UN NUEVO AMANECER



Dedicado a  la memoria de Eladio Nora Ortiz

Ocurrió de repente, sin que nadie lo esperara. Ante él se abrió un nuevo amanecer.

Al despertar, la suave  brisa besó su rostro y un ligero frío abrigó el sentido de su alma mientras, desconcertado, observaba la extraña puerta que se había abierto en mitad de la oscuridad. Al otro lado de  esa puerta, una intensa luz lo cegó hasta que su mirada consiguió  adaptarse a la  nueva situación.

Los ruidos habían desaparecido por completo y la sensación molesta en los oídos (una especie de pitido constante), se había esfumado de repente. Ahora, simplemente un silencio sepulcral se adueñaba del lugar, como si sus oídos hubieran perdido por completo la capacidad de escuchar. 

Mientras, observaba encandilado hacia la puerta que permanecía abierta y donde la brillante luz parecía ocultar fragmentos oscuros que se movían extrañamente. Sus sentidos pronto dieron forma a esos fragmentos oscuros que se agitaban como serpientes mágicas danzando sinuosamente al ritmo de una música que ya no podía escuchar: Eran  siluetas negras con vaga apariencia humana que  se movían en el interior de la luz, como seres monstruosos y deformes que lo esperaban. Y sin embargo,  no sintió miedo.

Notaba su cuerpo pesado. Apenas podía levantar los brazos y las piernas le dolían tanto que temía que en cualquier momento no pudieran soportarlo. Desde que había recobrado la conciencia un incipiente dolor de cabeza lo atormentaba. Tenía la desagradable sensación de que le habían clavado una docena de largas agujas en el cerebro y sentía náuseas. Aún así, aguantó, con la mirada fija en la luz brillante de aquella puerta donde las figuras oscuras se movían al ritmo de una danza  que se le antojó diabólica. 

Miró a su alrededor. Todo estaba sumido en la más completa y opresiva oscuridad salvo la puerta tras la cual una intensa y reconfortante luz se agitaba y  en cuyo interior  las altas y delgadas figuras negras, algunas encorvadas, otras erguidas, se agrupaban cada vez en mayor número, como si estuvieran formando un sanguinario ejército de demonios. Apenas podía distinguir los rostros de aquellas personas  pues sus ojos estaban cubiertos de una neblina que dificultaba su visión, como si invisibles arañas hubieran tejido sus telas por encima de los párpados.  Y entonces, por fin, escuchó las voces.

Y aquellas voces lo llamaban. Aturdido y desorientado, sin poder reconocer el lugar en el que se encontraba, miró a su alrededor y poco a poco fue sintiendo un poco de frío hasta que un viento helado lo embistió con tanta fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio. Sus huesos quedaron entumecidos, sus miembros agarrotados. Sintió  un agudo dolor y un vacío interior que le provocó arcadas. De un cielo tenebroso, cargado de nubarrones negros, comenzó a caer una lluvia torrencial. Los charcos se fueron formando bajo sus pies, sobre un suelo que ardía,  y poco a poco se dio cuenta que el agua llegaba ya a sus tobillos y subía, a una velocidad espantosa. Sintió dolor en su corazón. Un miedo atroz atenazó su razón y creyó distinguir entre la oscuridad siluetas deformes y diabólicas, bastante más inquietantes que las que se divisaban tras la luz. 

Miró de nuevo hacia la puerta donde estaba aquél bello resplandor, donde se veían las figuras de aspecto humano que bailaban alegres. Oyó de nuevo las voces que le invitaban a cruzar aquella puerta. Voces de hombres y mujeres, voces de niños y niñas. Pronunciaban su nombre, una y otra vez. Sonaban amables, cercanas, amigables…

 El frío cada vez era más desagradable, el agua comenzó a cubrir sus rodillas y continuaba avanzando. El cielo negro pareció  desprenderse para caer. Un manto oscuro, como si de la capa de un vampiro se tratara, comenzó a bajar lentamente.
Volvió a mirar hacia la puerta, el único lugar donde parecía existir algo de calor, donde no parecía llover, donde el agua que seguía aumentando no alcanzaba, donde numerosas  voces  lo reclamaban mientras que aquí, en la incertidumbre, comenzaron a sonar gruñidos  desagradables que le instaban a hundirse en el agua. 

Y entonces decidió correr hacia la puerta. Hacía la luz.

Lo hizo con dificultad. Apenas podía moverse con las piernas agarrotadas bajo el agua helada que casi lo cubría hasta la cintura. Aún así lo intentó, mientras de la oscuridad surgían brazos y manos  deformes que trataban de alcanzarlo y los insultos de voces diabólicas lo humillaban y procuraban detenerlo, con insultos y amenazas.  Centenares de ojos perversos y demoníacos surgieron flotando entre las sombras de la sólida oscuridad  y lo miraban con maldad incierta. No se detuvo,  corrió hacia la puerta. Corrió hacia la luz.

Y lo logró.

Se detuvo en el umbral, cegado por la brillantez de la luz. Aún seguía viendo las sombras que se agitaban como si bailaran al compás de una danza que ahora le parecía agradable, unas sombras en las que ya se empezaban a definir rostros sonrientes de personas a las que no conocía y otras más que por algún motivo que no supo precisar le resultaban familiares. 

Miró hacia atrás. Allí estaba el cielo cayendo sobre las aguas turbulentas. Allí estaba la intensidad de un frío hiriente, las voces desagradables, las miradas de aquellos perversos ojos, los brazos putrefactos, las manos deformes que habían querido atraparlo. Y sonrió. Dio la espalda a aquél horror y se volvió  hacia la luz.

Ya no le cegaba y ante él se abrió un camino de luz mientras a ambos lados se situaban las figuras danzantes que ahora se habían convertido en seres humanos cubiertos  de luz e intensidad. Le miraban con rostros cubiertos por amplias sonrisas y en sus ojos notó la profundidad de una paz que hizo tambalear su corazón. Estaba emocionado y una tranquilidad como jamás había sentido abrazó hasta el trozo más pequeño de su alma.

Comenzó a caminar y tras avanzar apenas un par de metros, la puerta se cerró a su espalda. No se giró porque todo el horror,  absolutamente todo, había quedado atrás. Ahora, ante él, se presentaba un nuevo comienzo.

Lo primero que le llamó la atención fue el maravilloso paisaje que se presentaba ante él. El frío había desaparecido por completo y una temperatura agradable le envolvió, haciéndole recuperar las buenas sensaciones que había perdido en la oscuridad. El color del cielo era de una tonalidad que jamás había visto antes, una mezcla de azul y naranja que invitaba a recordar los bellos  amaneceres. El cielo estaba completamente vacío de nubes, limpio de extremo a extremo y había mucha luz pues los colores de aquél lugar eran vivos e intensos como nunca antes había apreciado. Aún así, pudo ver parpadear numerosas estrellas pese a tener la sensación de que era de día, como si las sombras y la oscuridad no tuvieran permiso para ensuciar aquél paraje. Descubrió varios soles adornando el cielo y también vio varias lunas, todas ellas en cuarto creciente, excepto una de ellas, enorme y llena, redonda y hermosa. Un olor dulzón le embriagó. Su corazón, que hasta ese momento había latido de manera vertiginosa, ahora lo hacía de modo sosegado y sintió que su alma se llenaba de fuerza y vitalidad. Las voces seguían llamándolo, pronunciaban su nombre. Eran voces cantarinas y agradables, cubiertas por una felicidad que se desprendía de cada sílaba. Bajó la cabeza. A ambos lados del camino seguían estando las numerosas figuras que habían acudido a recibirlo. Eran tantas que se sintió abrumado. El camino, de un color verde esmeralda, era largo y estrecho y perdió la cuenta de la cantidad de personas que estaban allí, envueltas en una aureola brillante de luz, vestidos con ropajes blancos y limpios.

 Entre aquellas voces escuchó el sonido del mar. Oyó el graznar de las gaviotas, el colorido cantar de los pájaros. Y por encima de todo aquello le llegaron las voces alegres de los niños.

No se dio cuenta hasta ese momento pero estaba llorando. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas pero no lloraba de miedo ni de tristeza sino de la intensa felicidad que sentía.

Aquellas personas que le aguardaban alargaban sus brazos para tocarlo y el contacto resultaba  cálido. Sintió un torrente infinito de sensaciones. Vio los rostros de aquellas personas, todos sonrientes, que le susurraban palabras agradables, que le miraban con ternura. Creyó reconocer a personas que habían pasado por su vida, algunos de ellos se fueron mucho antes que él, a otros les perdió la vista pero ahora estaban allí. Se sintió dichoso y feliz por volverlos a tener al lado. Varias personas  le estrecharon la mano, otras, a las que reconocía sin poder precisar de quiénes se trataban, se acercaron y lo abrazaron. Hubo quien lo beso, quienes le dieron la bienvenida y abrazo tras abrazo fue descubriendo que sus lágrimas se iban secando hasta desaparecer por completo. Seguía estando feliz, más si cabe que hacía unos instantes.

Recorrió aquél camino, convencido de que había entrado en un lugar maravilloso y eterno. Vio montones de niños corriendo por prados verdes cubiertos de flores blancas y altas montañas que cantaban pronunciando su nombre mientras las personas a ambos lados del camino se sentían orgullosas de tenerlo entre ellos.

Pronto comprendió que un nuevo amanecer se abría ante él, un mundo nuevo por descubrir donde la sensación de paz, unida a la certeza de una inmortalidad eterna, le conferían la garantía de volver a intentarlo de nuevo. Sin temores ni angustias, con fuerzas renovadas y grandes esperanzas. Volvía a ser de nuevo él, sin la carga de su propio cuerpo atrapando su alma. Ahora era libre, como toda aquella gente, ahora se sentía satisfecho y plenamente feliz. 

Una sonrisa  grande y maravillosa, la que siempre tuvo,  iluminó su rostro con la inocencia de cuando era un simple muchacho  y decidió echar a correr hacia el montón de niños que jugaban persiguiendo una pelota. Quería jugar con ellos, quería sentirse de nuevo inocente y libre. Una brisa complaciente le besó en las mejillas. De nuevo sus ojos se llenaron de lágrimas y esta vez cayeron a borbotones. Y no le importó, agradecido de estar en aquél maravilloso lugar, rodeado de tanta  gente que pensó no volvería a ver jamás. Rió, como nunca antes había reído y se sintió enormemente afortunado 

Sabe que tiene  toda la eternidad para disfrutar de este  fascinante  mundo, un mundo   que ahora se ha convertido   en su  nuevo hogar. 


2 comentarios:

Rain dijo...

Un abrazo, amigo

Anónimo dijo...

será de verdad asi? sin dolor ni angustias, sentir la libertad