Ariadne, La conversión (II)

"Segunda parte del relato sobre la conversión de Ariadne se está usando como guía para la creación del personaje cinematográfico: ARIADNE, del largometraje LA OSCURIDAD DE ARIADNE, producido por DEHON PC. Audiovisuales & PIAMONTE Group TV y que ha encantado tanto a la actriz Soraia Durán como al director Oscar Parra

Rain ha superado la primera entrega.

Os invito a leerlo con el máximo interés, así como a seguir la pre-producción del largometraje en la web de la productora
DEHON PC. Audiovisuales, S.L.




ARIADNE, la conversión (II)

Por José Manuel Durán Martínez “Rain”



En el mismo instante en que la madre de Ariadne murió, la niña, convertida ahora en toda una mujer a sus espléndidos 17 años, le agarraba la mano mientras observaba el sufrimiento de la mujer a través de sus profundos ojos azules, ahora tristes y afligidos.

Ariadne sentía una gran pena por la muerte de su querida madre y pensó que su entierro iba a ser un momento especial, pero resultó tan usual como los demás. Allí, frente a la tumba, Ariadne permaneció varias horas sentada frente a la cruz, mirando el nuevo hogar de su madre. Apenas se dio cuenta que el día había sido engullido, con una lentitud angustiosa, por la irrupción de vagas sombras que lo fueron convirtiendo en un atardecer que poco a poco se sumió en la más completa y densa oscuridad. No le importó. Siguió sentada varias horas más, mientras una tenue brisa empujaba su flácida melena negra. Se sentía tan a gusto, protegida por el silencio y la soledad que reinaba en el lugar que si fuera por ella hubiera permanecido allí para la eternidad.

Se vio obligada a levantarse cuando comenzaron a caer unas pequeñas gotas y Ariadne regresó a su casa, donde le recibió un silencio y una soledad muy distinta. Sintió dolor, impotencia, angustia y temor.

Estaba sola.
Apenas comió un trozo de pan duro y una manzana ya madura y se tumbó en el lecho, intentando que sus preciosos ojos lucharan por impedir que las lágrimas que se aglomeraban al borde de sus pestañas no decidieran saltar al vacío. No luchó lo suficiente. Aquellas lágrimas resbalaron por sus mejillas y fueron seguidas de otras muchas. Era la primera vez en su vida que Ariadne lloraba.

Desde aquél momento, la ausencia de su madre la obligó a mantener una expresión severa en el rostro que no era habitual en el carácter jovial de Ariadne. Cada día, cuando regresaba de labrar en el campo, visitaba la tumba de su madre pero apenas permanecía más de cinco minutos. Ya no le gustaba aquél lugar.

¡Lo detestaba!

Al regresar a casa, siempre esperaba encontrarse con su padre, que habría vuelto de Francia con bastante dinero tras la venta de sus propias creaciones, no en vano era un excelente artesano, pero su padre no regresaba. Tampoco lo hizo en años posteriores.

Cuando Ariadne cumplió los 21 años, al despertar, encontró una rosa junto a la almohada. Asombrada, la cogió entre sus manos y la vio tan fresca, tan viva, que se la llevó a la nariz para saborear la fragancia que desprendían los grandes pétalos. Con el rabillo del ojo, como un fugaz movimiento, percibió una sombra alargada que se escurrió en algún punto de la habitación. Miró rápidamente hacia allí pero no vio a nadie. No tuvo miedo, sus labios dibujaron una bonita sonrisa y pronunciaron un nombre que había escuchado hacía años:

-Drajam.

Tres semanas después, la tranquilidad de la población se vio alertada por las noticias que llegaban de las ciudades. Hacía meses que se hablaba de guerra, de que Francia iba a tomar España, arrasando pueblos y ciudades con la crueldad que acompaña a los soldados sin importar ejército o religión. Sin embargo, ahora las noticias eran más desalentadoras: se contaba que los franceses ya habían comenzado la ocupación. Podrían irrumpir en cualquier momento.

Aquellos días, todos los hombres y niños fueron reclutados como si de improvisados soldados se tratase y conducidos a lugares estratégicos para defender su país. Apenas quedaban varones en el pueblo y las mujeres preparaban su defensa haciendo trampas y preparando palos, cuchillos y todos aquellos objetos que pudieran servir de protección. Ariadne veía los rostros preocupados de sus vecinos, el miedo reflejado en sus ojos y ella miraba hacia el horizonte, con la vana esperanza de que su padre regresara de improviso para llevarla consigo a un lugar sin guerras ni muerte. Los ojos azules de Ariadne estaban tristes.

Pocos días después, los ecos del avance francés pudieron escucharse en las proximidades. Los mensajeros no llegaban con las noticias pero en el horizonte se advertían las columnas de humo que avanzaban por todo el territorio; se oían cañonazos, disparos en la lejanía. Las mujeres en la población cogían a sus pequeños hijos entre sus brazos y lloraban, pidiendo ayuda, pero los hombres estaban en el frente, tratando de impedir el abrumador avance francés.

Todas ellas sabían lo que les esperaba si los soldados irrumpían en el pueblo. Por mucho que se defendieran, por mucho que pusieran resistencia, ellas sabían perfectamente que iban a acabar bajo el cuerpo de los soldados, que abusarían de ellas antes de decidir acabar con sus vidas.
Quemarían las casas, se llevarían lo poco de valor que había en ellas. Todo aquello formaba parte de la guerra.

Ariadne vio a sus vecinas con los pelos enmarañados y las ropas hechas harapos. Con las manos manchadas de barro y tierra se estaban embadurnando el rostro y los brazos. Una de ellas se quedó mirando la figura esbelta de Ariadne, por mucho la mujer más hermosa y sensual de todo el pueblo. Su rostro blanquecino destacaba bajo la amplia, limpia y brillante melena negra. Y en aquél rostro se encontraban esos ojos que la convertían en una mujer especial. Siempre fue una persona atractiva y los años le habían ofrecido a su cuerpo las curvas necesarias para ser hermosa y deseada.

-¡Ariadne!, Deberías hacer lo mismo que nosotras.
-¿Por qué hacéis eso?.-preguntó de manera agradable. No se notaba el miedo en su voz.
-Vienen los soldados.-respondió una mujer.-Y ya sabes lo que hacen con las mujeres.
-Y tú eres hermosa como nadie lo ha sido nunca.-añadió otra.-Ponte trapos sucios, que no marquen tu cuerpo, córtate el pelo, mánchate la cara y procura no mirarlos cuando lleguen porque si ven esos ojos tan bonitos… ¡estás perdida!

Ariadne levantó la cabeza y miró hacia el horizonte, donde un lejano humo negro ofrecía un panorama desolador.

Mientras las mujeres trataban de levantar improvisadas fortificaciones para impedir el avance de los franceses, Ariadne caminó con una lentitud pasmosa hacia las proximidades del cementerio. Se detuvo en el acto.

Sus ojos se clavaron en un animal que merodeaba por los alrededores.
Era un lobo muy grande, de pelaje blanco como la nieve.

Ariadne sintió un estremecimiento que sacudió todo su cuerpo y retrocedió varios pasos. El animal recorría el cementerio, husmeando entre las tumbas, quizá buscando algo que llevarse a la boca. ¿Qué hacía allí? ¿Había huido asustado por el fragor de la batalla?

Aquel lobo no parecía asustado y Ariadne tuvo la extraña corazonada de que la estaba esperando.

Regresó al pueblo. La agitación era intensa entre la gente, que ya estaba prácticamente preparada para impedir el envite francés. Algunos hombres habían regresado con los rostros descompuestos, había heridos pero todos ellos estaban dispuestos a luchar por sus tierras y por sus vidas.

A lo lejos se oyeron disparos, cañonazos, pero Ariadne se sobrecogió al oír entre aquellos ruidos de guerra, el intenso y prolongado aullido de un lobo.

Corrió a encerrarse en su casa, echó el pestillo de madera y colocó varios enseres sobre la puerta. Sabía perfectamente que nada de lo que pudiera hacer impediría el obsesivo y frustrante avance de los soldados franceses.

Más cañonazos.
Más disparos.
Cada vez más cerca.

Ariadne buscó en la cocina un afilado cuchillo y lo sostuvo en la mano mientras retrocedía hasta llegar a su habitación, donde se sentó en la cama, con la mirada clavada en la puerta principal. Así quedó durante horas, y la noche se cernió sobre el pueblo de manera siniestra y silenciosa, como si de la antesala del terror se tratase.

Los cañonazos estaban ya tan próximos que la tierra retumbaba en cada explosión. Ariadne oyó gritos, disparos, gente corriendo.

Los franceses ya estaban allí.
Habían llegado.

Quejidos, alaridos desgarrados, disparos y trozos de acero perforando cuerpos indefensos.
Los sonidos se agolpaban en la cabeza de Ariadne, que se tapó los oídos mientras sus ojos no pudieron impedir que las lágrimas se precipitasen al suelo. Aquella era la segunda vez que Ariadne lloraba.

Golpes en las puertas, gritos de auxilio, voces angustiosas que se mezclaban con llantos de bebe y risas de hombres. Más disparos, nuevos golpes y cuerpos cayendo a tierra.
Ariadne se levantó horrorizada al escuchar los bramidos angustiosos de varias mujeres que suplicaban piedad, pero las palabras soeces de varios hombres, sus burlas y sus jadeos, ahogaban aquellas peticiones de socorro.

Algo golpeó con fuerza la puerta y toda la casa retumbó como si una bomba hubiera estallado en su interior. Un nuevo golpe y la puerta estuvo a punto de ceder.
Los disparos no cesaban en ningún momento, los gritos de las mujeres, sus llantos, los resoplidos horribles de los soldados poseyéndolas, se clavaron en la cabeza de Ariadne, que miraba horrorizada como nuevos golpes iban haciendo ceder la puerta. En cualquier momento ésta se vendría abajo y entonces… ya no habría salvación.

Fuera de la casa sonaban pisadas fuertes, golpes, quejidos, llantos de dolor y desesperación. La rabia, la angustia y la impotencia se mezclaban con el alarde ostentoso de un júbilo desafiante que procedía de la confianza de los soldados franceses, ansiosos por arrasar un nuevo pueblo español.

Por fin, después de tantos intentos, la puerta de la casa de Ariadne cedió totalmente y saltó por los aires. La garganta de Ariadne profirió un grito aflictivo al descubrir los rostros duros e impetuosos de tres soldados franceses.
-¡Otra zorra!.-gritó uno de ellos.

Los tres hombres, enfundados en trajes militares sucios y manchados de tierra y sangre, irrumpieron en la casa de Ariadne. Con armas en las manos, se acercaron a la joven con sus caras frenéticas y cargadas de una violencia extrema. Dos de ellos soltaron sus armas y la cogieron por los brazos. Ariadne intentó defenderse usando el cuchillo pero no logro herir a ninguno de ellos. El tercer hombre, mientras en el exterior continuaban los gritos y los jadeos, los disparos y el caer continuo de cuerpos en tierra, sonrió y se bajó los pantalones.

-¡Qué hermosa eres, puta! Vamos a darte auténtico placer.
-¡Vamos!.-dijo uno de los soldados que la tenia agarrada.-Después me toca a mí.

Ariadne intentó zafarse, se agitó tal cual posesa pero las manos férreas de los soldados la mantuvieron sujeta.

-¡Tumbadla en la cama!

Los dos soldados obedecieron y le abrieron las piernas, Ariadne procuró defenderse, usó las uñas, los dientes, pero todo en vano. En una ocasión mordió la mano de uno de ellos y éste le propinó un bofetón en toda la cara que la hizo sangrar por la nariz.

Un cuarto soldado entró en la casa y contempló la escena, centrando su atención en Ariadne. Quedó impresionado por el vivo color de sus ojos.

-Cuando terminéis de disfrutar no la matéis, creo que podemos seguir utilizándola.
-Claro que si, Pierre, pero le vamos a dar tantos meneos entre los tres que se le van a quitar todas las ganas de vivir.

Los cuatro soldados rieron. Pierre abandonó la casa y los tres hombres volvieron a centrar su atención en Ariadne.

Con un gesto brusco le desgarraron la ropa y su cuerpo desnudo quedó al descubierto. Los ojos de los tres soldados lo recorrieron con lascivia y deseo. Las manos de uno de ellos agarraron los turgentes pechos de Ariadne, momento en que la joven aprovechó para levantar la mano y arañar violentamente el rostro del soldado, que bramó de dolor y se llevó las manos a la cara. Los arañados eran profundos y estaba sangrando.

-¡Puta zorra!.-y arremetió contra ella con duros golpes. Los quejidos de Ariadne se vieron ahogados por las risas y burlas de los soldados.
-¡Venga, joder, hazlo de una maldita vez!

Con los pantalones bajo las rodillas, el soldado se tumbó sobre el cuerpo de Ariadne y comenzó a mordisquear su cuello para acabar lamiéndole los pechos.

Sonaron dos disparos y los dos soldados que sujetaban a Ariadne cayeron al suelo estrepitosamente, con sendas heridas en la cabeza. El tercer soldado se giró pero no le dio tiempo de mirar quien había sido el autor de aquellos disparos. El desconocido dio varios pasos al frente y levantó su arma para embestir con fuerza contra el soldado. La afilada hoja de metal que iba atada al arma de fuego atravesó la garganta del soldado y éste quedó clavado unos instantes en una posición burlesca. El desconocido retiró violentamente el arma y el cuerpo del soldado, de cuya boca brotaba sangre, cayó al suelo.

Ariadne levantó la mirada para contemplar a la persona que le había salvado. Vio a un hombre vestido de uniforme. ¡Era un soldado francés!

Horrorizada, se incorporó en la cama y, sollozando, intentó retirarse, protegiéndose con las manos y las piernas. Entonces oyó su nombre.

-Ariadne.

La joven miró hacia el soldado y reconoció al hombre que se ocultaba tras aquél rostro cubierto de barro y sangre.

-Padre.-susurró con voz temblorosa.

El soldado dejó caer el arma al suelo y corrió hacia Ariadne, a quien intentó coger entre sus brazos, pero ella lo rechazó, comenzó a dar manotazos y convirtió su cuerpo en un ovillo.
-¡Hija mía!, soy yo, Tu padre.
-¡Eres como ellos!.-chilló Ariadne levantando la mirada y clavándola en el rostro apesadumbrado de su padre, convertido ahora en un soldado francés.
-No, lo siento, no he podido evitarlo. Así son las cosas. Me veo obligado a servir a mi país.
-¿Y esto es necesario?.-dijo Ariadne agitando los brazos y señalando a los hombres muertos que habían intentado abusar de ella.-¿Sabes lo que están haciendo sufrir a las personas?
-Lo siento.-dijo el padre de Ariadne bajando la cabeza afligido.

A fuera sonaban con gran potencia los cañones que hacían retumbar la tierra; disparos que recorrían la distancia para impactar en los cuerpos de aquellos que huían campo a través. Los ojos de Ariadne se llenaron de odio.

-Me das asco, padre, ¡Te odio!

En ese momento se presentaron bajo el umbral de la puerta dos soldados franceses que contemplaron la escena. Al ver los cuerpos en el suelo fruncieron el ceño.
-¿Qué ha ocurrido aquí?

El padre de Ariadne no acertó a responder y su rostro comenzó a mostrar una expresión que delataba su participación en la muerte de los soldados.

-Maldito traidor.-murmuró uno de los hombres.

Sin que pudiera reaccionar, el padre de Ariadne recibió un disparo en el estómago y seguidamente otro en el pecho.

-¡Noooooooooooo!

Ariadne se levantó violentamente y desnuda corrió a recoger a su padre del suelo, que la observó a través de unos ojos completamente muertos.

Ariadne contempló con odio a los dos soldados que la miraban sonrientes y se abalanzó sobre el arma que su padre había arrojado al suelo. Uno de ellos disparó y la bala perforó el brazo de Ariadne, que gritó presa del dolor.

-Quédate quieta si no quieres que te meta un tiro entre ceja y ceja.

Ariadne no hizo caso. Con la herida en el brazo que le dolía horrores y de la que manaba sangre a borbotones, intentó coger de nuevo el arma.

Sonó un disparo en la casa y el trozo de acero salió vertiginosamente por el cañón para impactar en el cuello de Ariadne que quedó tendida en el suelo, con la garganta parcialmente destrozada. Aún le quedaba un hilo de vida para ver como el soldado que había disparado cargaba de nuevo el arma y daba unos pasos hacia ella. Vio sus botas negras, húmedas y malolientes. Después notó el cañón aún caliente sobre su frente y oyó la voz del soldado.

-Perra española.

Ariadne cerró los ojos en el mismo instante en que el soldado comenzaba a apretar el gatillo.
Una sombra alargada surgió repentinamente bajo el umbral de la puerta y se colocó detrás del soldado.

Antes de que el disparo se produjera, dos manos frías y huesudas agarraron la cabeza del hombre y la hicieron girar violentamente.

El soldado cayó a tierra con el cuello partido.

12 comentarios:

Rain dijo...

Cuando terminé este relato estaba algo preocupado por la reacción que pudiera tener el director y sobre todo la actriz pero los dos se han emocionado con el texto y lo han disfrutado de principio a fin, lo que me ha alegrado enormemente.

Ya está terminada la tercera parte, también entregada y en unas semanas podrás encontrarla en esta página. Sorprenderá, sin duda porque por fin llegamos al momento crítico de la conversión, el cambio brutal que experimenta Ariadne y, como todo cambio radical... traerá consecuencias tan terribles como insospechadas.

Por el momento, deseo que hayas disfrutado con esta segunda parte y espero tus comentarios y opiniones.

Gracias por el interés y un fuerte abrazo.

Max dijo...

Es muy emocionante, ya sabes cuánto me ha gustado, mejor dicho me gusta.

Anónimo dijo...

Desde luego el capítulo no deja descanso... bueno me encantará leer la "conversión".
Besos

Javier dijo...

Muy buen relato, me ha gustado mucho.

Espero con ansias la tercera parte

Arwen dijo...

Hola Rain, he leido el relato por medio de Max y me ha encantado...de verdad felicidades....tan bien escrito que lo he vivido con mucha intensidad, besitosss y te sigo con tu permiso...

Carmen dijo...

Pues a mí también me ha encantado el relato, Rain, y quedo a la espera de la conversión. Enhorabuena por el blog y el trabajo. Besiños. ;)

Anónimo dijo...

yo acabo de llegar y estoy pasmada, pues me ha gustado mucho!!! así ke me kedaré.
un beso, aunque das miedo, no sé yo si dártelo :)

diana (viuda negra) dijo...

E qdado simplemente elada el relato me atrapo desde su inicio es esqisitamnte magnifico felisidades es un exelente trabajo grasias por compartir tan snsacional material cn nosotros

elros dijo...

HOLA RAIN NO OLVIDES PASAR POR MI BLOG TIENES UN PREMIO UN ABRAZO PASA BUEN FINDE

Daniel dijo...

Me ha gustado mucho.

Por cierto, Te doy mi Premio Rarezas =)

http://durilan.blogspot.com/2009/07/premio-rarezas-de-la-mano-max-de-desde.html

Daniel dijo...

Un Premio Amistad te espera en mi Blog =)

http://durilan.blogspot.com/2009/07/premio-la-amistad.html

Anónimo dijo...

Impresionante, lo describes muy bien y te hace sentir que lo estas viviendo :)