UN HUESO DURO DE ROER

Siempre he sido un chico duro, digamos que la expresión acertada sería “un hueso duro de roer”. No solo mi aspecto resultó siempre provocador sino también mi personalidad.

Me gustaba vestir con ropas negras, a ser posible pantalones de cuero y alguna camiseta de manga corta ceñida, que dejara ver mis delgados brazos, adornados con algunas pulseras, brazaletes y algún que otro ostentoso reloj. Aunque hacía tiempo que no me los ponía, estaba acostumbrado a llevar pendientes y siempre, absolutamente siempre, usaba gafas de sol, daba igual el tiempo que hiciera y la hora que fuera, me había acostumbrado a refugiarme tras los cristales oscuros que me legaban cierta intimidad y me resultaba difícil caminar por las calles de la ciudad sin ellas.

Mi aspecto era, como he dicho, la de un chico duro y mi rostro, marcado siempre por una expresión austera cuya mayor relevancia era la ausencia total de sonrisa alguna, resultaba imperturbable. Antes llevaba el pelo largo, lo que me otorgaba un aspecto más heavy pero hace algunos meses decidí cortármelo. A pesar de ello, mi imagen seguía siendo la de ese chico duro y solitario, extraño y reservado, que tras la intensa mirada de unos ojos marrones, completamente normales, parecía tener la cabeza siempre trabajando, pero supongo que nadie se ha interesado por saber cuáles fueron mis tormentos y temores. Sin embargo, sí puedo decir, sin rubor alguno, que era un chico duro, un hueso duro de roer.
Hasta anoche, que sucedió algo que jamás tuvo que ocurrir...

Camino por las solitarias callejuelas de mi ciudad. Deambulo de un lado a otro. Había estado hasta las dos de la madrugada disfrutando de la compañía de dos féminas portentosas. Las había conocido en un local y ahora me acompañan de regreso a mi hogar, donde pienso montármelo con las dos. Es más que evidente que ellas están dispuestas; si bien nunca he tenido éxito alguno con las mujeres (no es que sea un chico feo como el diablo pero supongo que mi personalidad no las atrae, sino todo lo contrario), anoche pensé que me había tocado la lotería, sin embargo, estaba completamente equivocado. Muy equivocado.

Una de ellas era una despampanante rubia, cuyo cuerpo cuando la vi no pudo hacer otra cosa que quitarme el hipo. Practicamente tenía todo lo que me gustaba. Una melena lisa que le caía más allá de los hombros, unos ojos grandes y azules, una boquita pequeña de labios muy finos pintados de rojo. Llevaba un vestido corto de color negro, cuya falda apenas le cubría la mitad de los muslos, envueltos en unas medias negras cuyo tacto estoy convencido que me harían palidecer. Tenía los pechos grandes y mi exulta imaginación se disparaba.

La otra chica era morena, de pelo rizado. Lo llevaba suelto. Tenía un rostro muy bonito aunque tenía cara de loba, de esas mujeres que dan miedo cuando se acercan. Le quedaban francamente bien los pantalones vaqueros ceñidos, que le marcaban un apretado culito y unas piernas largas y esbeltas. Podía verle la cintura ya que llevaba el ombligo al descubierto y advertí un piercing curioso colgando de él y un tatuaje que se introducía en el pantalón. Ya tendría tiempo de echar un vistazo con más calma. Me gustaban sus botas de tacón de aguja, pero también sus manos de uñas largas y pintadas de azul.

Caminamos entre risas, yo colgado del cuello de las rubia mientras la morenaza pasaba su brazo por mi cintura e introducia la mano en el bolsillo trasero de mi pantalón.

Ninguno está borracho y eso es buena señal. Los tres queremos lo mismo y es evidente que yo no puedo perder esta oportunidad o me arrepentiré el resto de mi vida.
Entre risas, algunos besos y caricias tontas (ellas sabían perfectamente cómo ponerme al tono adecuado y llevaba así practicamente desde que las vi en el local) las voy conduciendo poco a poco hasta las proximidades de mi apartamento, situado en un amplio bloque de pisos, cerca del parque. Vivo en la planta decimocuarta y hacía allí vamos.

Cogemos el ascensor y pulso el botón correspondiente cuando la chica rubia tira de mi brazo y busca mi boca. Me muerde los labios y juega con mi lengua mientras la morena mordisquea mi cuello y se arrodilla en el suelo. Levanta sus manos y aprieta el bulto que se destaca bajo el pantalón. Estoy a punto de pulsar el botón rojo de “Stop” pero simplemente no llego. Cierro los ojos cuando noto una de las manos de la chica morena buscar dentro del pantalón. No tarda en encontrar lo que busca. La oigo reir mientras siento sus afiladas uñas acariciando mi pene. Logra que me excite como un animal y aprieto el culo de la rubia, beso su cuello y busco sus tetas.

Llegamos a la planta de mi apartamento y las puertas se abren de inmediato. Maldigo entre dientes e intento apartarme pero ellas no me sueltan, la rubia sigue besándome, buscando mi boca, lamiendo mi cuello. Me desgarra la camiseta y comienza a chuparme el pecho mientras su amiga, aún agachada, ha logrado desaprocharme primero el cinturón y luego el botón del pantalón, que se me cae junto a las rodillas. Oigo sus risas y tiran de mí sin percatarme que me están alejando de la puerta de mi apartamento. No sé a dónde me llevan pero ¿Qué puedo hacer sino dejarme hacer?.

Regresamos al ascensor. ¡Bien! Las puertas se cierran de nuevo y creo que es buen lugar para disfrutar de estas bellas mujeres. Después, si mi cuerpo aguanta (cosa que dudo) siempre podemos ir al apartamento.

La chica rubia pulsa un botón pero no sé cuál de ellos es, simplemente advierto que estamos subiendo. La morena, arrodillada, me baja los calzoncillos y agarra mi miembro erecto entre sus manos. Acerca su cabeza y se lo lleva a la boca. Cierro los ojos para disfrutar del infinito placer al mismo tiempo que la rubia muerde mi cuello y me lo chupa con énfaxis. La aparto unos momentos, no quiero excitarme demasiado porque, de hacerlo, puedo sufrir la transformación que debo evitar a toda costa. Pensando en ello, con la seguridad de que, a pesar del morbo que da el escenario en el que nos encontramos, no es el mejor lugar, me aparto unos instantes de la chica morena, que la dejo con la boca abierta y una sonrisa lasciva entre sus labios. Me subo la ropa y comprendo que he estado a punto de sufrir el cambio. Un par de minutos más y me habrían salido los colmillos, mis ojos se inyetarían en sangre y brillarían de manera incandescente. Mis manos, convertidas en garras, habrían despedazado a estas dos maravillosas mujeres, les habria chupado la sangre y, porque me conozco, habria guardado sus corazones en el congelador para deleitarme con ellos más adelante. Es lo que tiene ser un vampiro, ventajas e inconvenientes, sin duda. Que me lo voy a montar con estas dos diosas es evidente, pero no aquí, no en el ascensor porque si no aguanto la transformación... sería como delatar mi existencia a unos vecinos que apenas me conocen. Iremos a mi apartamento, donde la tranquilidad de mi hogar podría hacerme consumar bajo el cuerpo de estas amazonas y si no aguanto el ansia... pues entonces... ya me ocuparé de ellas...

El ascensor se detiene y las dos chicas me miran. Son hermosos los ojos de la rubia, en cambio, los de la morena me parecen extraños pero también tienen su atractivo. ¡Vaya! Al abrirse las puertas del ascensor descubro estupefacto que estamos en la azotea. El cielo estrellado se dibuja sobre nuestras cabezas, vagamente desvirtuado por las luces de la ciudad. Las dos chicas salen entre risas y yo las miro algo sorprendido. Observo convencido de que tampoco éste es mal lugar. Con el aire y los ruidos del tráfico es posible que no llegue a transformarme y pueda comportarme como un hombre normal. Si, por ejemplo, la transformación fuera inevitable... dudo que alguien pudiera escuchar los gritos de estas dos chicas. Y van a gritar, por supuesto, pero espero que sólo sea de placer.

La rubia sonríe y se enciende un cigarrillo. Me pide que me quite la ropa y lo hago inmediatamente, quedando desnudo frente a ambas mujeres, que bajan sus miradas para centrar su atención en mi órgano, que ya va para arriba.

La morena se acerca dando lentos pasos y percibo en su rostro una severidad extrema. La frialdad que hay en sus ojos me sobrecoge. Desvio la mirada y percibo que la rubia ha sacado de su bolso una pequeña ballesta. En lugar de una flecha tiene cargada una reducida estaca de madera. Apunta y dispara, con una frialdad que me asusta.

Noto el agudo y profundo dolor que se produce en mi pecho cuando el pequeño trozo de madera atraviesa mi corazón y pierdo toda movilidad. Caigo al suelo entre estertores.

No puedo moverme. Tengo los ojos abiertos y ni siquiera soy capaz de cerrarlos. Miro el cielo oscuro y tenebroso, veo las figuras de aquellas dos mujeres cuyos rostros sonrientes se han vuelto rigidos y secos y sé exactamente lo que van a hacer conmigo.

Y aquí estoy ahora, como un perfecto imbécil. ¿Un hueso duro de roer? Más bien un idiota, un iluso, un pobre desgraciado al que han jodido bien jodido.

Atado al suelo con fuertes cadenas.

Por mucho que intente soltarme no podré hacerlo porque la pequeña estaca sigue clavada en mi pecho y perfora mi corazón como si el aguijón de un escorpión estuviera atravesando mis, en estos momentos, irritados globos oculares.

Sí. Puedes reirte si quieres pero esto no tiene ni puñetera gracia. Esas dos condenadas me la han jugado bien jugado. ¿Cómo he podido ser tan confiado? Tetas y culos han sido mi perdición... ¿Y ahora qué puedo hacer si no esperar mi instante final?

Tirado en el suelo de la azotea, oigo los claxon de los coches que recorren las calles de la ciudad ajenos a mi situación. Estoy boca arriba y mis ojos inmóviles miran hacia el cielo. Las estrellas han desaparecido porque el amanecer está cerca. ¡Dios!

No puedo hacer nada, no puedo alertar a nadie. Estoy a merced de las horas. Cuando el sol comience a asomar por el horizonte, cuando la negrura de la noche se disperse ante los cálidos brotes del nuevo día... los rayos del sol abrasarán mi cuerpo. La piel se me caerá hecha trizas, mi rostro se desfigurará a una velocidad pasmosa y el dolor (dicen) será insoportable. Los vampiros nada podemos hacer en situaciones como ésta y cuando los otros se enteren de mi horrible final, se burlarán de mí y comentarán lo tonto que he sido al dejarme embaucar por dos cazadoras disfrazadas de mujeres fáciles. Pero, ¡Qué coño!, había que ver las tetas de la rubia, el culo de la morena, los cuerpos exuberantes de ambas féminas. ¡Ay, Dios Mio! Ya me estoy poniendo caliente y eso que el sol aún no ha salido, pero lo hará dentro de pocos minutos, que es, por cierto, lo que me queda de vida.

Algo se mueve cerca de mí. Lo percibo con el rabillo del ojo, pero no puedo desviar la cabeza para comprobar de qué se trata. Ese algo es negro como la noche y se mueve lentamente, con curiosidad. No es muy grande. Salta sobre mi pecho y me observa.

Es un horrendo gato negro que me mira a través de sus pupilas dilatadas. Parece encontrar divertida la situación pero a mí no me apetece reírme. Comienza a lamerme la cara con su lengua áspera y asquerosa. ¡Hay que joderse!

El día ya comienza. El sol asoma su nariz en la lejanía. Las sombras se retiran ante la llegada imparable de la claridad. Ya noto que mi cuerpo comienza a sufrir los primeros dolores. Voy a consumirme en cuestión de segundos. Voy a reducirme a cenizas en apenas unos instantes. Pero no voy a gritar. ¡No quiero gritar! Soy un chico fuerte, un hueso duro de roer. Mantendré el tipo.
El sol sale y sus rayos llegan a mi piel.

Mis horribles gritos (duele demasiado como para seguir siendo el chico duro) asustan al gato que salta sobre mi pecho y me da varios zarpazos antes de huir por el tejado. Mi garganta se ha roto y mis cobardes alaridos están a punto de detener el trafico que fluye en las calles. Comienzo a convertirme en cenizas.

Ya... no soy nada.

6 comentarios:

estoy_viva dijo...

Que brillante mente tienes para escribir estos relatos que enganchan desde el principio hasta el final, eres un fenomeno a la hora de escribir, enhorabuena porque he disfrutado mucho con el relato que me ha dejado fascinada.
Feliz fin de semana Rain
Con cariño
mari

Samantha dijo...

Me ha encantado! Como todas las que esribes, me enganchas hasta el final.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Ummm... hasta los vampiros caen en esas trampas... no le dijo mamá que no se fiase de las chicas malas jajaja... estupendo el relato!

Besos

Clara Peñalver "Sangre" dijo...

Me parece que tú y yo nos vamos a llevar muy bien Rain. Adoro el vampirismo, y me encanta el hecho de que nuestros caminos se hayan encontrado.

Anónimo dijo...

Echaba de menos pasear por aquí y leer tus textos, veo que siguen tan interesantes como siempre.

Un saludo!!

Robe dijo...

Hacía ya un tiempo que no me pasaba por aquí pero veo que todo sigue en la línea. Consigues, como siempre, atraparnos hasta la última línea y hacernos muy cercanos al protagonista con esa narración en primera persona a la que tanto recurres.

Abrazos, Rain