AL OTRO LADO DE LA PARED


Mi vecina es una escandalosa, especialmente cuando practica sexo con su novio. Y lo hace tan a menudo, y habitualmente de madrugada, que es rara la noche en la que no despierto a causa de sus gritos enloquecedores,  frenéticos y pasionales.

Pero no son solo sus berridos de hiena, a eso podría acostumbrarme. El verdadero problema es el cabecero de la cama, que golpea la pared una y otra vez con cada empujón de su puñetero novio. La verdad es que me los imagino a los dos desnudos en plena faena encima de la cama y la escena no resulta tan desagradable. Ella está bastante bien, tiene un cuerpo bonito  y él, bueno, él…  sus imágenes están vetadas en mi cabeza.

Muchas veces pienso que me gustaría estar al otro lado de la pared, montado a horcajadas sobre Dolores y embistiéndola como un animal embravecido. Tengo que conformarme con tocarme; lamentablemente yo  duro bastante menos que la dichosa parejita porque cuando ya he terminado los tortolitos siguen empeñados en continuar, con sus jadeos, gritos, exclamaciones  y el puñetero cabecero erre que erre contra la pared.

Los fines de semana me da exactamente igual que le den al mambo una y otra vez, incluso cuando trabajo de tarde. Por mí pueden follar todo lo que sus cuerpos aguanten y por lo que llevo comprobado aguantan mucho. Los dos cabrones son tan insaciables como incansables. Sin embargo lo llevo bastante mal  cuando tengo relevo  de mañana, como esta semana, no puedo soportar sus estridentes jadeos, los golpes en la pared, los rugidos  de gata en celo que  Dolores escupe a través de su boca hambrienta de sexo. ¡Tengo que levantarme a las cuatro de la mañana, por Dios! Tal vez mucha gente no lo entienda;  para mí supone  una tortura.

Jamás les he dicho nada. No me he quejado.  Si soy del todo sincero, me da bastante vergüenza llamar a la puerta y pedirle a mi vecina que deje de berrear como una cerda. Al menos a él rara vez lo escucho, es bastante más moderado. No. Jamás me he referido a este asunto cuando he coincidido con  Dolores  por las escaleras pero hoy estoy francamente sensible y llevan ahí dale que te pego casi tres horas y sus chillidos  me resultan  bastante más horrendos que otras veces , tanto, que estoy  más cachondo de lo habitual.

La verdad es que estoy hasta los cojones. Me he puesto tapones en los oídos pero  todavía oigo a la hija  de puta chillar como si la estuvieran cortando en pedazos. Y la cama. Golpe tras golpe en la pared. Uno tras otro. Parecen puñetazos  o los zarpazos de una bestia inmunda. Horrible. Incluso he subido el volumen de la televisión pero ni los tiros de la vieja película de vaqueros donde unos forajidos   asaltan el ferrocarril cargado de oro logran mitigar el conciertazo sexual que acontece en la casa de al lado. ¡Malditas paredes! Permiten todo sonido y ya estoy cansado. Se lo están pasando jodidamente bien y eso es algo que comienza a darme rabia.

Dos horas para levantarme e ir a trabajar y no dejo de dar vueltas sobre  la cama. Golpeo la almohada, hundo mi cabeza en ella y estos dos cabrones no tienen pinta de dejarlo. Que están disfrutando es algo obvio, lo sé yo y todo el vecindario pero hoy… hoy voy a joderles el sexto o séptimo polvo.

Me pongo unos vaqueros y una camiseta  para estar medianamente presentable cuando alguno de los dos abra la puerta. Me imagino a Dolores completamente desnuda, o quizá envuelta en una bata sugerente e invitándome a sumarme al folleteo nocturno… aunque seguramente me abrirá el pringao de su novio con la espada desenvainada. Da igual. Para tocar los cojones estoy yo ahora.
Salgo de mi piso y dejo la puerta abierta. Ni siquiera he cogido las llaves. No voy a tardar demasiado. Llamó al timbre y los gritos en  la casa de mi vecina se convierten en bramidos infernales. Nunca he escuchado a un cerdo lanzar sus alaridos en el matadero pero imagino que deben sonar muy parecidos.

Pese a mi insistencia, los gritos de Dolores no persisten y se oyen ruidos muy extraños en el piso. Deben de estar sobre una mesa, en la encimera, sobre la lavadora o en el puto suelo.  De cualquier modo la tiene que estar poniendo fina aunque viendo lo que ella está disfrutando miedo me da su novio, que debe acabar el pobre como a mí me gustaría acabar alguna vez. Ya he dicho que me entusiasmaría  estar al otro lado de la pared, es algo que no voy a negar.

Empiezo llamando sutilmente a la puerta. Nada. Siguen follando como conejos. Harto de todo, acabo por propinar patadas tremendas a la puerta. Sé que los cobardes de mis vecinos andan ojeando a través de sus respectivas mirillas pero ninguno de ellos tendrá el valor suficiente para abrir sus puertas y sumarse a mis protestas. ¡Amargados de mierda!

Un momento. Por fin. Dolores ha dejado de gritar. O bien ya han llegado al final (cosa que me extrañaría) o mis golpes han surtido efecto. Por si acaso sigo dando patadas. No pienso detenerme hasta que se abra la puta puerta. 

Oigo ruidos al otro lado. Pasos. Alguien se acerca a la puerta. Dejo de dar golpes. La cerradura suena. Se disponen a abrir. Esbozo una sonrisa en mi cara de pocos amigos y me preparo para recibir a cualquiera de los dos idiotas.

Prefiero que sea Dolores, la verdad. Me gustaría verla toda sudorosa, con sus enormes ojos verdes y su melena rizada de color cobrizo, oliendo a sexo.  Sería casi un sueño. Sin embargo, soy consciente que probablemente abra su novio con el ceño fruncido y me estampe un puñetazo en la cara, sin mediar palabra alguna.  Denuncia al canto, por supuesto.

Mi sorpresa es mayúscula.

La puerta se abre y no aparece  mi vecina la ninfómana. Tampoco el imbécil de su novio. En su lugar, veo el rostro regordete y asustado de un hombre de edad avanzada que al verme abre del todo la puerta. 

No puede ser. Va vestido como… ¿un sacerdote? Ya lo creo que sí. Incluso lleva una Biblia abierta en una mano y en la otra… un enorme crucifijo.

-Dios le bendiga.
-¿Qué cojones?

Extiende su mano y me entrega el crucifijo. De nuevo se escuchan los gritos de Dolores en su habitación. Han vuelto a empezar… ¿Qué demonios pinta aquí un jodido sacerdote?

-Ayúdeme buen hombre.-me dice con un susurro de voz. El cura tiembla como un niño asustado. La Biblia se mueve tanto entre sus manos que parece que se va a caer en cualquier momento. Tiene el rostro plagado de arrugas, más parece una máscara monstruosa que la cara de un ser humano. Es tan viejo y está tan arrugado que parece  un higo. Se da la vuelta y se dirige a la habitación. ¿Qué tipo de orgía ocurre allí dentro?  A este tipo le gusta el mambo, claro.

La puerta se cierra cuando él entra. Oigo que dice algo pero su voz casi queda recluida a la nada por los alaridos exhaustos  de Dolores. La muy jodida debe estar en el séptimo cielo otra vez aunque más parece que sus gritos proceden de las oscuras profundidades del infierno.

¡Qué cojones, ya que estamos yo también quiero mirar! ¿Participar? ¡¡Ya veremos!!

Cruzo el umbral y no me molesto en cerrar la puerta. Llevo  el crucifijo en las manos. La imagen de Cristo tiene el rostro desfigurado y está manchado de algo oscuro. Llego hasta la puerta de la habitación. Los gritos de Dolores son tremendos, horripilantes. Se me está poniendo la piel de gallina.  Escucho claramente  el cabecero golpeando la pared con impetuosidad. ¡Madre mía, estos dos se merecen un monumento!

Abro la puerta y la escena que se presenta ante mis ojos me deja completamente petrificado.

-¡La madre que lo parió!

Mi vecina Dolores está en la cama. Se encuentra completamente desnuda, con las piernas abiertas de par en par. Todo su sexo se muestra ante mí, abierto, como la boca de un lobo. Sin embargo, no es esto lo que me esperaba… o al menos no así.

Tiene los tobillos atados a los pies de la cama y los brazos sobre su cabeza, sujetos  al cabecero por fuertes cuerdas. Su cuerpo está magullado, con laceraciones en las rodillas y marcas de quemaduras en muslos, vientre, pecho y brazos. El puto sacerdote la ha torturado. ¡Maldito cabrón!

-No le mires a los ojos.

Tarde llegan las palabras del cura, demasiado tarde. ¿Cómo no voy a mirarla a los ojos si parece que tiene dentro de ellos dos bombillas encendidas? Toda la belleza del rostro de mi vecina es cosa del pasado. Ahora parece la cagarruta de un perro. Tiene la piel ennegrecida, sus pupilas están incandescentes, parecen brasas ardientes. Sus labios han engordado lo suficiente como para parecer demoníacos y multitud de arrugas se agitan bajo la piel de su rostro, como gusanos en la tierra.  Una visión espantosa, execrable.

Berrea como una condenada y la cama se eleva varios centímetros del suelo, para golpear con fuerza la pared y caer al suelo de sopetón. Ni sexo ni folleteo ni nada parecido. ¡Esto es mucho más interesante!

-¡Enséñale el crucifijo!.-ordena el sacerdote. Lo tiene que repetir dos o tres veces porque no reacciono hasta que finalmente vuelvo a ser dueño de mis actos. Dolores, o lo que cojones sea eso ahora, trata de elevarse de la cama pero las cuerdas la mantienen sujeta. Vocifera cosas incomprensibles con una voz poderosa que debe salirle de las mismísimas extrañas. La cama se eleva. El cabecero golpea una vez más la pared. Al otro lado se encuentra  mi habitación. 

Lo peor de todo es que esta situación me está poniendo cachondo, mucho más que las imágenes que había creado en mi cabeza donde la viciosa de Dolores follaba a destajo   con su novio, que por cierto, yace en el suelo con el cuello partido, a la derecha de la cama.

Mi vecina, poseída o no, me resulta excitante. Por eso, ante la sorpresa del pánfilo sacerdote, un rechoncho siervo de Dios,  me acerco a él y le clavo el crucifijo en el ojo. Ahora puede decir el muy cabrón que tiene al Señor en su interior.

El orondo  cuerpo del cura cae junto a mis pies  con media lengua fuera y la Biblia queda tendida  en el suelo. No le propino una patada al puñetero libro para estamparlo contra la pared  porque sería un detalle grosero por mi parte.

¡Coño!, la puerta de la calle sigue abierta y probablemente los idiotas de mis otros vecinos seguirán con sus ojos pegados a las mirillas. Es pensar en la puerta y ésta se cierra muy lentamente, como en las películas de terror.

Sonrió pero mis labios recobran pronto su compostura, la ideal para una situación de estas características. Observo el cuerpo magullado de Dolores, que ahora respira mucho más tranquila y es cuando noto que la habitación está completamente helada como lo estaría la mano inerme de la muerte;  huele muy mal, a mierda básicamente.

-Hola, querida vecina.-digo para mis adentros pero mi voz suena en mitad de la habitación, mucho más profunda que de costumbre, de esas que molan y gustan en la radio.-Hace tiempo que quería tener un buen revolcón contigo.

La verdad es que hermosa, lo que se dice hermosa no está en estos momentos. Es asquerosa, repugnante, nadie en su sano juicio se atrevería a meter nada entre sus muslos, y mucho menos en su horrenda boca, pero a estas alturas ya debes comprender que yo, muy bien de la cabeza lo que se dice muy bien, no estoy. No supone ninguna sorpresa para ti, ¿verdad?

Lo que ocurre es que la muy golfa me ha puesto caliente durante meses y ya es hora de pasar un rato con Dolores, que pese a estar tomada por el Mal, continúa teniendo  las tetas grandes y  bonitas y parece dispuesta a dejarse arrastrar a mi propio infierno. Miro de soslayo el cuerpo muerto de su novio, que parece mirarme con los ojos abiertos y cara de estúpido y le mando a freír espárragos.

Dolores me observa con sus ojos candentes  y un  rostro pérfido  y demoníaco. Me sorprende pero no me asusta. Es más, me atrae. 

Jadea con dificultad. Su respiración es lenta y parece que tiene problemas en expulsar el aire. Recorro su cuerpo con mi mirada y noto que a cada segundo que pasa me siento más y más excitado. Dolores saca la lengua, una lengua muy larga y delgada  casi como la de una culebra y se humedece sus  mugrientos labios. Mueve su cuerpo como lo haría la bailarina de un sultán y su danza  se convierte en una lúgubre invitación  para  disfrutar, a tope, de su cuerpo.

Por ese motivo, y a pesar de que voy a ahorrarte la escena de sexo que se va a producir a continuación por resultar bastante desagradable,  hago un sutil y apenas perceptible movimiento con los dedos y las cuerdas que la tienen atada comienzan a moverse bajo mi influencia; queda desatada en cuestión de segundos. 

Dolores se incorpora en la cama y me observa con inquisitiva atención. Consciente o no, parece no comprender absolutamente nada y no quiero discernir, en este momento,  sobre la naturaleza de lo que sea que tiene ahí dentro y que ha tomado posesión tanto de sus actos como de su voluntad.  No es importante para mí porque sencillamente me da igual.

Parpadeo y la luz se apaga, como por arte de magia, aunque en realidad es un toque diabólico del que rara vez hago gala. Me quito la ropa con rapidez y ya con el cuerpo completamente desnudo me subo a la cama y estiro los brazos para agarrar las piernas  sucias y heridas de Dolores. Al tocarla la noto caliente, no tanto como yo, por cierto, y me siento dichoso por encontrarme por fin al otro lado de la pared. Esta vez seré yo quien empuje  con fuerza y pasión, como un animal enloquecido y los golpes del cabecero serán a mi cuenta.

Cuando entro en el cuerpo de  mi vecina, Dolores se estremece y exhala un quejido placentero. Pasa las  manos por mi espalda y me araña con sus uñas podridas provocándome varias  heridas de las que expulso sangre y pus y en ese momento mis ojos se vuelven mucho más incandescentes que los de Dolores, faltaría más.

Al final de todo, mis compañeros y amigos van a tener razón cuando dicen que en el fondo…  algo de diablo sí que tengo.



BAJO LA TORMENTA


Aurora despertó en el interior de la pequeña tienda de campaña. Era increíble que hubiera podido dormir a pesar de la ruidosa tormenta que se desataba en el exterior y el frío intenso que hacía. La oscuridad que la rodeaba incrementaba el sonido de la lluvia torrencial que caía con gran vehemencia sobre la tienda. Afortunadamente, dentro podía sentirse a salvo. 
Tanteó con la mano para tocar el cuerpo de su novio pero por más que estiró el brazo no logró encontrarlo. Intranquila, Aurora se incorporó y buscó con las manos en el duro suelo de la tienda y  halló lo que buscaba junto a sus botas de monte. Encendió la linterna e iluminó el interior de la tienda.
Se sobresaltó al verse sola. Javier no estaba y lo más extraño era que la ropa de su novio yacía hecha un ovillo en una esquina, junto a su  mochila. Hubiera pensado que Javier habría salido al exterior para echar una meada pero… ¿Desnudo?  Aquello no le cuadraba. Nerviosa y preocupada, Aurora lo llamó
-¿Javier, dónde estás?
Su voz sonó débil y angustiada. La única respuesta que Aurora recibió fue el sonido de la lluvia golpeando la tela de la tienda de campaña, como pequeños mordiscos de un ejército de hormigas hambrientas. 
El viento rugió en el exterior y parecía el aullido de un lobo feroz que expresaba su deseo de acercarse con la intención de  devorarla.
Un estruendoso trueno retumbó por encima de su cabeza y tuvo la impresión de  que el cielo podía caerse en cualquier momento.
Aurora temblaba de frío y la linterna bailaba entre sus manos. No quería apagarla, no podía quedarse a oscuras, ya no. Estaba sola y, por alguna razón, pensó que Javier no regresaría. No podía creer que la hubiera dejado sola. Sin duda tenía que existir alguna explicación y no iba a discutir con él si lo veía aparecer en cualquier momento. 
Tiritando de frío, trataba de evitar que el haz de luz iluminara el montón de ropa de su novio. Verla allí le hacía pensar cosas terribles y prefería  ocupar su cabeza en otros pensamientos más reconfortantes. Era increíble que se hubiera marchado sin nada encima, incluso sus botas estaban allí…
Dejó la linterna entre sus muslos y se aventuró a coger la mochila de Javier. Hurgó en su interior hasta encontrar  algo que pudiera servirle para estar un poco más tranquila. Sacó un cuchillo de monte que empuñó con fuerza, como si fuera el arma que iba a utilizar para salvar su vida.
Aurora se sentó en mitad de la pequeña tienda mientras escuchaba el ruido del agua arañando la tela y notaba como la tienda se estremecía cuando las fuertes ráfagas de aire arremetían con fiereza. Temió que en cualquier momento su endeble refugio no soportara el temporal y se viera al descubierto, indefensa bajo la tormenta. Sin embargo, quizá de un modo inexplicable, la tienda por el momento aguantaba.
Entonces escuchó algo extraño que procedía de fuera  y su cuerpo se puso en tensión. Instintivamente apagó la linterna y la oscuridad la rodeó con expresa agresividad. Agarró el cuchillo si cabe con más fuerza y comenzó a escuchar su propia respiración. Se mordió la boca para evitar que el  sonido la delatara pero muy pronto, en el silencio ominoso de la tienda de campaña, su corazón golpeó su pecho una y otra vez de forma agitada y temió que pudiera escucharse desde fuera. Aurora estaba asustada.
En el exterior, los sonidos que la habían puesto en alerta se volvieron a producir. Aurora estuvo a punto de gritar pero se mantuvo en silencio, aguardando. Estaba convencida de que alguien se encontraba ahí fuera, en las cercanías. Había escuchado pasos, alguien caminaba por los alrededores. Podía oírse con absoluta claridad, por encima del propio viento, de los mismos truenos,  las ramas se partían bajo el peso de una persona. El sentido común le indicaba que no podía ser otro que su novio Javier pero la prudencia, y sobre todo el temor, señalaban en una dirección opuesta, mucho más inquietante.
¿Quién podría estar ahí fuera?  Parecía estar dando vueltas alrededor de su refugio. ¿Se trataría de Javier?
Tal vez no tardaría en saberlo porque los pasos se fueron acercando hasta detenerse frente a la tienda. Aurora se aseguró de tener el cuchillo entre sus manos y respiró con dificultad. Estaba dispuesta a utilizarlo. Sí. Si era necesario lo haría. Sin dudarlo.
Oyó una voz que procedía del exterior.
-¿Hay alguien ahí?
Era la voz grave de un hombre.
Aurora quiso mantener el silencio pero se le escapó un pequeño gemido. La persona que estaba fuera comenzó a bajar la cremallera mal cerrada de la tienda e instintivamente  Aurora encendió la linterna para iluminar el rostro barbudo y arrugado de un hombre completamente empapado. Lanzó un grito aterrador, lo que no impidió que el desconocido entrara en la tienda.
Su ropa estaba sucia y embarrada y se sentó a su lado. La tienda era tan pequeña que resultaba inevitable que sus cuerpos se rozaran, por mucho que Aurora retirara sus brazos y piernas.
-¿Quién es usted?
-Menos mal que he visto la tienda, ahí fuera hace un tiempo de mil demonios.-dijo el hombre al tiempo que se frotaba las manos y se sacudía el cuerpo para entrar en calor.-¿Cómo es que estás sola aquí? No deberías acampar por esta zona, es muy peligroso.
Aurora estaba aterrada. Miró al desconocido que la observaba con desmedido interés. Parecía un vagabundo. La ropa que llevaba estaba muy vieja y su cuerpo despedía un olor a rancio que inundó el pequeño espacio de la tienda de campaña.
-Una chica tan joven y guapa como tú en un lugar tan apartado y solitario como este…
El hombre había dicho aquellas palabras moviendo la cabeza de un lado a otro, como si no entendiera del todo la presencia de la chica en aquél lugar.  Aurora le alumbró con la linterna. Era un hombre que podría tener tranquilamente cincuenta años aunque quizá la barba le hacía parecer bastante más viejo de lo que realmente era.  No le gustaba aquél hombre, en sus ojos  observó un destelló maligno.
-Será mejor que se vaya.-dijo Aurora.-Mi novio ha salido un momento y regresará muy pronto.
El hombre la miró y su rostro se volvió serio.
-No voy a marcharme, niña. Ahí fuera no hay nadie y yo me quedo aquí.
-Por favor, márchese.-casi suplicó.
-No puedo hacerlo, Aurora, hay un fuerte temporal y tardará mucho en despejarse.
Aurora observó impotente que  el hombre se tumbaba y apoyaba la cabeza en la mochila de su novio, encogía las piernas y metía sus manos en ellas, como un bebé. Lo vio cerrar los ojos…
…entonces se dio cuenta de algo que le había pasado inadvertido y que la dejó petrificada. Aquél hombre… había pronunciado su nombre. ¿Cómo era eso posible?
Asustada, a pesar del fuerte temporal, decidió marcharse. Prefería huir bajo la tormenta que quedarse junto  al  misterioso desconocido. Intuía que aquél hombre era un serio peligro para ella y que la hubiera llamado por su nombre no la tranquilizaba, sino todo lo contrario…
Aurora salió de la tienda. Un fuerte viento golpeó su rostro y millones de diminutas pero hirientes gotas de lluvia se abalanzaron sobre ella para envolverla  por completo. 
Ya en el exterior miró a su alrededor. Los árboles se agitaban como fantasmas errantes que trataban de alcanzarla y la noche era tan oscura que solamente los relámpagos que precedían a los fuertes truenos le permitieron  ver dónde se encontraba.
Y entonces las vio.
Con cada relámpago, uno tras otro,  comprobaba que estaban ahí.
La linterna se le cayó de las manos y rodó junto a sus pies hasta que chocó con una pequeña piedra y se apagó.
Una oscuridad opresiva la rodeaba de tal modo que no podía ver absolutamente nada. Aún así, sabía perfectamente lo que había visto.
Varias figuras negras se encontraban en las cercanías, sin forma definida pero con cierta apariencia humana. Un nuevo relámpago que iluminó absolutamente todo el cielo y que permaneció en el ambiente durante lo que  pareció una eternidad, le permitió comprobar que estaba rodeada por infinitas sombras difusas, como si se tratara de personas que la observaban bajo la fuerza de la  tormenta, formando un siniestro círculo a su alrededor.
Aurora sintió un miedo atroz cuando un fuerte trueno la extrajo de su ensimismamiento…
…hasta que ocurrió algo horrible.
Oyó la voz de Javier que la llamaba. Procedía del interior de la tienda de campaña…
Aurora giró su cuerpo y vio que por la entrada se asomaba el rostro preocupado de su novio; llevaba  una linterna en la mano.
En ese momento, del cielo surgió un rayo que se aproximó  a vertiginosa  velocidad  y golpeó un árbol cercano. El trueno posterior eclipsó el gritó de dolor del propio árbol al resquebrajarse. El grueso y viejo tronco  se partió en dos y se precipitó al suelo, acompañado de algunas llamas.
Aurora lanzó un alarido desgarrador cuando advirtió que el árbol caía inexorablemente hacia la tienda de campaña. El rostro de pavor de Javier es algo que Aurora nunca jamás podrá olvidar.
La tienda de campaña fue aplastada por el tronco partido  y nada se pudo hacer por Javier, que pereció en el instante del impacto. Un olor a madera quemada cubrió la zona.
Aurora quiso correr hacia la tienda pero alguien la agarró de la cintura. Al girarse asustada vio al hombre de la barba negra que le impedía acercarse.
-No puedes hacer nada, Aurora.
La chica trató de zafarse y lanzó gritos y puñetazos hasta que finalmente se dejó caer en el suelo, desconsolada. Las lágrimas brotaron en sus ojos.  El desconocido se agachó sobre ella.
-Es posible que no entiendas de momento lo que ha ocurrido pero debes recordar siempre estas palabras…
Dejó de llover de inmediato y la tormenta amainó. El cielo cubierto de nubes negras comenzó a descubrir  algunos claros y la luna llena, quizá más hermosa que nunca, se asomó perdiendo su timidez, iluminando con su penumbra el lugar. Las sombras oscuras se acercaron lo suficiente a Aurora para que ésta advirtiera que verdaderamente tenían aspecto humano aunque sus rostros estaban difusos… excepto el de una de ellas y se quedó perpleja al reconocer a su novio Javier, que la observaba en silencio, con una pequeña sonrisa entre  los labios.
-…eres una persona especial, Aurora, todavía no ha llegado tu momento y la vida te reserva sorpresas especiales.-dijo la voz del desconocido junto a su oído mientras sus gruesas manos le acariciaban la cabeza.
-¿Quién eres?.-preguntó Aurora y miró hacia las sombras.-¿Quiénes son?
-Lo importante.-respondió el hombre de la barba negra.-  es que tú  por el momento no eres uno de ellos.

Las siluetas oscuras se alejaron empujadas por el viento  hasta que se perdieron en la lejanía. La última que Aurora vio desaparecer fue  la que pertenecía a su novio Javier, que antes  de extinguirse en la nada la saludó con un leve movimiento de cabeza.
-No te preocupes.-dijo el desconocido.- volverás a encontrarte con él, pero para eso todavía falta mucho tiempo. Tranquila, cuidaremos de Javier.

Cuando Aurora quiso darse cuenta se encontraba sola en mitad del monte, junto a las secuelas de una implacable tormenta que parecía haber convertido la zona en un cruel campo de batalla. Sus ojos se dirigieron irremediablemente hacia la tienda de campaña, sepultada bajo el árbol caído y en cuyo interior se encontraba el cuerpo aplastado de su novio. El olor a madera quemada perduró en el ambiente durante varias horas más.
Mucha gente, tiempo después,  le diría que había tenido una suerte sublime, como si  un angel de la guarda  la hubiera  protegido, salvándole la vida en el último momento. 
. De cualquier modo, y a pesar de que los recuerdos acabarían por borrarse de su cabeza, Aurora siempre tendría la sensación de que su vida podía haberse quedado junto a la de su novio si un hombre misterioso y desconocido  no lo hubiera impedido.
Que siguiera viva era  un milagro o, quizá,  una simple cuestión de suerte.


HELADO DE FRESA


Mi mamá me quiere mucho. Es la persona que me ha cuidado las últimas semanas aunque quiero expresar mi desconcierto porque no sé por qué me tiene encerrada en este húmedo y frío sótano. Una cadena me tiene presa de los tobillos, atada a la pared y apenas puedo moverme más allá de los dos o tres metros.
Mi mamá venía todos los días exactamente  a la misma hora y me contemplaba desde la distancia, con los ojos invadidos por las lágrimas. No se aproximaba, mantenía la distancia como si sintiera recelo de mí. Yo trataba de acercarme, quería refugiarme en sus brazos pero entonces la cadena tiraba de mí y me hacía daño.
Sé que mi madre me hablaba pero no entendía qué quería decirme. Era como si lo hiciera en  otro idioma y yo tampoco podía expresarme, como si tuviera en la garganta una pelota de papel que me raspaba y me dañaba. Solo podía pronunciar pequeños gruñidos, sonidos guturales que para mi madre no significaban nada pero para mí lo eran todo: Tenía un hambre atroz y quería comer, solamente eso, necesitaba  comer.
Y un buen día mi madre dejó de venir. Me he pasado horas enteras mirando hacia las escaleras, con la esperanza de verla aparecer pero los días transcurren con una velocidad pasmosa o quizá con una lentitud parsimoniosa, no lo sé, y ella, mi mami, no viene a visitarme. La echo de menos.
He intentado llamarla a gritos pero la pelota de papel sigue en mi garganta y la sensación de opresiva soledad nubla mi razón de tal modo  que prácticamente me ha dejado petrificada en este odioso lugar. Anhelo encontrarme de nuevo con mi mamá, no me importa que no se acerque, me da igual que permanezca a una distancia prudencial, sin bajar del todo las escaleras, que llore todo lo que quiera, pero que venga a verme porque sentirla cerca me hace comprender que me quiere.
Algo pasó una terrible tarde de tormenta, algo horrible que obligó a mi mamá a encerrarme aquí. Caí enferma en el colegio, al mismo tiempo que muchos de mis compañeros de clase. Los recuerdos me van y me vienen, pero estoy segura que mi profesora gritó muy asustada cuando vio que todos los niños comenzamos a sentir un dolor agudo en el estómago. Primero fue una sensación extraña, como de mareo y un picor horrible en la nariz, seguido de un fuerte pitido en los oídos. Me viene a la cabeza que estábamos en el recreo, en el patio, porque llovía mucho pero antes de llover, el cielo estaba limpio, con un vivo color azul, muy precioso. Cuando estoy triste trato de recordar esa imagen aunque no me gustan los aviones que pasaron y mancharon el cielo con sus rayas blancas. La profesora nos los enseñó. Había nueve o diez y cruzaron varias veces, de un lado a otro. El cielo se volvió sucio, parecía enfermo. Se cubrió de nubes blancas que después fueron negras y ya empezó  a llover mucho, con tormenta incluida.
A los pocos minutos comenzó el picor en la nariz y también en los ojos que antes se me ha olvidado decirlo, y el ruido como de pito en los oídos. Dolor en el estómago y vómitos. Algunos tuvieron diarrea pero yo no.
Mi madre vino a recogerme y llevaba el miedo impreso en el rostro, no por mi situación sino por lo que estaba ocurriendo alrededor. Recuerdo que con la voz temblorosa me dijo algo parecido a “cierra los ojos y no mires”. Le hice caso, pero escuché gritos, coches que se chocaban, peleas entre personas, ruidos raros. Mi madre tiraba de mí y alguien la llamó:
-¡Deténgase o disparo!
O bien no lo escuchó o prefirió no hacerlo porque entonces sentí que tiraba mucho más de mí brazo hasta el punto  que temí que me lo iba a arrancar. “Corre cariño” me dijo…
Y corrí. Pensé que me llevaría hasta el coche y después a casa pero caminamos durante mucho tiempo. Nos parábamos unos instantes, no para recobrar aliento sino para escondernos. Me atreví a abrir los ojos y me asusté. Había hombres armados por todos lados. Vestían de uniforme, como había visto en las películas de guerra y hacían mucho ruido cuando sus botas negras golpeaban el asfalto. Disparaban a todos aquellos que como nosotras trataban de huir y, si podían, se llevaban a los niños como yo. 
Mi mami me protegió. Logró esconderme. Me agarró la mano y no me soltó ni un solo instante. Yo tampoco la quería soltar. Hoy la echo de menos y aún recuerdo, pero ya como algo muy lejano, el cálido tacto de su mano. Corrimos mucho, tanto que comenzó a dolerme cerca del corazón. Solo escuchaba disparos en la calle, gritos, lloros. Y entonces todo se volvió oscuro para mí.
Durante la oscuridad, escuchaba las palabras de aliento de mi madre. Sonaban muy lejos, como si la distancia entre ambas fuese cada vez mayor. Decía que no me muriera pero yo no quería morir. Me pidió que no me ocurriese a mí lo mismo que a los demás niños, que de hacerlo ellos me llevarían muy lejos y nunca más la volvería a ver. Creo que finalmente me ocurrió lo mismo, aquello que mi mamá temía y por eso me dejó aquí encerrada.
Solía sentarse en las escaleras y me miraba con el rostro salpicado  por una aguda tristeza. ¿Y sabes qué? Ella lloraba y me observaba. Decía que no me preocupara, que nunca me encontrarían y yo no sabía cómo indicarle que eso estaba muy bien pero que necesitaba comer pues tenía muchísima hambre.
La primera vez que se acercó, tal vez para acariciarme el pelo o para darme un pequeño beso, recuerdo que la mordí. No quise hacerlo pero me sentí obligada. Era como si dentro de mí algo maligno me guiara. Mis sentidos parecieron nublarse de dolor al sentir a mi mamá tan cerca y la imperiosa necesidad se adueñó de mí… hasta el horripilante punto que le clavé los dientes en el brazo y tiré con fuerza. Mi madre gritó horrorizada y se apartó de inmediato pero yo ya tenía un trozo de carne entre los dientes. Mastiqué y tragué. Y estaba muy rico.
Mi madre nunca más se volvió a acercar. Los últimos días llevaba el brazo vendado y parecía muy enferma. Sus ojos estaban hinchados, protegidos por unas bolsas enormes que nacían bajo ellos y su mirada parecía muy cansada. Aún así, supe que mi mamá me tenía miedo. No la culpo.
Sé que algo extraño sucedió en el colegio. No sé si los aviones que vimos desde el patio echaron algo para envenenarnos o fue simple casualidad  pero de algún modo los hombres uniformados lo sabían pues acudieron muy pronto, cuando mis compañeros y yo comenzamos a notar los cambios.
¿Sabes? Si pudieras verme te  daría asco. Y lo sé porque mis brazos y mis piernas son ahora  muy extraños. Están como podridos, parece que una costra negra, que huele muy mal, va cubriendo mi piel y quizá mi cara muestra la misma suerte. He notado que el pelo se me cae,  parecen trozos de cuerda vieja. Y huelo muy mal. 
Tal vez todo esto se me pase después de comer porque, lamento repetirlo mucho pero es así, tengo muchísima hambre y mi mamá no vendrá a visitarme. Si acudiera  alguien y me dejara probar aunque sea un poquito de su brazo… entonces quizá mi enfermedad se me pasara…
…estoy sola aquí y…
…tengo que intentar salir…

La niña, con la ropa ya roída y el cuerpo cubierto de moscas y gusanos que tratan de devorarla sin que apenas se percate de ello, tira con la poca fuerza que tiene de las cadenas que la mantienen sujeta y los eslabones se rompen con una facilidad inquietante. 
El rostro viejo y deforme de la pequeña parece iluminarse con una sensación de felicidad que trata de aflorar a través de sus ojos muertos. Se dirige hacia las escaleras, hoy ya de peldaños viejos y apolillados. Al subir por ellos ni siquiera escucha los lamentos de las propias escaleras que crujen bajo su peso. Tiene los oídos taponados por las larvas que tratan de salir de su interior.
Arriba del todo se detiene unos instantes. El hambre atroz que siente le impide aceptar los obstáculos y quiere golpear  la puerta con sus pequeños brazos. Apenas tiene fuerza suficiente para levantarlos pero al apoyarse en la madera, la puerta se abre.
Huele muy mal. Ella no se da cuenta de nada. Ha perdido ese sentido y el hedor que emana del interior de la casa es similar al que expulsa su cuerpo putrefacto.
Llega al comedor. Todo está muy desordenado. No sé detiene a mirar nada, sus ojos solamente buscan algo vivo que se mueva entre los enseres, algo de lo que alimentarse. Tiene una necesidad imperiosa de comer. Apenas tiene recuerdos. Han muerto. Muy poco después de que ella muriera tras el cambio.
Su madre yace inerte en el suelo de la cocina. Un disparo en la cabeza. El arma está junto al cadáver. Tal vez ha sido un suicidio pero no hay elementos suficientes como para poder asegurarlo. La niña no la reconoce. Solo es un cuerpo muerto,  distinto a ella,  porque no se mueve. Mejor así, pues no quiere compartir la comida que encuentre absolutamente con nadie.
Mira por la ventana, no puede ver más allá de una calle cubierta de coches abandonados y cadáveres vivientes caminando de un lado hacia otro. Gira sobre sus propios talones. Tiene las uñas de los pies negras y arrastra la cadena rota, atada aún a los tobillos.  Lleva los pies desnudos y al dirigirse  hacia la puerta principal  pisa cristales rotos y las heridas brotan bajo sus plantas. No sangra y no siente dolor.
Le cuesta mucho abrir la puerta pero finalmente lo hace y sale al exterior. Un hedor nauseabundo, un olor a muerte condenada, cubre la atmósfera. Un ominoso silencio se adueña de la ciudad. Tan solo se escucha  el arrastrar de pies muertos que van y vienen sin rumbo fijo.
La niña tiene la sensación de que hay seres vivos ocultos en algún lugar. El olor del miedo llega hasta ella y solamente tiene que ser paciente y saber buscar en el sitio indicado.
Camina sin una dirección determinada. Tal vez alguien asustado la vea como una persona frágil, pequeña y débil y decida terminar con su oscura existencia o quizá alguien apostado en el tejado de un alto edificio la esté apuntando con un rifle. Es posible que ese tirador decida apretar el gatillo y le vuele la cabeza pero ella no puede pensar en esas cosas…
…a su mente atrofiada e inerte solo le llega el sabor dulce del brazo de su mamá y anhela encontrarla. Sabe bien cómo convencerla para que comparta con ella algo tan maravilloso como la carne humana.
Deambula entre las calles. Cree distinguir una silueta en la lejanía. Algo se mueve. 
Se aproxima. Huele bien.
Alguien se ha metido en un edificio de color blanco con enormes ventanales. Ella lo ha visto y se apresura. No quiere perder la oportunidad.
Hay manchas de sangre en el suelo. La persona que se esconde está herida. La niña se agacha y pasea sus dedos pútridos sobre la sangre. Se los lleva a la boca y sonríe. Es un sabor agradable. Su mente se cubre de un recuerdo lejano, cuando su mamá la llevó a una heladería. Probó por primera vez  los helados de fresa y desde entonces se convirtieron en sus favoritos. Aquellas manchas rojas  a ella le saben exactamente igual.
Un hombre de media edad observa a la niña, asustado. Se encuentra sentado, con la espalda pegada a la pared. Está mal herido. Alguien le ha rajado el vientre y tiene parte de sus entrañas en el suelo. Las sujeta con la mano pero no puede con todas, que resbalan entre sus dedos, como serpientes escapando de su nido. Tiene mal aspecto. 
La pequeña mira al hombre. No quiere decir nada pero un gruñido aterrador sale de su garganta. Ve que ese hombre es un soldado. Reconoce sus botas negras y el uniforme. No lleva armas pero a su mente le llegan los sonidos de disparos pasados, el ruido de las botas caminando por las calles, los gritos de sus compañeros, las muertes, el llanto de su mamá…
La niña sonríe y se acerca poco a poco al hombre herido, que trata de huir arrastrándose por el suelo hasta que se detiene por completo. Ha muerto, posiblemente de miedo.
La pequeña mete sus manos en la herida  del hombre para hurgar en su interior y el calor la arropa durante unos pocos segundos. Aún así,  intuye que muertos no están tan ricos. Se da la vuelta y sale a la calle con las manos chorreando sangre. Sigue oliendo a miedo.
 Sabe que hay muchos vivos escondidos en la ciudad, ocultos y aterrorizados que huyen de los muertos vivientes. La niña  se arma de paciencia. 
Tarde o temprano encontrará a uno de ellos, no alberga duda alguna   y entonces será como comerse un frío  helado de fresa.




ACUERDO ENTRE ESPECIES


Estaba tendida en el suelo junto a una pesada puerta de acero, detrás  de la jaula. Despedía un hedor desagradable y James  sintió terribles ganas de vomitar pero  hizo acopio de valor y fingió no sentir nauseas. 

La tonalidad de su piel era grisácea, como la ceniza de un cigarrillo y tenía los brazos y las piernas tan delgados que se sorprendió cuando la criatura se incorporó y pudo  mantenerse en pie. Parecía tan frágil y débil que tal vez bastaba un suave soplido para hacerla caer al suelo. En cambio, su cabeza era de unas dimensiones enormes y en ella destacaban dos grandes ojos almendrados de color negro. Parecía increíble, sino imposible, que un cuello tan diminuto pudiera soportar el peso de semejante cabeza.  

La visión de la criatura resultaba siniestra e inquietante. No hacía ruido alguno pero permanecía inmóvil, con los ojos mirándolo fijamente y los brazos caídos, muy pegados al pequeño  cuerpo. ¿Cuánto podría medir? Poco más de un metro veinte, quizá incluso menos.

No había rastro de vello en su piel, carecía de cejas y de orejas, su nariz era tan diminuta que apenas resultaba  perceptible y su boca… su boca era una simple hendidura, como un pequeño trazo, una raya de apenas unos centímetros.

James colocó las manos sobre los barrotes de la jaula con cierta tensión. Al menor movimiento, si la criatura hacía un solo gesto, las apartaría inmediatamente para evitar el contacto. Aún recordaba cuando por un descuido sus cuerpos se habían rozado. Estaba frío como el hielo y ahora tenía una quemadura en el brazo, fruto del impacto. Miró a su compañero y lo vio tendido en el suelo. No podía entender cómo era posible que teniendo una inteligencia de otro mundo frente a ellos no se quedara como él fascinando, observándola, intentando capturar en sus retinas todos y cada uno de los detalles.

-Scott, ¿Estás dormido?
-No.-respondió su amigo.-Pero no quiero mirar esa cosa. Me da miedo.
-Es terrible, lo sé pero parece que él siente la misma curiosidad por  nosotros.
-¡Los cojones!.-levantó la voz Scott.-Ese monstruo…
-¿Qué crees que comerá?.-preguntó  James  completamente seducido por la presencia del ser.
-¿Estás de broma o se te ha ido la cabeza?
-¿Será vegetariano?
-¿Tú eres idiota?
-No tío, me parece muy interesante conocer todos los detalles. Tal vez coma moscas y cosas de esas, ¿No crees?
-¡Vamos tío!.-vociferó Scott haciendo aspavientos con las manos a la vez que se levantaba y miraba a su alrededor.-¿Acaso no ves dónde estamos? 
-Sí, en una jaula.-musitó James.
-¡Exacto!, es más, yo sería mucho más claro. ¡Estamos DENTRO de una jaula! ¿Y todavía te preguntas qué cojones come esa puta cosa?  Porque yo lo tengo muy claro. ¡Personas, tío, esa cosa come personas!
-Ya, bueno, es una opción.
-¡Tú eres tonto!
-¿Te has fijado cómo nos mira?  Me parece una criatura hermosa.
-Sé te ha ido la cabeza, amigo.-exclamó Scott aturdido.-No tengo ninguna duda de que estás completamente loco.

James apenas había escuchado las palabras de su amigo, estaba  ensimismado contemplando a la criatura, que parecía sentir un desmedido interés hacía él, como si Scott no existiera en aquél momento, como si no estuviera con él encerrado en la jaula desde hacía tres días y eso le hizo sentir especial, diferente y único. Aquellos ojos tan grandes y oscuros lo estaban taladrando y se sintió atraído hacia  la naturaleza desconocida que desprendía el cuerpo de la criatura.

-Tío, estamos en una situación privilegiada.-acabó diciendo James, convencido de sus palabras.-Esto es algo único. Somos prisioneros de una entidad desconocida, probablemente extraterrestre y…

James dejó de hablar de inmediato y se apartó rápidamente de los barrotes. Giró la cabeza un momento para mirar a su amigo. Scott lo notó pálido, completamente asustado y después lo vio mirar de nuevo hacia la criatura. El bicho no se había movido ni lo más mínimo, se mantenía completamente inmóvil, observando todo con extremo detalle pero sin mostrar movimiento alguno, salvo en sus ojos almendrados, cuya oscuridad se agitaba de un lado a otro, como dos grandes agujeros negros. Scott volvió a contemplar a su amigo, que caminaba hacia atrás hasta que su espalda quedó pegada a los barrotes. Parecía que quería poner distancia entre él y la criatura…

…pero no había sitio hacia el que  escapar.

Temblaba demasiado y sudaba en abundancia. James  parecía estar siendo preso de un ataque y Scott, asustado,  no sé atrevió a socorrerlo. Entonces vio que los movimientos espasmódicos de los brazos y piernas de su amigo se detuvieron de inmediato y su cabeza  se inclinó hacia delante. Después, inmovilidad total.

Scott  se pasó la mano por los cabellos y contempló unos instantes a la criatura. Ya se había acostumbrado a su nauseabundo hedor y al contemplar aquellos enormes ojos oscuros sintió un estremecimiento que sacudió todo su cuerpo. En ese momento, escuchó la voz de su compañero.

-Esa cosa…

Scott  miró a James y lo vio completamente desnudo. Su ropa yacía junto a sus piernas, en el suelo, hecha un ovillo. El rostro de James  se había cubierto de arrugas horribles, como si hubiera envejecido prematuramente.  Tenía los brazos completamente rígidos y los dedos de sus manos estaban agarrotados, como si fueran las garras de un monstruo horrible.

-¿Qué te ocurre?.-preguntó Scott con apenas un hilo de voz.

James  se orinó encima como única respuesta. Giró su cabeza y lo miró directamente. Scott  sintió un miedo atroz estrujando sus propias entrañas.

-Esa cosa....-repitió James.-se ha metido dentro de mi cabeza.
-¿Qué estás diciendo?
-¿No escuchas cómo me habla? ¿No oyes lo que me está pidiendo?

James comenzó a avanzar hacia su amigo, ante la paciente visión de la criatura.

-Quiere que te coma.
-¿Qué?
-Me ordena que te devore.
-¿Cómo?
-Me está diciendo que te coma, Scott, y tengo que hacerlo.

James se fue acercando lentamente hacia su amigo, con la mirada perdida, casi con los ojos en blanco mientras su cuerpo temblaba, como si fuera un drogadicto que no soportaba el mono por más tiempo. El tono de su voz le hacía entender que parecía confuso y Scott se asustó. Miró de soslayo a la criatura pero ésta seguía en la misma posición, totalmente quieta, observando la escena con una mezcla de entusiasmo e interés. 

Scott retrocedió hasta que la propia jaula le impidió mayores movimientos y se dispuso a luchar contra su amigo. Se vio sorprendido cuando James saltó hacia él con una agilidad pasmosa y lo lanzó al suelo. Se colocó encima de su pecho.  Scott  pataleó y golpeó la cabeza de su amigo pero James  solamente gruñía y escupía sonidos con su boca sin que semejantes ruidos acabaran en convertirse en palabras concretas.

Scott gritó de dolor cuando la boca de James, abierta hasta dimensiones extraordinarias, se acercó tanto a su garganta que temió que se la arrancara de cuajo en ese mismo instante.

Al otro lado de la puerta de hierro, en una sala contigua, un grupo de personas observaban la escena con bastante indiferencia a través de unos  monitores. Alguien entró por una puerta cercana y todos los presentes se giraron. Apareció un hombre    vestido con una bata blanca, idéntica a la que tenían los hombres que contemplaban la espeluznante secuencia a través de las pequeñas pantallas.

-¡Detened el experimento inmediatamente!
-¿Por qué? ¿Qué es lo que sucede?.-preguntó un hombre con el rostro cubierto por una barba gris mientras se quitaba de los ojos unas pequeñas gafas.
-Lo que nos temíamos ha sucedido, han cumplido su amenaza-dijo el doctor que había llegado. Tras pronunciar esas palabras, varios hombres uniformados aparecieron por la puerta y ante la sorpresa de todos, entraron en la habitación donde se encontraba la jaula.

La puerta de hierro se abrió con un chirrido inquietante. El primer militar que entró se acercó a la criatura gris y le disparó un tiro en la cabeza sin dudarlo un solo instante. El misterioso ser se derrumbó y cayó al suelo. Sus ojos se habían vuelto del revés y ahora eran completamente blancos. Su  delgado cuerpo se agitó unos instantes presa de las convulsiones hasta que  quedó completamente rígido. De su cabeza, a través del agujero creado por la bala, emanaba una sustancia muy espesa de color amarillo  que despedía un desagradable olor.

Los soldados  miraron hacia el interior de la jaula.
El cuerpo de Scott yacía completamente destrozado y mutilado, apenas resultaba reconocible mientras James  permanecía en un extremo, sollozando, completamente manchado de sangre. Tenía la cabeza oculta bajo sus brazos y se balanceaba de un lado a otro mientras balbuceaba. Apenas se le entendía, hasta que sus guturales sonidos lograron convertirse en una pregunta que repetía una y otra vez:
-¿Están aquí, verdad? Han venido a por todos nosotros…

De algún modo él lo sabía. Los militares se retiraron apesadumbrados sabiendo que la situación no pintaba nada bien. Los científicos observaban aterrorizados el final de su experimento y algunos de ellos quedaban consternados al contemplar a la criatura muerta, como si James y Scott  en realidad no importaran nada. 

El doctor que había irrumpido en mitad del experimento observó el amasijo de carne en el que se había convertido Scott  y después echó un vistazo a James, que seguía meciéndose de un lado a otro mientras lloraba desconsoladamente, como si en realidad fuera consciente de lo que había hecho.

-¿Qué ha sucedido?.-preguntó el hombre de la barba negra.-¿Por qué has venido para detener el experimento? Lo estábamos consiguiendo, ¿Sabes? La criatura se estaba comunicando y…
-Ya no importa.
-¿Qué quieres decir?

El doctor miró a su colega  con los ojos cargados por una pesada tristeza  y las lágrimas irrumpieron de improvisto. El temblor en la voz delató su preocupación.

-Han llegado en enormes naves y están arrasando todas las ciudades.
-¿Cómo?
-Nos están aniquilando. Todos los países caen. La destrucción es masiva. Se ha desatado un horror ahí fuera. No hay escapatoria.
-Pero…
-Solo han respetado China.
-¿China? ¿Por qué a ellos? Nosotros teníamos un trato. Accedimos a la petición de los rusos…
-Rusia ya no existe. Fueron los primeros.  De hecho han desaparecido prácticamente todos los países. Las ciudades han quedado derruidas, hay millones de muertos y ahora vienen a por nosotros…
-Tal vez los chinos  rompieron el acuerdo y  devolvieron  sus especimenes…
-Tal vez, no lo sé.-dijo el doctor con el rostro hundido por la desesperación.-ya no es importante. Esto es el final.

Las explosiones se sucedieron en el exterior y el edificio se tambaleó hasta agrietarse. Los gritos de los científicos fueron apagados cuando nuevas explosiones y una cantidad enorme de escombros cayeron sobre sus cuerpos para aplastarlos.

Tiempo después aparecerían varias criaturas grises para comprobar si había supervivientes. Encontrarían el cuerpo ejecutado de uno de su especie y también a un hombre desnudo meciéndose en el interior de una jaula, mientras entonaba una canción cuya envolvente melodía resultaba aborrecible y siniestra.



SIEMPRE UNIDOS


Cuando uno de los bomberos rompió la puerta del piso, Fran entró como una exhalación esquivando humo y llamas. Tanto él como sus compañeros trataron de paliar el fuego que había consumido ya parte de la casa.
Apenas tardaron unos pocos minutos en reducir las llamas a simples brasas que finalmente se apagaron. El inmueble estaba completamente carbonizado, el fuego había devorado, como si de un monstruo hambriento se tratara, todos y cada uno de los enseres; que apenas ahora eran reconocibles. El suelo se había convertido en una peligrosa trampa y las paredes y techo parecían mordidos por mandíbulas gigantes  de un invisible ser que no tuvo tiempo de tragárselo  todo.
Fran se giró y a través de su casco observó a sus compañeros. Sudaba como un energúmeno y estaba extenuado. Ladeó la cabeza de un lado a otro y se quitó el casco. Su rostro, cubierto por infinitas gotas de sudor quedó al descubierto, con su melena rubia completamente alborotada. Los otros dos bomberos hicieron exactamente lo mismo.
Miraron a su alrededor. Ya estaban acostumbrados al intenso olor del fuego y a la visión atroz que suponía ver sus destrozos. Habían participado en cientos de incidentes parecidos y su misión era exterminarlos con la mayor celeridad posible. Y aunque no quisieran reconocerlo, también estaban acostumbrados a ese otro olor que en muchas ocasiones imperaba por encima incluso del hedor del fuego.
Y allí estaba otra vez, quizá con alguna leve variación, pero resultaba fuerte e intenso.
Los tres se miraron y los dos compañeros de Fran le dieron palmaditas en el hombro;  después se marcharon por la puerta, cuyo marco se encontraba prácticamente carbonizado.
Hoy le tocaba. Lo sabía desde el mismo momento en que había salido de la Central. Si sucedía no tendría más remedio que encargarse él. Y no era algo que resultara demasiado agradable.
Respirando el aroma grotesco del humo, percibió que por encima de ese olor se encontraba el otro, el más temible y aberrante. Arrugó la nariz cuando el nauseabundo hedor a carne putrefacta  taponó sus orificios. Eso sólo podía significar víctimas. Olía a muerte pero no a muerte quemada…  y eso le extrañó.
Era habitual que  el fuego abrazara a inocentes y los dejara convertidos en simples cuerpos carbonizados. Ni el hedor ni la visión de los cadáveres era plato de buen gusto.
Fran recorrió lentamente la casa, siguiendo la estela que le guiaba y que no era otra cosa que el olor sucio y podrido de la carne putrefacta hasta que llegó a una habitación cuya puerta estaba cerrada. Agachó sus cejas confundido. El pasillo había sido pasto de las llamas, al igual que otras zonas de la casa pero la puerta de aquél dormitorio estaba completamente intacta y aquello… no era normal. El fuego no solía tener concesiones con nada ni con nadie, al contrario, mostraba una voracidad inquietante y perversa. Tampoco era normal que la muerte en un incendio no oliese a quemado. Algo inhabitual había ocurrido allí y la idea de encontrarse con una escena desagradable nubló parte de sus sentidos.
Con la punta del pié empujó la puerta y ésta se abrió acompañada de un silencio sepulcral. El interior de la habitación estaba completamente a oscuras. Era lógico, la instalación eléctrica se había ido al traste y por lo que había visto en la cocina era muy posible que un fallo hubiera sido el causante del incendio. De cualquier modo, ya se encargaría el inspector de atar cabos y llegar a conclusiones.
Fran sabía que hasta que él no saliera por la puerta principal nadie se dispondría a entrar. Le iban a dar tiempo para encontrar a las víctimas. El mal trago hoy lo iba a pasar él. Cuando sucedía un incendio que se cobraba víctimas o intervenían en un accidente con muertes incluidas… las horribles imágenes de los cadáveres quedaban guardadas en las retinas de los bomberos, que se las llevaban  impresas  a modo de recuerdos, recuerdos que modificaban su  carácter poco a poco. Por eso se repartían los hallazgos desagradables, para evitar perder la cabeza y sobre todo la sangre fría que necesitaban para ejercer su trabajo en óptimas condiciones.
Fran tanteó   sus bolsillos y encontró lo que buscaba. La pesada linterna bailó sobre su mano enguantada y pronto un potente haz de luz desgarró con violencia la espesa oscuridad a la que estaba sumida la habitación.
Estaban sobre la cama. Eran dos cuerpos…
…o lo que quedaban de ellos.
Fran dio unos pasos hacia delante. Ya se había dado cuenta que el fuego no había entrado en el dormitorio, un dormitorio que despedía un hedor nauseabundo, una mezcla a humedad, rancio y putrefacción. Como había intuido, el  olor no correspondía al de carne quemada porque los dos cuerpos eran en realidad dos esqueletos de los que colgaban  hecho jirones, trozos de carne, como harapos malolientes.
Llevaban allí semanas, probablemente meses. Se habían consumido con el paso del tiempo. La carne muerta estaba salpicada por gusanos y moscas que no emprendieron vuelo pese a la cercanía del bombero. Ni rastro del fuego, solamente dos cuerpos podridos ayudamos por el inexorable paso del tiempo.
Fran quedó petrificado ante la visión. Los cuerpos estaban vagamente vestidos  y podía distinguirse que se trataba de un hombre y una mujer. Se encontraban sentados sobre la cama, con las manos entrelazadas. El hombre llevaba puesto un traje de color negro. De uno de sus ojales salía lo que quedaba de una flor, ya seca y marchita,  y la mujer un traje de novia, con el velo caído hacia un lado.  La ropa estaba arrugada y parecía estar adherida a los huesos de los cadáveres. Las frentes de sus calaveras estaban pegadas una a la otra, como si se hubieran dado el último beso, muriendo en ese preciso instante.
Junto a ellos, había un sobre.
Fran no podía imaginarse el tiempo que podían llevar allí, en aquella misma postura. Se aventuró a pensar que podía tratarse de una pareja de recién casados que por alguna extraña razón había encontrado la muerte. Sin embargo, el dormitorio  estaba repleto de fotografías que mostraban a una pareja de ancianos, siempre unidos, abrazados y sonrientes.
 Examinó durante unos segundos la habitación y no descubrió nada que pudiera sugerir un suicidio o asesinato. De cualquier modo, allí había dos cuerpos.
Cogió el sobre entre sus manos. Dudó unos instantes y finalmente lo abrió.
Había una simple hoja escrita a mano. La leyó.

Para aquella persona que nos encuentre:
No sé quién eres pero queremos pedirte un favor
Conocí a mi mujer hace 60 años y desde entonces no nos hemos separado
Ella ha muerto y yo no me apartaré de su lado
Nos prometimos amor eterno y decidimos estar siempre juntos
Permaneceré a su lado, sujetando sus manos inertes hasta que Dios decida llevarme con Él
Quiero suplicarte que no nos separes, que hagas lo imposible por mantenernos unidos
Necesitamos estar juntos para toda la eternidad
Gracias y que Dios te Bendiga, que Dios nos bendiga a todos.

Fran alumbró de nuevo los cuerpos de los ancianos y quedó asombrado por aquella muestra de amor. Aún así, sabía que no podía hacer posible  la petición escrita. Una vez se notificara del hallazgo   a sus superiores se llevarían esos cuerpos, los separarían,

(suena en la habitación un extraño sonido, como un murmullo de voces que protestan en la noche)

 tratarían de identificarlos y les realizarían las autopsias oportunas, por separado

(los sonidos son ahora más cercanos y Fran siente que no se encuentra solo en la habitación. Utiliza la linterna para violar cada recodo oscuro que planea ante él pero  no ve nada más que los esqueletos de una pareja que no podrá seguir unida  nunca jamás)

Y lo que ocurrirá después, y nadie, absolutamente nadie lo podrá remediar, es precisamente que los enterrarán por separado

(un nuevo ruido sobre la cama, una especie de quejido… 
…Fran alumbra los cuerpos de los enamorados)

o bien los llevarán al crematorio para quemarlos y convertirlos en anónimas cenizas.

Fran se ha asustado al percibir un pequeño movimiento sobre el lecho en el que yacen los cadáveres. No sabe bien lo que ha sido pero…
La puerta de la habitación se cierra de golpe, empujada por una fuerza extraordinaria e invisible. Después escucha de nuevo un ruido extraño y el haz de luz cubre por completo los cuerpos del matrimonio.
Ya no tienen las frentes pegadas una contra la otra sino que los rostros cadavéricos se han vuelto hacia él y lo observan a través de sus cuencas vacías.  Sus mandíbulas desencajadas parecen explotar  en una inaudible carcajada.
Una voz que surge de imprevisto, grave y cavernosa, lejana y a su vez cercana, brota de uno de los cuerpos.
-¿Tienes hambre, querida?
-Muchísima, mi amor.-responde una voz vagamente femenina.
Fran retrocede cuando advierte movimiento en los esqueletos y deja caer su linterna que se apaga tras el golpe y la habitación queda sumida en una opresiva oscuridad. Sus gritos son tan desgarradores que muy pronto sus compañeros irrumpirán en la habitación, pero no encontrarán ni rastro de su amigo, sólo su linterna caída en el suelo, todavía rodando por él, apagada y con el cristal roto.
Permanecerán perplejos ante la visión de los  esqueletos sobre la cama, con sus  manos entrelazadas y las frentes  unidas, vestidos para una boda.
Junto a ellos un sobre cerrado…
…uno de los bomberos sentirá un deseo irrefrenable de abrirlo para leer en voz alta su contenido…
Tal vez ellos se conviertan también en el banquete nupcial de la boda de una pareja de ancianos eternamente enamorados que solamente desean permanecen juntos, con la esperanza de que nadie pueda romper jamás el amor que un lejano día los unió.