¡¡DEJAZME DESCANSAR EN PAZ!!

No puedo más.

Mis fuerzas me están fallando. He luchado como un hombre para seguir estando entre vosotros pero no soporto ya este tormento. Incluso mi agitada respiración parece perforarme por dentro.

Siento dolor, los latidos intensos de mi acelerado corazón cada vez se van distanciando más. Me estoy muriendo. No quiero dejaros. Deseo continuar entre vosotros pero el miedo y la fe os arrebatan aquello que habéis amado con tanta intensidad. Cierro los ojos y siento dolor.

La oscuridad embarga los suspiros de mi existencia. Sé que estáis ahí, oigo vuestros gritos, escucho vuestros llantos, pero poco a poco ese barullo se va transformando en un lejano murmullo que apenas puedo distinguir. Os pido perdón por abandonaros, os pido perdón por haberos fallado, por no haber sabido comportarme como el hombre que esperabais. Estoy de acuerdo en que no debería morir así, pero han sido otros los que han decidido mi suerte…

Mi cuerpo ha sido sometido a vejaciones humillantes pero no tan dolorosas como la traición de algunos de vosotros, sé que deseáis mi muerte y nunca olvidéis que vuestro daño infligido sobre mi persona algún día se revelará contra vosotros. Vuestro miedo irá carcomiendo vuestra existencia porque cuando nadie se acuerde de todos y cada uno de vosotros yo continuaré estando en el corazón de los hombres, ése es mi secreto, ése es mi poder.

La sangre resbala por mi cabeza y se incrusta en mis ojos provocándome una molesta ceguera. Las espinas se están clavando en mi interior como si pretendieran chuparme el cerebro.

Mis manos casi muertas, temblorosas, han sido cruelmente clavadas por sus muñecas a esta cruz de pesada madera que me habéis hecho llevar a lo largo de un duro camino. Al notar como el hierro atravesaba mi carne hizo que mi conciencia me abandonara y cuando desperté no podía moverme, estaba clavado en la madera, observando a la muchedumbre que clamaba mi nombre, lloraba, gritaba y me insultaba. Aquella mezcla de sentimientos que se ofrecían ante mí me asustaron. Me hicieron comprender que yo, un hombre normal, era importante tanto para los que me amaban como para los que me odiaban, especialmente para estos últimos. Notaba su miedo humedeciendo mis huesos, notaba su rabia, sentía las piedras que me lanzaban y me golpeaban en todo el cuerpo. Intentaba sonreírle a aquellos que lloraban mi muerte haciendo gala de una fuerza que ya no tenía.

Pero no pienso gritar. No, no os daré el gustazo de procuraros mi sufrimiento. Aguantaré hasta el final, un final que aunque próximo afrontaré con honor y valentía.

No, no pienso deleitaros con mis suplicas o mis gritos de dolor.

Callaré.

Guardaré silencio, inmerso en dilucidar una causa que justifique tan abominable acto. Pero no existe razón para este error histórico. Cuando las lágrimas que retengo caigan sobre mis mejillas y se precipiten sobre la muchedumbre, nadie comprenderá que siento pena por aquellos que ven en mi muerte una pérdida. Nadie comprenderá que mis lágrimas derramadas muestran la pena que siento por aquellos que me traicionaron, por aquellos que me han apaleado, golpeado y torturado, porque nunca comprenderán que esa agresividad inapropiada en el ser humano está motivada por el miedo, un miedo que me ha otorgado el papel de un ser especial y que ellos creen superior, pero yo…, yo soy tan normal como todos y cada uno de ellos.

No entiendo esta tortura.

No entiendo este tormento.

No comprendo por qué de este sufrir.

Nadie puede explicarme quién o qué soy yo para esas personas que lloran mi muerte y para esas personas que no dejan de apedrearme.

Nada fui. Nada soy. Todo seré.

Nací y sin mi consentimiento me eligieron. Perseguido, ocultado, adorado, temido y respetado.

Crecí y me convencieron de que YO estaba aquí para lograr determinados objetivos pero lo único que estaba claro era que mi muerte iba a producirse y sería expuesta al público como ejemplo, pero ¿ejemplo de qué?.

Muero ante miles de personas y ahora comprendo que nunca hubo motivo para los odios que yo he suscitado en la población. Entiendo que nunca fui nadie especial salvo para los que pretendieron adorarme u odiarme a voluntad. Me dejé arrastrar por la muchedumbre y eso ha motivado mi terrible final.

Apenas puedo con mi alma, siento que se escapa y pese a las aberraciones a las que he sido duramente sometido no siento odio o rencor por mis torturadores, quizá eso es lo que me hace diferente y especial, quizá porque mi corazón siempre latió con fuerza, alegre y feliz. ¿Sintieron miedo? No lo sé, es más, ya apenas importan las motivaciones, yo, ahora, sólo quiero morir en paz…

Lo haré. Sí.

Aprieto los dientes y alzo con fuerza mi cabeza hacia el Cielo buscando una explicación pero no hallo respuesta, me siento cruelmente abandonado.

Estoy solo.

Y muero.

Dirijo una mirada lejana a la muchedumbre que clama mi nombre e intento sonreírles intentando convencerles de que marchen a sus hogares pero no tengo fuerza, así, con mi mirada cristalizada por la muerte, me doy por vencido ocultando mi miedo a morir…

Y yo que ya estoy muerto os pido que me dejéis descansar en paz. Sacadme de vuestro interior, dejad de adorarme y de exigirme cosas. No puedo yacer con tranquilidad escuchando vuestras peticiones, vuestras excusas. No soy quien creéis, no soy nada, sólo un hombre que murió cautivo de vuestra propia ignorancia. Y hoy, rodeado de una fría oscuridad, noto que pese a haber transcurrido tantísimos años seguís cometiendo el mismo error que me condujo a la muerte.

¡DEJADME EN PAZ!

No quiero rezos ni llantos, no necesito de vuestro amor y nada puedo daros salvo mi más agrio silencio.

¡Dejadme en paz!

No me adoréis como borregos, me humilláis cada noche cuando pedís que acuda a vuestro corazón, yo, que fui un hombre normal, endiosado por el miedo y la esperanza violasteis lo que pudo ser mi libertad para convertirme en el despreciable enemigo.

¡Olvidaros de mí!

Abandonadme en el recuerdo, no quiero volver a sentirme diferente. Yo solo quise vivir como un hombre normal y me subisteis en un pedestal perjudicando mi inocencia.

Yo… sólo quiero descansar en paz.

No puedo seguir así, observando cuan equivocados estáis… y solamente me pregunto cómo es posible que yo, siendo un hombre normal y estando muerto, os escucho cada día que pronunciáis mi nombre, siento vuestra tristeza y vuestras necesidades y os veo alzando las manos al cielo. Yo, que nada puedo hacer, pues soy uno más al que vosotros convertisteis en Hijo de Dios, nada puedo realizar para sacaros de vuestro error, yo, que siempre fui un hombre normal... caí prisionero por vuestra ignorancia… ¿Y ahora qué?. Olvidaros de mí, os lo pido por favor.

Convertisteis mi vida en un drama histórico del que todavía seguís hablando, disteis a mi muerte un papel relevante y torturasteis mi honor, mi inocencia y mi conciencia. Hoy, ni siquiera muerto puedo descansar en paz y yo sólo os pido simplemente eso, que mi recuerdo en vosotros me permita permanecer en mi reposo con serenidad, sin que molestéis mi sopor, sólo así, quizá, pueda alzar mi inerte mirada hacia el cielo y darle gracias a Dios por permitirme la paz en la muerte.

CRIMEN en la NOCHE

Cuando Ángela entró en la panadería escuchó la conversación que estaban manteniendo algunas vecinas con el dependiente.
-¿Y cómo ha sido?.-preguntó una mujer de mediana edad.
-Igual que las otras.-respondió el panadero mientras le daba el cambio a un chico joven.
-Pobres mujeres, la vida que llevan para acabar en manos de un perturbado.
-La policía sigue sin pistas pero está interrogando a todos los vecinos, sospechan que el asesino puede vivir por la zona.

Ángela evitó participar en la conversación y pidió tres barras de pan que el panadero le despachó con una sonrisa, después salió de la tienda. Notó la amplia presencia policial y agradeció ver a numerosos agentes deambulando de un lado a otro, con la esperanza de atrapar a un asesino que siempre actuaba de noche. La verdad es que aquellas tres últimas semanas habían sido horribles. Nueve prostitutas brutalmente asesinadas y todo indicaba que el asesino estaba dispuesto a continuar sembrando el pánico.

Ángela se introdujo en un portal y subió las viejas escaleras de madera hasta que llegó al segundo piso. Metió la llave en una de las cerraduras y al abrir la puerta escuchó a sus cuatro compañeras de piso hablando en el pequeño salón; giraron sus cabezas y la saludaron.

-Han matado a otra.-anunció Ángela con el rostro sombrío.
-Lo sabemos, lo acaban de decir en las noticias.-respondió Elisabeth, una exuberante chica pelirroja que fumaba un pequeño cigarrillo.
-¿Se sabe algo?.-se interesó Ángela.
-Nada, no hay pistas.-dijo otra de sus compañeras.-Le han rajado el cuello y después le arrancaron los ojos, como a todas.

Ninguna de las chicas dijo nada más y Ángela tomo asiento junto a sus amigas. Fue ella quien decidió romper el hielo.
-Creo que esta noche no debemos trabajar…
-¡Claro! ¿Y quién va a pagar el alquiler?.-protestó enérgicamente Elisabeth lanzando una mirada furiosa a una Ángela que no pudo evitar agachar la mirada.
-Todas sabemos que salir de noche es peligroso, querida Ángela, pero no tenemos otra opción.
-Además, ahora hay muchos policías, estaremos protegidas.-añadió una de ellas.
-Pero nos pueden detener por ejercer la prostitución…
-¡No lo creo!, Ellos están más preocupados en buscar al culpable y en protegernos que en detenernos. Esta es nuestra oportunidad porque las otras chicas no saldrán y entonces podremos elevar las tarifas y aprovecharnos de la situación.
-Tengo miedo.-reconoció Ángela.
-¡Todas lo tenemos!!

Ángela se levantó y se refugió en su pequeña habitación. En aquellos momentos necesitaba estar sola.Se miró en el espejo y vio su rostro turbado por la extraña sensación de que en cualquier momento ella podría ser la siguiente víctima. Era una chica guapa, aquellos ojos verdes destacaban en su rostro joven y su mirada jugaba siempre un papel importante. Recientemente se había cortado su larga melena negra y ahora llevaba el pelo corto, casi como los militares. Se tumbó en la cama y rezó. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que se le habían olvidado algunas frases.
No dejaba de pensar en los cuerpos mutilados de las prostitutas halladas en callejones oscuros. Todas ellas con el cuello rajado y, lo más escalofriante, los ojos de las víctimas habían sido extirpados bruscamente, como si el asesino sintiera una rabia extrema y arrancara de cuajo los globos oculares de las desdichadas mujeres.
Ella tenía miedo. No quería convertirse en la presa de un loco desquiciado. A pesar de que temía las quejas de sus compañeras, estaba dispuesta a armarse de valor y confesar que durante algunos días, ella no iba a trabajar.Así lo hizo y las reacciones de sus amigas no se hicieron esperar, pero no cambió de idea pese a las protestas. Aquella noche ella no salió.

Nada sucedió. Sus amigas regresaron a altas horas de la madrugada con un buen puñado de billetes, acompañadas de una sonrisa complaciente, satisfechas de la recaudación obtenida aquella noche. El asesino no había actuado.Tampoco lo hizo en noches posteriores.
Meses después el recuerdo de los crímenes quedó relegado al olvido. Nadie supo nunca si habían atrapado al responsable o si por alguna extraña circunstancia éste había dejado de actuar. Atrás quedaron los cuerpos destrozados de las víctimas, todo había regresado a la normalidad…
…hasta aquella misma noche.

Ángela se colocó la peluca de color rojizo sobre la cabeza y los largos cabellos llegaron hasta la altura de su cintura. Vio sus alegres ojos verdes reflejados en el espejo y sonrió mientras se pintaba la cara, marcando con énfasis sus expresiones.

Se colocó bien la pequeña faldita de color negro que cubría hasta la mitad de sus muslos y enfundó sus largas y rollizas piernas en unas medias negras que exaltaron su belleza. Después se colocó unas botas negras de alto y fino tacón que le llegaban hasta las rodillas y meneó su puntiagudo trasero para ajustar de nuevo la falda. Estiró la camisa ceñida que llevaba y se abrió varios botones, los suficientes para enseñar descaradamente un pequeño sujetador incapaz de ocultar el volumen de sus pechos. Cogió un bolso y lo abrió, cerciorándose de que llevaba consigo algo que horas antes había introducido en él. Salió del piso con una amplia sonrisa dibujada en su angelical rostro.
Pero aquella sonrisa desapareció por completo cuando puso su primer pie en la calle. Su rostro se transformó, mostrando una expresión fría y severa, pavorosa.
Sus bellos verdes ojos proyectaron una mirada furiosa y escalofriante que disimuló colocándose unas enormes gafas negras. Ángela caminó notando que la sangre le hervía en su interior, como si sus venas se estuvieran hinchando por una excitación que poco a poco fue sacudiendo cada poro de su cuerpo. Apretó los dientes con rabia y se adentró en oscuros callejones, buscando con ansia un objetivo con el que paliar su sed de venganza.
Allí estaba.
Si.
Una chiquilla de apenas veinte años.
Estaba sola.
Indefensa.
Se acercó a ella con el sigilo de una hambrienta pantera e introdujo su mano en el bolso, del que extrajo un afilado cuchillo. La joven no pudo percatarse siquiera de su presencia. Ángela se abalanzó sobre ella y con un movimiento rápido y bien ejecutado, rebanó el cuello de la desdichada, cuyo cuerpo cayó al suelo agitándose, mientras de su garganta salía sangre a borbotones.

Ángela se sintió repleta de vida, satisfecha y feliz, pero aún necesitaba más. Agarró a la chiquilla por los cabellos y manipuló el cuchillo, acercándolo al rostro de la joven, que ya había muerto. En cuestión de segundos, Ángela logró arrancarle los ojos y durante unos instantes permaneció en silencio, contemplándolos. Sentía un placer inmenso, indescriptible, un torrente de emoción que la hizo estremecer. El éxtasis la invadió, sus piernas temblaron y sus ojos se humedecieron. Una vez más… aquella grata sensación…
El asesino había vuelto a actuar.
Una joven prostituta volvía a ser la víctima.


Ángela se alejó de aquél lúgubre callejón convencida de que al día siguiente todos volverían a hablar del nuevo crimen. Ella olvidaría lo ocurrido.
Volvería a sentir miedo…
Pero en lo más profundo de su corazón, en algún recóndito punto de su mente enferma, ella sabía perfectamente que en un futuro volvería a actuar, sí, cuando la noche así lo precisara, ella la teñiría de sangre.

UN ROSTRO DIABOLICO EN EL ESPEJO

-¿Con quién hablas?.-pregunta la madre entrando en la habitación de su hija con una sonrisa.
-Con el hombre del espejo.-responde la niña sin desviar la cabeza para mirarla.
-¿Con quién?.-dice la madre perpleja mientras se sienta junto a la pequeña.Lucia, de apenas siete años, está sentada frente al espejo y señala con la mano hacia él.
-Allí hay un hombre. Está dentro, atrapado, ¿Podemos sacarlo?

La madre contempla el espejo y ve como la imagen de ambas queda reflejada sobre su superficie. Sonríe y mira a su hija, la abraza y le hace cosquillas. Las dos ruedan por el suelo, riendo a carcajadas. Después la niña se pone en pie, se acerca al espejo y coloca las manos sobre él.

-Está triste, quiere salir.

La madre siente un pequeño estremecimiento y se frota los brazos para erradicar la extraña sensación de frío que la ha sobrecogido.
-No hay nadie ahí dentro, cariño.-dice la madre.
-Que tú no lo veas no significa que no esté ahí.-responde la niña secamente.-¿Por qué iba a mentirte?
La madre permanece en silencio observando a su hija que no aparta su mirada del espejo. Ella lo contempla y no descubre nada raro. Aquella misma noche la madre no puede conciliar el sueño y cree escuchar a su niña hablando en la habitación. Se levanta varias veces pero siempre la encuentra dormida. Evita mirar directamente al espejo, teme ver algo diabólico reflejado en él y en una de sus visitas opta por taparlo con una sábana.

Al día siguiente, cuando va a despertar a su hija, encuentra la sábana en el suelo y a su hija sentada frente al espejo, riendo alegremente.La madre, presa de un brote de nerviosismo que no puede llegar a comprender, coge a su niña violentamente y la saca de la habitación. De un portazo cierra la puerta.Lucia llora y patalea en el pasillo. Su madre le ha hecho daño.

-¡No quiero que vuelvas a jugar con el espejo!.-grita su madre crispada.
-¿Por qué? Eres tú la que tienes miedo del hombre que está allí dentro, yo no.
-¡No hay nadie en el espejo!.-dice la madre enfadada.
-¡Sí! ¡Está ahí dentro y es mi amigo!

La madre de Lucía levanta su mano y propina un tortazo a la pequeña, que rompe a llorar desconsolada.
-¡No quiero que te inventes las cosas!.-grita apretando los dientes.
La niña se sienta en el suelo del pasillo llorando desconsoladamente y repite una y otra vez que sí hay un hombre encerrado en el espejo. Su madre, harta de tantas tonterías, la coge del brazo y la obliga a entrar en la habitación.
-¿Dónde está? ¿Ahí dentro?.-vocifera la madre señalando al espejo.
-Sí, pero tú no puedes verlo.
-¡No digas tonterías!.-grita la madre a punto de perder los nervios.-¡Voy a demostrarte que no hay nadie ahí dentro!
-No hagas nada mamá, por favor, ahora está enfadado porque me has hecho daño.

Su madre no le escucha. Coge una pequeña silla y se dispone a estrellarla contra el espejo.

-¡No mamá, por favor! ¡No lo hagas!.-advierte la pequeña entre sollozos.
-Ya verás que no hay nadie. ¡Se acabaron las tonterías!
La madre lanza con fuerza y furia la silla que vuela por los aires hasta golpear violentamente el espejo que se rompe en múltiples fragmentos.En ese momento estoy libre.
Antes de que la madre pueda verme alargo los brazos y agarro la cabeza de la mujer, que dirige sus ojos hacia mi rostro. Grita despavorida.La elevo en el aire y la lanzo para que su cuerpo cruce la habitación y se golpee en una de las paredes. La pequeña niña me observa en silencio.La madre se levanta horrorizada y me mira abriendo los ojos asustada. Me dirijo hacia ella y oigo como grita aterrada. Pierde el conocimiento.Me doy la vuelta y me acerco a la niña. Ella no me tiene miedo. Me mira con dulzura. Es mi amiga.La agarro de la mano y camino con ella fuera de la habitación. Cruzo el pasillo y me doy cuenta que en la entrada de la casa hay un amplio espejo. Me detengo y me miro en él. Solo me observo a mí mismo, descubriendo que mi rostro diabólico y espeluznante no ha cambiado con los años. Sé que tras el espejo hay otros seres como yo, esperando el momento de su liberación.
-¿A dónde vamos?.-pregunta la niña.No le respondo. Abro la puerta de la calle pero ella me detiene.
-¡Quiero ir con mi mamá!
La observo en silencio con una expresión triste; ella intenta correr hacia su habitación pero yo la detengo. Oigo risas siniestras procedentes del espejo de la entrada, pero evito mirar hacia allí.Tiro de la niña y me la llevo. Ella intenta zafarse pero la agarro con fuerza. Dirijo mi maligna mirada hacia la pequeña y noto que está asustada.
-Nunca debiste jugar con el hombre del espejo.-le digo mientras caminamos perdiéndonos en las sombras de una terrible oscuridad.

La Bruma

La niña se había acurrucado en un oscuro rincón mientras sus dos hermanos se adentraban en el cementerio. Ella tenía miedo pero la habían obligado a quedarse allí.

Primero había escuchado los gritos desgarradores que perturbaron los resquicios del silencio que se había adueñado en aquel tenebroso escenario y después extraños sonidos que no pudo identificar. La niña nunca supo que sus dos hermanos habían encontrado la muerte a escasos metros...

Los minutos iban pasando y la oscuridad poco a poco fue gobernando el lugar mientras el frío de la noche se introducía en los huesos de aquella pequeña niña.

Convertida en un ovillo, sola e indefensa, lloriqueaba asustada sin atreverse a pronunciar los nombres de sus hermanos que tardaban en regresar.

Comenzó a escuchar un ruido leve, lejano y alzó la cabeza para observar con atención, pero las sombras le impidieron discernir la fuente de aquel sonido que parecía acercarse lentamente, sin prisa.

La niña pegó la espalda al muro del cementerio comprendiendo que fuera lo que fuere se estaba moviendo, que se aproximaba haci
a donde ella se encontraba y comenzó a temblar aterrorizada.

El sonido no dejaba de producirse, la pequeña de manera instintiva miró hacia el suelo teniendo la certeza de que algo de considerables dimensiones se estaba arrastrando, acercándose hacia sus pies. Nada pudo ver.

De repente los misteriosos sonidos cesaron y ella se levantó al percibir una neblina que se estaba formando delante de tus propios ojos. Al principio era tenue pero poco a poco fue adquiriendo una espesa tonalidad grisácea que se erguía aproximándose al compás de una suave brisa que hasta el momento la niña no había percibido.

Se acercaba. La misteriosa niebla se aproximaba con lentitud mientras la niña abría los ojos aterrorizada. Pronto se vio rodeaba de aquella sustancia gris, sintió el frío en cada poro de su piel y escuchó susurros y lejanas voces que parecían pronunciar su nombre, como un macabro coro que pretendía atemorizarla.

La niña gritó horrorizada al notar lo que creyó que eran dedos y manos calientes que la tocaban los brazos y las piernas para finalmente agarrarla fuertemente. Ya no podía moverse.

Vio algo tras la misteriosa niebla que la había rodeado, algo que la estremeció. Después… ella ya no estaba allí. Ahora sólo el silencio y la soledad se habían adueñado del lugar, mientras una misteriosa bruma se alejaba lentamente hasta perderse más allá del horizonte, en el más absoluto misterio.

VOCES EN MI CABEZA

El cuchillo cayó al suelo, junto a mis pies. Estaba manchado de sangre.
Como mis manos.

Observé durante breves instantes el cuerpo que yacía a pocos metros de mí. Cerré los ojos al sobrecogerme ante la expresión de terror que el cadáver manifestaba. Me arrodillé y llevé las manos a mi cara, intentado ocultar mi profundo arrepentimiento. ¡La había matado!. Le clavé el cuchillo en su pecho varias veces, hundiendo la hoja hasta su pequeña empuñadura. La había destrozado por completo. Lo hice. Sí.
Con rabia. Con desesperación.

No fui yo. Las voces me obligaron a ello. Esa es la verdad. La terrible verdad. Llevaba varios días oyéndolas dentro de mi cabeza. Al principio eran pequeños murmullos, palabras sueltas, pero pronto comprendí que aquellas voces me hablaban a mí. Sólo yo podía oírlas.


Me insultaban. Se burlaban de mí. Me amenazaban de muerte. Ellas me instigaron, me indujeron a cometer el atroz crimen. ¡¡No podía soportarlo!!

Sonaban en mi interior cada día, cada noche. Apenas me permitían dormir, no podía vivir. Resonaban en mi mente y estallaban como bombas que me angustiaban. Estaba atormentado. Desquiciado.

Ellas me propusieron acabar con la vida de mi vecina. Me indicaron el lugar, escogieron el día. Me dieron la fuerza. ¡¡No pude resistirme!!

Aquellas diabólicas voces me aseguraron que si hacia lo que me decían se marcharían, me abandonarían. Intenté resistirme pero la tortura a la que era sometido fue más poderosa. ¡Quería tranquilidad!. ¡¡La necesitaba!!

Sólo había una forma de conseguirla y mientras las voces golpeaban mi cabeza con sus burlas, sus gritos, con sus amenazas y desprecios...lo hice. No lo dudé en ningún momento. ¡Le clavé el cuchillo! ¡Una vez! ¡Y otra! ¡Y otra más!.

Intentó zafarse. Escapar del horror pero nada pudo hacer salvo agitarse vanamente. Cuando dejó de moverse, cuando encontró la muerte… las voces desaparecieron por completo. La tranquilidad, la calma, se adueñaron de mí…

¡¡Dios mio!!, he tenido un sueño horrible. Ha sido muy angustioso. En él asesinaba a una mujer con un pequeño cuchillo. Ha sido terrible. Necesito un trago. Voy a levantarme de la cama pero…, ¿qué es esto que tengo en mis manos?. ¡¡¡Sangre!!!. Estoy cubierto de sangre. Gritó asustado al darme cuenta que a mi lado yace muerta mi mujer, con un cuchillo clavado en la garganta… ¡Es atroz!. Pero algo ha cambiado, algo es ahora distinto… ...ya no escucho ninguna voz. Estoy… tranquilo.

SIN ESPERANZA

No recordaba absolutamente nada. Permanecía encerrada en aquella habitación oscura, fría y húmeda. Encadenada a la pared notaba sus muñecas doloridas, sus tobillos ensangrentados. Ninguna luz. Ningún sonido.

Solo la extraña sensación de sentirse observada por ojos invisibles que desde la oscuridad acariciaban su cuerpo. Se sentía molesta, indefensa. Pero ésa había sido su elección y ahora, desde aquél momento, debía pagar para toda la eternidad.

Estaba arrepentida. Comprendió que su acto había sido un error que marcaría su futuro de por vida. Recordó el frío cañón de la pistola apoyado en su cabeza y el dedo de su mano sobre el gatillo. Supo que antes del final había cerrado los ojos y después escuchaba la detonación. No sintió nada más.

No supo que su cuerpo se desplazó en la habitación algunos metros impulsado por la fuerza del impacto, un impacto que le había destrozado la cabeza. Ningún dolor. Ninguna molesta sensación. Simplemente la nada.

El silencio. La oscuridad.
Había muerto. Sin duda.

Los problemas de su vida finalizaron. Ella se había entregado voluntariamente a la muerte, zanjando definitivamente todas sus inquietudes. Ya nada le agobiaba, ni la falta de trabajo ni las deudas pendientes, ni siquiera los dolorosos recuerdos de la muerte de sus hijos. Ya nada importaba. Así lo había decidido. Buscaba la tranquilidad, que la angustia parara, que desapareciera. Ahora entendía que todo fue un error. Se equivocó, pero ya no había marcha atrás.

Intentó librarse de las cadenas pero no lo consiguió. A otro lado de la habitación, en un pasillo que nunca había visto y que no era más que una especie de túnel en cuyo final brillaba una intensa luz, notaba presencias y escuchaba murmullos, risas, alegrías y saludos, como cuando dos amigos se encuentran tras años de haber perdido todo contacto.

Quiso formar parte de aquellas alegrías, pero no pudo hacerlo. Le hubiera gustado recorrer aquél túnel al encuentro de sus dos hijos que la esperaban al final con una sonrisa en los labios, rodeados de luz y amor, con los brazos abiertos.

Pero ella no pudo escapar de su prisión. Escuchaba voces que la llamaban por su nombre pero no podía responder. Estaba amordazada. Se agitó pero solamente se hizo más y más daño hasta que por fin se dio por vencida y asumió las consecuencias de sus actos.

Durante décadas envidió a las presencias que recorrían el túnel, a los que se adentraban en la luz al encuentro de sus seres queridos. Ella permaneció sola en aquella oscura habitación, creyendo escuchar las voces de sus hijos que preguntaban por qué no iba con ellos. Día tras día. Año tras año.

Se hundió en una profunda tristeza hasta que notó el primer mordisco. Adivinó que era una rata que hambrienta pretendía alimentarse de ella. Pronto supo que no había una sola sino cientos de peludas y repugnantes ratas que se abalanzaron sobre su cuerpo, mordiéndola con ansia, devorándola sin piedad.

Para ella la luz del túnel se había apagado definitivamente. Mató todo resquicio esperanza

PRIMERAS NAVIDADES

Todo estaba preparado.

Aquellas Navidades iban a ser las mejores para él y su familia. Sus hijos iban a disfrutar con los regalos que les había comprado y su esposa, su atractiva y paciente esposa, iba a ser tratada como una reina.

Estaba emocionado. Eran la primera Noche Buena con su familia, los años anteriores había estado trabajando, el negocio iba mal pero por culpa de su trabajo había estado a punto de perder la estabilidad familiar y aquel año iba a ser completamente diferente. Tras dejar la oficina había alquilado un traje de Papa Noel y conducía por la carretera disfrazado mientras contemplaba a su lado un saco enorme, de color rojo, en el que había metido algunos de los regalos para sus hijos y mujer.

Deseaba que llegara el momento. Ver la cara de sus hijos, la ilusión en sus ojos, la sonrisa de su esposa. Todo debía ser perfecto. Había mantenido en secreto toda la sorpresa. Todos pensaban que un año más iba a quedarse en el trabajo. Antes de salir de la oficina había llamado a su mujer para desearle una buena noche y antes de despedirse le había dicho:

“Voy a cenar, cuando escuches el claxon tres veces, saca a los niños al jardín”

Y había colgado, sabiendo que su mujer quedaría confusa y extrañada. Pero ésa era su idea. Se lo comunicaría a sus hijos y todos estarían expectantes. Cuando se aproximara tocaría la bocina tres veces y al ver a su familia en el jardín, todos verían salir a Papa Noel del coche, con movimientos graciosos que previamente había ensayado y con un saco lleno de regalos y sorpresas.

En ese mismo momento, cuando los ojos de su mujer se llenaran de lágrimas, cuando las amplias sonrisas cubrieran el rostro de sus hijos, en ese mismo momento, un grupo de payasos que había contratado aparecerían en el jardín portando más regalos. Pero eso no era todo.

La música no podía faltar y un repertorio completo, dedicado a su preciosa mujer, irrumpiría sin mayor demora adornando aquella envidiable escena.

¡Era Navidad!
¡Las primeras con su familia!

Todo estaba perfectamente organizado. Todo saldría bien. Nada podía fallar. Iban a ser las mejores fiestas para él y su familia.

Pero surgió un imprevisto.
Algo que no estaba preparado. Algo trágico.

Mientras conducía preso de la emoción, ilusionado, un perro cruzó la carretera y el hombre quiso esquivarlo para evitar atropellarlo.
Giró el volante bruscamente mientras pisaba el freno. Las ruedas rugieron arañando el asfalto y el vehículo comenzó a elevarse saltando por los aires a causa de la velocidad que llevaba. Golpeó con el techo sobre la carretera y siguió girando varias veces hasta quedar detenido junto a un árbol. El hombre se había golpeado fuertemente en varias partes del cuerpo, incluida su cabeza, que recibió un impactó brutal al salir despedido del coche. No llevaba el cinturón de seguridad y su cuerpo fue expulsado. Atravesó el cristal y volvió a golpearse en la cabeza contra la carretera, partiéndose el cuello y muriendo en el acto.

El perro huyó asustado perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Unos payasos esperaban el momento señalado para entregar los regalos.
Los músicos afinaban sus instrumentos esperando la ocasión.
El cuerpo de un hombre vestido de Papa Noel yacía inerte en mitad de la carretera mientras la lluvia golpeaba su rostro con violencia y sarcasmo.
Dos niños esperaban sentados en la mesa la llegada de su padre.
Una mujer miraba por la ventana esperando escuchar la bocina del coche de su marido, ofreciendo la señal. Ella también tenía una sorpresa para su marido. Se agarró el vientre con las dos manos y sonrió repleta de felicidad mientras seguía mirando hacia el exterior esperando la llegada...

J. Manuel DURAN MARTÍNEZ "Rain"

José Manuel Durán Martínez "Rain" nace un 10 de Abril de 1972. Desde su más tierna infancia siente una fuerte atracción por el mundo paranormal, dedicando casi 20 años de su vida a la investigación y divulgación de unos temas que le apasionan. El resultado es un buen número de artículos y colaboraciones en diferentes medios de comunicación, llegando a publicar un libro sobre la Ouija en Septiembre de 2007, junto a la revista AÑO/CERO.

Poco después, se le brinda la oportunidad de entrar en el mundo literario y decide aprovechar la puerta que se le ha abierto (cuyo resultado se espera pueda verse a lo largo de 2009), especializándose en el terror, donde muestra una habilidad innata que muchos han elogiado.

Ha sido ganador del 1 Certamen de Relatos Cortos de Terror "El Niño del Cuadro" organizado por Dehon Producciones en 2008, cuyo premio es la realización de un cortometraje basado en su relato "Para la Eternidad".

Varios de sus relatos han sido publicados en revistas virtuales y páginas webs y participa en proyectos diferentes vinculados a este mundo. En la actualidad prepara varias novelas.

En este blog podemos disfrutar de varios de sus relatos cortos de terror y fantasía.