ELLA NO

Vaya decepción, de todos los posibles asesinos le tuvo que tocar a la rubia. ¡Maldita sea!

Te invitan a pasar el fin de semana a un campamento y cuando llegas a él, ves las viejas casetas junto a un bosque tenebroso y un embarcadero solitario donde un pequeño lago, oscuro y siniestro, se muestra silencioso e inquietante a medida que cae la noche. Si a esto le añades un grupo de adolescentes, lo tienes todo hecho: Un asesino acabará con todos y cada uno de nosotros de la forma más abominable. 

Entre risas lo comentas pero cuando estamos todos dormidos, cada ruido procedente del bosque, probablemente creado por algún animal, nos  hace estremecer. Y luego están los gritos de las chicas y después el primer cuerpo ensangrentado colgado de un árbol, con los ojos arrancados y abierto en canal. Vomitas, porque nadie tiene estómago para soportar semejante horror y te encierras con los demás en la caseta más grande, esa misma donde la noche anterior has bebido alcohol, has fumado porros y has paseado coca por tu nariz. Pero ya no es tiempo de bromas ni diversión. Uno de nosotros ha muerto y eso no está bien. 

Al principio todos pensamos que algún loco enmascarado, tipo Jason, está haciendo de las suyas y yo, como soy el chico guapo del grupo, el más musculoso y el más inteligente, supongo que seré el último en caer, es más, en las películas son personas como yo las que  se libran de todo esto, salvan a la chica y se zumban  al malo. Y aquí  la chica, la más buenorra del equipo, la rubia, es  la que al final acaba con todos nosotros.

No mola estar en esta situación, se pasa muy mal,  porque a pesar de que después de descubrir el primer cuerpo (un empollón de gafas y encima gordito)  piensas que no tenemos que separarnos de ninguna manera,  hay alguno que tiene ganas de mear y vaya por Dios, el excusado siempre está fuera así que uno de nosotros abre la puerta y se adentra en la oscuridad, con sus dos santos cojones. Y ese tío  no regresa, se lo habrán cargado con los pantalones bajados sin haber tenido tiempo de gritar para alertarnos. No lo volveremos a ver, quizá nos encontraremos con su cadáver mutilado y completamente desnudo más adelante, por lo que tocará vomitar otra vez. La rubia sale a buscarlo, ella, que con lo buena que está debía ser la primera víctima, la chica libertina que se lía con uno de nosotros y que cae en las garras del asesino en el desarrollo de una escena picante. Pero aquí no, porque ella es la mala.

Ruidos extraños, golpes en la puerta, viento y tormenta. Todos nerviosos miramos por la ventana y vemos sombras errantes convertidas en monstruos que se mueven de forma diabólica. Son arboles empujados por el viento pero ya no pensamos con claridad y entonces alguien pregunta dónde estaba cada uno de nosotros cuando la gente ha ido cayendo como moscas, porque a estas alturas el grupo de nueve adolescentes ha quedado reducido a cinco y la rubia,  que no ha regresado y que se está poniendo fina, acabando con unos y con otros pero claro, eso no lo sabemos todavía. 

Pues sí. La sospecha crece y desconfiamos de nosotros mismos,  hasta el punto de que hacemos grupos reducidos de dos personas pero como somos cinco (la rubia sigue ahí fuera) pues yo me quedo solo porque por algún motivo que desconozco no se fían de mí. Y es normal porque yo les he invitado a este campamento, soy hijo del dueño y me conozco todo de arriba abajo, por lo que piensan que algo tengo que ocultar, lo cual es cierto. 

En algún momento descubrirán un sótano bajo nosotros y bajarán aterrados a él pese a mis consejos. No deben ver lo que hay ahí abajo pero no me hacen caso, es más, me atan con una cuerda que han encontrado en un armario y me dan un puñetazo en la cara, algo totalmente innecesario. Les digo que soy inocente pero no me escuchan, bajan al sótano y descubren las viejas manchas de sangre, las fotos de miles de rubias colgadas en un altar iluminado por decenas de velas, los grilletes de las paredes y el arcón frigorífico del fondo. Y lo abrirán porque tienen miedo y eso los anima a permanecer allí, para saciar su curiosidad. Todo el mundo espera encontrar un cuerpo con los ojos bien abiertos pero solo hay carne congelada, aunque no precisamente de animal…

Cuando suban yo ya no estaré aquí porque no me han atado bien,  saldré fuera para huir de estos idiotas. Desapareceré durante bastante tiempo, ellos seguirán pensando que yo soy el malo y en algún momento aparecerá la rubia con sus largas piernas arañadas y su chaqueta vaquera entreabierta. Su rostro, bello como el de un ángel, estará desencajado y parecerá tener miedo. La muy cabrona está fingiendo,  les dirá que han intentado matarla y se ganará la confianza del grupo. Como actriz la chica no tiene precio.  Ahora la  mala de la historia está con los pobres desgraciados que asegurarán puertas y ventanas para evitar que yo entré allí y acabe con ellos. ¡Son tontos!

Cuando todos duermen, porque incluso en estos momentos el sueño les vence, la rubia decapitará a uno de ellos y así quedarán menos. Una chica encontrará el cuerpo en la cama del desdichado, a la sazón el novio de turno, y gritará y gritará y gritará. Todos despertarán y yo, picado por la curiosidad, me asomaré por la ventana. Entonces me verán y gritarán todos a la vez, la rubia también,  que tiene que disimular. Relacionarán mi presencia aquí fuera con la muerte ocurrida ahí dentro. Nadie razona, nadie deduce que yo no he podido ser porque las ventanas y las puertas siguen cerradas, lo que significa que uno de ellos es el responsable de todas y cada una de las muertes. Tienen fijación conmigo y uno de los chicos, con un orgasmo de adrenalina sin precedentes, sale al exterior a partirme la cara. Y yo corro, que tonto no soy, y me interno en el bosque. Entonces en el interior ocurren más muertes porque la rubia está que se sale.

Mata a todos con el rostro crispado por la rabia. La sangre resbala por sus mejillas y aún así es hermosa como la más impenetrable oscuridad. La rubia golpea una y otra vez los cuerpos ya muertos y sus piernas tiemblan de excitación. Después coge un hacha, son esas cosas que aparecen de repente en cualquier lado, como por arte de magia, y sale a la noche. 

Deambula junto al bosque buscando a sus presas y después camina al lado del lago. Hace un frío que pela pero ella está excitada y sus pechos suben y bajan  mientras con las manos sujeta el hacha, por cierto, bien afilada.

El tipo duro me encuentra y me parte la cara. Un puñetazo, ¡dos!, ¡tres!, me rompe la nariz, me saca los dientes y golpea más y más. Por el rabillo del ojo, inyectado en sangre, veo que la chica  avanza hacia nosotros. Podía haber avisado al espabilado que me está dejando como un cromo pero me quedo encandilado con la presencia de la rubia.

Se detiene mientras el tonto este no deja de golpearme. Jadea como un animal pero golpea como un boxeador profesional. Veo que la rubia me sonríe y yo le guiño un ojo, o lo intento, porque no sé si no los puedo abrir a causa del dolor o no los puedo cerrar a consecuencia de las heridas, en cualquier caso miro (o no) a la muchacha y cuando levanta el hacha por encima de su cabeza, antes de descargar el golpe mortal, la chaqueta vaquera se abre hacia los lados y sus grandes pechos quedan expuestos al aire. Estiro el brazo para agarrarlos pero estoy demasiado lejos y, la verdad, no sé en qué estoy pensando.

El hacha cae  con fuerza sobre el tipo que está encima de mí y la hoja se le clava en la espalda. Se queda un momento inmóvil y abre los ojos como preguntando qué cojones está pasando. No se lo digo, es más, intento alejarme a rastras cuando veo que el hacha sube de nuevo y cae otra vez con rabia sobre su nuca.

Algo ha sonado, se le han roto todos los huesos y el chico queda en una postura espantosa e imposible junto a mis pies. La rubia respira agitada y yo la observo, de arriba abajo, de abajo arriba. Es preciosa incluso así, manchada de sangre, con cara de loca y ese olor a muerte que la rodea. Me gusta, desde el primer momento que la vi.


Por ella mataría pero al ver que se aproxima y eleva el hacha por encima de sus hombros,  sé que lo único que haré por ella será morir.




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