CAMBIARON LAS TORNAS


Los dos hombres permanecieron dentro del vehículo, contemplando las luces intermitentes que se veían a unos treinta metros de distancia.

-¿Damos la vuelta?.-preguntó uno de ellos.

-Creo que no es buena idea. Han tenido que vernos y será mejor no despertar su atención, quizá con un poco de suerte…

La suerte era algo que les había acompañado durante toda la noche y la única cosa que podía cambiarla era, probablemente, el control policial al que se dirigían.

-Intenta mantener la calma, no te pongas nervioso…

-¡Joder! ¿Cómo quieres que no me ponga nervioso con lo que llevamos dentro del maletero?

-Ya.-dijo el conductor y echó un vistazo a su compañero.-Tal vez deberías ponerte algo encima. Tienes la camisa llena de sangre.

-¡Y tú las manos!

Era cierto. Las manos que sujetaban el volante estaban cubiertas de sangre seca. Trató de frotárselas en el pantalón pero su piel no quedó totalmente limpia.

-¡También tienes la cara manchada, joder! ¡Somos un puto desastre!

Tal vez lo eran. Tanto uno como otro. La verdad es que no tenían mucha experiencia en todo esto, de algún modo era su primera vez, al menos la primera vez que habían capturado a un espécimen vivo y lo llevaban cautivo dentro del maletero. Su olor nauseabundo había inundado el interior del vehículo y los acompañaba  desde las primeras horas del atardecer. 

-No te pongas nervioso, es posible que no nos paren precisamente a nosotros.

-¿Tú no pararías a dos tipos que deambulan nerviosos y preocupados con sus ropas y cuerpos manchados de sangre? 

-Tal vez no la vean.

-La verán, joder, primero notarán la mierda del olor y después pedirán que nos detengamos. ¿Lo haremos? Porque si lo hacemos van a meter sus putas cabezas por la ventanilla y van a ver la sangre, si echan un vistazo al asiento trasero descubrirán las armas y si nos piden que abramos el maletero entonces…

-Si huimos… ¿Crees que esos gilipollas no apretarán el gatillo? Estamos jodidos de una o de otra forma.

El coche avanzó por la estrecha carretera, dirigiéndose hacia la zona donde tres coches patrulla permanecían aparcados a un lado de la carretera. Pasaron junto a varios conos y una luz intermitente iluminó  la señal triangular que anunciaba el control policial.

El conductor obligó al vehículo a avanzar muy despacio, mientras la lluvia caía con estrépito sobre la carrocería, lo que ponía si cabe más nerviosos a los dos hombres. El acompañante hizo ademán de coger una de las armas pero su compañero se lo impidió.

-No hagas tonterías.

-¿Qué no haga tonterías? Aceptar este trabajo ha sido una de ellas. ¡Maldita sea!

-Confía en la suerte. Es posible que no nos paren. Está lloviendo a mares, ¿Crees que esos policías quieren estar mucho tiempo bajo el aguacero?

El silencio se adueñó del interior del coche. Era evidente que los dos hombres estaban muy nerviosos y preocupados. El acompañante se colocó una cazadora sobre el pecho, tapando así sus ropas manchadas de sangre mientras el conductor se frotaba el rostro para tratar de quitarse las salpicaduras de sangre de la mujer muerta que llevaban en el maletero.

Cuando pasaron junto al lado del primer hombre uniformado, oculto bajo un poncho del que sobresalía un trocito de su gorra azul que evacuaba agua en abundancia y el cañón  de su arma apuntando hacia ellos, no pasó absolutamente nada. La tensión en el interior del vehículo se suavizó…

…hasta que pocos metros después otro policía salió de la oscuridad con una linterna en la mano haciéndoles señas para que se detuvieran a un lado de la carretera.

-¡Mierda puta!

-¡La jodimos!

Tres hombres uniformados emergieron de entre las sombras y rodearon el coche mientras otro se dirigía hacia la ventanilla del conductor.

-Tranquilo Alfonso, todo esto está muy oscuro y no creo que puedan ver la sangre. No digas nada, deja que hable yo.

El policía golpeó con los nudillos el húmedo cristal y casi pegó su rostro al mismo. El conductor bajó la ventanilla hasta la mitad y esbozó una sonrisa.

-Buenas  noches, agente. ¿Sucede algo?

-Bajen del vehículo, por favor.

-¿Cómo?

-Que bajen del vehículo inmediatamente, por favor.

-Oiga, ¿Qué es lo que ocurre? Está lloviendo mucho y tenemos prisa… ¿Quieren los papeles del coche, nuestras identificaciones?

-Por favor.-dijo el policía apartándose medio metro y agarrando su arma con las dos manos pero sin llegar a apuntarlos directamente.-Salgan del vehículo.

Los dos hombres se miraron nerviosos pero finalmente bajaron del coche.  La lluvia los recibió con los brazos extendidos y en cuestión de apenas unos segundos ya estaban completamente mojados. Tal vez el agua pudiera ayudarlos a ocultar los rastros de sangre que aún perduraban en sus ropas y cuerpos…

Dos policías indicaron a los hombres que se echaran a un lado y permanecieron junto a ellos en todo momento, mientras un tercer agente metía medio cuerpo dentro del vehículo.  Alfonso tensó su cuerpo, detalle que no pasó desapercibido a uno de los policías, que como respuesta prestó mayor atención sobre los hombres y los estudió con detenimiento.

El policía que estaba examinando el coche salió inmediatamente con arcadas a causa del pestilente olor que emanaba del interior del vehículo. Llevaba la mano tapando su boca y nariz, miró a sus compañeros  y luego volvió a introducirse en el coche, esta vez explorando la parte trasera. Salió inmediatamente para correr hacia el resto de policías y alertarlos de viva voz que en los asientos de atrás  había descubierto varias armas.

Los agentes apuntaron a los dos hombres.

-Tranquilícense, por favor. Tenemos permiso para todo ese arsenal. Pueden comprobarlo en la guantera. Ahí tienen toda la información. Por favor, antes de hacer una locura echen un vistazo.

Los policías se miraron unos a otros. Todos ellos eran bastante jóvenes y daban la impresión de tener muy poca experiencia. Llevaban sus rostros cubiertos por una expresión de espanto e incertidumbre  y varios de ellos temblaban a causa del temporal, o quizá de los propios nervios.

-Este tipo tiene la ropa manchada  de sangre.-anunció uno de los policías señalando con el dedo a Alfonso.

Los dos hombres se miraron inquietos y abrieron los ojos preocupados.

-¡Levanten las manos!

Los dos hombres obedecieron. Mientras uno de los agentes los vigilaba muy de cerca con el arma empuñada, los otros deliberaban los pasos a seguir. Anotaron la matrícula del coche y uno de los policías trató de buscar información a través de la radio, contactando con la central.

-Abran el maletero.-dijo otro de los policías.

El conductor palideció de inmediato y comenzó a balbucear. Tuvo que detener sus brazos ante la insistencia de los policías, que se encontraban muy nerviosos y excitados.

-No es buena idea, agentes.-dijo Alfonso, recuperando la calma mientras su compañero comenzaba a sudar copiosamente y clavaba su mirada en el suelo.

-Abran el maletero.

-No se lo recomiendo, la verdad.-insistió Alfonso.-Verán,  puedo explicarles…

El hombre recibió un culatazo en pleno estómago. Aulló de dolor y se encogió sobre sí mismo para clavar sus rodillas en el suelo. Se retorcía como un gusano en el barro.

-Esto no es necesario.-dijo el conductor a los agentes  intentando mantener una calma que ya lo había abandonado por completo.-Si así lo desean abriremos el maletero pero antes deberían saber lo que trasportamos  ahí dentro.

Los policías permanecieron en silencio, expectantes, y el conductor decidió continuar hablando después de echar un vistazo a su compañero Alfonso, que seguía encogido agarrándose el estómago y resoplando de dolor.

-Tal vez les suene  a broma pero somos cazadores de vampiros, de hecho es lo que llevamos ahí dentro. Verán, con la puta crisis no encontramos trabajo alguno, llevamos en paro casi tres años y nuestras familias tienen que comer. No recibimos ninguna ayuda por parte del Estado y esto es un negocio como otro cualquiera, ¿Entienden? No hacemos nada malo a nadie, son monstruos…

-¿Un vampiro?.-preguntó uno de los agentes con media sonrisa bobalicona en su rostro.

-Sí. Bueno, en concreto es…una vampira, de ahí las armas que hay en el coche, somos cazadores, ya os lo he dicho y ésa es la razón de que tengamos algo de sangre en nuestras ropas y cuerpos. No es fácil atrapar a un vampiro, la verdad. Ha sido una pelea muy  dura y salvaje.

-¿Dicen que tienen un vampiro ahí dentro, en el maletero?

-Exacto. Hay muchos ricachones que pagan muy bien por esas criaturas y nosotros hemos capturado una. No les aconsejo que abran el maletero, podría escapar y acabar con todos nosotros en cuestión de segundos.

-¿Es usted tonto o se hace el idiota?.-preguntó uno de los policías, provocando la risa del resto  de sus compañeros.

-Piense lo que quiera.-respondió el conductor.-Pero  no es delito matar lo que ya está muerto y mucho menos llevar el cadáver de un vampiro en el maletero, ¿No creen? Oficialmente esos seres no existen, no hay delito. No hemos hecho nada malo.

-Abra el puto maletero de una maldita vez.-rugió la voz de uno de los agentes.

-No creo que sea buena…

No acabó la frase. El policía que estaba más cerca golpeó muy fuerte con el arma la cabeza del conductor y éste cayó al suelo fulminado, con la conciencia perdida.

-¡Mierda!.-maldijo el agente.

Cuando el conductor recobró la conciencia abrió los ojos y sintió el fuerte dolor en la cabeza. Se llevó la mano a la zona dolorida y descubrió que tenía el pelo grasiento y la sangre seguía resbalando por el centro de su rostro. Había dejado de llover pero estaba envuelto en un frío desagradable. Se incorporó y descubrió que los coches de policía estaban todos en el mismo lugar aunque no vio a ninguno de los agentes en las cercanías. Su automóvil se encontraba  donde lo había aparcado, tenía las puertas abiertas completamente, de par en par.  Se sobrecogió cuando advirtió que el maletero también estaba abierto...

A pesar del  intenso dolor en la cabeza, corrió hacia su coche y atenazado por el miedo echó un vistazo al interior del maletero: vacío. No había señal alguna  de la criatura. 

Miró a su alrededor. No descubrió a ninguno de los policías, ni rastro de sangre o cadáver  alguno. Esperaba encontrarse sus cuerpos destrozados por la furia de la mujer vampiro pero no había vestigio alguno de lucha, ningún miembro mutilado. Tampoco encontró a Alfonso. Era evidente que algo había ocurrido mientras  permaneció inconsciente. Después de examinar la zona no lo dudó en ningún momento, los agentes habían abierto definitivamente el maletero y entonces se imaginó que el espécimen saltó desde la oscuridad para abalanzarse sobre los pobres incautos. Los policías habrían gritado y disparado pero las balas no podían hacer nada en el cuerpo de la criatura. Resultaba muy difícil matar a un vampiro y mucho más complicado capturarlo con vida. Lo que le extrañaba completamente, lo que no podía entender, era la ausencia de cadáveres. Lo lógico, lo que el sentido común profesaba desde su ominoso silencio, era que todo habría sucedido demasiado rápido y los desgraciados apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Gritos y disparos por doquier. Sangre a raudales. Muerte. Y no había nada de eso. Absolutamente nada.

Y de Alfonso ni rastro. Tampoco le extrañó demasiado pues conociéndole como le conocía se imaginaba que una vez la mujer vampiro hubiera  salido con su enorme boca abierta, sedienta de sangre y venganza, se habría puesto a correr como un maldito cobarde, internándose a través del bosque y no parando hasta llegar a un lugar seguro. Y eso sólo ocurriría cuando la noche dejara paso a las primeras luces del alba. No. No entendía lo que había pasado, no le encontraba explicación.

Temeroso de que la criatura se encontrara por los alrededores, subió a su vehículo y encendió el motor. Reanudó la marcha, alejándose de la zona delimitada para el control policial. Y avanzó en la noche, abandonando el lugar, acompañado de un profuso dolor de cabeza.

Tuvo que detenerse a los pocos kilómetros, cuando vislumbró en mitad de la carretera una silueta humana que brillaba en la oscuridad. Se encontraba en mitad de la carretera. La sangre se le heló en todo su cuerpo  y un cosquilleo macabro sustituyó el fuerte dolor de cabeza que hasta ese momento persistía entre sus sienes, de manera cruel y despiadada.

Abrió la boca aterrado al reconocer que se trataba de la mujer vampiro que su amigo Alfonso y él habían capturado pocas horas antes. Allí estaba, desnuda, mostrando la palidez de su piel, como un demonio apresado por la fealdad. Lo miraba intensamente a través de unas pupilas incandescentes que danzaban con la fragilidad del fuego. Tenía la boca abierta y entre sus dientes largos y afilados, dejaba entrever una lengua larga y oscura mientras agitaba sus brazos como si de alas se tratasen. Estaba preparándose para lanzar el ataque y caer sobre su presa: él.

Quiso dar marcha atrás pero sus intenciones se llenaron de pánico al descubrir por el espejo retrovisor varias figuras encorvadas, todas ellas vestidas con uniformes azules. Los policías estaban allí pero ya no eran humanos sino monstruos. Sus rostros demoníacos indicaban que el vampiro los había transformado recientemente. Lo observaban desde la oscuridad, lo taladraban con sus miradas penetrantes y taciturnas. Y entre aquellas figuras reconoció la de su amigo Alfonso, también convertido en una criatura infernal. Movía  los brazos como un ave rapaz y abría la boca compulsivamente como si sintiera avidez de sangre humana. Y eso era precisamente lo que sentía.

Pisó el acelerador pero en ese mismo momento el vehículo sufrió una gran sacudida y permaneció inmóvil. Las luces de los faros se apagaron y el interior del coche se quedó en completo silencio, salvo por los rugidos de su corazón, que latía al galope, al compás de una respiración profunda y turbada. Entonces dos de aquellos policías se colocaron sobre el techo del coche después de pegar un gran salto, tan impresionante como inhumano. Al notar su presencia, el hombre lloró desconsolado e impotente mientras veía por el espejo que su amigo y compañero avanzaba desde las sombras, acercándose lentamente hacia la parte trasera del coche. La mujer vampiro caminaba también, aproximándose.  Asustado, aterrado más bien, el hombre se orinó encima y no se dio cuenta  de ello hasta que sus pantalones se mojaron totalmente. Sollozó como un niño perdido en mitad de un bosque infestado de presencias aborrecibles  y se cubrió  el rostro con sus temblorosas manos. 

En apenas unas segundos a sus oídos llegó un siniestro sonido. Levantó la mirada para observar el malvado rostro de la mujer vampiro, que había pegado su cabeza al parabrisas y lamía el cristal con una lengua gruesa y cargada de negros sarpullidos repletos de pústulas cargadas de una asquerosa y repugnante sustancia verdosa. Al mismo tiempo, como si estuviera entonando una melodía macabra procedente del mismísimo infierno, su amigo Alfonso arañaba la carrocería del coche con sus ahora largas y afiladas uñas negras mientras observaba a su compañero con una malvada sonrisa dibujada en sus gruesos labios.

El hombre gimoteó y supo inmediatamente que aquél era su instante final. Dos brazos férreos y gruesos atravesaron el techo del coche y lo atraparon mientras la mujer vampiro mordía con su boca monstruosa el cristal, que hizo añicos con una facilidad diabólica. Bajo la atenta mirada de Alfonso, la mujer vampiro introdujo su cuerpo en el interior del vehículo, arrastrándose como un gusano, buscando la garganta del desafortunado que  gritó pidiendo auxilio. Pero sus gritos pronto fueron sepultados por un silencio sepulcral que se adueñó del lugar en el mismo instante en que perdía la vida.

Poco después, Alfonso conducía el coche a gran velocidad por una carretera solitaria. En el maletero, el cuerpo sin  sangre de su amigo yacía convertido en un desagradable despojo humano. Su ama le había confesado que había vampiros muy poderosos que pagaban mucho dinero por  un recipiente vacío y aunque  él ya no tenía intereses crematísticos quería llegar al punto de encuentro  indicado antes de que amaneciera.  


Tal vez no volvería  a ver el sol, jamás, y tendría que renunciar a un pasado no demasiado agradable  pero ante él se presentaba  un fascinante mundo de sombras y oscuridad que empezaba a parecerle atractivo. Lo lamentaba  por su amigo, o quizá ya no, no importaba, pues  todo aquello, de algún modo, le resultaba excitante y divertido.



1 comentario:

Anónimo dijo...

te pueden contratar como guionista para sobrenatural,
Dios¡¡¡ como me recuerda a mi madre la foto.