Un Certero Trabajo de BRUJERIA

Soy una persona inteligente, por eso nunca he creído en curanderos, charlatanes, videntes y brujos. Para mí todo eso no eran más que estupideces, supersticiones irracionales que sacaban el dinero de los incautos jugando con sus vanas esperanzas… hasta hoy.Ya no puedo pensar lo mismo. Ahora sé que ese mundo es diabólicamente real.

Todo comenzó esta mañana.

Me he despertado a las seis con la idea fija de acabar la escena de una novela que tenía pendiente pues, como sabes, soy escritor. Sin embargo, no he podido hacerlo.

Nada más abrir los ojos, me he dado cuenta del fuerte dolor de cabeza que padezco. Enciendo la luz y al hacerlo observo extrañado que apenas puedo ver a consecuencia de una ligera bruma que cubre mis ojos, como una fina telaraña que me impide una correcta visión. Noto además que me duelen los oídos y que mis articulaciones parecen pesadas. Apenas puedo andar pero consigo llegar al cuarto de baño. Quizá una buena ducha me haga recobrar fuerzas.Al mirarme al espejo apenas me reconozco. La palidez del rostro me sobrecoge y la muerta mirada de mis ojos me hace estremecer. Agacho la cabeza y me lavo la cara. Evito volver a mirarme en el espejo.Consigo ducharme pero apenas noto diferencia en mi cuerpo salvo un intenso dolor en el estómago y un nudo en la garganta que ha provocado que se me seque completamente. Carraspeo para evitar el picor y me dan arcadas. Estoy a punto de vomitar.Lo hago.

En mitad del baño.

Los restos de comida caen al suelo, sobre mis pies. La cena de anoche está ahora allí, aderezada con bilis y pequeños fragmentos coagulados de sangre. Es terrible.Con una sed abrumadora, me dirijo a la cocina y abro la nevera con el ansia de coger un cartón de leche, pero nada más abrir la puerta un hedor insoportable, putrefacto, sacude mi rostro. Todos los alimentos parecen haberse podrido. Carne, fruta, embutidos, bebidas, tomates… Enfurecido cierro la puerta de golpe con tal fuerza que la portezuela del congelador se abre suavemente. Sintiendo una curiosidad que no puedo explicar, abro la pequeña portezuela y descubro algo extraño. Dentro de un bote de cristal puede divisarse un papel. Frunciendo el ceño alargo la mano y noto el frío del hielo pero no le doy más importancia que la que tiene. Cojo el tarro de cristal y lo saco del congelador. No sé qué puede ser, no recuerdo haber guardado nada allí. Lo abro sin problema alguno y saco el papel que hay en su interior. Es una fotografía.

Mía.

Sí. ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Quién ha guardado una fotografía de mi cara en el congelador?Al dorso de la imagen hay inscrito algo. Es la fecha de hoy.

Turbado y desconcertado, intentado soportar la pesadez de mi cuerpo, los dolores irritantes que cada vez son mayores, llegando incluso a mis dientes, me siento en el sofá del salón. Miro a mi alrededor y apenas reconozco mi casa.

¡Un momento!

¿Qué es eso?

En una esquina, semioculto, asoma algo tras un cuadro. Me levanto. Esta vez me cuesta mucho hacerlo y temo que en cualquier momento no pueda volver a moverme.

Llego hasta el punto que me ha llamado la atención y cojo el objeto que parece haber sido escondido. Es algo negro.

¡Un muñeco!

Tiene agujas clavadas en la cabeza, concretamente en los ojos y oídos y si le echamos un poco de imaginación podría parecerse a mí; es más, el muñeco está vestido con trozos de mi ropa. ¿Qué ocurre?

Creo que me queda poco de vida y debo apresurarme a contar esto. Alguien está haciendo brujería sobre mi persona y ese “trabajo” está surtiendo efecto.

Suena el teléfono.

Intento correr hacia él. Tal vez pueda pedir ayuda, un médico, un curandero, alguien o algo que alivie el mal que me aqueja.

-¿Quién es?

-¡Hola!.-contesta una voz de mujer.

-¿Quién llama?

-¿Quiere que le eche las Cartas?.-pregunta.

-Se ha equivocado.-respondo frustrado sin apenas entender la situación.

-Yo creo que no.-dice la voz de mujer, esta vez con un tono más grave.-¿Sabe lo que tiene que hacer para anular la maldición?

-¡Por favor, dígamelo!.-grito de manera desesperada.

Lo hace. Es sencillo. Muy sencillo.

Me cuesta llegar al ordenador pero lo consigo. Mi cuerpo apenas responde mis indicaciones y la cabeza está a punto de estallarme.Hago caso a la mujer del teléfono y escribo todo lo que me ha pasado. Ahora solo queda un pequeño paso para que la maldición sobre mi persona desaparezca. Para ello, otro inocente deberá cargar con la culpa.Lo siento de verás por el desconocido que se encuentre leyendo este relato, porque la voz del teléfono me ha asegurado que para librarme de la maldición, solamente tengo que lograr que una persona acabe de leer estas líneas, entonces, la maldición dejará de atormentarme para trasmitirse al lector.

Sí, es posible que estas cosas no sean más que tonterías pero yo, en estos momentos, comienzo a sentirme mejor... ¿Y tú?

Golpes en el Ataúd

Escuché los golpes en la tapa del ataúd pero no quise prestar atención. Miré hacia el cielo y concentré mi mirada en la luna llena, que como mudo testigo observaba la escena ligeramente aterrorizada.Tomé aire y proseguí.
Escuché el grito desgarrador que profería la garganta del desdichado, en un acto desesperado por suplicar ayuda. Me estremecí, pero continué echando tierra sobre el féretro con la esperanza de ahogar aquél inesperado percance. Mientras lo hacía, noté que el ataúd se movía por lo que deduje que la persona que estaba en su interior intentaba escapar de la prisión en la que se encontraba. Escuche sus súplicas, aprecié los golpes que daba con sus puños y rodillas sobre la madera de roble. No podía escapar.

Durante algunos minutos me sentí confuso y miré a mi alrededor, pero sólo la oscuridad de aquél tétrico cementerio fue mi respuesta. La luna se había ocultado tras unas negras nubes, en una actitud cobarde y ruin, y las sombras se habían adueñado del camposanto, acariciando las viejas tumbas que mostraban ahora una imagen fantasmagórica.

Encendí un cigarrillo y procuré distraerme para evitar escuchar los quejidos agudos que provenían del interior de aquél ataúd que seguía agitándose cada vez con menor intensidad. Aquella persona se estaba dando por vencida, parecía haber comprendido que nada de lo que hiciera podría liberarla.
Volví a escuchar sus gritos y finalmente tiré el cigarro al suelo para reanudar mi trabajo. Seguí echando tierra sobre el ataúd hasta que pude enterrarlo por completo. Ya no se oía nada, absolutamente nada.Me disponía a marcharme cuando divisé entre las tumbas una figura delgada que se aproximaba. Lo saludé.

-Pudiste haberlo salvado.-objetó con un tono de voz grave.
-Ése no es mi trabajo.-respondí tajantemente.
-Sabías que estaba vivo.

Eludí mirar directamente a los profundos ojos del visitante pero no dudé en mostrar mis pensamientos.

-Eres tú quien decide cuándo han de morir las personas, yo solamente recibo la orden de llevármelos y eso es precisamente lo que he hecho.
No le dije nada más. Me alejé con lentitud, perdiéndome entre los viejos cipreses, pero tuve la osadía de mirar hacia atrás para observar una vez más como Dios clavaba sus rodillas en el suelo al comprender que una vez más… se había equivocado.Escuché su lloro y me permití el capricho de sonreír cínicamente mientras regresaba satisfecho a la negrura de mi vetusta morada.

RUIDOS AMBIENTALES

Estaba convencido de que podía obtener resultados satisfactorios y ni corto ni perezoso saltó el muro que servía de pequeña frontera y se introdujo en el cementerio. Tan pronto como sus pies tocaron el suelo, se vio sumido en un mundo oscuro y huraño. Joseba tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido repentinamente en aquél lúgubre lugar.

Miró a su alrededor y se sorprendió al respirar la calma que desprendía el escenario. Cubrió con su vista las blancas lápidas que destacaban en la oscuridad y sintió un frío intenso que le hizo estremecer. La sangre le bombeaba el cerebro y los nervios atenazaban sus músculos. Eludió prestar atención a las sombras que parecían moverse más allá de su imaginación. Disfrutó con aquella sensación. Solamente por eso merecía la pena perturbar el descanso de los muertos. Únicamente por eso merecía la pena dedicarse a la investigación.

No era para menos, Joseba es un intrépido buscador de misterios. Durante muchos años, había dedicado su vida a investigar temas tan complejos e interesantes como los OVNIs o las apariciones fantasmales, siendo éstas últimas de un interés considerable para él, quizá porque cuando era niño vio algo a los pies de su cama que lo aterrorizó. Durante años ha malgastado su tiempo y dinero en busca de respuestas, pero esas respuestas nunca terminaron por llegar, tal vez porque no existen o quizá porque las preguntas formuladas no son las adecuadas.

Pese a todo, él no había perdido dos de los valores más importantes que deben concentrarse en un investigador: la esperanza y la ilusión. Por eso, esta noche, como un quinceañero inexperto, ha entrado furtivamente en el cementerio, como tantas otras veces. Lleva una linterna y un grabador de mano. Su objetivo es bastante sencillo: Realizar una experiencia para capturar en la cinta las voces de los muertos.

Observa en silencio el cielo estrellado y busca la luna pero no la encuentra por ninguna parte. Centra su atención en la superficie de las blancas lápidas y recorre el cementerio con un paso lento. Saborea la esencia del misterio que cala sus huesos y le hace sentirse importante. No teme que de la tierra salgan las manos abiertas de los muertos que tiran de su pantalón ni se preocupa por la repentina irrupción fosforescente de vagas siluetas humanas que emergen tras las tumbas. Sabe que esas cosas no suceden más allá de la exaltada imaginación de los que tienen miedo. Es evidente que él controla la situación, para eso lleva años investigando el mundo de lo paranormal, es un gran experto del misterio y enarbola las riendas del experimento.

Un cementerio silencioso habitado por cuerpos muertos es una forma algo abrupta de levantar el trasero de la mesa del despacho, pero así están las cosas. Joseba camina examinando el escenario. La adrenalina alimenta su cerebro. Es consciente de que las cosas saldrán como él las tiene preparadas, otra cosa es que los muertos, hoy, esta noche, permitan que sus voces impregnen la cinta magnética.

A Joseba no le importa si su experimento inquieta el descanso de los muertos, no le preocupa porque jamás se ha planteado que su coqueteo infantil con el Más Allá pueda incomodar a los que cruzaron el umbral, en realidad le trae sin cuidado. Y allí está, llevándose un cigarro a los labios. Después tira la colilla y no le preocupa dónde ha caído. Escoge la zona más oscura del cementerio y le da la espalda al único ciprés que hay en el cementerio; se agacha sobre una tumba sin mirar el nombre del difunto, ya hemos dicho que esas cosas no le importan. Coloca el grabador sobre la lápida. Aguarda unos segundos asegurándose de la privacidad del lugar y después inicia la grabación.

Es un buen profesional, sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Le habla a las voces, se presenta, es educado pero oculta una sola ambición: Conseguir resultados positivos.

Hace preguntas a las voces. En realidad no sabe si el origen reside en los propios muertos, pero se encuentra en el cementerio y no en otro sitio. Espera salir airoso de esta experiencia. Advierte a las voces invisibles que regresará al cabo de cuarenta minutos y que disponen de ese tiempo para hablar todo lo que deseen. Se les brinda la oportunidad de comunicarse y Joseba mantiene la confianza. Podía haberlo hecho de otra manera, mucho más directa y rigurosa, pero ha preferido usar este método.

Cincuenta minutos después, Joseba vuelve a saltar el muro del cementerio y con el corazón latiendo a ritmo acelerado, recoge el grabador con la extraña sensación de que la oscuridad del cementerio es ahora más espesa que en su primera visita.

Regresa a su casa esperanzado. Tal vez en uno de los bolsillos de su chaleco lleva una “prueba” paranormal. Está nervioso, inquieto, pero no por dejar atrás las blancas lápidas que lo observaban desde el silencio angustioso de la muerte sino por la satisfacción que supone haber realizado un experimento en el interior del cementerio. Disfrutará contándoselo a sus amigos, que quizá aplaudan su coraje.

Ya en casa decide abrir la nevera y coger una cerveza bien fría. Un poco de jamón y queso se convierten en su improvisada cena, y es que la investigación es un trabajo que requiere un gran esfuerzo y sacrificio.

Se va a la cama, está cansado. Al día siguiente escuchará la grabación.

Es lo primero que hace al levantarse. Escucha el fragmento que ha grabado en el cementerio. La labor es tediosa pero finalmente el investigador descubre que la cinta contiene algo escalofriante.

Joseba se estremece al oír unos golpes que él interpreta como pasos fantasmales; oye golpes y de repente escucha un alarido espeluznante, femenino, seguido de unas risas burlonas y unas palabras de varón que Joseba no puede interpretar. Después oye el gemido de una mujer y una frase expresada por una voz angustiosa: “No me mates, por favor, no me mates”. Tras estas palabras, suenan varios golpes, una especie de forcejeo, un pequeño gemido de mujer y una respiración varonil, profunda y excitada. Después el silencio más sobrecogedor.

Tras el impacto emocional, Joseba se levanta nervioso y vuelca la grabación en su ordenador. Vuelve a escuchar el escalofriante mensaje y comprueba que sus impresiones son correctas: Pasos, golpes, un grito desgarrador, risas, palabras indescifrables, un gemido y la terrible frase de “No me mates, por favor, no me mates” seguida de nuevos golpes, otro gemido y una respiración acelerada.

Con su corazón galopando a un ritmo vertiginoso, con la emoción vistiendo su excitado cuerpo, salta de alegría. ¡Por fin! Los esfuerzos de años de intensa y paciente investigación hoy se han visto recompensados. Emocionado por tener en su poder un documento sonoro excepcional, que a buen seguro causará estupor en la comunidad del Misterio, Joseba se lo enseñará a sus amistades y distribuirá la grabación por la red.

Tendrá unos días de gloria y su nombre sonará en el mundillo, a ser posible más que la propia psicofonía. Los amantes de los enigmas recibirán la grabación con los brazos abiertos y todos gozarán de ese grito desgarrador, de esas risas burlonas, de ese gemido de mujer y, sobre todo, de la voz angustiosa que dice “No me mates, por favor, no me mates” que se oye a la perfección.

Joseba va a ser el protagonista de la noticia, algo que lleva esperando desde hace mucho tiempo. Su documento se distribuirá en diferentes programas de radio, hasta la saciedad y algunas publicaciones ofrecerán toda la información que Joseba pueda ofrecerles. Regresará al cementerio, varias noches en un futuro, en busca de nuevas voces pero los resultados serán negativos. Otros como él, contagiados por la noticia, también lo intentarán, pero ninguno de ellos volverá a recoger con sus grabaciones lo que Joseba consiguió aquella noche.

Nadie sabrá jamás si aquella voz de mujer, terrible y cargada de angustia, procede de los muertos o de otra realidad desconocida. A nadie le preocupa el por qué se ha grabado ese mensaje, lo importante es el contenido y como tal se distribuirá por la red y se usará como base para impartir conferencias.

Joseba ha conseguido su efímero sueño.

Pero de toda esta historia, hay algo que Joseba ignora y es lo que ocurrió cuando él dejó la cinta sobre la tumba y decidió salir del cementerio.

En la tranquilidad del cementerio, perturbada solamente por el pequeño e inapreciable sonido de la grabadora, una persona irrumpe forzando la puerta. Un hombre de tamaño descomunal y completamente borracho, agarra con fuerza a una mujer. Tiene las muñecas unidas por una correa de plástico que ha ocasionado unas profundas heridas de las que comienza a manar sangre. La boca la lleva tapada con una cinta adhesiva. Está aterrada.

La mujer tropieza y cae al suelo. El hombre masculla un improperio y la arrastra pasando entre las tumbas, hasta encontrar la zona más oscura del cementerio. Allí la deja tumbada en el suelo y la observa satisfecho y orgulloso, igual que un cazador frente a su presa. Los ojos de la mujer lo observan aterrados, las lágrimas que los cubren no le impiden descubrir el final que está a punto de producirse.

El hombre le da una patada que provoca un gemido de dolor, después le arranca la cinta adhesiva y ella profiere un alarido. La mujer intenta zafarse de su agresor pero ha colocado un afilado cuchillo en su garganta y le pincha con la suficiente fuera como para rasgar su piel. La sangre surge, sin rapidez. El hombre ríe y murmura algo pero la mujer no le entiende. Con un hilo de voz, tembloroso y cargado de miedo, le dice:

-“No me mates, por favor, no me mates”

El hombre hace una mueca con sus labios que podría interpretarse como una sonrisa malévola y comienza a rasgar la ropa de la desdichada, que solloza en silencio.

Las blancas tumbas son testigos de la brutal agresión a la que la mujer es sometida. Los golpes que recibe en el cuerpo le provocan ahogados quejidos de dolor, apenas perceptibles. El alto ciprés, mudo y arrogante, observa en silencio. Nada puede hacer.

El cuchillo desgarra el cuello de la mujer y esta vez la sangre brota a borbotones que se va introduciendo en las entrañas de la tierra La cabeza de la víctima se ladea hacia un lado y sus cristalinos ojos, prácticamente apagados, quedan abiertos y fijos contemplando el pequeño grabador que hay sobre una de las tumbas. Sus últimos momentos han sido grabados para la posteridad.

El asesino se asegura que su víctima ha muerto y entonces decide mantener una relación sexual. Está excitado. Se baja los pantalones y se agacha sobre la mujer, le da la vuelta, le agarra la cabeza y la penetra. Gime como un energúmeno hasta que llega al orgasmo.

Airoso se levanta y contempla con soberbia el cuerpo vejado de la mujer. En los siguientes minutos el asesino conduce el cuerpo hasta el maletero de su coche y después se cerciora de que no ha dejado restos en el lugar del crimen. Afortunadamente para Joseba, no ha visto el grabador.

El asesino se marcha relajado, satisfecho. Ha sido su tercera víctima y debe ocultar el cadáver.

Joseba volverá algún día al cementerio con la esperanza de registrar de nuevo las voces de los muertos, y tal vez tenga suerte. Quizá el asesino regrese con su cuarta víctima y sus caminos se encuentren una vez más.

Esta historia nos debe servir de lección y de ella tenemos algo que aprender. Nadie tiene por qué airear nuestros secretos, por lo tanto, mi consejo es que cuando vayas a la zona más oscura del cementerio para cometer alguna bendita atrocidad, junto a un viejo y alto ciprés…, asegúrate que sobre las tumbas nadie ha dejado un pequeño grabador encendido.

AVISOS

¿Quién podía estar gastándole una broma? Al principio le hizo gracia pero con el tiempo la agudeza de la misma había perdido todo sentido cómico. Raúl se había cansado de aquél juego y estaba dispuesto a pillar al culpable. Lo que empezó inocentemente se había convertido ahora en un asunto turbio y desagradable.
Todo comenzó hace siete días, con un anónimo…


Primer Día

Raúl regresaba del trabajo con el rostro reflejando la dureza de una extensa jornada laboral. Eran las diez de la noche. Al entrar al portal hizo lo que hacía siempre. Abrió el buzón y recogió las cartas que había en su interior. Entró en el ascensor y tras pulsar el botón de su piso echó un vistazo a la correspondencia: facturas, publicidad y un sobre pequeño, en blanco. Lo abrió al mismo tiempo que el ascensor llegaba a su destino. Su interior contenía un trozo de cartulina blanca que extrajo con cierta curiosidad. Había una frase escrita con rotulador rojo:



“DENTRO DE NUEVE DIAS ESTARAS CRIANDO MALVAS”

Raúl introdujo la cartulina en el sobre y al entrar a su casa lo tiró a la papelera, junto a la publicidad.

Segundo Día

Algo le despertó a las nueve de la mañana. En un primer momento pensó que eran sus vecinos de arriba, que volvían a discutir, pero no se trataba de eso. Se levantó extrañado y recorrió el salón en calzoncillos hasta que identificó los ruidos que lo habían arrebatado de su sueño. Alguien llamaba a la puerta.

Se puso un pantalón pero no llegó a abrochárselo. Se acercó a la entrada y abrió la puerta. No vio a nadie, ¿Quizá había tardado demasiado en abrir? Estuvo a punto de cerrar hasta que vio algo blanco en el suelo, sobre el felpudo. Frunció el ceño y se agachó para recogerlo. Era un trozo de cartulina blanca. Le dio la vuelta y comprobó que había una frase escrita, de nuevo con rotulador rojo:

“TOMATELO EN SERIO: YA SOLO TE QUEDAN OCHO DIAS, DESPUES MORIRAS”

Masculló entre dientes y estrujó disgustado la cartulina. “Malditos bromistas”, pensó, y no le quiso dar más importancia.
En el trabajo se olvidó por completo de todo.


Tercer Día

Raúl había tenido un día tranquilo. A las cinco de la tarde se encontraba en el taller donde trabajaba y todo transcurría con normalidad, hasta que ocurrió lo que tenía que suceder. El encargado apareció en su puesto acompañado de una amplia sonrisa que cubría su rostro de oreja a oreja. Llevaba algo en las manos.
-¿Tienes una admiradora secreta?.-preguntó con sarcasmo. Raúl le miró sin comprender a qué se refería y no pudo evitar fijarse en lo que el encargado traía en las manos. Era una flor, en concreto una rosa, de pétalos negros.

-Ha llegado por mensajero, es para ti. Viene con una nota.

El encargado se la entregó y después se marchó murmurando algún comentario jocoso. Raúl contempló estupefacto la rosa negra y después el pequeño sobre. Lo abrió y rápidamente vio el color rojo de las palabras que estaban escritas sobre la superficie de un trozo de cartulina blanca:

“TU VIDA SE MARCHITARA EN SIETE DIAS”

A Raúl no le hizo ninguna gracia. Miró a su alrededor esperando encontrar a sus compañeros partiéndose de risa pero los vio trabajando, ajenos a todo. Esta vez Raúl se guardó la nota en un bolsillo y contempló durante varios segundos la rosa de pétalos negros, después la aplastó con una de sus manos.

Cuarto Día

Esperaba encontrarse de nuevo un anónimo en el buzón, una nueva nota escrita en cartulina pero en esta ocasión no fue así. No pensaba demasiado en ello pero tampoco podía quitárselo de la cabeza. El asunto era extraño, pero dedujo que se trataba de una broma, de mal gusto, por supuesto, pero de una broma al fin y al cabo.

Había escrito en una hoja de papel los nombres de los posibles bromitas: Compañeros de trabajo, amigos de la cuadrilla, su propio hermano… pero no lograba acertar quién pudiera estar divirtiéndose a su costa.

Era viernes y, como tenía costumbre, salió de marcha con varios amigos. Todo transcurrió como en otras ocasiones, con la peculiaridad de que esa noche una morenaza que había en la barra de un bar le observaba con ojos cautivadores. De pelo rizado y labios rojos como la sangre, no le quitaba ojo y le sonreía, invitándole a acercarse. Raúl, animado por sus amigos, se aproximó a ella y entablaron una conversación. Pocos minutos después los dos salieron del bar.

Raúl no se paró a pensar en la insólita razón por la que una mujer de aquellas características, con un cuerpo escultural, se había fijado en él. Solo pensó que había tenido suerte y que debía disfrutar y aprovecharse del momento. Y eso estaba dispuesto a hacer.

Entraron en el portal del piso de Raúl y ya en el ascensor comenzaron a besarse apasionadamente. Las manos de la morenaza fueron despeinando la cabeza de Raúl mientras las del chico buscaban los sugerentes pechos para apretarlos. Estaban duros, erectos. Después, tras un movimiento rápido de brazos, las manos de Raúl se desplazaron hasta posarse en el culo de la morenaza. Estaba dispuesto a hacerlo allí mismo, sin importar nada más, pero la chica lo contuvo con una sonrisa. Raúl, rugiendo como un animal en celo, abrió violentamente la puerta del ascensor y buscó sus llaves. Llegó hasta su piso y abrió con brusquedad. Los dos entraron en su interior, entre risas y jadeos.

Volvieron a besarse hasta que llegaron a la cama y se tumbaron, uno encima del otro. Raúl escogió abajo. La morenaza le arrancó la camisa de un zarpazo y comenzó a besar el pecho apenas poblado del hombre. Raúl gimió en un principio de placer y luego de dolor, al sentir los pícaros dientes de la mujer mordisqueando sus pezones.

Se sobresaltó cuando la morenaza se levantó y pidió ir al baño con la mirada cargada de una explosiva carga sexual. “No tardes” le dijo Raúl mientras se quitaba la ropa y dejaba al aire el esplendor de su excitación.

Nunca más volvió a ver a aquella mujer. De hecho, no salió jamás del cuarto de baño.
Impaciente, Raúl la llamó varias veces pero no recibió respuesta. Intrigado por el silencio, el joven llamó a la puerta del baño y finalmente optó por entrar en él.
Estaba vacio.

Raúl no podía entenderlo, hasta que vio en el espejo, escrito con trazos gruesos de carmín, una frase que le heló la sangre:

“SEIS DIAS PARA ENTRAR EN EL INFIERNO”

Estaba convencido de que todo había sido una jugarreta de sus amigos. Era obvio. Mensajes extraños y truculentos, una morenaza imposible de que se fijara en un hombre como él…, sí, todo era demasiado bonito para ser verdad. Durante el resto de la noche esperó la llamada de sus amigos, sus carcajadas, sus insultos, pero finalmente el sueño lo venció y Raúl quedó dormido, tumbado en la cama, aún desnudo.

Quinto Día

Aquél sábado por la mañana al despertar, a eso de las doce del mediodía, Raúl notó un agudo dolor en la nuca y se llevó la mano hacia ella, notando que al rozar sus dedos con la zona, sentía una especie de escozor. Pensó que algún bichito le había picado.

Recordó a la chica morena y estuvo a punto de excitarse de nuevo, pero se sentó en la cama y estalló en una cruenta carcajada que retumbó en la habitación, como si se hubiera vuelto loco de repente. Le estaba viendo la gracia a la broma y se levantó para dirigirse al cuarto de baño con intención de orinar. Miró el espejo y se sobresaltó al comprobar que no había nada escrito en él. No recordaba haber borrado el mensaje y comenzó a dudar si todo no había sido más que un divertido sueño. Al ver la marca de dientes junto a sus pezones descubrió que en realidad todo había sucedido tal y como lo recordaba.

Se dio una buena ducha y al no poder quitarse de la cabeza la imagen sensual de la mujer con la que había estado a punto de consumar, usó agua fría. Mientras secaba su cuerpo estuvo pensando en los anónimos que estaba recibiendo y rió de buena gana convencido de que alguno de sus amigos había ideado semejante estupidez. Hoy sábado, esperaba encontrar una nueva nota, anunciando los días que le quedaban de vida, ¿Seis, verdad? Pero no sucedió nada excepcional, no al menos hasta la noche.

Había acabado de cenar y dudaba si fregar los platos o tumbarse en el sofá frente a la televisión, con el mando a distancia en una mano y en la otra una botella de cerveza bien fría. Escogió esta última opción. Zapeando entre malas películas mil veces vistas y programas del corazón, Raúl estuvo tentado de lanzar el mando hacia el televisor, pero finalmente no lo hizo. Estaba frustrado, aburrido. Entonces sonó el teléfono.

Malhumorado por sentirse obligado a levantarse, protestó mientras lo hacía. Cuando descolgó el teléfono no oyó ningún ruido al otro lado y pensó que la comunicación se había cortado. Colgó y regresó al sofá. Nada más hacerlo volvió a sonar el maldito teléfono.

Corrió hasta él y tras descolgarlo pegó la oreja irritado. Esta vez sí oyó algo al otro lado. Algo que le hizo estremecer.
Aunque lo estaba esperando no sabía la forma en que iba a producirse.
Una voz gutural y profunda, que parecía proceder del mismísimo más allá se dirigió a él y, en un tono cavernoso, le lanzó el siguiente mensaje:

“CINCO DIAS PARA QUE LA OSCURIDAD TE ABRACE
PACIENCIA, ME ESTOY ACERCANDO”


Fue el instinto. Raúl colgó con violencia y permaneció en silencio con las manos en la cabeza. La voz sonaba una y otra vez en su cerebro y cada vez resultaba más terrorífica. Aquella historia comenzaba a perder la gracia.

Sexto Día

Apenas había podido dormir. Raúl no era una persona miedosa pero la voz se le había quedado grabada en su cabeza y se repetía con insistencia. Pese a estar convencido de que todo era producto de una maquiavélica broma, Raúl no dejó en toda la noche de darle vueltas a todos y cada uno de los incidentes. La cabeza le dolía horrores.

Tras una ducha mañanera, se vistió con un chándal viejo y salió a correr unos kilómetros, algo habitual los domingos. Mientras corría, tuvo la sensación de que los transeúntes le observaban con interés y recelo, como si todos ellos supieran que le quedaban muy pocos días de vida….

¿Pero qué estaba pensando? ¿Acaso se iba a dar por vencido e iba a permitir que los bromistas se salieran con la suya? ¡Nadie se iba a reír a su costa!

Cuando regresaba a casa, al cruzar la calle, un camión estuvo a punto de atropellarle. Sonó un claxon rabioso y Raúl tuvo la habilidad de echarse hacia atrás para evitar un desenlace fatal. Oyó el grito horrorizado de una mujer y la voz de un hombre que había presencia el incidente que decía “¿Quieres morir?”

Una voz más fuerte, potente y visceral, retumbó desde alguna parte:

“TODAVIA NO PUEDE MORIR,
AUN LE QUEDAN CUATRO DÍAS…”

Raúl miró a su alrededor pero no pudo localizar a la persona que había pronunciado aquella frase, es más, tuvo la extraña sensación de que él había sido el único de los presentes que la había oído. La voz era muy parecida a la que escuchara a través del teléfono. Su rostro comenzó a sufrir una ligera transformación, donde los rasgos mostraban los síntomas de un pánico que comenzaba a surgir de una manera aplastante. La cabeza le daba vueltas y sentía un intenso vacío en el estómago.

-Oiga, joven, ¿Se encuentra bien?.-dijo la voz de un anciano de rostro preocupado.
No, Raúl no se encontraba nada bien.

Séptimo Día

El despertador sonó a las cinco de la mañana y le costó varios minutos darse cuenta de ello. Tenía el cuerpo completamente agarrotado, pero se levantó y se dio una buena ducha para despejarse. Después de vestirse y de un pequeño vaso de café, se marchó hacia el trabajo.

Iba conduciendo en malas condiciones. Un sólido dolor de cabeza le impedía centrarse correctamente en el asfalto y una fuerte tormenta, que se había desencadenado paralelamente a su despertar, hacía desapacible cualquier intento de ver las cosas con ojos tranquilizadores.

Cerca ya de su lugar de trabajo, en el transcurso de una recta larga, oscura y solitaria, Raúl pisó el acelerador. Iba pensando en la macabra broma que le estaban gastando y se imaginaba que algo nuevo descubriría al llegar a su trabajo. Un nuevo anónimo, o una nueva rosa negra, o quizá cualquier otra estupidez que le anunciara que le quedaban solamente tres días de vida. Era el colmo de lo absurdo. En cuanto tuviera ocasión iba a agarrar de la pechera al estúpido bromista y le iba a estampar el puño en la cara. ¡Nadie se reía de él!

Y sin embargo…

Tenía la sensación de que algo más había en toda esta historia, algo que se le escapaba.
De todos modos no tuvo que esperar demasiado tiempo para comprobar que algo no encajaba en el sentido y en la lógica.
Fue antes de llegar al trabajo, en aquélla recta larga, oscura y solitaria.
Raúl suspiró consternado al sentirse presa de una situación que no podía entender y miró unos instantes al retrovisor.

¡Pisó el freno de inmediato!

La figura de un hombre vestido de negro lo observaba con ojos muertos desde el asiento de atrás.

El coche chirrió y las ruedas frotaron el asfalto con tanta violencia que comenzaron a salir humo de ellas.

Gracias al cinturón de seguridad, el cuerpo de Raúl quedó prácticamente clavado en el asiento. Agarró con fuerza el volante y volvió a mirar al espejo. El hombre seguía allí y lo miraba en silencio, a través de unos ojos que a Raúl le resultaron malignos.

-No te gires.-dijo el hombre misterioso con voz átona.

Raúl obedeció, estaba muy asustado. Preguntó quién era ese hombre.

-Soy un mensajero.
Raúl lo miró a través del espejo y antes de hablar tragó saliva: -Y vienes a decirme que ME QUEDAN TRES DIAS DE VIDA, ¿Verdad?

El siniestro personaje había desaparecido. En ese preciso instante, Raúl tuvo conciencia de que todo aquello no era producto de una broma y comenzó a tomarse en serie lo que parecía ser una sentencia de muerte.

Octavo Día

Cuando a una persona le van avisando de que le quedan pocos días de vida y se lo toma a broma, cuando se convence de que hay una siniestra realidad tras los avisos, ya es tarde para intentar poner remedio. Tres días no dan para mucho y Raúl lo sabía. Estaba muy asustado y optó por no levantarse de la cama hasta bien entrada la mañana. No había acudido al trabajo, ni siquiera llamó para informar de su ausencia, no estaba dispuesto a hacer nada que pudiera darle la oportunidad a quién fuera de dejarle un nuevo y escalofriante mensaje.

El teléfono sonó pero él no lo cogió.
Alguien llamó a la puerta, pero él no abrió.

Consciente de que lo que le estaba ocurriendo era sumamente extraño, atisbaba en algún rincón profundo de su raciocinio que el asunto contenía algunos ribetes misteriosos y no explicables, por eso no encendió la televisión ni la radio, tampoco quería leer absolutamente nada. No iba a facilitar las cosas a la caprichosa forma de indicarle que solamente le quedaban dos días de vida…
Pero el destino no puede detenerse… o al menos Raúl no supo cómo hacerlo.

Después de comer había decidido acostarse de nuevo. El fuerte dolor de cabeza continuaba atormentándole. Pese a ello, se durmió en cuestión de minutos.

Despertó sobresaltado. ¡¡No podía respirar!!

Abrió los ojos pero notó que tenía algo sobre ellos que no le permitía ver absolutamente nada. Primero pensó que era la sábana pero al apreciar que no estaba solo en la habitación (notaba una profunda respiración) supuso que alguien le había colocado una venda. Se equivocaba.
Intentó abrir los ojos pero no podía hacerlo. El esfuerzo le suponía sentir un dolor insoportable y se asustó al comprender que el extraño visitante que estaba junto a la cama, probablemente observándole con una expresión de entera satisfacción, le había cosido los párpados.

Abrió la boca para proferir un grito solicitando ayuda. La boca no se abrió. Sus labios estaban sellados.

Raúl oyó una pequeña risa y notó el aliento del desconocido sacudiendo su rostro. Notó algo viscoso y húmedo recorriendo su cara y movió la cabeza para espantar “aquella cosa”, pero la lengua del intruso continuó lamiendo el rostro de Raúl.


“TE LO HE ESTADO ADVIRTIENDO Y TE HAS BURLADO DE MI
AHORA SOLO TE QUEDAN DOS DIAS DE VIDA”

Raúl reconoció la voz. La misma que sonara a través del teléfono, la misma voz, lúgubre, profunda y lejana, que escuchara en la calle, cuando casi fue atropellado. Estaba convencido que aquella voz no era humana…

¡La Muerte! ¡Eso era, claro! ¡Allí estaba para llevárselo!

Resultaba inaudito pero era la única explicación a la que podía llegar en aquellas circunstancias y tras analizar todos los acontecimientos. La broma era evidente que ya estaba descartada, la posibilidad de que todo no fuera más que las tretas horrendas y oscuras de un psicópata caían por su propio peso al percibir en algunos momentos, pequeños fragmentos irreales que mantenían con fuerza una posible conexión sobrenatural en tan turbio asunto.

¡La Muerte!

Noveno Día

Raúl ya era consciente de que su final estaba cerca. En las circunstancias en las que se encontraba, no podía hacer otra cosa que esperar. Y eso hizo.

Apenas podía moverse. Con los parpados cosidos y la boca sellada, el miedo lo tenía completamente inmovilizado. El constante y agudo dolor de cabeza y los miembros agarrotados, le impedían cualquier movimiento. Postrado en la cama permaneció a la espera.

Esta vez no era necesario que nadie ni nada le informara de que solo le quedaba…UN DIA DE VIDA.

Ultimo Día

La muerte entró sin abrir la puerta. Lo hizo atravesando la pared y se personó en la habitación donde Raúl yacía, aguardando su momento.

La temperatura bajó de forma considerable y un olor putrefacto se adueñó del lugar. La Muerte observó a su presa con el rostro febril. Una pequeña e inesperada bruma comenzó a aparecer alrededor de la Muerte y rodeó por completo la habitación, pareciendo que todo había desaparecido en su interior. Pero si mirabas bien se podía distinguirse el vestido negro de la Muerte avanzando hacia Raúl.


Supo que estaba allí y no hizo nada por rechazar la fría presencia de la Muerte. Raúl estaba resignado. Las largas horas de inmovilidad le habían ofrecido una tranquilidad que incluso a él le sorprendió, pero cuando las cosas se tuercen de esta manera, es absurdo luchar contra ellas. Raúl se había rendido.
Oyó hablar a la Muerte, con su voz lúgubre, profunda y lejana, pero el sonido estaba tan distorsionado que Raúl no podía entender lo que le estaba diciendo. Comenzó a notar algo caliente y viscoso que manchaba sus oídos hasta que dedujo que era sangre.

Los orificios de la nariz se le taponaron completamente y comenzó a sufrir convulsiones al no poder respirar. El fuerte dolor de cabeza había desaparecido por completo, sustituido por la voz de la Muerte que no dejaba de hablarle. Notó una fuerte presión en su pecho hasta que definitivamente dejó de respirar y su cuerpo quedo tendido sobre la cama, completamente inmóvil.

La bruma comenzó a desaparecer y la Muerte se marchó con ella. La temperatura de la habitación había retomado a la normalidad. Raúl estaba muerto, con una expresión en su rostro de angustia que mostraba sufrimiento en el momento de su muerte. La sangre seguía manando de sus oídos…

En la pared, usando la sangre del propio Raúl, alguien había escrito:

“TE LO ADVERTI”

Primer día
(En el otro extremo de la ciudad)

Verónica se despertó a las cuatro de la madrugada y comenzó a dar vueltas por la cama, pero ya no pudo conciliar el sueño y optó por levantarse. Bebió un vaso de leche y después tomó la decisión de encender el ordenador. Miró sus mensajes y visitó varias webs. Una de aquellas páginas era un blog de Relatos Cortos y tras leer una historia escalofriante se le abrió una ventana a la derecha con un texto escrito en rojo:


“NUEVE DIAS PARA ENTRAR EN LA OSCURIDAD”


Verónica la cerró sin prestarle mayor atención suponiendo que se trataba de un enlace publicitario. Ignoraba que su vida iba a cambiar por completo desde aquél mismo momento, bueno, para ser sinceros…
...lo poco que le quedaba.

Daniel Ribas y su visita al CEMENTERIO

Estos dos últimos años han sido terribles para mí. Mi vida ha cambiado por completo, de arriba abajo. Durante el día, mis ojos se cierran como persianas y mi cuerpo sufre un aletargamiento tal que me obliga a estar tumbado en la cama. No es algo que me importe demasiado porque desde siempre me ha gustado este deporte, pero prácticamente me paso todo el día dormido. Las pocas veces que salgo a la calle durante el día, descubro que la luz del sol me hace daño en los ojos. No pienses que soy uno de esos paliduchos chupasangres, soy normal, tan normal como una persona maldecida por la oscuridad. Y tengo que vivir con ello.

Curiosamente, es durante la noche cuando me siento con más ganas, pero con más ganas de nada y si antes salía bastante, me he dado cuenta que cada vez que pongo el pié en la calle, soy como un imán para todo lo raro y he optado por pasar la mayoría de las noches en mi pequeño piso, rodeado de botellas y latas de cerveza. Acostumbro a pedir comida rápida, pizzas, hamburguesas y a veces una puta; sé que estoy destrozando mi estómago. Intuyo que mi colesterol debe estar por las nubes, pero ese aspecto de mi vida no me preocupa, tú tampoco lo harías si supieras que no puedes morir, al menos de muerte natural.

Por esa razón y a pesar de que siempre he sido un vago en lo que se refiere a realizar cualquier esfuerzo que suponga recorrer palabras con los ojos y, para colmo y como dificultad adicional, entender el contenido de las frases, últimamente me he aficionado a la lectura. Dada mi condición y mis experiencias actuales, es lógico que haya escogido la literatura de terror como nueva afición.

El último libro que me he leído, y varias veces por cierto, se titula “Asesinados por los Muertos”, de José Manuel Durán Martinez y puedo asegurarte que me he quedado impactado por la calidad de la obra. Su autor muestra una idea que voy a llevar a la práctica esta misma noche.

Salgo a la calle con la ligera seguridad de que no soy agradable de ver. ¿En qué me he convertido? Un traje arrugado, barba de siete días, pelo enmarañado y sucio, ojeras enormes y cara de culo. ¿Acaso importa?

Entro en un bar y pido una copa. Lo primero es lo primero. Después lo segundo, es decir, otra copa más. Después de la tercera salgo del local y agacho la cabeza. Hace un frío de mil demonios. Debería ser más prudente y no utilizar estas palabras, pero qué se puede esperar de un hombre cuya vida se ha convertido en una disputa irracional, donde el mal me asedia por un lado y la maldita oscuridad me protege por el otro. Lo que me preocupa de verdad es lo que se oculta tras las sombras y ante esas cosas no tengo protección, ¿o me equivocó?

Con mi mano izquierda oculta bajo un guante negro, que protege mi marca de ojos curiosos de los inocentes, palpo mi pecho y me tranquilizo al notar el medallón. Respiro con tranquilidad pero antes de nada debo hacer una parada. No, no es otro bar, mal pensado, aunque allí también sirven copas. Es un club de alterne.

La jefa me saluda nada más entrar con una sonrisa tan falsa como sus tetas; me dan ganas de vomitar pero afortunadamente vienen a mi lado un par de morenazas de esas que te quitan el hipo si les enseñas un buen fajo de billetes. Pero yo no dispongo de ese fajo, al menos no esta noche y tampoco tengo hipo. Les invito a una copa, es lo único que puedo hacer por ellas y creo que ya es bastante; tampoco quieren más de mí pues he notado que respiran aliviadas. No me ofendo, bien mirado yo tampoco querría nada conmigo mismo, aunque deberían saber que debajo de esta descuidada barba y de este traje sucio y arrugado, se oculta un hombre atractivo de músculos florecientes y tan maldito como la peste.

Pregunto por Bárbara, una de las putas del local y por la que siento algo. Está con un cliente. Pido una copa y la disfruto viendo a los hombres que entran por la puerta, nerviosos y con cara de pillos. La mayoría son casados y esperan no encontrarse en el garito a nadie conocido. Me burlo de ellos con una mueca por sonrisa y espero con paciencia a que Bárbara termine.

Lo hace media hora más tarde. Baja las escaleras desplegando su larga melena pelirroja. Embutida en un corsé negro ofrece al público la voluptuosidad de unos pechos exageradamente grandes. Pero lo que a mí me gusta son sus pantorrillas, me recuerda a los mofletes de los señores gorditos. Esas caderas me vuelven estúpido y las he lamido en más de una ocasión… en mis aventuras oníricas claro, porque nunca he tenido sexo con Bárbara. No es que no me guste, en realidad me gustan todas las mujeres, pero mantengo una relación con ella un tanto siniestra y especial. La considero mi amiga y eso es algo que muy pocos tienen el honor de mantener orgullosos. Ella lo tiene, sin duda.

Se acerca a mí y no duda en besarme las mejillas. Pasa sus manos sobre mi cuello y se agarra como una niña, pero ya no es una niña, es más bien una cincuentona, pero la mujer sigue siendo mona.

Le susurro unas palabras en el oído. Arquea las cejas sorprendida y me lanza una mirada que prácticamente me pregunta si estoy loco. No, no estoy loco, solamente estoy maldito. Cierro mi mano izquierda, protegida por el guante de cuero. Ella pone la mano en mi paquete. Mi miembro está erecto y ella sonríe picarona. Me invita a subir pero muevo la cabeza de un lado a otro. Ella insiste y yo agarro su brazo quizá con más fuerza de la debida porque dos gorilas feos y gordos se han levantado de unas sillas. Veo sus rostros de miradas asesinas, sus caras de idiotas y les obsequio con una sonrisa bobalicona. Bárbara hace un gesto con la mano para tranquilizar a los energúmenos, que vuelven a aplastar sus culos. No me quitan ojo, pero no me preocupa demasiado.

-¿Entonces, qué, te apetece acompañarme?

-Estás loco.-ríe mientras pide otra copa que carga a mi cuenta. No sé si llevo suficiente dinero. Miro de reojo a los dos gorilas y rezo para que así sea.

-Sabes que siempre te pido a ti las cosas primero, si no te apetece puedo buscar otra chica.

-No sé trata de eso, cariño, pero nunca me has pedido algo tan… insólito.

-Solo quiero enseñarte algo.

-¿Y no puedes hacerlo en la habitación?

-No, ha de ser en el cementerio.

Intento disimular el dolor de mi mano y la cierro mientras con la otra conduzco un vaso hacia la boca. La abro y el licor abrasa mi garganta. Bárbara no me quita ojo y vuelve a colocar su mano en mis partes nobles. Esta vez no hago nada y dejo que me acaricie unos instantes.

-De acuerdo, pero tendrás que pagarme un poco más.

-No te preocupes por el dinero.-digo y sonrío. Ella confía en mí y eso me entristece.

-Termino a las cinco de la mañana, ¿Te viene bien?

-Claro, por supuesto, vendré a recogerte.

-No, será mejor que no. Sabes que no puedo hacer trabajos fuera del club, mejor quedamos lejos de aquí.

-De acuerdo.

Salgo del local con la seguridad de que llevo los ojos de aquellos dos horribles gorilas arrastrándose por mi nuca, y los de Bárbara pegados a mi culo, y no sé cuál de las dos cosas me incomoda más.

Miro el reloj. Aún falta mucho tiempo para mi cita y regreso a casa. Voy bastante cargado de alcohol pero controlo mis pasos y encuentro mi piso antes de lo esperado. Subo por las escaleras y me cruzo con una vecina que me mira y murmura algo que no entiendo. Podría cogerle por los pelos y zarandearla pero uno de sus hijos es bastante musculoso y prefiero que no me haga una visita al día siguiente. Me tumbo en la cama. Cojo el libro de José Manuel Durán y lo miro con detenimiento ¿Y si no tiene razón? ¿Y si se equivoca? Bárbara pagará el error.

Me encojo de hombros y repaso las terribles páginas de esta obra, donde su autor describe con todo lujo de detalles lo que a mí me está ocurriendo. Y aporta una solución a mi problema, que en realidad es lo que me importa, aunque el precio sea… la vida de Bárbara.

Lo que estoy a punto de hacer es una completa locura, ninguna persona normal, medianamente cuerda, cometería semejante atrocidad, pero yo ya no soy normal y jamás he estado cuerdo. Por muy abominables que a mí me parezcan los pensamientos que estoy teniendo, no puedo dar marcha atrás porque primero tengo que salvar mi culo y después el de los demás. Si mi vida fuera normal no tendría que hacer nada extraordinario, pero mi vida está maldita y la oscuridad me tiene reservado un cruel destino.

Ya no solo se trata de la mancha negra que cubre mi mano y que en ocasiones, como ahora, duele horrores o de que mis ojos, habituados a las sombras, vean cosas que la gente normal no puede ni siquiera imaginar. Y me estoy volviendo loco. Curiosamente, el libro de José Manuel Durán muestra a un protagonista como yo, con estos mismos problemas y me siento muy identificado con la obra. Parece una novela de ficción, pero ¿Y si no lo fuera? He intentado contactar con el autor de mil formas diferentes, he estado en conciertos de heavy metal para ver si su melena rizada se agitaba al ritmo diabólico de las carcajadas de Satán, pero no lo he encontrado. Me he leído su libro varias veces y en él, el protagonista acaba por entregar a su amada a los muertos, para que las voces que oye, para que el tormento que sufre, le deje vivir en paz… unos días.

Lo más parecido a una amada para mí es Bárbara, curioso que se llame también de esta manera, y si por mí fuera me echaría para atrás, pues no tengo miedo de entrar en el mundo de los muertos, no, no tengo miedo a morir pero precisamente eso es lo que no puedo hacer. No me dejan hacerlo y debo convivir con el horror y eso es algo que no puedo soportar. La marca de mi mano me indica que estoy maldito, el medallón que cuelga de mi cuello me protege pero a su vez atrae a otros malditos como yo y ya no puedo más. Si el autor tiene razón, si Bárbara es llevada por los muertos, tendré unos meses de calma y luz, algo de lo que ya no disfruto desde hace prácticamente dos años.
Es aberrante e indigno de un caballero. Pero yo nunca he sido un caballero.

A las cinco de la mañana apago las luces de mi apartamento y procuro no mirar hacia atrás, porque sé que veré sombras agitándose en la oscuridad. Cierro la puerta de un portazo y bajo por las escaleras. Llego hasta la calle y observo malhumorado que está lloviendo. Hundo la cabeza en mi cuello y meto las manos en los bolsillos. Acelero el paso. La ciudad parece desierta. Es como si todos supieran que estoy maldito y nadie quiere cruzarse conmigo.

Cuando llego al punto de destino me encuentro con Bárbara que se protege de la lluvia debajo del tejadillo de un bar ya cerrado. Probablemente, si yo he tardado, se habrá tenido que quitar de encima a algún borrego porque, pese a su edad, está de muy buen ver y viste como una puta, porque lo es, algo que a mí nunca me ha importado.

-¿No prefieres ir a tu apartamento?.-me sugiere con voz temblorosa. Es evidente que ha pasado frío esperándome.

-No, debe ser en el cementerio.-digo con la voz seca.

-Como quieras, pero eso te va a salir más caro.

Me importa un pimiento lo que pueda costarme. Si todo sale mal no dejará de ser una experiencia más en la vida de esta mujer, pero si todo es como dice el autor de “Asesinados por los Muertos”, me temo que esta noche será la última en la que vea con vida a Bárbara. Y digo “con vida” porque estoy convencido de que en un futuro me la volveré a encontrar y quizá no esté demasiado agradecida de lo que estoy a punto de hacer con ella.

-¿Vamos a ir andando?.-pregunta extrañada.

-No tengo coche y tampoco está lejos…

La agarro del brazo, no quiero que se me escape. Sus zapatos de fino tacón golpean el suelo y está a punto de resbalar un par de veces, por lo que me siento obligado a reducir la velocidad.

Mientras caminamos en silencio, pienso en lo que tengo que hacer. Todo es muy sencillo. Recuerdo las palabras perfectamente: “Cogió a su amada y la condujo al cementerio. Una vez allí, sabedor de estar siendo observado con interés por aquello que se agita entre la sombras, golpeó a la mujer en la cabeza las veces necesarias hasta que perdió el conocimiento. Después la llevó al punto más oscuro del cementerio, a la sazón bajo un alto ciprés, que como mudo testigo observaba el cruel acto”.

Miro a Bárbara y ella me sonríe con sus labios rojos. Tiene una mirada preciosa, unos ojos maravillosos y las tetas muy grandes, como a mí me gustan. Lo tiene todo para gustarme y sin embargo aquí estoy, a punto de permitir que ellos se la lleven. Pero ¿Qué puedo hacer si es la única forma de que por fin encuentre el remanso absoluto que mi maldición necesita? ¿Tú no harías lo mismo? ¿Dejarías que tu vida se convirtiese en un infierno cruel donde lo que nadie puede explicar te asedie cada noche? Yo no puedo dormir desde hace ya meses, veo cosas que tú no podrías imaginar jamás, oigo voces de seres que no pueden existir. Pero lo peor de todo es que yo quiero morir, necesito hacerlo y la única forma es librarme de esta maldición. Estoy perdiendo movilidad en mi mano infectada, noto que otros malditos como yo me están buscando para hacerse con el medallón que me protege y sin él no soy nada, ¡¡nada!! ¿Tan cruel resulta dejar que una mujer inocente pierda su vida para salvar la mía?

Ella se detiene y me abraza. A pocos metros queda ya el cementerio. Ha dejado de llover. Me mira con sus amables ojos y desliza su mano en mi pantalón. Me baja la cremallera e introduce sus dedos. No tardo mucho en animarme y ella lo nota con una sonrisa. Me acaricia y aunque trato de apartarme ella me agarra con fuerza. Mordisquea mi cuello y, con una habilidad que no me sorprende, logra desabrocharme el botón del pantalón, que cae sobre mis tobillos. Ella se agacha pero esta vez consigo apartarme y le digo que será mejor esperar… pronto va a amanecer y entonces de nada servirá haberla traído al cementerio.

Me pongo los pantalones y caminamos de nuevo hacia nuestro destino. En mi cabeza, las palabras de la novela resuenan, como si la voz del propio autor estuviera leyendo las páginas de su obra: “Entonces los muertos aparecerán de improvisto ante la atenta mirada del maldito. Sus manos se alzarán de entre la oscuridad y cogerán el cuerpo de la desdichada, que gritará pidiendo ayuda, pero él no hará nada, permitirá que ellos se la lleven a las entrañas del infierno”

Ya en el cementerio busco el lugar más oscuro. ¡Qué curioso!, junto a un viejo y alto ciprés. Le pido a Bárbara que me acompañe. Lo hace sin titubear. Confía en mí, ella no sabe que yo soy una mierda.

Pido que se tumbe en el suelo. Lo hace sin rechistar y se desabrocha la blusa que lleva. Sus pechos caen a los lados libres también del sujetador y se abre de piernas, subiéndose la falda. No lleva bragas.

Levanto la cabeza y observo siluetas encorvadas junto a las lápidas, moviéndose impacientes, esperando que yo dé el visto bueno. Se van acercando. Bárbara gime y pide que me tumbe sobre ella.

Mi mano infectada comienza a dolerme mucho, como si me quemara y noto la inquietante presencia de los demonios. El autor tenía razón. Ellos han venido.

Miro el cuerpo desnudo de Bárbara y aprecio su tierna mirada. Ella me tiene cariño, quizá su corazón no pueda sentir amor pero noto que me tiene en buena estima y yo estoy a punto de fallarle.
Maldigo mi mala suerte.

-¡Levántate puta y lárgate a casa!

Bárbara me mira estupefacta. No entiende mi actitud, pero yo solamente le estoy salvando la vida porque en realidad soy un cobarde.

Noto la ira procedente de las sombras y la oscuridad, a la que yo conozco bien, se irrita. Las sombras se agitan malhumoradas. Los muertos o los demonios, lo que diablos sean, se han enfadado y pueden atraparla en cualquier momento. Le doy una patada y la levanto fingiendo una rabia que no siento. Le golpeo la cara y la empujo.

Bárbara, con lágrimas en los ojos, me mira sin comprenderme y se aleja corriendo, saliendo del cementerio y volviendo a la vida. Yo me alegro por ella, pero no por mí.

Sin víctima en el cementerio todo parece haber recobrado la calma pero yo sé que solamente es una tregua porque esto va a repercutir negativamente en mí en un futuro muy próximo. Voy a notar la ira de la oscuridad.

De regreso a mi casa pienso que nunca sabré si el autor de “Asesinados por los Muertos” tenía razón o si su novela era solamente ficción. Fuera como fuere, cuando llegue a mi hogar pienso lanzar por la ventana su puta novela. Quizá algún día localice a ese tal José Manuel Durán. Si lo hago tal vez le cuente mi historia, a ver si sus conocimientos me pueden arrojar algo de luz, alguna solución…, aunque con lo excéntricos que son los escritores es posible que si algún día me cruzo con este individuo y le narro con todo lujo de detalles lo que me ocurre, acabará escribiendo relatos cortos contando mi vida para su página en Internet. ¡Manda cojones!