UNA DECISION EQUIVOCADA

-¿Has oído eso?
-No es nada ¡sigue, sigue!

Natalia se quitó de encima de Nacho y buscó el jersey para taparse los pechos desnudos.

-No me digas que no lo has oído. Ha sido como un grito.
-No seas tonta, no pasa nada. Vamos a seguir, por favor…
-No puedo, estoy nerviosa. Te juro que he escuchado algo.
Natalia se sentó frente al volante y buscó con la mirada en el exterior, pero los cristales empañados le impidieron distinguir más allá de las sombras.

-¿Vas a dejarme a medias?.-inquirió Nacho bajándose los pantalones y mostrando su miembro erecto. Natalia lo miró unos momentos y chasqueó la lengua; su mente estaba lejos de allí.

Hacía veinte minutos que la pareja había llegado a aquél apartado situado a las afueras del pueblo, que los jóvenes de la localidad utilizaban como picadero. No era la primera vez que Nacho y Natalia acudían allí para besarse, acariciarse y, en algunas ocasiones, hacer el amor. Precisamente ésa era su intención aquella noche.
Se habían besado apasionadamente. Ella se sentó encima de Nacho y comenzó a hundir sus ardientes labios en los del chico. Se quitó el jersey y dejó que él le arrancara de un manotazo el sujetador de color negro. Los pequeños pechos de Natalia saltaron al aire y en ese momento los ojos de Nacho brillaron de excitación. Seguidamente, el chico hundió la cabeza entre los pechos y comenzó a morderlos, ante los profundos gemidos de Natalia, que le agarró la cabeza y le pidió que le lamiera los pezones.
En mitad de la faena sonó claramente, al menos para los oídos de Natalia. Quizá a no mucha distancia.
Un grito prolongado. Un grito de dolor.

Natalia abrió los ojos y separó la cabeza de su novio, que no había oído absolutamente nada.
-Venga, ponte encima.-pidió Nacho agarrando el brazo de Natalia, pero ella negó con la cabeza, preocupada.
-¿Por qué no echas un vistazo? Quizá ha pasado algo…
Nacho movió los ojos burlonamente e intentó acercar la mano de Natalia a sus partes nobles, pero ella escapó de aquella treta con un hábil manotazo.
-¡No seas idiota!
Volvió a oírse un grito. Esta vez más fuerte. Los dos lo escucharon con perfecta claridad y estarían de acuerdo en afirmar que estaba cargado de un hondo dolor.

Esta vez Nacho arqueó las cejas sobrecogido y miró a su novia con los ojos muy abiertos.
-¡Te lo dije!

Nacho se apresuró a subirse el pantalón y bajó la ventanilla del copiloto. El intenso frió de la noche intentó colarse rápidamente en el interior del coche. El joven le facilitó el acceso al abrir la puerta; salió al exterior.

Con el torso desnudo, Nacho examinó los alrededores con profundo interés. La noche no le facilitaba el acceso más allá de los pocos metros y un nuevo grito le hizo dirigir la cabeza hacia un lugar determinado. Vio un pequeño destello, que desapareció rápidamente, tragado por las sombras. Miró unos instantes hacia atrás y vio a Natalia que lo observaba con cara de preocupación desde el interior del coche. Le hizo una seña con la mano y se alejó. Natalia protestó pero Nacho la ignoró.
El joven, que se arrepintió de no haberse puesto el jersey, caminó entre los árboles con el pecho al descubierto, para descubrir de dónde procedían aquellos gritos y quién los emitía.

No tardó en averiguarlo y la escena le dejó profundamente impactado.
No era para menos.
A medida que se acercaba al punto donde presumiblemente salían los gritos, Nacho escuchó una voz y seguidamente un alarido desgarrador que perturbó la paz de aquél paraje. El joven se detuvo en el acto, presó del pavor. Su corazón comenzó a latir de manera desbocada y los nervios hacían travesuras en su estómago. Reanudó la marcha y encontró una silueta de aspecto humano que se movía pocos metros más adelante.
Nacho se tumbó junto a un árbol para observar la escena, que le pareció fuera de lugar.
Una chica, de unos veinticinco años, daba vueltas por los alrededores. Sin duda era atractiva; el pelo rizado caía sobre sus hombros y llevaba en la mano un objeto que no pudo o no supo identificar.
Oyó un ruido a su espalda y Nacho se giró sobresaltado para posteriormente tranquilizarse al ver el rostro conocido de Natalia.
-¡Te dije que te quedaras en el coche!
-¿Qué pasa?
Nacho no contestó, se limitó a señalar hacia adelante.

Ambos pudieron ver que la chica morena acababa de encender una pequeña hoguera. Gracias a la luz que ahora procedía de las llamas, percibieron nuevos detalles.

Había alguien más con ella. Un hombre joven, casi un muchacho, completamente desnudo. Atado a un árbol. Natalia agarró el brazo de Nacho y se llevó la mano a la boca, para evitar lanzar un quejido.

-¿Qué están haciendo?.-susurró la joven
-No lo sé, pero eso no es nada bueno…

Entonces los dos pudieron ver con toda facilidad lo que la chica tenía entre sus manos y apuntaba con ese objeto al joven atado. Se oyó un ruido sesgado y después un grito ensordecedor, proferido por la garganta del muchacho.


-¡Le ha clavado una flecha!.-exclamó Natalia horrorizada. Nacho la agarró y la empujó hacia abajo, pidiéndole que guardara silencio.
Pero Natalia no se equivocaba. Aquella desconocida había lanzando una flecha sobre el cuerpo del joven atado. Nacho pudo ver claramente que el trozo de madera se había clavado en la pierna derecha del desdichado. Y tenía otra en el hombro.

De ambas heridas sangraba.

-Llama a la policía, yo voy a intentar ayudar a ese chico.
-¡No!.-pidió Natalia con un hilo de voz.-¡Te matará!
-¿Y qué quieres que haga? ¿Dejar que mate al tío ese? No me va a pasar nada, tú avisa a la policía y yo entretendré a esa puta. Venga, ¡¡Vete!!
Natalia le hizo caso y corrió hacia el coche, en busca del teléfono móvil que debía andar, con toda probabilidad, debajo de algún asiento, entre parte de la ropa y la caja de preservativos. Nacho tomó la decisión de abandonar el escondite y se aproximó con lentitud. La chica morena estaba de espaldas. La vio acercar una especie de ballesta hacia el fuego y la flecha que estaba cargada quedó envuelta en llamas casi al instante. El chico atado gimió asustado y la mujer lo apuntó.
Disparó.
La flecha incandescente recorrió el espacio que separaba a los dos desconocidos con tremenda rapidez y el grosor de la madera atravesó el pecho del prisionero, que esta vez emitió un quejido ahogado. Pareció morir en aquél mismo instante. La cabeza del chico quedó hacia abajo y no realizó ningún movimiento. Ni el más leve.
Nacho llegó hasta la joven morena y, completamente decidido, la agarró por detrás. La chica, sorprendida, intentó zafarse pero Nacho la golpeó en la cabeza varias veces, hasta que las rodillas de la muchacha se doblaron. La ballesta cayó al suelo.
Nacho soltó a la desconocida y la examinó durante breves segundos. No se había equivocado, era una chica atractiva, pero tenía algo en su mirada que no le gustaba; algo de carácter maligno. Intentó acercarse a ella pero se revolvió tratando de recuperar el arma. Nacho le lanzó una potente patada que impactó en la cabeza de la chica y ésta cayó redonda al suelo, inconsciente.
El chico le dio la espalda y se apresuró a llegar hasta el joven que estaba atado en el árbol, con tres flechas clavadas en su cuerpo; la última de ellas, aún ardía. Se apresuró a desatarlo y no pudo evitar que el cuerpo del chico cayera al suelo. Inconsciente.
Tal vez muerto.
Nacho buscó el pulso en el cuello del desafortunado pero no lo encontró y se lamentó haber llegado tarde. Por el rabillo del ojo vio que la chica morena se incorporaba y él se levantó, para hacerle frente.
-¡Maldito imbécil!.-masculló la joven. Y recogió la ballesta.
Nacho temió por su vida, pero la desconocida no cargó el arma, se limitó a observarle a través de unos expresivos ojos verdes, cargados de cólera.
-¡Maldito imbécil!.-repitió de nuevo.

Nacho abrió los ojos sorprendido cuando la chica comenzó a cargar la ballesta con clara intención de dispararle. No se lo permitió. Corrió hacia ella y rodó por el suelo hasta llegar a su lado, en cuestión de segundos; le propinó una patada en las espinillas. La chica chilló y cayó al suelo. Nacho se incorporó y usó los puños para acabar de dejar inconsciente a la muchacha, que comenzó a sangrar de la boca y la nariz.

Sin quitarle los ojos de encima, Nacho se acercó al cuerpo inmóvil del joven con la intención de comprobar si podía quitarle las flechas clavadas y dio un respingo hacia atrás, quedando sentado de culo en el suelo. Tenía los ojos abiertos.
¡Estaba vivo!
Corrió en su ayuda al tiempo que el joven comenzó a balbucear. Quería decir algo, pero de su boca solo salieron borbotones de sangre.
-Pronto vendrá la policía, no te preocupes, aguanta tío.

Nacho tocó la mano del joven. Estaba excesivamente fría y comprendió que la vida se le escapaba. Aquél chico no iba a tener suerte. Aún así, en un acto desesperado por influirle esperanza, le cogió la mano y la apretó entre las suyas.

El chico levantó la cabeza y le lanzó una mirada extraña. Nacho vio que movía los labios y se acercó para escuchar sus palabras.
Pero aquél chico no dijo nada.

Abrió la boca y Nacho pudo ver dos afilados colmillos, largos, puntiagudos. No tuvo tiempo de echarse para atrás y notó que se clavaban en su cuello, como hierros penetrando en su piel.

Las manos del chico, convertidas ahora en potentes garras, lo aferraron con fuerza.
Nacho notó que la vida se le escapaba en un suspiro. Aquel chico al que había salvado de una muerte segura le estaba chupando toda la sangre.
Apenas con nada en las venas, los ojos casi muertos de Nacho, vidriosos y carentes de sentimiento, vieron desde el suelo que el chico se incorporaba con una sonrisa de satisfacción entre los labios. Se arrancó las tres flechas con un gesto violento y sus heridas cicatrizaron en cuestión de segundos.
Nacho moría, pero antes de cerrar los ojos lanzó una mirada al cuerpo inconsciente de la chica morena a la que había impedido acabar con el monstruo. El vampiro se acercó a quien consideraba su cazadora y se inclinó sobre ella, para alimentarse. Después, Nacho oyó un alarido de mujer. Ladeó la cabeza sin apenas fuerza para mirar en la dirección del sonido y vio a Natalia, que había surgido entre la maleza y contemplaba la escena con el rostro descompuesto.
Nacho intentó advertirla, pedirle que huyera, pero no tuvo tiempo de hacerlo. El joven vampiro se incorporó con la boca manchada de sangre y se acercó a Natalia, que quedó petrificada por el terror. Intentó retroceder pero tropezó y cayó al suelo.

Nacho no vio nada más, la oscuridad lo abrazó para toda la eternidad pero tuvo tiempo de oír, por última vez, el angustioso alarido que la garganta de su novia profirió, desgarrando las vestiduras de la noche.
Después el silencio y la paz más absoluta.

¡¡Yo te maldigo, Bruja!!

Isabel era una mujer mayor, casi podía considerarse una anciana pero en realidad su edad no era tan avanzada. Vivía en el bosque, en una pequeña cabaña de madera, ligeramente apartada de la civilización. Su aspecto era vulgar y descuidado, cualquiera que la viera la consideraría un alma descarriada que vestía con harapos y apenas conocía la higiene. Su cuerpo despedía un olor nauseabundo y su piel, sobre todo la de los brazos y piernas, tenían mugre.

Llevaba el pelo enmarañado. Tenía canas, pero como he dicho, no era una mujer demasiado mayor. Si uno se fijaba bien, podía descubrir bajo los ropajes harapientos, el cuerpo de una mujer que algún día, si se lo propusiera, podría ser bella. A nada que prestaras un poco de atención, percibirías la firmeza de unos pechos grandes, que buenos ratos habrían hecho pasar a cualquier hombre sediento de un cuerpo repleto de curvas sugerentes. Pero quizá lo que más llamaba la atención de Isabel eran sus ojos: Azules como el cielo, limpios como la mar. Estaban llenos de vida, lo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta que Isabel llevaba varias semanas muerta.

De este “pequeño” detalle el forastero no se dio cuenta, y tampoco se lo vamos a reprochar porque, que yo sepa, en este preciso momento solo hay tres personas que conocen a ciencia cierta que Isabel ha muerto.
Evidentemente yo lo sé pues soy quien está escribiendo esto y conozco prácticamente todos los detalles, salvo los más oscuros. La segunda persona que sabe la realidad eres tú y te hago cómplice de este tormento. Pero quien más información tiene de todo esto es, naturalmente, la persona que la mató, cuya identidad ambos desconocemos.
Aunque pueda parecerte extraño, Isabel cree que sigue viva y continua haciendo las labores habituales de su vida mundana. Esta mañana ha cobijado a un gato que, curioso el animal, se ha acercado hasta la cabaña atraído por el olor que despedía un gran caldero, cuyo contenido se estaba cociendo a fuego lento. También ha curado el ala rota de un pájaro que se resguardaba bajo un árbol, a pocos metros de la puerta de su cabaña. En estos momentos regresa del pozo que se halla a varios metros de distancia. Y es así, precisamente así, como el forastero se la encuentra.

-Buenos días.-saluda el joven mirando a la mujer. Isabel no levanta la mirada y tampoco detiene su paso. Pasa junto al forastero como si no lo hubiera visto, como si no lo hubiera oído. En realidad, lo hace como si el hombre no existiera.

-Perdone señora, pero necesito de su ayuda.-El forastero lo ha intentado otra vez pero observa estupefacto que la mujer de ropajes harapientos se introduce en su casa y cierra la puerta. Se encamina hacia allí. Necesita hablar con ella.

-¡Señora!, Por favor, ¿Podría prestarme su ayuda? El coche se me ha parado y necesito hacer una llamada de teléfono, ¿Tiene teléfono ahí dentro?
El forastero miente.

-¿Señora?

Mientras el visitante recibe como respuesta un silencio que le parece eterno, una pequeña brisa se levanta y lacera las hojas de los árboles que oscilan durante unos instantes. Ve un pájaro posado en una rama que parece observarlo con interés. Escucha el maullido de un gato pero no acierta a descubrir dónde puede estar oculto. El forastero respira al percibir el suculento aroma que procede del interior de la casa.

Empuja la puerta. Se abre, lentamente.

El forastero encuentra a Isabel junto a un gran caldero, dando vueltas al líquido espeso que se está calentado en su interior. La mujer se da la vuelta y le observa durante unos segundos, petrificándolo con la mirada. El hombre se siente intimidado y tú, en su lugar, también lo estarías.

Lejos de huir aterrado ante la penetrante mirada de Isabel, el hombre se sienta en una vieja silla de madera; apoya las manos sobre la mesa. Comienza a sudar copiosamente y comprueba que hace mucho calor en la casa. Pide a la mujer que abra una ventana, pero Isabel continua cocinando. Le da la espalda al forastero, algo que el hombre agradece porque no quiere sentir de nuevo la estrambótica mirada de aquella enigmática y silenciosa mujer.

Isabel pone un cuenco frente a él. Un líquido amarillento humea en su interior. Parece sopa o una especie de caldo algo pastoso. El forastero lo prueba. Está muy caliente pero el gusto resulta agradable. Se lo toma, bajo la atenta mirada de Isabel. Sus ojos azules, vivos y hermosos, no pierden detalle. El hombre se estremece y desvía la mirada, clavándola sobre el cuenco. Su trabajo ya está hecho pero no quiere que la cosa vaya más allá. No sabe si ha obrado bien, quizá se ha equivocado al formar parte de la confabulación.

La puerta se abre de improvisto y el hombre mira sin sobresaltarse hacia allí. Los dos amigos del forastero irrumpen en la casa, tal y como estaba planeado. Isabel no se mueve ni un milímetro. Los hombres la cogen por los brazos y la levantan para tirarla sobre una vieja cama. Isabel mira a los individuos que se burlan de ella y la insultan. La llaman vieja. La llaman bruja. Esas cosas no le hacen daño. El forastero evita mirar la escena y se levanta. Ha consumido toda la sopa.

Oye a sus amigos reírse y escucha como la ropa de la mujer se va desgarrando. Ella no grita, no muestra dolor ni ofrece resistencia. Isabel se limita a observar a aquellos hombres con sus preciosos y grandes ojos azules.
El forastero intenta salir de la casa, pero cuando lo va a hacer un gato negro aparece súbitamente bajo el umbral. Lo observa muy detenidamente. El hombre siente un pequeño estremecimiento. Hay algo extraño en aquél animal, pero no podría acertar qué puede ser.

Escucha los jadeos de sus amigos, las carcajadas que producen sus gargantas rotas y echa un vistazo. Apenas puede ver a la mujer, sepultada bajo el cuerpo de los dos hombres, que hunden sus cabezas en la desdichada. Esto no tenía que haber pasado.

Ahora el forastero se arrepiente de haber participado en el plan. Distraer a la mujer había sido fácil pero se sentía culpable, culpable y despreciable. Nunca debió acceder.

Con las manos en los bolsillos, echa un vistazo a la cabaña. Por alguna extraña razón, el gato de la puerta le había asustado y prefiere aguardar un poco más antes de marcharse. Poco hay que ver y permanece en silencio observando el caldero, un fuego lento baila bajo él. Recuerda el delicioso sabor de la sopa y se acerca hasta allí. Agarra un palo, el mismo que tuviera en las manos la mujer pocos minutos antes, y le da vueltas. Nota algo bajo el caldo.

Con cuidado para no quemarse, coge una larga cuchara de madera y trata de sacar el bulto que parece existir en el fondo. La verdad es que el forastero siente curiosidad por descubrir de qué está hecha la sopa. Su paladar ha disfrutado con un sabor que sencillamente le ha parecido exquisito.
Cuando se encuentra trasteando en el contenido del amarillento líquido, algo vuela por los aires y cae al interior del caldero. El caldo salpica al forastero que se lleva las manos a la cara tras recibir el impacto de las gotas que le queman y le hierven la piel. Escucha otro chapoteo y vuelve a notar el impacto del caldo cayendo sobre su cuerpo. Se echa para atrás preso del dolor y se gira.

Sus dos amigos se encuentran tirados en el suelo, rodeados de un gran charco de sangre. Sus cabezas no están pegadas a sus cuellos. Ni siquiera pueden verse junto a los cuerpos. Instintivamente, con las manos agarrotadas y la cara enrojecida, da unos pasos para ver qué es lo que ha caído en el caldero. Su imaginación le ofrece una respuesta escalofriante. Finalmente opta por no mirar.

El forastero otea en derredor en busca de la mujer pero no logra localizarla. Decide salir de allí, huir acompañado del espanto que supone ver los cuerpos de sus amigos decapitados. Quizá se lo merecían, pero eso no mengua la repulsión que siente ante tan atroz visión.

Se encamina hacia la puerta principal. El gato negro sigue allí, y lo mira con curiosidad. Esta vez al forastero no le importa su presencia. Le da una patada y el animal vuela por los aires maullando de dolor hasta que a varios metros consigue caer al suelo. El gato corre despavorido, huye entre los árboles.

El forastero escapa en otra dirección, sin mirar hacia atrás, teniendo la sensación de que la mujer le está observando. Consigue llegar hasta el coche. Se sube a él y arranca, percatándose de que sus manos le tiemblan. Abandona el lugar sin poder despojar de su mente los cuerpos inertes de sus amigos, cuyas cabezas han sido cercenadas por una diabólica mujer.

Aquella misma noche las pesadillas atormentan su cabeza. Apenas puede conciliar el sueño. Sus amigos decapitados aparecen para burlarse de él; se ve a sí mismo en la cabaña, junto a la silenciosa mujer, saboreando una exquisita sopa; el maldito gato negro lo observa en la oscuridad…

El forastero lo pasó francamente mal la primera semana. Está convencido que aquella mujer es una bruja y que lo ha maldecido. Su estómago no acepta apenas comida o bebida y comienza a adelgazar a un ritmo vertiginoso. Los médicos rechazan la posibilidad del cáncer y la idea de la maldición va cobrando fuerza en su interior. El hombre se siente muy mal, cada vez peor. Suda cuantiosamente, no puede quitarse la imagen de Isabel de su cabeza. Tiene que hablar con la mujer, acabar con toda esta historia pero, ¿Y si ella le cortaba la cabeza?

Un mes después, cuando sus fuerzas son ya escasas, toma la decisión de acercarse hasta la cabaña para zanjar el asunto. Sale del coche y da tumbos, las piernas apenas soportan el peso de su cuerpo; se interna en el bosque. Anda durante considerable tiempo; está completamente desorientado. Nota una brisa suave acariciando su rostro y lo agradece cerrando los ojos; sigue caminando, hasta que la noche irrumpe de manera inesperada.

El forastero se ve rodeado de herméticas sombras y cree escuchar el maullido de un gato, pero no puede asegurarlo. Completamente perdido, no sabe hacia dónde se dirige ni tampoco sabe cómo regresar a su coche. Cuando está exhausto y a punto de desistir, ve al fondo una pequeña luz. Hacia ella va.
Sonríe al descubrir que por fin ha encontrado la cabaña. Se detiene unos instantes y coge la pistola que guarda en su cintura. Nadie ha dicho que el forastero sea una persona de la que fiarse. Intuye que acabar con esa mujer puede ser la solución a sus problemas.

Empuja la puerta lentamente. Ve a Isabel junto al caldero. Se acerca hasta ella. La mujer no detecta su presencia. O quizá sí.

El forastero alarga la mano y coloca el cañón del arma sobre la cabeza de Isabel.

-Maldita bruja.-masculla entre dientes.-Yo te maldigo.

Aprieta el gatillo pero el forastero no escucha la detonación. Vuelve a repetir la operación pero el arma no se dispara. Mira aterrado la pistola. Isabel se gira pausadamente y su envejecido rostro, con esos vivos ojos, azules como el cielo, limpios como la mar, observan con atención al visitante. Sus labios agrietados muestran una mueca que el hombre interpreta como una sonrisa.

El forastero da un paso atrás e Isabel le da la espalda, confiada. Llena un cuenco con el contenido del caldero y lo deposita sobre la mesa. El hombre se sienta frente a él, nota el apetitoso aroma del caldo, como la otra vez. Lo prueba con cuidado, para no quemarse. Isabel se sienta a su lado y permanece en silencio, mirándolo.

Cuando el forastero apura el contenido del cuenco advierte que la mujer le agarra la mano, una mano fría como la muerte. Intenta levantarse pero no posee fuerzas para hacerlo y permanece sentado, inmóvil. El gato negro se sube sobre la mesa y ronronea frotándose con Isabel. El hombre quiere hablar pero de su boca sólo salen sonidos ininteligibles. La mujer se incorpora. Sale de la casa. El forastero continúa sentado, aunque hubiera querido no habría podido moverse. Escucha un ruido extraño y mira hacia el caldero. Su contenido está hirviendo. Por fin puede levantarse.
Mira por la pequeña ventana y ve a la mujer que camina con dilación hacia el pozo, con un cubo en la mano. Sale fuera para contemplarla. Isabel se detiene y vuelve hacia atrás la cabeza para observarle. El forastero siente un frio intenso resbalando por su espalda. Entonces pierde de vista a la mujer. ¡Estaba allí y al instante después no la ve por ninguna parte!
Con el ceño fruncido, sabiendo que algo extraño está ocurriendo, el forastero sale de la casa y se encamina hacia el pozo. Mira en derredor convencido de que miles de ojos lo están observando pero no puede encontrar a nadie entre los árboles. Echa un vistazo hacia el fondo del pozo y se encuentra con una arcana oscuridad… hasta que sus ojos pueden habituarse a la ausencia de luz. Hay algo allí abajo.

Regresa a la casa y aparta al gato que se cruza en su camino. Busca entre los enseres hasta encontrar varios trapos. Cuando sale de la casa escucha que las llamas bajo el caldero crepitan, pero no le da importancia, hay cosas más importantes que hacer. Coge una rama y enrolla en uno de sus extremos los trapos, después, con ayuda de un mechero, le prende fuego.

Con esta antorcha improvisada, el forastero se aboca de nuevo al pozo y se asoma, estirando el brazo hacia su interior. No es tan profundo como en un principio le había parecido.

Observa con atención, teniendo el suficiente cuidado como para que la llama de la antorcha no prenda sus cabellos. Descubre horrorizado el cuerpo de la mujer medio hundido en el agua. Maldice entre dientes la mala suerte de la desdichada. Ha caído boca abajo, la cabeza está hundida en el agua, quizá ya ha muerto pero si se da prisa tal vez pueda salvarla.

No muy convencido de lo que está a punto de hacer, el forastero examina el pozo y deduce que si salta al interior no podrá subir de nuevo. Regresa a la casa y busca una cuerda pero no la encuentra por ninguna parte. Se fija en la cama, la misma donde sus amigos han abusado de la mujer, la misma junto a la que los dos hombres encontraron la muerte. Duda unos instantes pero finalmente hace jirones las sábanas y une varios extremos con fuertes nudos. Regresa al pozo.

Con un trozo de sábana ata un extremo de la antorcha y lo deja caer para que el interior del pozo se ilumine. Echa un vistazo y no duda en ningún momento que la mujer ya ha muerto, pero se siente obligado a sacarla de allí. El forastero se lleva un buen susto cuando el gato salta a su lado y comienza a caminar subido en el borde del pozo. Maldice entre dientes pero prosigue con su labor.

Baja con precaución, temiendo que en cualquier momento los nudos de las sábanas no resistan su peso, pero sin mayores problemas consigue llegar abajo. Sus piernas se hunden en el agua hasta las rodillas. Toca el cuerpo de Isabel. Está helado. Le da la vuelta.

Pega un respingo al descubrir el rostro desfigurado de la mujer. Se llena de horror y comienza a sentir arcadas. Apoya sus manos en la pared seca del pozo. Ahora se percata del nauseabundo olor que le rodea y que hasta ese preciso instante le había pasado desapercibido. Su cabeza está a punto de sufrir un mareo y procura tranquilizarse sin poder apartar la mirada del cuerpo de la mujer.
Está muerta, sin duda, pero por el aspecto del cadáver, la maldita bruja lleva varias semanas convertida en fiambre.
Y ésta es la parte que el pobre forastero no puede entender. ¡Estaba tan viva como él hacía apenas unos minutos! Siente un profundo escalofrío que atenazan sus músculos y nota que el mundo se abre ante tus pies. Sale del pozo horrorizado. Arrodillado ya en tierra firme, deja que su estómago se retuerza y vomita ante la atenta mirada del gato que observa el suculento manjar que aquél desconocido hombre tiene el detalle de prepararle. Maúlla en señal de agradecimiento, pero el forastero no responde.

Se levanta asqueado por la terrible visión del cadáver y al mirar hacia la casa ve a una mujer que entra en la cabaña. Se pone en pie rápidamente. Su imaginación debe haberle jugado una mala pasada porque juraría que se trataba de Isabel.

Sacude su cabeza y echa un vistazo al interior del pozo. El cuerpo sigue allí; al haberle dado la vuelta, no puede evitar que el rostro putrefacto del cadáver lo mire desde el fondo. ¿Cómo se podía haber caído allí? Pero Isabel no se había caído, la tiraron.

Corre hacia la casa con la pistola en la mano. Oye un ruido a sus espaldas y se gira sobresaltado. Isabel se halla junto al pozo, regresa con el cubo lleno de agua.

El forastero camina de espaldas a la cabaña observando detenidamente a la mujer, que se acerca deambulando, embutida en una profunda tristeza que puede desprenderse de una rápida lectura de su rostro. El hombre no da crédito a lo que ve. La mujer parece viva pero él ha visto su cadáver en el pozo.
Entra en la cabaña y cierra la puerta completamente amilanado. Entorna los ojos y se da la vuelta. Apoya su espalda en la puerta mientras respira con dificultad y procura ordenar sus pensamientos. Al mirar hacia delante su corazón está a punto de abrirse paso entre el pecho. La mujer está junto al caldero, agitando su contenido. Le envía una mirada amable con aquellos ojos azules como el cielo, limpios como la mar.

Isabel llena un cuenco con el caldo y lo coloca sobre la mesa. El forastero, con el miedo como único aliado, mira por la ventana y ve que la mujer se está acercando a la casa, con el cubo lleno de agua. Mira hacia el caldero y ve a Isabel llenando un nuevo cuenco de sopa. Horrorizado, con el alma erizada y la cabeza a punto de estallar, se da cuenta que sobre la cama yacen los cuerpos de sus dos amigos, con las cabezas arrancadas que se encuentran en el suelo, mostrando muecas horribles.
El forastero se lleva las manos al pecho, el corazón le duele. La mujer entra por la puerta con el cubo de agua que deja junto al caldero. Isabel llena un nuevo cuenco con el caldo y lo deposita sobre la mesa. Ya hay tres.

Agarrando la pistola, el forastero mira a las dos mujeres. ¡Son exactamente iguales! Una tercera mujer entra en la cabaña. Y después lo hace una cuarta. Todas visten igual, todas tienen el mismo demacrado aspecto. La misma ropa, el mismo rostro, los mismos ojos…

Las cuatro mujeres permanecen en silencio observándolo. Sus rostros apáticos y tristes, sus expresiones apagadas, obligan al forastero a sentarse en la mesa. Sin duda comienza a volverse loco.

Le ofrecen una cuchara y degusta el contenido del cuenco. Cuando lo termina toma parte del segundo. Al levantar la cabeza se sobresalta al verse solo. Mira por toda la casa pero no encuentra a nadie, tampoco están los cuerpos decapitados de sus amigos. Solo él… y el gato negro, que lo huronea con interés.

El gato ronronea y se acerca al forastero, que lo acaricia. El felino se revuelve y le lanza un zarpazo. El hombre grita de dolor y retira el brazo. Le dispara dos veces pero erra ambas ocasiones. El gato ha desaparecido.

Con la mano sangrando a causa de los profundos arañazos, el forastero se llena de rabia. Harto de todo, sabedor de que está maldito por la bruja, el forastero comienza a disparar sin ton ni son, como si las balas de acero pudieran perforar los cuerpos de los fantasmas… cuando la pistola pierde toda munición, la arroja contra una de las ventanas.

Desquiciado por una situación que no entiende, abrumado por los últimos acontecimientos, comienza a dar patadas a todos los enseres. Derriba la mesa y con ella los cuencos de sopa, que se esparcen por todo el suelo. El forastero destroza toda la cabaña, rompe muebles y tira a cubiertos, platos, ropa, todo lo que encuentra a su paso. Se acerca al caldero y le propina una patada, pero no consigue derribarlo. Coge una silla y la lanza sobre él, después lo empuja a riesgo de quemarse las manos, pero ya no le importa absolutamente nada.

El caldero se da la vuelta y todo su contenido se vierte. El caldo llega hasta tus pies y junto él… algo más.
Una cabeza humana. Algo que al forastero no le sorprende. La coge entre sus manos.

Abre los ojos estupefacto al comprobar que esa cabeza ¡¡era la suya!! ¡Imposible!!

Deja caer su propia cabeza y se arrodilla en el suelo con la sensación de no entender absolutamente nada. Ve al gato negro que asoma la cabeza tras el caldero y lo observa con una mirada risueña, pero el forastero no quiere prestarle atención. Tiene otras cosas por las que preocuparse.

Intenta encontrar una explicación pero su propia cabeza le mira desde el suelo, con los ojos muy abiertos y una expresión agónica. Ahoga cualquier posibilidad de entenderlo.

Sale de la casa. Mira hacia el pozo y comprueba que en su interior permanece aún el cuerpo podrido de la mujer.

-Maldita bruja, ¡¡te maldigo!!

Al girarse, el forastero ve a dos hombres aparecer de improvisto dirigiéndose hacia la cabaña. Han surgido de entre los árboles. Suspira aliviado y sonríe agradecido de ver a alguien más en aquel odioso lugar. Pero su rostro se congela al reconocer a los extraños visitantes. Son sus dos amigos, los mismos que han perdido la cabeza días atrás.

Sin poder comprender absolutamente nada, el forastero los llama pero los dos hombres no le hacen caso alguno, quizá no le han oído, Grita de nuevo y sus amigos se detienen frente a la puerta. Hablan entre ellos. El forastero se acerca.
-Supongo que Angel habrá hecho su parte, ¿no?
-Por supuesto. Nos lo vamos a pasar muy bien.

El forastero, o Angel, pues ya conoces su nombre, intenta llamar su atención pero los dos hombres no pueden verle. Comprendiendo que algo no encaja en todo esto, permanece en silencio y entra en la cabaña siguiendo los pasos de sus dos amigos.

Ven a la mujer junto al caldero, dándole vueltas a su contenido. Los compañeros de Angel respiran el aroma que desprende el caldo y se miran entre sí. Toman asiento e Isabel les coloca dos cuencos de sopa que los recién llegados disfrutan, acompañados de una amplia sonrisa.
Isabel sigue sin tener conciencia de su muerte y no puede sospechar que su cuerpo yace en el fondo del pozo. Hasta que eso cambie, seguirá disfrutando de la visita de extraños visitantes…

Sin embargo, para los ojos de Angel, nuestro querido forastero, la escena es muy diferente.

La cabaña está destrozada, tal y como él la ha dejado momentos antes. El caldero permanece en el suelo y su contenido derramado. El gato negro mordisquea la cabeza cortada del forastero. Un manto negro comienza a cubrir su mente, que se va nublando poco a poco. Sus rodillas se clavan en el suelo, la vista se le va apagando, pero tiene tiempo de ver como el gato gira su cuello y se lame la cara; le observa atentamente y parece que le ha guiñado un ojo, uno de esos pequeños y preciosos ojos, azules como el cielo, limpios como la mar.