estaba demasiado cerca. Con su tranquilidad se marchó la calma, al cansarse de esperar a cualquier otro estúpido conductor que se hubiera perdido, al igual que  él, en tan inhóspito paraje. Clavó su cabeza en los cristales frontales y escrutó el exterior, esperando ver aparecer en cualquier momento los ojos agresivos de una manada de lobos de sucio pelaje gris. Y entonces, mientras examinaba las inmediaciones con sus ojos abiertos de par en par, descubrió las luces más allá de la niebla, oculta entre los árboles. Como si todo aquello formara parte de un simple cuento de terror, al prestar nuestro amigo un desmedido interés hacia el punto donde había visto las luces, la niebla dejó de arrastrarse por el suelo y se abrió frente a él, como las aguas ante Moisés, y un viejo y lúgubre caserón  se presentó a pocas decenas de metros de sus narices, tal cual manifestación espectral.

La primera impresión de nuestro amigo fue gritar a pleno pulmón “¡Estoy salvado!” para seguidamente tragar saliva y sopesar seriamente si sería buena opción salir del coche y caminar hacia la edificación.  El aullido de los lobos y la presencia de vagas siluetas ocultas entre la niebla que se agitaban como fantasmas siniestros, lo convencieron parar abrir la portezuela y correr con el rabo entre las piernas, huyendo de la jauría, los espectros y cualquier peligro que lo acechara. Jamás en la vida había corrido tanto y aceleró el paso cuando sintió el jadeo de bocas hambrientas pegado a su culo hasta que comprendió que se trataba de su propia respiración, que se quejaba agitada.

Cuando  se encontró frente al viejo edificio frunció el ceño y pensó que quizá no había sido tan buena idea abandonar el coche. Pero ya era tarde para regresar, sobre todo si los lobos, a los que sentía observándolo con  rabia precisa, se encontraban ya cerca del camino.

Y es que el edificio no era demasiado tranquilizador. Nuestro amigo palideció nada más contemplarlo a tan pocos metros de distancia. 
La fachada, gris y sucia a causa de los azotes causados por el tiempo, dejaban paso a la imponente casona de varias plantas, con sus grandes ventanales abiertos de par en par, como si le invitaran  a entrar. Viejas cortinas blancas se agitaban empujadas por el viento y un enigmático torreón presidía la casona. Supo en ese momento que aquél lugar ocultaba algo desagradable y si bien no pensó en darse media vuelta y regresar a su coche, ahora sí escuchaba el jadeo de los lobos pero no lograba distinguirlos tras la niebla salvo pequeños movimientos que avivaban su imaginación. Varias siluetas aparecieron en los numerosos ventanales del deplorable edificio; nuestro amigo deseó estar a millones de kilómetros de distancia al sentirse observado por infinidad de figuras envueltas en lúgubres sombras. Se quedó helado, contemplando las presencias de apariencia humana  que lo miraban desde la casa y sintió un escalofrío cuando la puerta principal, negra y enorme, se abrió, chirriando como lo haría el viejo caserón en una buena película de terror. “Tierra, trágame” dijo para sus adentros pero la tierra no lo tragó, al contrario, parecía moverse bajo sus pies para empujarlo hacia la casa.

Nuestro amigo tuvo dudas, hasta que éstas se disiparon de un plumazo cuando tres figuras femeninas, completamente desnudas, aparecieron bajo el umbral de  la puerta y se acercaron en su dirección, con amplias sonrisas cubriendo sus rostros. 

Tres hermosas mujeres, como nunca antes había visto, caminaban hacia él. Sus amplias cabelleras negras se movían al viento, como estrellas de rock durante el concierto del siglo, y sus grandes y turgentes pechos danzaban con los pezones erectos, parecidos a  dagas ceremoniales, apuntando directamente hacia él. Nuestro amigo (y sabemos que lo hizo puesto que lo conocemos bien) bajó  la mirada para centrarla en el pubis de las tres féminas y pronto se olvidó de la niebla, los lobos, las sombras siniestras, el pinchazo del coche, el paraje solitario y desolador, las siluetas que persistían en las ventanas, observándole, y lo macabro que parecía el viejo caserón a horas tan intempestivas. Nada de eso importaba. Ya no.

Las tres bellas mujeres no hablaron. De haberlo hecho, el protagonista de este cuento no habría entendido nada en absoluto de lo que le hubieran comunicado porque sus sentidos estaban completamente atrofiados por el deseo sexual que aquellas llamativas y hermosas damas habían despertado en él. Sus más primarios instintos  afloraron al exterior a modo  de bulto en el pantalón y sonrisa bobalicona.

Lo agarraron con sus suaves manos, por cierto, frías como la muerte, y tiraron de él. Una de ellas, de grandes ojos celestes, acercó su marmóreo rostro al de nuestro amigo y abrió la boca para dejar al descubierto una hilera de dientes tan blancos como la harina. Y de entre ellos surgió una lengua que le lamió parte de la cara para después introducirse en su boca. Nuestro amigo se dejo besar, se dejó tocar y se dejó llevar. En aquellos momentos, mientras era conducido al interior del caserón  (voluntariamente, como se ha escrito,  ya podéis imaginar), el protagonista de la historia lamentó tener una sola boca y dos únicas manos pero no perdió la oportunidad para apretar con sus dedos los pechos de aquellas mujeres y morder lo que le ponían por delante. Cuando una de las manos de las féminas agarró su miembro activo, nuestro amigo cerró los ojos para susurrar con voz temblorosa: “Esto es una maravilla”.

Apenas advirtió que la pesada puerta principal se cerraba una vez había traspasado el umbral y siguió lanzando mordiscos y manoseando a las tres mujeres. Agarró uno de los culos y lo estrujó con fuerza. Escuchó el gritito divertido de la mujer, que le mordió el cuello con una pizca de agresividad. Nuestro amigo encontró aquella situación gloriosa, un sueño cumplido, un hecho para recordar, un episodio que contar a sus amigos… nadie le iba a creer. Ni el mismo podía hacerlo. Se le pasó por la cabeza la posibilidad de que estuviera aún sentado en el coche, con las manos sobre la funda del volante en vez de acariciando tan respingones culitos  y rezó para que, si fuera así, no despertar jamás. Las risitas de las mujeres; el brillo enigmático de sus ojos de pupilas dilatadas; sus pequeños y simpáticos mordiscos; el contacto de sus labios helados; el roce de sus largas uñas recorriendo su cuerpo desnudo (ni siquiera se había dado cuenta de cuándo le habían quitado la ropa) le convencieron de que todo aquello era completamente real.

Agarrado de los brazos, las tres mujeres lo condujeron por las escaleras que llevaban a las plantas superiores. Nuestro amigo observó que había más personas dentro de la casa. Pasó junto al lado de varias de ellas, muchas se encontraban frente a los ventanales, mirando hacia el exterior. Todas eran mujeres. Mujeres desnudas, sublimes, diosas celestiales, criaturas maravillosas, prohibidas, las siempre deseadas y nunca encontradas modelos de revistas de prestigio.

Se dejó arrastrar hasta que lo llevaron a una habitación y lo lanzaron hacia la cama. Botó sobre el colchón y se dio la vuelta para encararse con las tres mujeres, que lo observaron en silencio, manteniendo sus rostros alegres fijos en él, con sus sonrisas complacientes, sus dientes blancos, sus lenguas viperinas… Y comenzaron a danzar, como culebras en el húmedo bosque. Y bailaron para él, como concubinas en un harén. 

-“Esto es la reostia”.-podemos imaginar que nuestro amigo masculló pero nadie podría haber puesto la mano en el fuego para asegurar que fueron éstas y no otras las palabras que pronunció en aquellos momentos.

¿Hemos dicho fuego? Precisamente esa palabra fue la que nuestro protagonista escuchó una y otra vez, como si alguien la estuviera repitiendo a pleno pulmón, semejante a un grito único  procedente de las mismísimas entrañas del infierno.

-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!

Las tres mujeres cambiaron la expresión de sus rostros, preocupadas, asustadas, y miraron alrededor. Agitaron sus cuerpos como si de animales se tratasen y desaparecieron por la puerta a una velocidad vertiginosa.

-¡Oye! ¿Dónde coño vais?

-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!
-¡Fuego! ¡Fuego!

Nuestro amigo oyó ruidos de cristales rotos, gritos horrendos y rugidos monstruosos. Algo estaba pasando en la casa, especialmente en la planta baja. Se le erizó el cabello tras escuchar alaridos femeninos, estridentes y horribles. Se oían cosas espeluznantes.

Se asomó por la ventana. Fue el instinto más que la curiosidad y se quedó petrificado ante la escena que había junto a la casa. Varios hombres, cubiertos por  armaduras y montados en caballos, tenían rodeada la vieja casa. Parecían férreos guardianes formando un círculo preciso. Otros tantos hombres corrían hacia la casa fuertemente armados, con hachas y espadas enarboladas al viento, mientras mujeres desnudas salían del caserón  y se enzarzaban en una brutal batalla. Los cuerpos desnudos de las féminas brillaban en la oscuridad, con una tonalidad azulada  y sus bocas eran grandes y deformes. Saltaban como felinos y utilizaban sus afilados dientes para morder a los hombres mientras procuraban destrozarlos con sus manos, ahora convertidas en garras de aspecto demoníaco. Sin embargo, los hombres iban bien armados, protegidos. Los mordiscos se encontraban el acero de las armaduras y muchos dientes se partían, causando un estrépito que ponía los pelos de punta.   Numerosas flechas salieron de entre la oscuridad  del bosque y cayeron sobre las mujeres, como lluvia furiosa bajo la tormenta. Las saetas se clavaron en sus brazos, en las piernas, incluso en sus cabezas. Caían al suelo y se levantaban, ahora más lentas. Lanzaban más que alaridos berridos de animales heridos.

Varios hombres sorteaban la presencia de las mujeres, que aparecían repentinamente, ejerciendo una velocidad sobrecogedora e inquietante. Algunas de ellas lograron destrozar los cuerpos de varios  de aquellos misteriosos guerreros, reventándoles las  tripas con sus propias manos. Las espadas de los hombres cayeron sobre las mujeres. Alguna de ellas perdió la cabeza, que voló por los aires como un globo cargado de agua. Otras sintieron el impacto del acero atravesando sus pechos y sus rotas gargantas bramaron a causa de  un abominable dolor.

Y mientras tanto, la casa ardía a causa de las antorchas que varios hombres habían lanzado hacia las ventanas. Muy pronto las viejas cortinas se prendieron en llamas y la  madera de la vetusta  casona fue violada por el fuego que esgrimía   una rabia inusitada.

Nuestro amigo no daba crédito a lo que estaba viendo y se cubrió el rostro con las manos, como si de un niño asustado se tratara. Se agazapó en la cama mientras escuchaba los bramidos de los guerreros furiosos y el choque de las espadas mientras las mujeres gritaban con unos alaridos que taladraron los oídos del protagonista de este cuento. Entonces le llegó el sonido del fuego muy cerca de la habitación y el olor del humo. Sabía que no podía quedarse allí por más tiempo  o moriría. Salir al exterior tampoco era una sensata. opción.

Finalmente decidió abandonar  la habitación. Nada más abrir la puerta vio el cuerpo de una mujer ardiendo frente a él. Ya no se agitaba, ni siquiera gritaba pero su cuerpo se redujo a cenizas en cuestión de segundos. Otra mujer, también envuelta en llamas, corrió por el pasillo acompañado de un berrido horripilante, hasta que se vio obligada a saltar por una de las ventanas y se precipitó al vacío.

¿Qué demonios era todo aquello?

Desnudo completamente, caminando a hurtadillas y ya con el miembro flácido, esquivó los cuerpos de las mujeres convertidas  en cenizas que había esparcidas por el suelo.  Alejándose del fuego se le ocurrió aproximarse a una de las ventanas para comprobar si podía tirarse por alguna y escapar del peligro. Cuando encontró una que le pareció perfecta  descubrió que la lucha seguía produciéndose allí abajo. 

Tirados en el suelo había cuerpos destrozados de varios hombres mientras las flechas seguían cayendo, procedentes  de las nubes. También había mujeres, aunque a medida que iban muriendo sus cuerpos se encogían hasta deformarse por completo y reducirse primero a huesos y después a simples cenizas que el viento se encargaba de esparcir por los alrededores.

El sonido del fuego consumiendo la vieja casa; el llanto de la madera al ser devorada por las llamas; los alaridos tremebundos de unas mujeres convertidas en monstruos; la presencia de los misteriosos guerreros… obligaron a nuestro amigo a saltar. Y lo hizo cayendo sobre unos altos matorrales que amortiguaron el golpe. Apenas unas laceraciones en los brazos y las piernas, nada importante aunque en circunstancias normales se habría quejado más de lo debido.

Permaneció inmóvil, deseando que toda aquella pesadilla pasara lo antes posible. Le hubiera gustado despertarse en el coche, escuchando el aullido de los lobos, contemplando la niebla, esperando la llegada de un buen samaritano…

No pasó desapercibido durante mucho tiempo porque una mujer lo agarró del cuello y le levantó tres palmos del suelo con la fuerza de un solo brazo. Nuestro amigo lanzó un grito de terror. La mujer… era de todo menos una mujer. Su pelo ardía y su rostro desfigurado por una maldad demoníaca mostraba una boca de dientes grandes y monstruosos. Su piel… su piel era horrible, arrugada como una pasa, azulada, repleta de venas negras que recorrían su cuerpo como babosas dejando su rastro  y sus ojos… sus ojos eran simples focos tan brillantes como la luz del sol. Y abrió la boca. Con intención de matarlo. Con intención de devorarlo…

…hasta que una flecha que surgió de la espesura se clavó en mitad de su cabeza  atravesando su frente y la mujer cayó al suelo, aún agitándose tras escupir un bramido diabólico.  Entonces, uno de los hombres envuelto en una pesada armadura y con el rostro cubierto por un yelmo de siniestro aspecto se acercó lentamente para levantar una pesada espada con una de sus manos. Descargó el primer golpe en el cuerpo de la mujer. Le atravesó el pecho. A la altura del corazón. La mujer quedó tendida en el suelo, inmóvil, con sus manos agarrotadas sobre la hoja de acero y una expresión de infinito dolor en su rostro. Después, el hombre sacó la espada del cuerpo con un movimiento brusco y la mujer se incorporó presta para la lucha, pero el hombre movió el arma  en el aire y cortó de un solo golpe la cabeza del engendro, que cayó al suelo ante los atónitos ojos de nuestro amigo que, sorprendido, comprobó cómo aquella cosa seguía agitándose en el suelo hasta que su cuerpo se pudrió al ritmo de una velocidad aplastante y se redujo a una simple mancha de polvo gris que el viento dispersó con la misma habilidad que una escoba barre la basura.

Ante la presencia del imponente guerrero, mientras escuchaba los horrendos alaridos de las mujeres que trataban de huir de la masacre y la casa se consumía por las llamas, nuestro amigo, temblando de miedo, se orinó encima y suplicó piedad. En ese momento, y no en otro, el hombre dio un paso al frente y con una de sus manos se golpeó el yelmo que se abrió tras un sonido metálico y dejó al descubierto su rostro.

El grito que el protagonista de esta historia profirió perdurará en aquél paraje durante siglos; retrocedió asustado, hasta el punto que cayó de espaldas, con el alma espantada y el rostro cubierto de sudor.

No podía apartar la vista de… aquella cosa. No era un hombre normal. Probablemente ni siquiera se trataba de un hombre.

Varios guerreros se acercaron lentamente, con sus yelmos  levantados y los rostros al descubierto. Ya no se escuchaba el fragor de la batalla ni los horripilantes gritos de las mujeres, con toda probabilidad  habían muerto todas, como así estaba escrito.

Aturdido, observó a todos aquellos guerreros, de rostros inquietantes, maléficos y sintió un miedo atroz, un miedo terrible que le consumía las entrañas. Quería morir. Necesitaba no estar allí…

-¿Qué tenemos aquí?.-bramó una de aquellas criaturas.

Uno de los guerreros caminó hacia él algo encorvado y lo examinó durante unos instantes. Pegó su rostro al de nuestro amigo y lo olisqueó, después echó a su espalda el hacha que llevaba en la mano y con su mano enfundada en un guante negro lo agarró de los cabellos y lo alzó a la vista de todos.

-¡Un humano!.-exclamó y el resto de sus compañeros elevó los brazos, muchos de ellos aún armados, y vitorearon las palabras del guerrero en un lenguaje que nuestro protagonista  desconocía por completo.

Aún así, y sin hacer uso de una inteligencia que en estos momentos no era necesaria, nuestro amigo comprendía que aquello no pintaba del todo   bien. Con estos pensamientos, contempló aterrado a los bravos guerreros que lo observaban a través de sus ojos oscuros. Se acercaron a él moviendo continuamente los horribles hocicos de sus rostros simiescos al tiempo que abrían sus fauces para que las blancas dentaduras quedaran al descubierto.

Trató de correr pero cayó al suelo y gritó como una nenaza. Un buen número de manos peludas lo agarraron y lo lanzaron a varios metros de distancia. Gritó y gateó como un bebé por la hierba, huyendo de los simios armados…

…y entonces algo le golpeó en la cabeza y su conciencia viajó hacia la penumbra, donde ni las estrellas ni la luna tenían razón de ser.




JUEGO MACABRO


JUEGO MACABRO
(Confía en Mí)
Basado en un hecho real

Las tres chicas treparon por el muro de la vieja estación y accedieron al interior del recinto. La siniestra casa se encontraba al otro lado de los árboles,  apartada del pueblo en el que vivían.

No era un buen lugar al que dirigirse y menos de noche. La vieja construcción mostraba un aspecto  lúgubre y deteriorado, con sus ventanas rotas y las blancas y agujereadas cortinas empujadas por el viento, como si fantasmas invisibles las estuvieran apartando para echar un vistazo hacia el  exterior. La hierba había crecido por los muros, adoptando el aspecto de  un ejército de orugas que pretendía colarse en su interior, tapando cada recodo como si de una armadura  se tratase. 

No era la primera vez que visitaban la casa, en realidad todas las semanas hacían su secreta excursión para pasar un rato en el interior a pesar de que sabían que en cualquier momento podía derruirse. Era cuestión de tiempo que la gente del ayuntamiento decidiera derribarla. Incluso en una ocasión, una de ellas estuvo a punto de caer de la planta de arriba cuando el suelo se abrió bajo sus pies. Sus amigas pudieron socorrerla a tiempo y todo no pasó de un susto. Pero a los sustos ya estaban acostumbradas.

Esta noche no era diferente a otras. Al principio, entrar solas en la casa había sido una especie de pequeño sufrimiento porque su tétrico aspecto hacía disparar la imaginación, que bajaba a los entresijos de la penumbra y capturaba monstruos y espíritus. Todo un reto superado por las  tres adolescentes que ahora ocultaban un gran secreto y practicaban un juego macabro que las mantenía vivas y fascinadas. Estaban atrapadas  por aquella especie de adicción, que se había convertido en algo muy parecido a una droga. No podían parar.

Entraron  desencajando la puerta principal que dejaron medio abierta para poder salir sin mayor esfuerzo. Ya en el interior encendieron sus linternas y se dirigieron lentamente hacia el fondo de la vieja casa. Eludieron las escaleras que conducían a la parte de arriba porque allí no había nada interesante. Habían recorrido el inmueble muchas veces, al principio con miedo y temor, después por pura diversión. En cualquier caso todo había cambiado drásticamente cuando encontraron el hallazgo.

En un primer momento gritaron horrorizadas, después la observaron con detenimiento y curiosidad, intrigadas y cuando los ojos se abrieron volvieron a gritar… hasta que habló y entonces enmudecieron y escucharon.

A día de hoy se reían de sus primeras reacciones y habían concertado un pacto: No decir nada a sus amistades. El hallazgo suponía algo tan importante y extraordinario que decidieron reservarlo para ellas tres, como si en realidad  el macabro descubrimiento les perteneciera.

Esta noche querían jugar de nuevo. Hacer más preguntas para obtener respuestas que despejaran sus dudas, pequeños adelantos de un próximo futuro. La verdad es que continuamente  habían sido bien aconsejadas y siempre, absolutamente siempre, había acertado con sus vaticinios. El accidente de moto que tuvo Vanesa o las notas que había sacado Nuria, por no mencionar el susto de embarazo que se iba a llevar Raquel y que finalmente quedó en un pequeño incidente que ya había sido olvidado.

Abrieron la trampilla que conducía al sótano. Encontrarla fue algo casual durante sus primeras visitas pero siempre acudían allí, donde se sentían más seguras. Nunca pensaban  sacarla de la casa, tampoco del sótano, cuando en una ocasión lo intentaron había comenzado a lanzar gritos horrendos que las sobrecogió, por eso decidieron guardarla en el mismo arcón de madera donde  fue encontrada.

Ya dentro del sótano se sentaron junto a la  mesa que ellas mismas bajaron hacía semanas de una de las habitaciones. No apagaron las linternas pero encendieron unas velas que había situadas alrededor y que ya utilizaron en ocasiones anteriores. Los rostros tranquilos y sonrientes de las tres chicas fueron acariciados por las sombras que desprendían las temblorosas llamas. Nuria se acercó al arcón de madera y lo abrió. Allí estaba, como siempre, envuelta en un paño de color negro.

Cogió la cabeza del hombre y la colocó en el centro de la mesa, sobre una placa de acero. La contemplaron durante varios segundos, en completo silencio.

Cada vez parecía más deteriorada aunque no despedía hedor alguno. La cabeza estaba cortada a la altura del cuello de una forma desagradable, como si hubiera sido cercenada de un golpe brusco, con la hoja de un hacha mal afilada. Había pertenecido a un hombre, de unos cuarenta años. Tenía barba negra y grandes bolsas alrededor de sus ojos cerrados. Con respeto a la primera vez, la tonalidad de su piel había adquirido un color verdoso que en parte se iba ennegreciendo. Aunque no lo habían comentado, todas ellas pensaban que llegaría el momento en que se pudriría por completo y, entonces,  todo habría terminado.

Las tres amigas unieron sus manos y prestaron atención al rostro del hombre. Se concentraron, siguiendo los pasos ya aprendidos, esperando que sucediera lo mismo que en otras ocasiones. A veces tardaba demasiado, otras se debían dar por vencidas. Por alguna extraña razón, no siempre, el procedimiento no funcionaba y debían marcharse consternadas y decepcionadas aunque si había que admitir la verdad, era raro que la conexión no se produjera tarde o temprano.

-¿Estás aquí?.-dijo Nuria.

No ocurrió nada. Las chicas se miraron unos instantes y cuando volvieron su atención hacia la cabeza cercenada descubrieron que el hombre ya había abierto los ojos. Sonrieron.

-¡Hola!, ¿Qué tal estás?.-preguntó Raquel.

La cabeza no respondió. Se limitó a mover los ojos en todas direcciones, confundida, tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba. La expresión de sus ojos era aterradora, como si a un muerto lo trajeras de vuelta en contra de su voluntad, repentinamente. Después, tal vez siendo consciente de lo que estaba ocurriendo, se limitó a mirar en completo silencio a las tres chicas, depositando sus miradas en todas ellas.

-¿Tienes algo que decirnos?

Silencio. Algunas noches  la cabeza no respondía a ninguna pregunta y se pasaba todo el tiempo observándolas de manera inquietante y turbadora, algo a lo que ya se habían acostumbrado.

-Esta noche hemos venido porque nos gustaría hacerte algunas preguntas sobre…

La cabeza no dejó terminar la frase a Nuria y abrió la boca para emitir un bronco sonido. Las tres amigas saltaron sobre sus asientos excitadas y emocionadas porque así era como indicaba que la conexión entre ellas y la cabeza se había establecido. Ahora sólo tenían que esperar a que hablara…

-Buenas noches.-dijo la voz del hombre.-Gracias por venir de nuevo.

-Gracias a ti por responder.

-Hoy estáis guapas y hermosas.

No era la primera vez que les lanzaba piropos. Apenas habían averiguado nada sobre el hombre y entre ellas la llamaban “la cabeza parlante”. Nunca le habían hecho preguntas sobre su pasado, ni siquiera le habían preguntado su nombre, centrando las preguntas en sus propias necesidades, básicas y egoístas, habitualmente relacionadas con los estudios o las  relaciones sentimentales.

-Gracias.-respondió Raquel.-Nos gustaría saber si vamos a aprobar las tres el examen de esta semana.

La cabeza puso los ojos en blanco y después miró a las tres chicas deteniéndose varios segundos sobre cada una de ellas. Después habló.

-No todas. Vanesa no aprobará.

Al escuchar su nombre Vanesa torció el gesto y miró con desprecio la cabeza del hombre, que la observaba con la mirada fija y los ojos bien abiertos.

-Eso no es posible… Yo he estudiado más que ellas y…

-No harás el examen.

-¿Cómo que no?

-Morirás. De hecho, las tres moriréis esta misma noche.

Las  chicas saltaron sobre sus asientos. Nunca la cabeza había sido tan directa y cruel. Era bromista, solía meterse con ellas, pero nada más. Siempre habían recibido consejos y recomendaciones, como si procedieran de un adulto que se preocupaba por ellas y jamás tuvieron problema alguno durante sus conversaciones.

El rostro del hombre mantenía una expresión severa pero sus ojos desprendían una tristeza que caló hondo en el alma de las tres amigas.

-¿Por qué quieres asustarnos?.-preguntó Raquel.

-No es miedo lo que quiero inculcaros sino advertiros del peligro en el que os encontráis.

-¿Qué va a pasar?

-Dos personas os han seguido, como otras noches. Dos hombres que hoy han decidido entrar  en la casa con intenciones malignas, perversas y crueles.  Os cogerán.

Nada más acabar la frase se escucharon ruidos extraños en la casa. Pasos. Alguien caminaba por encima de sus cabezas. La madera crujía bajo el peso de los intrusos.

Las tres amigas se miraron asustadas. Nuria agarró el bolso y sacó el móvil. Pronto se dio cuenta de que allí dentro no había cobertura y lo lanzó contra el suelo,  presa de los nervios.

-¿Qué podemos hacer?.-preguntó Vanesa con apenas un hilo de voz y mirando con miedo hacia la trampilla del sótano, temiendo que en cualquier momento se levantara y se asomaran los rostros desconocidos de los hombres que las habían seguido.

-Hay una solución. No tardarán en encontraros y debéis daros prisa.

-¿Qué tenemos que hacer?

La cabeza hizo un gesto con los labios que ninguna de las chicas interpretó como una cruel sonrisa. Estaban bastante alteradas, preocupadas, como para fijarse en tan nimios detalles.

-Dentro del arcón encontraréis tres pequeñas copas…

Nuria corrió hacia el fondo del sótano y abrió el arcón donde solían guardar la cabeza. Buscó en su interior hasta que encontró una caja de color negro con grabados extraños en su cara frontal. Examinó los curiosos símbolos y los horribles dibujos que adornaban la caja y sin darle mayor importancia la abrió.

-Colocad las copas sobre la mesa, frente a vosotras.

Las chicas se miraron. Nuria sacó las tres copas y las depositó sobre la mesa. Estaban cubiertas de polvo. Eran de cristal, las tres tenían un dibujo extraño grabado en color rojo. Mientras las observaban con curiosidad e interés, escucharon voces dentro de la casa, alguna risa y varios golpes. Los pasos se detuvieron sobre la trampilla. Los hombres que había en la casa hablaban entre ellos pero lo hacían de forma tan baja que no podían entender lo que estaban diciendo. De cualquier modo, a estas alturas ya habrían recorrido todas las habitaciones buscándolas  y era cuestión de minutos que dieran con la trampilla que permitía el  acceso al sótano, donde ellas se encontraban.

Los ojos de la cabeza se quedaron en blanco durante unos breves  segundos que a las tres chicas les pareció una angustiosa eternidad. Después, cuando los ruidos y las voces enmudecieron, los ojos las miraron con desmedido interés. La cabeza abrió la boca para hablar:

-No hay tiempo.

-¿Qué tenemos que hacer?

-En el arcón… hay  una daga… una daga…

Las tres amigas se miraron horrorizadas. La cabeza parecía agotada. Las palabras sonaban lentas y lejanas, como si la conexión se estuviera perdiendo.

-¡Vamos, hay que darse prisa!.-rugió Raquel y corrió hacia el arcón donde buscó precipitadamente hasta que levantó una pequeña daga cuya empuñadura acababa en una curiosa forma a la que no le prestó atención.

-¿Y ahora qué?

-Ahora… yo… tenéis que cortaros para llenar… sangre…copas.

-¿Qué?

-Y bebed. 

-¿Qué estás diciendo?

-Ellos… entrarán. Compartid… vuestra… sangre…

Vanesa agarró la daga y la examinó durante unos instantes. La hoja contenía pequeñas manchas oscuras y parcialmente estaba oxidada; se estremeció al descubrir que  la empuñadura  representaba la cabeza de una criatura demoníaca. Sin embargo no la soltó, miró a sus amigas, después levantó la cabeza hacia la trampilla. Volvían a escucharse los ruidos, las voces de aquellos dos desconocidos. Bajó la mirada para observar directamente a la cabeza, que tenía los ojos en blanco  y la boca abierta.

-¿Qué hacemos, chicas?

-Esto es una locura, no podemos cortarnos para…

-Es un ritual de protección.-rugió la cabeza parlante.-Tenéis que llenar… las copas…con… vuestra sangre. No os ocurrirá nada, de verdad… confiad en mí.

Las tres amigas se miraron indecisas.

-¡Oye aquí hay una trampilla! ¡ Las zorras deben de estar ahí abajo!

La voz que había surgido sobre sus propias cabezas las mantuvo en vilo. Los intrusos ya habían encontrado la trampilla y sabían que ellas se encontraban ocultas allí dentro.

Nuria le arrebató la daga a su amiga Vanesa y se hizo un profundo corte en el brazo. Gritó a causa del dolor y lanzó la daga sobre la mesa. Acercó la herida hacia una de las copas y la llenó con su propia sangre. Sus amigas  abrieron los ojos, estupefactas, indecisas… hasta que la trampilla del sótano comenzó a abrirse.

Primero se cortó  Raquel y seguidamente Vanesa. La cabeza las observaba con suma atención, complaciente, satisfecha.

Las tres copas estaban llenas de sangre.

-¡Están aquí!.-dijo la voz excitada de un hombre y el rostro sonriente de un desconocido asomó por el hueco de la trampilla.-¡Hola guapas!

-Compartid vuestra sangre.-dijo la cabeza.-Tenéis que… beber… unas de las otras… compartir vuestra sangre… el ritual… dará inicio.

Las tres chicas observaron cómo los ojos de la cabeza se cerraban por completo. La conexión se había perdido. Se miraron unas a otras. Apenas se habían dado cuenta pero las copas ya las tenían levantadas. Se las intercambiaron y se las llevaron a la comisura de los labios.

La primera en beber fue Vanesa, después lo hizo Nuria y finalmente Raquel. Cambiaron de nuevo las copas y volvieron a beber. Era curioso, a ninguna de ellas le resultó un sabor desagradable, ninguna de ellas hizo asco a la sangre ni padecieron arcada alguna. Con las bocas manchadas de rojo, la sangre resbalando por sus barbillas y las copas vacías, se miraron unos instantes y sonrieron. Tampoco habían advertido que en el mismo momento en que la cabeza parlante había perdido la conexión con ellas, los ruidos de la casa desaparecieron por completo. La trampilla estaba bajada, como si en realidad nadie hubiera entrado en la casa, salvo ellas. 

Vanesa comenzó a sentir un dolor intenso en su estómago, parecía que se  estaba quemando  por dentro y se encogió sobre su propio cuerpo hasta que cayó al suelo y rodó por él aullando de dolor.

La cabeza abrió los ojos y observó.

Nuria y Raquel se quedaron petrificadas contemplando a su amiga, escuchando sus gritos.  Vanesa se agarraba el estómago, se lo presionaba. Notaba que algo se movía en su interior, algo que la estaba devorando desde dentro. Vomitó sangre y vísceras  mientras de sus oídos y nariz comenzaba a bajar algo negro, como hilos oscuros que se movían con rapidez…

…hasta que sus amigas descubrieron que se trataba de ¡¡hormigas!!

En cuestión de segundos, coincidiendo con los últimos estertores de Vanesa, el cuerpo de la chica quedó cubierto por miles de pequeñas hormigas negras que salían de todos y cada uno de los orificios de su cuerpo. Apenas podía reconocerse a la joven, sepultada  bajo la montaña de  hormigas que la devoraban.

Nuria y Raquel retrocedieron horrorizadas, se miraron asustadas y advirtieron que la cabeza las observaba con una expresión diabólica en su rostro.

-El ritual ha comenzado.

-¡Tenemos que salir de aquí!.-exclamó Nuria y comenzó a subir las  escaleras para escapar del sótano. No llegó hasta el final. Algo se rompió en su interior, a la altura de su pecho y lanzó un gritó de dolor al que le acompañó un espasmo que la obligó a hincar sus rodillas en el suelo.

Raquel gritó aterrada.

Nuria vomitó sangre y mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, por su boca salían trozos de sus propios intestinos, que quedaron esparcidos por los escalones. Raquel observó horrorizada cómo su amiga quedaba inmóvil. Después, al igual que le ocurriera a Vanesa, vio que millones de hormigas salían del  cuerpo de Nuria, a través de sus oídos, de su boca, nariz e incluso de sus ojos,  para taparla bajo un manto oscuro que se agitaba nerviosa mientras la comían.

Raquel sollozó.

-No llores.-dijo la cabeza parlante..Esto era absolutamente necesario.

Raquel apoyó la espalda en la pared y centró su atención en la cabeza parlante. No quería mirar los bultos oscuros donde se encontraban los cuerpos de sus amigas y temía que en cualquier momento a ella le ocurriera exactamente  lo mismo, pero no sentía ningún dolor en su estómago, solamente temblaba de miedo. La cabeza habló de nuevo.

-No te ocurrirá nada, Raquel, tú eres diferente a ellas. Tu… eres… la elegida.

-¿Qué?

-Tenemos algo distinto reservado para ti. 

La cabeza se elevó en el aire, ante la sorpresa de Raquel, y un brillo intenso comenzó a surgir del cuello del hombre  hasta que los ojos de Raquel quedaron cegados  y no pudo seguir mirando a causa de la intensidad de la luz. Cerró  los ojos y cuando los abrió varios segundos después… lanzó un alarido terrible que debió de ser escuchado en toda la población.

Ante ella se encontraba la cabeza parlante pero ahora tenía un cuerpo, un cuerpo horrible, monstruoso, deforme, llenó de pústulas y de cicatrices. Moscas y gusanos recorrían la piel ajada de aquél engendro. Las orejas de la cabeza habían crecido como las de un murciélago gigante y los ojos ahora eran amarillos y brillantes. Su boca, un hueco profundo, ocultaba una lengua larga y negra protegida por una hilera de afilados y demoníacos dientes.

Raquel gritó espantada  y sus cuerdas vocales se rompieron en ese mismo instante.

-Tranquila, preciosa.-dijo la voz gutural del monstruo.-Confía en mí.