MONSTRUO AL FIN Y AL CABO


Convertirse en  Hombre Lobo es una experiencia que te cambia por completo la vida. Y no es que lo diga yo que tal vez no sea del todo objetivo, lo puede afirmar cualquier persona que tenga la suficiente paciencia como para detenerse unos instantes a meditar tan sobrecogedora  cuestión.
¡Claro que al principio resulta divertido!  No lo pondré en duda e incluso lo admitiré. Lo dolorosa que resulta la transformación en las noches de Plenilunio (sobre todo la primera) es rápidamente vencida por las ventajas que supone ser un Licántropo, la satisfacción de sentirse vigoroso y especial en múltiples aspectos.
Adquieres una agilidad sobrehumana, sencillamente espectacular e inquietante. Todos tus sentidos evolucionan de un modo tan anormal que una vez controlados y manejados a voluntad te hacen sentirte una especie de dios. El olfato, la vista y el oído  no tiene límites y eres capaz de hacer cosas tan extraordinarias que llegas a creerte  un superhéroe.
Sin embargo, la diversión pronto se acaba.
Pasa muy poco tiempo para que comprendas que te has convertido en alguien (algo)  muy peligroso y nadie de los alrededores se encuentra a salvo si tú estás cerca. El instinto animal se va adueñando de tu interior, oscurece tu alma y nubla tus sentidos racionales. Con dolor y desesperación, decides alejarte de tu familia y de las personas a las que quieres y amas. Huyes con la única pretensión de protegerlos de tu propia voracidad. Olvidas sus rostros y los sentimientos que te unían a esas personas son sepultados en algún resquicio de tu esencia, hasta que acaban por extinguirse por completo.
Al final te sientes terroríficamente sólo en un mundo de sombras que se abre ante ti, un mundo nuevo y tenebroso, repleto de peligros y donde acechan seres grotescos y horribles que de algún modo se parecen a ti, al menos en sus impulsos más bajos. Ese mundo que pensabas que no podía existir jamás pero que es tan real como la maldición que te ha atrapado de manera concisa y perpetua.
En realidad, y sufriendo esta condena alrededor de los 23 años (no recuerdo bien el momento en que cambié completamente aunque sí la noche en la que fui mordido) los licántropos no nos diferenciamos demasiado de los humanos, quizá porque en un pasado lo fuimos  aunque con el paso del tiempo (más rápido de lo  medianamente razonable) vas perdiendo el vestido de la Humanidad, convertido en simples harapos que se pudren a medida que nuestra agresividad e instinto de fiera se adueña tanto de nuestros actos como de nuestras necesidades.
Nuestra especie mata. Y lo hace de un modo horrible. No importa la víctima, solamente nos interesa su carne y su sangre aunque admitiré que muchas veces, más de las recomendadas, nos guía la maldad que se nos impone, la belicosidad que nos posee y no hay compasión en nuestras miradas sino el pútrido aliento del mal. Atrás dejamos cuerpos mutilados, parcialmente masticados y no justificaré  nuestros salvajes actos como consecuencia de nuestro instinto de supervivencia. No se trata de eso sino de algo que no podemos controlar y que nos hace parecer animales salvajes y peligrosos.
Aún así, (lo repito de nuevo) pese a los cambios bruscos que sufrimos, una parte oscura de nuestro yo interior debe contener aún fragmentos íntimos  de naturaleza humana ya que  todavía nos parecemos muchísimo a los seres humanos:  Ambas especies somos monstruos.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Ambas especies somos monstruos."
muy acertado.
Por un momento creí escuchar a un hombre lobo de verdad, sería un fantástico personaje para una novela.

Anónimo dijo...

¡Hola!
Me ha interesado este blog y para cuando me he dado cuenta, me lo he leído.
Animo al autor para que siga adelante.
Me gustaría que pasara la gente por un blog por el que siento predilección:
http://yesteesmigranitodearena.blogspot.com.es/

¡Gracias por todo!