Daniel Ribas en la BOCA DEL LOBO

La primera vez que veo a unos de estos lánguidos paliduchos ni siquiera me doy cuenta de que se trata de uno de ellos. Parece una persona completamente normal, viste con gusto y me mira como debería mirarme una mujer, además, mis venas están cargadas de alcohol, factores que atrofian toda posibilidad de que mis sentidos estén al cien por cien. Me pide fuego, una excusa barata para acercarse hasta mí. Su voz suena profunda, distorsionada y mi dolor de cabeza me obliga a despreciarle con un gesto obsceno. Me agarra del cuello y me lanza una mirada cargada de agresividad. Ninguna de las dos cosas me gusta.
Levanto las manos, una de ellas oculta bajo un guante negro, indicando que no estoy dispuesto a pelearme con nadie y coloco mi rostro lo más cerca posible del suyo. Huele mal, pero el olor sale de mi boca. Sonrío malévolamente.

-¿Qué quieres, muchacho? ¿La cartera o mi vida?

Me sigue mirando con cara de pocos amigos, es más, noto su odio sobre mí. Y habla. Dice poco, pero su frase no me gusta nada.

-Quiero tu sangre.
Rompo a reír en una estruendosa carcajada en el mismo momento en que una pareja de enamorados cruza por nuestro lado. Desvío la cabeza para acariciar con mis ojos las nalgas de la mujer, una rubia que me quita el hipo, y cuando vuelvo a mi posición normal me encuentro completamente solo. El tipejo pálido ha desaparecido, esfumándose en la noche como por arte de magia. Me encojo de hombros y busco de nuevo el culito de la rubia pero ya se ha marchado. Envidio a su novio y me los imagino juntos en posturas que me parecen divertidas. Necesito otro trago.

Camino dando tumbos de derecha a izquierda, como un grueso reloj de pared y me introduzco en un callejón estrecho, más oscuro que la noche. Mis recuerdos solo me traen escalofríos y miedo, acelero el paso, quiero salir de aquí. Afortunadamente lo hago.

Veo las luces de un local a pocos metros. Parece una cueva, un agujero en la pared. Jamás he estado en esta zona de la ciudad. Por alguna extraña razón que no puedo explicar, tengo la sensación de que estoy a punto de meter la pata y decido dar media vuelta y buscar mi casa, a ver si la encuentro o, como otras noches, tengo que vagar por las calles hasta que vuelvan a colocar los edificios en el mismo orden de siempre y que coincide, curiosamente, con una fuerte resaca.

Entonces veo a tres damiselas que cruzan frente a mí, sonrientes. Son hermosas, algo pálidas pero preciosas al fin y al cabo. Una de ellas, rubia platino, me lanza una mirada sensual. Sigo al trío con la cabeza y cuando el cuello está a punto de crujir permito al resto de mi cuerpo ejecutar la maniobra oportuna y quedo contemplándolas como un pelele obsceno, apretando los ojos. Son preciosas. Las tres llevan minifaldas y eso me vuelve loco. Las tres son jóvenes. Y eso también me vuelve loco. Entran en la cueva. La rubia ha vuelto la cabeza para mirarme. Parece una invitación. Acepto la invitación y camino tras ellas.

Algo en mi cabeza me aconseja que no es buena idea y trata de convencerme para que me marche de allí, pero otras partes de mi cuerpo me dicen precisamente todo lo contrario. Decidido, empujo la puerta metálica que da acceso a lo que parece un improvisado agujero en la pared y cruzo al interior.

El paraíso. Esto es el paraíso.

La música brota en un local peculiarmente oscuro donde se agitan como posesas sensuales bailarinas prácticamente desnudas. He estado en muchos tugurios parecidos pero nunca en uno como éste. Desde el primer momento me siento embriagado por una música que no es más que una mezcla entre rock, música clásica y opera. La voz de la cantante es tremendamente sensual. Pero para sensuales esas bailarinas que se mueven sobre la pista de un modo escalofriante. Hay hombres, sí, pero directamente no me fijo en ellos.

Intento localizar a las tres bellas doncellas que han entrado poco antes que yo, especialmente a la rubia facilona que me ha lanzado una mirada pícara, pero no las veo por ninguna parte. No importa, este garito está lleno de diablesas.

Me acerco hasta la barra y dos chicos jóvenes y pálidos se me quedan observando con una mirada siniestra. La camarera, una explosiva pelirroja con unos pechos enormes, me lanza una mirada muy parecida a la de estos chicos pero después su rostro se ilumina con una amplia sonrisa que permite ver una dentadura perfectamente blanca, pero yo no me fijo en sus dientes, aunque debería haberlo hecho. Tengo mi mirada clavada en su amplio escote. Pido algo de beber, no recuerdo bien lo que he dicho, pero no es lo que me ha servido.

Bebo un sorbo de este extraño licor de tonalidad amarillenta bajo la atenta mirada de la pelirroja, sus pechos susurran mi nombre. Dejo el vaso sobre el mostrador al notar que soy el centro de atención. Todas, absolutamente todas las personas que hay en este sombrío local me están mirando en silencio. Durante un breve segundo, quizá menos, siento miedo. Pero esa sensación se me pasa cuando todo parece volver a la normalidad.

Cojo mi vaso y me alejo de los pechos de la camarera no sin antes lanzarles una mirada devoradora que se quedan en el aire cuando ella se da la vuelta para atender a otro cliente. Los dos chicos pálidos de la barra me siguen mirando con un excesivo interés y me estoy poniendo nervioso. Deben de ser pareja y quizá quieren un trío, pero a mí esas cosas no me van. No es lo mío.

Me coloco estratégicamente en una esquina donde puedo observar de cerca los sensuales movimientos de las bailarinas, a las que pronto doy la espalda para centrar la atención en las piernas de un buen número de bellezas jóvenes y atractivas que con sus faldas cortitas y vasos en la mano, bailan para mí. Sus movimientos son pura provocación.

Los varones no bailan, es curioso, parecen estar ajenos a las chicas y eso me da mayor posibilidad para lograr mis objetivos, pero tengo la sensación de que me observan. Subo mi vaso y tomo un buen trago del extraño licor y noto que la cabeza se me va por momentos. Dudo que mi cuerpo aguante más alcohol. Tal vez, si fuera dueño de mis sentidos, me habría dado cuenta de la extrema palidez de todas las personas que hay en este local; no me habría pasado desapercibida la misteriosa y escalofriante claridad de sus dientes, los extraños ojos de miradas perturbadoras. Empiezo a sentirme incómodo, quizá lo mejor sea marcharse ya.

Cuando decido abandonar el local, una esplendida morenaza se acerca agitándose provocativamente. Se agarra el pelo que recoge entre sus manos y no cesa en su sensual movimiento, poniendo morritos sugerentes con sus labios y pasando una finísima lengua sobre ellos. Agita sus pechos y mis ojos prestan toda su atención. La morenaza baja las manos y se acaricia las piernas, subiéndose un poco la corta falda que apenas tapa la mitad de sus muslos. Llega hasta mí y con un gesto dominante me empuja. Caigo sobre una butaca y pierdo el vaso, que cae al suelo y rueda por él perdiendo el licor que había en su interior. La morenaza se sienta sobre mis rodillas y pasa sus blanquecinos brazos por detrás de mi cabeza. Se agita como una amazona y noto que me pongo en acción. La agarro por detrás y a ella no parece importarle. Soy consciente de que medio local debe de estar mirando y yo me encojo de hombros mientras busco su boca. Y la encuentro. Ella me besa apasionadamente y yo busco entre sus dientes su viperina lengua. ¡¡Dios!!

Retiro la cara preso del dolor y me llevo las manos a la boca. ¡Me he pinchado con algo! Miro a la chica y veo que sus ojos se han cubierto con una siniestra tonalidad rojiza, posiblemente a consecuencia de unas lentillas modernas. Parece reírse y es entonces cuando veo sus dientes afilados.

Permanezco unos instantes perplejo y me doy cuenta de que esto no es una situación normal. De la comisura de sus labios resbala una pequeña gota de sangre, probablemente mía, que ella recoge con su lengua. Continúa moviéndose, pero sus movimientos ya no me parecen sensuales. Agarro con mis manos sus pechos y la empujo hacia atrás. En ese mismo instante, mientras vuela un par de metros y cae de espaldas, la música se detiene y todos giran sus cabezas para centrar su atención en mí.

Comienzo a asustarme. Los rostros de todas aquellas personas resaltan en la penumbra en la que está sumido el local y tienen expresiones enloquecidas, con esos ojos terribles que me observan. Algunos de ellos se acercan disgustados con extraños movimientos en sus cuerpos y muestran sus bocas abiertas, de las que sobresalen unos afilados colmillos. ¿Dónde diablos me he metido?

Miro a la chica que he tirado de un empujón y ésta continua en el suelo, agitando su cabeza y produciendo un ruido con sus dientes, mientras mueve su lengua de un lado para otro. Retrocedo y busco con mis ojos la puerta de salida pero no la encuentro por ninguna parte. Estoy rodeado por esta panda de locos perturbados.
Veo a la camarera que ha saltado sobre la barra y permanece encorvada sobre ella, mientras me observa y olfatea el aire. Juraría que su rostro ha cambiado, parece deformado pero no podría jurarlo dada la distancia. Los dos chicos que viera junto a la barra, me miran mal, con ojos malignos, amarillentos.

Creo que este es mi final. No tengo lugar a donde escapar.
De una cosa puedo estar completamente segura. No son humanos, no hay nadie humano en este local excepto yo. Me he metido en la boca del lobo y no voy a poder escapar de aquí.

Sería una locura enfrentarme a todos ellos. Podría acabar con tres o cuatro, romperles la cara, derribarlos, pero son demasiados. Me doy cuenta que ha sido una locura entrar aquí, éste no es mi sitio. No, después de ver la expresión en sus rostros cadavéricos que ahora me parecen más lánguidos, más pálidos, definitivamente este no es sitio para humanos. Centro mi atención en los ojos de esta gentuza y aprecio en ellos un brillo de maldad que ya he visto en otras ocasiones, no me impresionan las tonalidades amarillas, rojizas o blancas, aunque estas últimas me producen fuertes escalofríos, quizá porque no es la primera vez que las veo y sé lo que significan.

Es ahora, precisamente ahora, cuando me doy cuenta que los vasos que llevan estas personas contienen un líquido oscuro, probablemente rojo e intuyo lo que puede ser. No hay más que verlos para comprender que en cualquier momento van a saltar sobre mí para morderme y chuparme la sangre. Y sí, me gusta que me muerdan y sobre todo mujeres como las que estoy viendo precisamente en estos momentos, pero no en este contexto.

Veo a la maldita rubia a la que he seguido al interior del local. Me observa con la mirada extraviada y un rostro desfigurado, parece más un monstruo que otra cosa, de hecho, todos ahora me parecen monstruos. Hacen ruidos extraños con sus bocas, como si sus dientes entonaran una siniestra melodía.

Es mi fin. Ellos avanzan y yo no retrocedo.

Extiendo mis brazos en señal de sumisión y veo como una mujer de amplia melena rubia tiene intención de saltar sobre mí, pero uno de los animales que tiene a su lado la detiene en el acto. Todos miran a la morenaza que yo he empujado. Son educados, respetan su turno. Ella se aproxima lentamente, tengo la impresión de que ni siquiera usa los pies para ello. Avanza como una proyección y cuando quiero darme cuenta la tengo frente a mí, su cabeza a pocos centímetros de la mía. Saca su lengua y roza mis labios con ella. Aprovecho la ocasión porque este es mi momento.

Uso los dientes como arma. Muerdo aquella fina lengua y tiro de ella con una fuerza extraordinaria. La morenaza brama de dolor y se lleva las manos a la boca, retirándose como una niña asustada. Escupo al suelo el trozo de carne que le he arrebatado y sonrío al público. Ha sido mi sentencia de muerte.

Estos paliduchos se han enfadado porque lanzan sus manos sobre mí. No puedo fijarme en todos los detalles pero juraría que en vez de manos tienen garras, lo que sí es cierto que ahora sus rostros se han transformado diabólicamente. Esto parece una película de vampiros donde un pobre desdichado sin crucifijos ni estacas se ha metido donde no debía, o quizá sea la típica película en la que el protagonista sale airoso de todo esto pero… ¿Soy yo ese protagonista?
Creo que no. Un protagonista no habría sido levantado por un energúmeno con una sola mano. Me observa a través de unos ojos completamente blancos y, para intimidarme, me enseña su dentadura perfecta, jugosa y afilada, sedienta de sangre y carne. Yo ya estoy intimidado, pero para el individuo no es suficiente. Me lanza por el aire y mi cuerpo vuela varios metros, hasta que logro encontrar una pared donde parar. Caigo al suelo profundamente dolorido y no me da tiempo de levantarme. Algo parecido a un saco de patatas se ha tirado encima de mí. No, no es un saco. Es la sensual y provocativa morena o algo parecido a ella porque si antes era una mujer atractiva, ahora se ha convertido en un monstruo. Está enfadada. Y lo comprendo.

Me golpea el rostro varias veces y sus uñas raspan una de mis mejillas. La sangre brota de mi cara. Noto que la muchedumbre se excita a nuestro alrededor, como animales. La morenaza sigue agitándose encima de mí, no como yo quisiera, pero se mueve, mientras recibo golpes y puñetazos. Me quejo tantas veces como hace falta y, vislumbrando ya mi pronto final, ella rasga mi camisa y deja mi torso desnudo. Cierro los ojos esperando notar sus colmillos clavados en mí. Me entrego a la muerte. Por fin.

Pero esos colmillos no llegan. Todo se ha quedado en silencio.

Abro los ojos y veo a la morena mirarme con un rostro sobre el que se atisba algún grado de sorpresa. El resto de la chusma permanece también consternado. Sus miradas están clavadas en mi pecho al descubierto. La morena se levanta y retrocede. Me señala con el dedo, disgustada, y después grita profundamente. Se aleja a una velocidad endiablada.

Yo me levanto confundido sin entender qué es lo que está pasando y doy un paso al frente. Ellos, mirándome con maldad, se apartan dejándome el camino libre. Los miro aturdido y agacho la cabeza para ver qué es lo que ellos están mirando con tanto interés.

¡El medallón!

Lo agarro con la mano derecha y camino hacia la salida. Ahora la veo. Estos vampirillos de pacotilla siguen dejándome vía libre, apartándose a cada paso que doy. Llego hasta la puerta y antes de salir me giro para observarlos. Sé que no será la última vez que los vea, quizá la próxima vez no tenga tanta suerte. Salgo de la maldita cueva y descubro que se me ha pasado la borrachera por completo. No suelto el medallón en ningún momento y mientras me alejo de allí recuerdo todo lo que ocurrió con este objeto del diablo. Sé que estoy maldito y que necesito llevarlo para evitar que la oscuridad me devore, pero nunca pensé que algún día pudiera salvarme la vida.

Me coloco bien lo que me queda de camisa y levanto la mano izquierda. Me quito el guante negro que la tapa y compruebo que mi palma mantiene su mancha negra, quizá más extendida que en otras ocasiones. Es hora de regresar a casa. Merezco un descanso. Me lo he ganado.

Es posible que mientras duerma sueñe con vampiros y monstruos, es posible…, pero mañana iré de compras, no puedo volver a salir a la calle sin un bote de agua bendita y un trozo de madera afilado por si necesito clavarlo en el corazón de alguna de esas alimañas. Mi instinto me dice que no será tan sencillo y mientras camino, mis labios no pueden evitar dibujar una fina sonrisa de satisfacción.

Un Certero Trabajo de BRUJERIA

Soy una persona inteligente, por eso nunca he creído en curanderos, charlatanes, videntes y brujos. Para mí todo eso no eran más que estupideces, supersticiones irracionales que sacaban el dinero de los incautos jugando con sus vanas esperanzas… hasta hoy.Ya no puedo pensar lo mismo. Ahora sé que ese mundo es diabólicamente real.

Todo comenzó esta mañana.

Me he despertado a las seis con la idea fija de acabar la escena de una novela que tenía pendiente pues, como sabes, soy escritor. Sin embargo, no he podido hacerlo.

Nada más abrir los ojos, me he dado cuenta del fuerte dolor de cabeza que padezco. Enciendo la luz y al hacerlo observo extrañado que apenas puedo ver a consecuencia de una ligera bruma que cubre mis ojos, como una fina telaraña que me impide una correcta visión. Noto además que me duelen los oídos y que mis articulaciones parecen pesadas. Apenas puedo andar pero consigo llegar al cuarto de baño. Quizá una buena ducha me haga recobrar fuerzas.Al mirarme al espejo apenas me reconozco. La palidez del rostro me sobrecoge y la muerta mirada de mis ojos me hace estremecer. Agacho la cabeza y me lavo la cara. Evito volver a mirarme en el espejo.Consigo ducharme pero apenas noto diferencia en mi cuerpo salvo un intenso dolor en el estómago y un nudo en la garganta que ha provocado que se me seque completamente. Carraspeo para evitar el picor y me dan arcadas. Estoy a punto de vomitar.Lo hago.

En mitad del baño.

Los restos de comida caen al suelo, sobre mis pies. La cena de anoche está ahora allí, aderezada con bilis y pequeños fragmentos coagulados de sangre. Es terrible.Con una sed abrumadora, me dirijo a la cocina y abro la nevera con el ansia de coger un cartón de leche, pero nada más abrir la puerta un hedor insoportable, putrefacto, sacude mi rostro. Todos los alimentos parecen haberse podrido. Carne, fruta, embutidos, bebidas, tomates… Enfurecido cierro la puerta de golpe con tal fuerza que la portezuela del congelador se abre suavemente. Sintiendo una curiosidad que no puedo explicar, abro la pequeña portezuela y descubro algo extraño. Dentro de un bote de cristal puede divisarse un papel. Frunciendo el ceño alargo la mano y noto el frío del hielo pero no le doy más importancia que la que tiene. Cojo el tarro de cristal y lo saco del congelador. No sé qué puede ser, no recuerdo haber guardado nada allí. Lo abro sin problema alguno y saco el papel que hay en su interior. Es una fotografía.

Mía.

Sí. ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Quién ha guardado una fotografía de mi cara en el congelador?Al dorso de la imagen hay inscrito algo. Es la fecha de hoy.

Turbado y desconcertado, intentado soportar la pesadez de mi cuerpo, los dolores irritantes que cada vez son mayores, llegando incluso a mis dientes, me siento en el sofá del salón. Miro a mi alrededor y apenas reconozco mi casa.

¡Un momento!

¿Qué es eso?

En una esquina, semioculto, asoma algo tras un cuadro. Me levanto. Esta vez me cuesta mucho hacerlo y temo que en cualquier momento no pueda volver a moverme.

Llego hasta el punto que me ha llamado la atención y cojo el objeto que parece haber sido escondido. Es algo negro.

¡Un muñeco!

Tiene agujas clavadas en la cabeza, concretamente en los ojos y oídos y si le echamos un poco de imaginación podría parecerse a mí; es más, el muñeco está vestido con trozos de mi ropa. ¿Qué ocurre?

Creo que me queda poco de vida y debo apresurarme a contar esto. Alguien está haciendo brujería sobre mi persona y ese “trabajo” está surtiendo efecto.

Suena el teléfono.

Intento correr hacia él. Tal vez pueda pedir ayuda, un médico, un curandero, alguien o algo que alivie el mal que me aqueja.

-¿Quién es?

-¡Hola!.-contesta una voz de mujer.

-¿Quién llama?

-¿Quiere que le eche las Cartas?.-pregunta.

-Se ha equivocado.-respondo frustrado sin apenas entender la situación.

-Yo creo que no.-dice la voz de mujer, esta vez con un tono más grave.-¿Sabe lo que tiene que hacer para anular la maldición?

-¡Por favor, dígamelo!.-grito de manera desesperada.

Lo hace. Es sencillo. Muy sencillo.

Me cuesta llegar al ordenador pero lo consigo. Mi cuerpo apenas responde mis indicaciones y la cabeza está a punto de estallarme.Hago caso a la mujer del teléfono y escribo todo lo que me ha pasado. Ahora solo queda un pequeño paso para que la maldición sobre mi persona desaparezca. Para ello, otro inocente deberá cargar con la culpa.Lo siento de verás por el desconocido que se encuentre leyendo este relato, porque la voz del teléfono me ha asegurado que para librarme de la maldición, solamente tengo que lograr que una persona acabe de leer estas líneas, entonces, la maldición dejará de atormentarme para trasmitirse al lector.

Sí, es posible que estas cosas no sean más que tonterías pero yo, en estos momentos, comienzo a sentirme mejor... ¿Y tú?

Golpes en el Ataúd

Escuché los golpes en la tapa del ataúd pero no quise prestar atención. Miré hacia el cielo y concentré mi mirada en la luna llena, que como mudo testigo observaba la escena ligeramente aterrorizada.Tomé aire y proseguí.
Escuché el grito desgarrador que profería la garganta del desdichado, en un acto desesperado por suplicar ayuda. Me estremecí, pero continué echando tierra sobre el féretro con la esperanza de ahogar aquél inesperado percance. Mientras lo hacía, noté que el ataúd se movía por lo que deduje que la persona que estaba en su interior intentaba escapar de la prisión en la que se encontraba. Escuche sus súplicas, aprecié los golpes que daba con sus puños y rodillas sobre la madera de roble. No podía escapar.

Durante algunos minutos me sentí confuso y miré a mi alrededor, pero sólo la oscuridad de aquél tétrico cementerio fue mi respuesta. La luna se había ocultado tras unas negras nubes, en una actitud cobarde y ruin, y las sombras se habían adueñado del camposanto, acariciando las viejas tumbas que mostraban ahora una imagen fantasmagórica.

Encendí un cigarrillo y procuré distraerme para evitar escuchar los quejidos agudos que provenían del interior de aquél ataúd que seguía agitándose cada vez con menor intensidad. Aquella persona se estaba dando por vencida, parecía haber comprendido que nada de lo que hiciera podría liberarla.
Volví a escuchar sus gritos y finalmente tiré el cigarro al suelo para reanudar mi trabajo. Seguí echando tierra sobre el ataúd hasta que pude enterrarlo por completo. Ya no se oía nada, absolutamente nada.Me disponía a marcharme cuando divisé entre las tumbas una figura delgada que se aproximaba. Lo saludé.

-Pudiste haberlo salvado.-objetó con un tono de voz grave.
-Ése no es mi trabajo.-respondí tajantemente.
-Sabías que estaba vivo.

Eludí mirar directamente a los profundos ojos del visitante pero no dudé en mostrar mis pensamientos.

-Eres tú quien decide cuándo han de morir las personas, yo solamente recibo la orden de llevármelos y eso es precisamente lo que he hecho.
No le dije nada más. Me alejé con lentitud, perdiéndome entre los viejos cipreses, pero tuve la osadía de mirar hacia atrás para observar una vez más como Dios clavaba sus rodillas en el suelo al comprender que una vez más… se había equivocado.Escuché su lloro y me permití el capricho de sonreír cínicamente mientras regresaba satisfecho a la negrura de mi vetusta morada.

RUIDOS AMBIENTALES

Estaba convencido de que podía obtener resultados satisfactorios y ni corto ni perezoso saltó el muro que servía de pequeña frontera y se introdujo en el cementerio. Tan pronto como sus pies tocaron el suelo, se vio sumido en un mundo oscuro y huraño. Joseba tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido repentinamente en aquél lúgubre lugar.

Miró a su alrededor y se sorprendió al respirar la calma que desprendía el escenario. Cubrió con su vista las blancas lápidas que destacaban en la oscuridad y sintió un frío intenso que le hizo estremecer. La sangre le bombeaba el cerebro y los nervios atenazaban sus músculos. Eludió prestar atención a las sombras que parecían moverse más allá de su imaginación. Disfrutó con aquella sensación. Solamente por eso merecía la pena perturbar el descanso de los muertos. Únicamente por eso merecía la pena dedicarse a la investigación.

No era para menos, Joseba es un intrépido buscador de misterios. Durante muchos años, había dedicado su vida a investigar temas tan complejos e interesantes como los OVNIs o las apariciones fantasmales, siendo éstas últimas de un interés considerable para él, quizá porque cuando era niño vio algo a los pies de su cama que lo aterrorizó. Durante años ha malgastado su tiempo y dinero en busca de respuestas, pero esas respuestas nunca terminaron por llegar, tal vez porque no existen o quizá porque las preguntas formuladas no son las adecuadas.

Pese a todo, él no había perdido dos de los valores más importantes que deben concentrarse en un investigador: la esperanza y la ilusión. Por eso, esta noche, como un quinceañero inexperto, ha entrado furtivamente en el cementerio, como tantas otras veces. Lleva una linterna y un grabador de mano. Su objetivo es bastante sencillo: Realizar una experiencia para capturar en la cinta las voces de los muertos.

Observa en silencio el cielo estrellado y busca la luna pero no la encuentra por ninguna parte. Centra su atención en la superficie de las blancas lápidas y recorre el cementerio con un paso lento. Saborea la esencia del misterio que cala sus huesos y le hace sentirse importante. No teme que de la tierra salgan las manos abiertas de los muertos que tiran de su pantalón ni se preocupa por la repentina irrupción fosforescente de vagas siluetas humanas que emergen tras las tumbas. Sabe que esas cosas no suceden más allá de la exaltada imaginación de los que tienen miedo. Es evidente que él controla la situación, para eso lleva años investigando el mundo de lo paranormal, es un gran experto del misterio y enarbola las riendas del experimento.

Un cementerio silencioso habitado por cuerpos muertos es una forma algo abrupta de levantar el trasero de la mesa del despacho, pero así están las cosas. Joseba camina examinando el escenario. La adrenalina alimenta su cerebro. Es consciente de que las cosas saldrán como él las tiene preparadas, otra cosa es que los muertos, hoy, esta noche, permitan que sus voces impregnen la cinta magnética.

A Joseba no le importa si su experimento inquieta el descanso de los muertos, no le preocupa porque jamás se ha planteado que su coqueteo infantil con el Más Allá pueda incomodar a los que cruzaron el umbral, en realidad le trae sin cuidado. Y allí está, llevándose un cigarro a los labios. Después tira la colilla y no le preocupa dónde ha caído. Escoge la zona más oscura del cementerio y le da la espalda al único ciprés que hay en el cementerio; se agacha sobre una tumba sin mirar el nombre del difunto, ya hemos dicho que esas cosas no le importan. Coloca el grabador sobre la lápida. Aguarda unos segundos asegurándose de la privacidad del lugar y después inicia la grabación.

Es un buen profesional, sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Le habla a las voces, se presenta, es educado pero oculta una sola ambición: Conseguir resultados positivos.

Hace preguntas a las voces. En realidad no sabe si el origen reside en los propios muertos, pero se encuentra en el cementerio y no en otro sitio. Espera salir airoso de esta experiencia. Advierte a las voces invisibles que regresará al cabo de cuarenta minutos y que disponen de ese tiempo para hablar todo lo que deseen. Se les brinda la oportunidad de comunicarse y Joseba mantiene la confianza. Podía haberlo hecho de otra manera, mucho más directa y rigurosa, pero ha preferido usar este método.

Cincuenta minutos después, Joseba vuelve a saltar el muro del cementerio y con el corazón latiendo a ritmo acelerado, recoge el grabador con la extraña sensación de que la oscuridad del cementerio es ahora más espesa que en su primera visita.

Regresa a su casa esperanzado. Tal vez en uno de los bolsillos de su chaleco lleva una “prueba” paranormal. Está nervioso, inquieto, pero no por dejar atrás las blancas lápidas que lo observaban desde el silencio angustioso de la muerte sino por la satisfacción que supone haber realizado un experimento en el interior del cementerio. Disfrutará contándoselo a sus amigos, que quizá aplaudan su coraje.

Ya en casa decide abrir la nevera y coger una cerveza bien fría. Un poco de jamón y queso se convierten en su improvisada cena, y es que la investigación es un trabajo que requiere un gran esfuerzo y sacrificio.

Se va a la cama, está cansado. Al día siguiente escuchará la grabación.

Es lo primero que hace al levantarse. Escucha el fragmento que ha grabado en el cementerio. La labor es tediosa pero finalmente el investigador descubre que la cinta contiene algo escalofriante.

Joseba se estremece al oír unos golpes que él interpreta como pasos fantasmales; oye golpes y de repente escucha un alarido espeluznante, femenino, seguido de unas risas burlonas y unas palabras de varón que Joseba no puede interpretar. Después oye el gemido de una mujer y una frase expresada por una voz angustiosa: “No me mates, por favor, no me mates”. Tras estas palabras, suenan varios golpes, una especie de forcejeo, un pequeño gemido de mujer y una respiración varonil, profunda y excitada. Después el silencio más sobrecogedor.

Tras el impacto emocional, Joseba se levanta nervioso y vuelca la grabación en su ordenador. Vuelve a escuchar el escalofriante mensaje y comprueba que sus impresiones son correctas: Pasos, golpes, un grito desgarrador, risas, palabras indescifrables, un gemido y la terrible frase de “No me mates, por favor, no me mates” seguida de nuevos golpes, otro gemido y una respiración acelerada.

Con su corazón galopando a un ritmo vertiginoso, con la emoción vistiendo su excitado cuerpo, salta de alegría. ¡Por fin! Los esfuerzos de años de intensa y paciente investigación hoy se han visto recompensados. Emocionado por tener en su poder un documento sonoro excepcional, que a buen seguro causará estupor en la comunidad del Misterio, Joseba se lo enseñará a sus amistades y distribuirá la grabación por la red.

Tendrá unos días de gloria y su nombre sonará en el mundillo, a ser posible más que la propia psicofonía. Los amantes de los enigmas recibirán la grabación con los brazos abiertos y todos gozarán de ese grito desgarrador, de esas risas burlonas, de ese gemido de mujer y, sobre todo, de la voz angustiosa que dice “No me mates, por favor, no me mates” que se oye a la perfección.

Joseba va a ser el protagonista de la noticia, algo que lleva esperando desde hace mucho tiempo. Su documento se distribuirá en diferentes programas de radio, hasta la saciedad y algunas publicaciones ofrecerán toda la información que Joseba pueda ofrecerles. Regresará al cementerio, varias noches en un futuro, en busca de nuevas voces pero los resultados serán negativos. Otros como él, contagiados por la noticia, también lo intentarán, pero ninguno de ellos volverá a recoger con sus grabaciones lo que Joseba consiguió aquella noche.

Nadie sabrá jamás si aquella voz de mujer, terrible y cargada de angustia, procede de los muertos o de otra realidad desconocida. A nadie le preocupa el por qué se ha grabado ese mensaje, lo importante es el contenido y como tal se distribuirá por la red y se usará como base para impartir conferencias.

Joseba ha conseguido su efímero sueño.

Pero de toda esta historia, hay algo que Joseba ignora y es lo que ocurrió cuando él dejó la cinta sobre la tumba y decidió salir del cementerio.

En la tranquilidad del cementerio, perturbada solamente por el pequeño e inapreciable sonido de la grabadora, una persona irrumpe forzando la puerta. Un hombre de tamaño descomunal y completamente borracho, agarra con fuerza a una mujer. Tiene las muñecas unidas por una correa de plástico que ha ocasionado unas profundas heridas de las que comienza a manar sangre. La boca la lleva tapada con una cinta adhesiva. Está aterrada.

La mujer tropieza y cae al suelo. El hombre masculla un improperio y la arrastra pasando entre las tumbas, hasta encontrar la zona más oscura del cementerio. Allí la deja tumbada en el suelo y la observa satisfecho y orgulloso, igual que un cazador frente a su presa. Los ojos de la mujer lo observan aterrados, las lágrimas que los cubren no le impiden descubrir el final que está a punto de producirse.

El hombre le da una patada que provoca un gemido de dolor, después le arranca la cinta adhesiva y ella profiere un alarido. La mujer intenta zafarse de su agresor pero ha colocado un afilado cuchillo en su garganta y le pincha con la suficiente fuera como para rasgar su piel. La sangre surge, sin rapidez. El hombre ríe y murmura algo pero la mujer no le entiende. Con un hilo de voz, tembloroso y cargado de miedo, le dice:

-“No me mates, por favor, no me mates”

El hombre hace una mueca con sus labios que podría interpretarse como una sonrisa malévola y comienza a rasgar la ropa de la desdichada, que solloza en silencio.

Las blancas tumbas son testigos de la brutal agresión a la que la mujer es sometida. Los golpes que recibe en el cuerpo le provocan ahogados quejidos de dolor, apenas perceptibles. El alto ciprés, mudo y arrogante, observa en silencio. Nada puede hacer.

El cuchillo desgarra el cuello de la mujer y esta vez la sangre brota a borbotones que se va introduciendo en las entrañas de la tierra La cabeza de la víctima se ladea hacia un lado y sus cristalinos ojos, prácticamente apagados, quedan abiertos y fijos contemplando el pequeño grabador que hay sobre una de las tumbas. Sus últimos momentos han sido grabados para la posteridad.

El asesino se asegura que su víctima ha muerto y entonces decide mantener una relación sexual. Está excitado. Se baja los pantalones y se agacha sobre la mujer, le da la vuelta, le agarra la cabeza y la penetra. Gime como un energúmeno hasta que llega al orgasmo.

Airoso se levanta y contempla con soberbia el cuerpo vejado de la mujer. En los siguientes minutos el asesino conduce el cuerpo hasta el maletero de su coche y después se cerciora de que no ha dejado restos en el lugar del crimen. Afortunadamente para Joseba, no ha visto el grabador.

El asesino se marcha relajado, satisfecho. Ha sido su tercera víctima y debe ocultar el cadáver.

Joseba volverá algún día al cementerio con la esperanza de registrar de nuevo las voces de los muertos, y tal vez tenga suerte. Quizá el asesino regrese con su cuarta víctima y sus caminos se encuentren una vez más.

Esta historia nos debe servir de lección y de ella tenemos algo que aprender. Nadie tiene por qué airear nuestros secretos, por lo tanto, mi consejo es que cuando vayas a la zona más oscura del cementerio para cometer alguna bendita atrocidad, junto a un viejo y alto ciprés…, asegúrate que sobre las tumbas nadie ha dejado un pequeño grabador encendido.

AVISOS

¿Quién podía estar gastándole una broma? Al principio le hizo gracia pero con el tiempo la agudeza de la misma había perdido todo sentido cómico. Raúl se había cansado de aquél juego y estaba dispuesto a pillar al culpable. Lo que empezó inocentemente se había convertido ahora en un asunto turbio y desagradable.
Todo comenzó hace siete días, con un anónimo…


Primer Día

Raúl regresaba del trabajo con el rostro reflejando la dureza de una extensa jornada laboral. Eran las diez de la noche. Al entrar al portal hizo lo que hacía siempre. Abrió el buzón y recogió las cartas que había en su interior. Entró en el ascensor y tras pulsar el botón de su piso echó un vistazo a la correspondencia: facturas, publicidad y un sobre pequeño, en blanco. Lo abrió al mismo tiempo que el ascensor llegaba a su destino. Su interior contenía un trozo de cartulina blanca que extrajo con cierta curiosidad. Había una frase escrita con rotulador rojo:



“DENTRO DE NUEVE DIAS ESTARAS CRIANDO MALVAS”

Raúl introdujo la cartulina en el sobre y al entrar a su casa lo tiró a la papelera, junto a la publicidad.

Segundo Día

Algo le despertó a las nueve de la mañana. En un primer momento pensó que eran sus vecinos de arriba, que volvían a discutir, pero no se trataba de eso. Se levantó extrañado y recorrió el salón en calzoncillos hasta que identificó los ruidos que lo habían arrebatado de su sueño. Alguien llamaba a la puerta.

Se puso un pantalón pero no llegó a abrochárselo. Se acercó a la entrada y abrió la puerta. No vio a nadie, ¿Quizá había tardado demasiado en abrir? Estuvo a punto de cerrar hasta que vio algo blanco en el suelo, sobre el felpudo. Frunció el ceño y se agachó para recogerlo. Era un trozo de cartulina blanca. Le dio la vuelta y comprobó que había una frase escrita, de nuevo con rotulador rojo:

“TOMATELO EN SERIO: YA SOLO TE QUEDAN OCHO DIAS, DESPUES MORIRAS”

Masculló entre dientes y estrujó disgustado la cartulina. “Malditos bromistas”, pensó, y no le quiso dar más importancia.
En el trabajo se olvidó por completo de todo.


Tercer Día

Raúl había tenido un día tranquilo. A las cinco de la tarde se encontraba en el taller donde trabajaba y todo transcurría con normalidad, hasta que ocurrió lo que tenía que suceder. El encargado apareció en su puesto acompañado de una amplia sonrisa que cubría su rostro de oreja a oreja. Llevaba algo en las manos.
-¿Tienes una admiradora secreta?.-preguntó con sarcasmo. Raúl le miró sin comprender a qué se refería y no pudo evitar fijarse en lo que el encargado traía en las manos. Era una flor, en concreto una rosa, de pétalos negros.

-Ha llegado por mensajero, es para ti. Viene con una nota.

El encargado se la entregó y después se marchó murmurando algún comentario jocoso. Raúl contempló estupefacto la rosa negra y después el pequeño sobre. Lo abrió y rápidamente vio el color rojo de las palabras que estaban escritas sobre la superficie de un trozo de cartulina blanca:

“TU VIDA SE MARCHITARA EN SIETE DIAS”

A Raúl no le hizo ninguna gracia. Miró a su alrededor esperando encontrar a sus compañeros partiéndose de risa pero los vio trabajando, ajenos a todo. Esta vez Raúl se guardó la nota en un bolsillo y contempló durante varios segundos la rosa de pétalos negros, después la aplastó con una de sus manos.

Cuarto Día

Esperaba encontrarse de nuevo un anónimo en el buzón, una nueva nota escrita en cartulina pero en esta ocasión no fue así. No pensaba demasiado en ello pero tampoco podía quitárselo de la cabeza. El asunto era extraño, pero dedujo que se trataba de una broma, de mal gusto, por supuesto, pero de una broma al fin y al cabo.

Había escrito en una hoja de papel los nombres de los posibles bromitas: Compañeros de trabajo, amigos de la cuadrilla, su propio hermano… pero no lograba acertar quién pudiera estar divirtiéndose a su costa.

Era viernes y, como tenía costumbre, salió de marcha con varios amigos. Todo transcurrió como en otras ocasiones, con la peculiaridad de que esa noche una morenaza que había en la barra de un bar le observaba con ojos cautivadores. De pelo rizado y labios rojos como la sangre, no le quitaba ojo y le sonreía, invitándole a acercarse. Raúl, animado por sus amigos, se aproximó a ella y entablaron una conversación. Pocos minutos después los dos salieron del bar.

Raúl no se paró a pensar en la insólita razón por la que una mujer de aquellas características, con un cuerpo escultural, se había fijado en él. Solo pensó que había tenido suerte y que debía disfrutar y aprovecharse del momento. Y eso estaba dispuesto a hacer.

Entraron en el portal del piso de Raúl y ya en el ascensor comenzaron a besarse apasionadamente. Las manos de la morenaza fueron despeinando la cabeza de Raúl mientras las del chico buscaban los sugerentes pechos para apretarlos. Estaban duros, erectos. Después, tras un movimiento rápido de brazos, las manos de Raúl se desplazaron hasta posarse en el culo de la morenaza. Estaba dispuesto a hacerlo allí mismo, sin importar nada más, pero la chica lo contuvo con una sonrisa. Raúl, rugiendo como un animal en celo, abrió violentamente la puerta del ascensor y buscó sus llaves. Llegó hasta su piso y abrió con brusquedad. Los dos entraron en su interior, entre risas y jadeos.

Volvieron a besarse hasta que llegaron a la cama y se tumbaron, uno encima del otro. Raúl escogió abajo. La morenaza le arrancó la camisa de un zarpazo y comenzó a besar el pecho apenas poblado del hombre. Raúl gimió en un principio de placer y luego de dolor, al sentir los pícaros dientes de la mujer mordisqueando sus pezones.

Se sobresaltó cuando la morenaza se levantó y pidió ir al baño con la mirada cargada de una explosiva carga sexual. “No tardes” le dijo Raúl mientras se quitaba la ropa y dejaba al aire el esplendor de su excitación.

Nunca más volvió a ver a aquella mujer. De hecho, no salió jamás del cuarto de baño.
Impaciente, Raúl la llamó varias veces pero no recibió respuesta. Intrigado por el silencio, el joven llamó a la puerta del baño y finalmente optó por entrar en él.
Estaba vacio.

Raúl no podía entenderlo, hasta que vio en el espejo, escrito con trazos gruesos de carmín, una frase que le heló la sangre:

“SEIS DIAS PARA ENTRAR EN EL INFIERNO”

Estaba convencido de que todo había sido una jugarreta de sus amigos. Era obvio. Mensajes extraños y truculentos, una morenaza imposible de que se fijara en un hombre como él…, sí, todo era demasiado bonito para ser verdad. Durante el resto de la noche esperó la llamada de sus amigos, sus carcajadas, sus insultos, pero finalmente el sueño lo venció y Raúl quedó dormido, tumbado en la cama, aún desnudo.

Quinto Día

Aquél sábado por la mañana al despertar, a eso de las doce del mediodía, Raúl notó un agudo dolor en la nuca y se llevó la mano hacia ella, notando que al rozar sus dedos con la zona, sentía una especie de escozor. Pensó que algún bichito le había picado.

Recordó a la chica morena y estuvo a punto de excitarse de nuevo, pero se sentó en la cama y estalló en una cruenta carcajada que retumbó en la habitación, como si se hubiera vuelto loco de repente. Le estaba viendo la gracia a la broma y se levantó para dirigirse al cuarto de baño con intención de orinar. Miró el espejo y se sobresaltó al comprobar que no había nada escrito en él. No recordaba haber borrado el mensaje y comenzó a dudar si todo no había sido más que un divertido sueño. Al ver la marca de dientes junto a sus pezones descubrió que en realidad todo había sucedido tal y como lo recordaba.

Se dio una buena ducha y al no poder quitarse de la cabeza la imagen sensual de la mujer con la que había estado a punto de consumar, usó agua fría. Mientras secaba su cuerpo estuvo pensando en los anónimos que estaba recibiendo y rió de buena gana convencido de que alguno de sus amigos había ideado semejante estupidez. Hoy sábado, esperaba encontrar una nueva nota, anunciando los días que le quedaban de vida, ¿Seis, verdad? Pero no sucedió nada excepcional, no al menos hasta la noche.

Había acabado de cenar y dudaba si fregar los platos o tumbarse en el sofá frente a la televisión, con el mando a distancia en una mano y en la otra una botella de cerveza bien fría. Escogió esta última opción. Zapeando entre malas películas mil veces vistas y programas del corazón, Raúl estuvo tentado de lanzar el mando hacia el televisor, pero finalmente no lo hizo. Estaba frustrado, aburrido. Entonces sonó el teléfono.

Malhumorado por sentirse obligado a levantarse, protestó mientras lo hacía. Cuando descolgó el teléfono no oyó ningún ruido al otro lado y pensó que la comunicación se había cortado. Colgó y regresó al sofá. Nada más hacerlo volvió a sonar el maldito teléfono.

Corrió hasta él y tras descolgarlo pegó la oreja irritado. Esta vez sí oyó algo al otro lado. Algo que le hizo estremecer.
Aunque lo estaba esperando no sabía la forma en que iba a producirse.
Una voz gutural y profunda, que parecía proceder del mismísimo más allá se dirigió a él y, en un tono cavernoso, le lanzó el siguiente mensaje:

“CINCO DIAS PARA QUE LA OSCURIDAD TE ABRACE
PACIENCIA, ME ESTOY ACERCANDO”


Fue el instinto. Raúl colgó con violencia y permaneció en silencio con las manos en la cabeza. La voz sonaba una y otra vez en su cerebro y cada vez resultaba más terrorífica. Aquella historia comenzaba a perder la gracia.

Sexto Día

Apenas había podido dormir. Raúl no era una persona miedosa pero la voz se le había quedado grabada en su cabeza y se repetía con insistencia. Pese a estar convencido de que todo era producto de una maquiavélica broma, Raúl no dejó en toda la noche de darle vueltas a todos y cada uno de los incidentes. La cabeza le dolía horrores.

Tras una ducha mañanera, se vistió con un chándal viejo y salió a correr unos kilómetros, algo habitual los domingos. Mientras corría, tuvo la sensación de que los transeúntes le observaban con interés y recelo, como si todos ellos supieran que le quedaban muy pocos días de vida….

¿Pero qué estaba pensando? ¿Acaso se iba a dar por vencido e iba a permitir que los bromistas se salieran con la suya? ¡Nadie se iba a reír a su costa!

Cuando regresaba a casa, al cruzar la calle, un camión estuvo a punto de atropellarle. Sonó un claxon rabioso y Raúl tuvo la habilidad de echarse hacia atrás para evitar un desenlace fatal. Oyó el grito horrorizado de una mujer y la voz de un hombre que había presencia el incidente que decía “¿Quieres morir?”

Una voz más fuerte, potente y visceral, retumbó desde alguna parte:

“TODAVIA NO PUEDE MORIR,
AUN LE QUEDAN CUATRO DÍAS…”

Raúl miró a su alrededor pero no pudo localizar a la persona que había pronunciado aquella frase, es más, tuvo la extraña sensación de que él había sido el único de los presentes que la había oído. La voz era muy parecida a la que escuchara a través del teléfono. Su rostro comenzó a sufrir una ligera transformación, donde los rasgos mostraban los síntomas de un pánico que comenzaba a surgir de una manera aplastante. La cabeza le daba vueltas y sentía un intenso vacío en el estómago.

-Oiga, joven, ¿Se encuentra bien?.-dijo la voz de un anciano de rostro preocupado.
No, Raúl no se encontraba nada bien.

Séptimo Día

El despertador sonó a las cinco de la mañana y le costó varios minutos darse cuenta de ello. Tenía el cuerpo completamente agarrotado, pero se levantó y se dio una buena ducha para despejarse. Después de vestirse y de un pequeño vaso de café, se marchó hacia el trabajo.

Iba conduciendo en malas condiciones. Un sólido dolor de cabeza le impedía centrarse correctamente en el asfalto y una fuerte tormenta, que se había desencadenado paralelamente a su despertar, hacía desapacible cualquier intento de ver las cosas con ojos tranquilizadores.

Cerca ya de su lugar de trabajo, en el transcurso de una recta larga, oscura y solitaria, Raúl pisó el acelerador. Iba pensando en la macabra broma que le estaban gastando y se imaginaba que algo nuevo descubriría al llegar a su trabajo. Un nuevo anónimo, o una nueva rosa negra, o quizá cualquier otra estupidez que le anunciara que le quedaban solamente tres días de vida. Era el colmo de lo absurdo. En cuanto tuviera ocasión iba a agarrar de la pechera al estúpido bromista y le iba a estampar el puño en la cara. ¡Nadie se reía de él!

Y sin embargo…

Tenía la sensación de que algo más había en toda esta historia, algo que se le escapaba.
De todos modos no tuvo que esperar demasiado tiempo para comprobar que algo no encajaba en el sentido y en la lógica.
Fue antes de llegar al trabajo, en aquélla recta larga, oscura y solitaria.
Raúl suspiró consternado al sentirse presa de una situación que no podía entender y miró unos instantes al retrovisor.

¡Pisó el freno de inmediato!

La figura de un hombre vestido de negro lo observaba con ojos muertos desde el asiento de atrás.

El coche chirrió y las ruedas frotaron el asfalto con tanta violencia que comenzaron a salir humo de ellas.

Gracias al cinturón de seguridad, el cuerpo de Raúl quedó prácticamente clavado en el asiento. Agarró con fuerza el volante y volvió a mirar al espejo. El hombre seguía allí y lo miraba en silencio, a través de unos ojos que a Raúl le resultaron malignos.

-No te gires.-dijo el hombre misterioso con voz átona.

Raúl obedeció, estaba muy asustado. Preguntó quién era ese hombre.

-Soy un mensajero.
Raúl lo miró a través del espejo y antes de hablar tragó saliva: -Y vienes a decirme que ME QUEDAN TRES DIAS DE VIDA, ¿Verdad?

El siniestro personaje había desaparecido. En ese preciso instante, Raúl tuvo conciencia de que todo aquello no era producto de una broma y comenzó a tomarse en serie lo que parecía ser una sentencia de muerte.

Octavo Día

Cuando a una persona le van avisando de que le quedan pocos días de vida y se lo toma a broma, cuando se convence de que hay una siniestra realidad tras los avisos, ya es tarde para intentar poner remedio. Tres días no dan para mucho y Raúl lo sabía. Estaba muy asustado y optó por no levantarse de la cama hasta bien entrada la mañana. No había acudido al trabajo, ni siquiera llamó para informar de su ausencia, no estaba dispuesto a hacer nada que pudiera darle la oportunidad a quién fuera de dejarle un nuevo y escalofriante mensaje.

El teléfono sonó pero él no lo cogió.
Alguien llamó a la puerta, pero él no abrió.

Consciente de que lo que le estaba ocurriendo era sumamente extraño, atisbaba en algún rincón profundo de su raciocinio que el asunto contenía algunos ribetes misteriosos y no explicables, por eso no encendió la televisión ni la radio, tampoco quería leer absolutamente nada. No iba a facilitar las cosas a la caprichosa forma de indicarle que solamente le quedaban dos días de vida…
Pero el destino no puede detenerse… o al menos Raúl no supo cómo hacerlo.

Después de comer había decidido acostarse de nuevo. El fuerte dolor de cabeza continuaba atormentándole. Pese a ello, se durmió en cuestión de minutos.

Despertó sobresaltado. ¡¡No podía respirar!!

Abrió los ojos pero notó que tenía algo sobre ellos que no le permitía ver absolutamente nada. Primero pensó que era la sábana pero al apreciar que no estaba solo en la habitación (notaba una profunda respiración) supuso que alguien le había colocado una venda. Se equivocaba.
Intentó abrir los ojos pero no podía hacerlo. El esfuerzo le suponía sentir un dolor insoportable y se asustó al comprender que el extraño visitante que estaba junto a la cama, probablemente observándole con una expresión de entera satisfacción, le había cosido los párpados.

Abrió la boca para proferir un grito solicitando ayuda. La boca no se abrió. Sus labios estaban sellados.

Raúl oyó una pequeña risa y notó el aliento del desconocido sacudiendo su rostro. Notó algo viscoso y húmedo recorriendo su cara y movió la cabeza para espantar “aquella cosa”, pero la lengua del intruso continuó lamiendo el rostro de Raúl.


“TE LO HE ESTADO ADVIRTIENDO Y TE HAS BURLADO DE MI
AHORA SOLO TE QUEDAN DOS DIAS DE VIDA”

Raúl reconoció la voz. La misma que sonara a través del teléfono, la misma voz, lúgubre, profunda y lejana, que escuchara en la calle, cuando casi fue atropellado. Estaba convencido que aquella voz no era humana…

¡La Muerte! ¡Eso era, claro! ¡Allí estaba para llevárselo!

Resultaba inaudito pero era la única explicación a la que podía llegar en aquellas circunstancias y tras analizar todos los acontecimientos. La broma era evidente que ya estaba descartada, la posibilidad de que todo no fuera más que las tretas horrendas y oscuras de un psicópata caían por su propio peso al percibir en algunos momentos, pequeños fragmentos irreales que mantenían con fuerza una posible conexión sobrenatural en tan turbio asunto.

¡La Muerte!

Noveno Día

Raúl ya era consciente de que su final estaba cerca. En las circunstancias en las que se encontraba, no podía hacer otra cosa que esperar. Y eso hizo.

Apenas podía moverse. Con los parpados cosidos y la boca sellada, el miedo lo tenía completamente inmovilizado. El constante y agudo dolor de cabeza y los miembros agarrotados, le impedían cualquier movimiento. Postrado en la cama permaneció a la espera.

Esta vez no era necesario que nadie ni nada le informara de que solo le quedaba…UN DIA DE VIDA.

Ultimo Día

La muerte entró sin abrir la puerta. Lo hizo atravesando la pared y se personó en la habitación donde Raúl yacía, aguardando su momento.

La temperatura bajó de forma considerable y un olor putrefacto se adueñó del lugar. La Muerte observó a su presa con el rostro febril. Una pequeña e inesperada bruma comenzó a aparecer alrededor de la Muerte y rodeó por completo la habitación, pareciendo que todo había desaparecido en su interior. Pero si mirabas bien se podía distinguirse el vestido negro de la Muerte avanzando hacia Raúl.


Supo que estaba allí y no hizo nada por rechazar la fría presencia de la Muerte. Raúl estaba resignado. Las largas horas de inmovilidad le habían ofrecido una tranquilidad que incluso a él le sorprendió, pero cuando las cosas se tuercen de esta manera, es absurdo luchar contra ellas. Raúl se había rendido.
Oyó hablar a la Muerte, con su voz lúgubre, profunda y lejana, pero el sonido estaba tan distorsionado que Raúl no podía entender lo que le estaba diciendo. Comenzó a notar algo caliente y viscoso que manchaba sus oídos hasta que dedujo que era sangre.

Los orificios de la nariz se le taponaron completamente y comenzó a sufrir convulsiones al no poder respirar. El fuerte dolor de cabeza había desaparecido por completo, sustituido por la voz de la Muerte que no dejaba de hablarle. Notó una fuerte presión en su pecho hasta que definitivamente dejó de respirar y su cuerpo quedo tendido sobre la cama, completamente inmóvil.

La bruma comenzó a desaparecer y la Muerte se marchó con ella. La temperatura de la habitación había retomado a la normalidad. Raúl estaba muerto, con una expresión en su rostro de angustia que mostraba sufrimiento en el momento de su muerte. La sangre seguía manando de sus oídos…

En la pared, usando la sangre del propio Raúl, alguien había escrito:

“TE LO ADVERTI”

Primer día
(En el otro extremo de la ciudad)

Verónica se despertó a las cuatro de la madrugada y comenzó a dar vueltas por la cama, pero ya no pudo conciliar el sueño y optó por levantarse. Bebió un vaso de leche y después tomó la decisión de encender el ordenador. Miró sus mensajes y visitó varias webs. Una de aquellas páginas era un blog de Relatos Cortos y tras leer una historia escalofriante se le abrió una ventana a la derecha con un texto escrito en rojo:


“NUEVE DIAS PARA ENTRAR EN LA OSCURIDAD”


Verónica la cerró sin prestarle mayor atención suponiendo que se trataba de un enlace publicitario. Ignoraba que su vida iba a cambiar por completo desde aquél mismo momento, bueno, para ser sinceros…
...lo poco que le quedaba.