"¿PUBLICARÁS MI LIBRO?"


Un nuevo relato de Matt Cassidy


Como te puedes imaginar, llevo una larga existencia tratando de que algún editor interesado se digne a publicar una obra mía. Hasta el momento no he tenido mucha suerte. De hecho, esta semana he visitado  a dos editores y no hemos llegado a ningún acuerdo profesional, es más, ambos coincidieron en que el trabajo que les había presentado meses antes era poco menos que infumable y sin duda se equivocaron por completo.

Nunca me ha gustado alardear de ello pero si has tenido la oportunidad de leer alguno de mis cuentos  sabrás que soy muy exigente con mi trabajo, que prácticamente me dejo la piel, que escribo con el corazón y doy lo mejor de mí. El resultado son mis relatos e historias  y creo que todos ellos están escritos de forma soberbia y las ideas que expresan mis  terroríficas pesadillas son tan buenas como el mejor guión cinematográfico. Que varios editores declinen mis propuestas con sus horrorosos silencios o respondan de malos modales y no se atrevan a arriesgar su maldito dinero en sacar una novela mía es indicativo de su pésima profesionalidad y su nula visión del negocio. Soy un diamante en bruto al que no se le quiere sacar partido por algunos oscuros intereses que por respeto no me atrevo a aventurar. Sin embargo, y dejo constancia de ello en estas mismas líneas, el tiempo hablará de Matt Cassidy y todos aquellos que se cruzaron en mi vida y menospreciaron mi talento serán colgados del árbol más alto una vez se les haya arrancado de cuajo el corazón y entregado  a los buitres como sustento, buitres que darán debida cuenta de sus ojos, que arrancarán a picotazos violentos. Y yo estaré ahí, en algún lugar privilegiado, contemplando  tan maravilloso espectáculo.

No me malinterpretes, no soy tan malvado, solo quiero que mi talento sea reconocido y aquellos que no lo valoran sencillamente no me sirven de nada y es mejor aplastarlos como tratas de hacer con las moscas que te molestan mientras lees un libro o ves la televisión. 

Si quieres, puedes acompañarme. Estoy a punto de visitar a un nuevo editor. Trabaja en una editorial muy conocida con la que contacté hace algo más de año y medio   y aún no he recibido respuesta alguna. Me temo que ni siquiera se ha propuesto  empezar mi manuscrito y creo, sinceramente lo digo, que es uno de mis mejores trabajos. Si ese hombre accediera  a prestarme un mínimo  de atención  es muy posible que en pocas semanas estuviera recorriendo medio país presentado mi obra, y haría conferencias y concedería entrevistas, y saldría en la televisión, firmaría ejemplares, tendría muchos lectores fascinados por mi trabajo y yo… yo sería feliz porque habría alcanzado uno de mis sueños más codiciados. Por esa razón, por considerar que esta novela es de lo mejor que se ha escrito nunca, he preferido visitar al editor en su propia casa, una casa elegante y lujosa, rodeada de un extenso jardín que contiene una gran  piscina. He preferido aparecer sin avisar, mucho mejor aquí que en su oficina. No se espera mi presencia y sin duda podremos hablar con mucha más calma y sinceridad. Estoy confiado.

A medida que me acerco oigo las risas de unos niños. Arrugo la nariz. No está sólo. Esto es un inconveniente. Hasta el momento, en mis visitas a otros editores, siempre los he hallado a solas y tras su negativa definitiva he tenido que…, bueno, puedes imaginártelo. Sin testigos de por medio siempre es todo mucho más sencillo.

Me asomo por la ventana.

Estaba en lo cierto. El editor no se encuentra solo. Parece que ha dedicado esta noche a disfrutar de su familia. Juega con sus dos hijos en el suelo del salón mientras su mujer, sentada en el sofá, lee un libro. Me pregunto si ese libro que tiene su esposa entre las manos  es de un escritor lleno de ilusiones como pude ser yo en mis comienzos o uno de esos enchufados que sin talento alguno y por razones puramente crematísticas fueron cazados por las editoriales, sin importar si la  obra era buena y estaba bien escrita. Me encojo de hombros, la verdad es que no importa la mala suerte que me ha acompañado a lo largo de la vida, al fin y al cabo siempre he tenido lectores que, como tú, perdieron su valioso tiempo en leer cuentos idiotas como el que tienes frente a tus ojos.  Eso dice mucho de ti y enseña a quien quiera verlo que eres una persona inteligente. 

Voy a entrar en la casa. Me gustará preguntar a este señor por qué no ha contestado a ninguno de mis mensajes, por qué no me ha devuelto las llamadas, por qué no se ha molestado en dignarse a ofrecerme una valoración sobre mi trabajo. Sí. Claro que le voy a pedir explicaciones, como lo he hecho con otros editores y si su respuesta no me satisface…, mucho me temo que correrá la misma suerte que los anteriores: No publicará mi obra, de acuerdo, pero ninguna otra más. De eso me encargaré personalmente y no resultará agradable.

 Cuando estoy a punto de abandonar el puesto junto a la ventana donde observo la tierna escena de un padre jugando con sus críos, uno de los niños me ve y palidece. Grita y me señala con el dedo. Su mamá y el elegante editor levantan sus cabezas y dirigen sus miradas hacia el punto donde la criatura señala pero ya no pueden verme porque  me he retirado a tiempo.

El pequeño se ha asustado. Supongo que es normal dado mi aspecto. Quizá no te lo haya dicho hasta este momento pero no soy una persona normal, de hecho ya no soy una persona. Lo fui, pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora soy solamente un muerto que se ha cansado de estar en su tumba y camina por el mundo buscando explicaciones, visitando a los editores con los que en vida contacté y que nunca hicieron gala de su profesionalidad para responder a mis propuestas, aunque fuera para rechazarlas. Me hicieron sufrir mucho con sus silencios, crueles, desagradables e injustos, y ahora con un poco de mala leche y con el extraño poder que me otorga lo que se agita en la oscuridad, me permito el lujo de visitarlos en sus propios hogares, lejos de los despachos, lejos de los cercos editoriales. Aquí se encuentran  indefensos, son vulnerables y no me parecen tan importantes como me los imaginaba  antes. Siempre me los visualizaba en sus lujosos despachos, vestidos con trajes caros, ocupados,  y la mayoría de ellos  son personas normales, con sus pequeñas virtudes y sus muchos defectos. Busco respuestas, explicaciones. Las que no me dieron y que mi trabajo siempre mereció. Puedes pensar que simplemente se trata de odio o quizá de una venganza personal (en realidad ambas cosas son provocadas por un mismo sentimiento), tal vez de justicia, no lo sé. Tampoco importa.

Como he indicado anteriormente, me hubiera gustado que estuviera solo, tal vez me lo esperaba encontrar  sentado en un confortable despacho, repleto de manuscritos de escritores esperanzados, leyendo y leyendo, y rechazando y rechazando, tirando a la papelera miles de hojas escritas en las que se depositaron sueños y esperanzas. Y mientras se deshace de  esos trabajos no se le ocurre otra cosa que despreciar a sus autores  olvidándose de ellos. Ni la más corta carta, ni el más breve e mail. Pues bien, aquí estoy yo, precisamente para cambiar eso. Y me dan igual sus hijos y su esposa.

Llamo a la puerta. No tardo en escuchar pasos al otro lado. El muy idiota ha permitido que sea su mujer la que abra la puerta a horas tan intempestivas. El grito de espanto que emite al verme me inquieta pero pronto recupero la compostura pues soy yo precisamente el que lo ha causado. Me mira petrificada mientras su marido, el reputado y respetado editor, se acerca con el rostro desencajado tras escuchar el alarido de su esposa. Se queda con cara de imbécil mirándome. Supongo que tener delante  una figura horrenda, con jirones de piel cubriendo parte de sus sucios huesos, no debe de ser una visión muy agradable. Llevo uno de mis manuscritos bajo lo que antes era un  brazo pero el muy estúpido  no se habrá dado cuenta de este pequeño detalle. 

Trata de agarrar a su esposa. Creo que su intención es apartarla de mí y posteriormente cerrar la  puerta. No tiene tiempo de hacerlo porque a una velocidad vertiginosa, inapropiada para un cadáver viviente, me abalanzo sobre la mujer y le muerdo en el cuello. Mi dentadura cruje tras el mordisco pero lo hace mucho más sus  cervicales. ¡Puaj!, no me acostumbro al agrio sabor de la sangre, que brota caliente y se precipita hacia el suelo como en una cascada.

La mujer cae ante la mirada atónita de su marido, ese embustero que me debe respuestas y un mínimo de respeto. Sus hijos también han presenciado el desagradable espectáculo y contemplan el cadáver de su mamá, del cual sigue manando sangre. Hubiera preferido que no contemplaran tamaño espectáculo pero yo no pongo las normas aunque como escritor debo admitir que siempre me gustó escenas de este tipo (en su mayoría con niños de por medio) porque turba la paz del lector y lo hace palidecer (¿verdad?) algo que quizá los editores no han sabido apreciar  hasta el momento, tal vez  por cobardía y prejuicios.

Balbucea como un besugo con un anzuelo clavado en los labios. Los niños lloran aterrados y me observan. Uno de ellos se orina encima. Son tan pequeños que ni siquiera se les ocurre correr y huir del monstruo. Me miran y mueven sus cabezas para ver el cuerpo de su madre, que yace inmóvil mientras la sangre escapa de su cuerpo y después vuelven a dirigir sus ojos hacia mí. Los observo, desde la profundidad de mis cuencas vacías y presto atención a su padre.

-Hola, ¿Te acuerdas de mí? Quisiera saber si estás interesado en la publicación de mi obra.

No sé si entiende lo que quiero decirle o si   solamente no   me recuerda. Agarro mi manuscrito y se lo lanzo. Cae al suelo, junto a sus pies. El editor agacha la cabeza con el rostro tembloroso y deposita sus ojos abiertos en el título de mi obra. Frunce el ceño. Resulta evidente que es la primera vez que lo ve, lo que me llena de indignación. ¿Dónde está la copia que  le mandé? ¿Simplemente la rechazó sin leerla? ¿Por qué no contestó?

-Podrías haberme dicho que la novela no sigue la línea de la editorial. O quizá  podías hablarme de lo mal que está el mercado, o de que soy un don nadie, o simplemente que el manuscrito es infumable. ¿Tanta molestia es ofrecer una respuesta aunque sea una mentira?

Levanta su cabeza para mirarme absorto. No tiene ni pajolera idea de  quién soy.

-¿Sabes cuántos meses estuve esperando a que te dignaras a responder a mis preguntas? ¿No merecía de un mínimo de respeto? ¿Realmente en algún momento tenías pensado valorar mi trabajo? 

Creo que definitivamente no entiende mis palabras. Mira a su mujer muerta, ella no se levantará. No gozará de ese privilegio. No es como yo.  El editor no está para atender mis pretensiones. Nunca lo estuvo en realidad y si yo fui para él siempre un don nadie el se convertirá a partir de este momento en un don nadie para todo el mundo porque si no responde a mi pregunta tres  veces más seguirá la suerte de los anteriores editores y puedo asegurarte que el abrazo de la oscuridad es bastante frío.

-¿Publicarás mi libro?

Ni siquiera levanta la cabeza. Su mirada está fija en la sangre que fluye del cuerpo de su esposa, que yace en el suelo con los ojos muy abiertos. Sus hijos lloran desconsolados. Debe ser duro para un padre soportar todo esto. En cualquier caso no ha respondido a mi pregunta pero aún le quedan dos oportunidades más. 

Tal vez te preguntes por qué le quiero formular varias veces la misma pregunta. Bueno,  es un viejo truco literario, me sirve para mantenerte atento a mis líneas, alimento tu  interés por el desenlace  de la historia.

Me acerco lentamente, al ritmo que me permite mi esquelético cuerpo. Supongo que un simple empujón me haría rodar por el suelo y es más que posible que me fracturara algún hueso, me partiera las piernas o simplemente, y de forma literal, perdiera la cabeza. Sin embargo, y hasta el momento, nadie lo ha intentado porque, creo yo, encontrarse con un cadáver viviente que te visita en tu propia casa, que se mueve y habla y que huele mucho peor que la mierda de un perro, deja a todo el mundo sin saber cómo reaccionar y en este caso en concreto, con dos niños llorando a pleno pulmón y el cuerpo de una mujer en el suelo, dudo mucho que eso pase y no precisamente por lo que acabo de escribir sino porque este editor no tiene los cojones suficientes para enfrentarse a mí.

-¿Publicarás mi libro?

Otro intento frustrado. Por la cara de estupor deduzco que este tipo no va a dignarse a responder a mis preguntas. El muy estúpido se cree superior a mí y desprecia mi trabajo con su silencio, como siempre ha hecho.  Pues me estoy hartando de esta tontería. Le cortaré la cabeza y es posible que se la sirva de comida a sus puñeteros hijos. No se puede jugar con la ilusión de los escritores ni con sus esperanzas y ha llegado el momento de continuar limpiando este mundo de la escoria que lo está pudriendo. Por ese motivo, y porque ya estoy hasta los cojones, pienso cargarme a este bobo de la forma más cruel que pueda imaginar porque precisamente imaginación no me falta y de ello daré debida cuenta. Que sus hijos vean lo que estoy a punto de hacer ya me da igual. Una vez que he cruzado el lado oscuro me temo que ya no hay marcha atrás. Y tampoco me importa que te escandalices, es más, me da exactamente igual lo que tú puedas llegar a pensar. Dudo que tengas los arrestos suficientes para juzgarme.

Pero qué demonios, voy a darle, tal y como he dicho, una última oportunidad.

Me acerco un poco más y .le observo. Me contempla con sus ojos muy abiertos. Los gritos de sus hijos me están poniendo de los nervios pero guardo la compostura y le formula la pregunta por última vez.

-¿Publicarás mi libro?

Le señalo y miro el manuscrito que permanece bajo sus pies. Cuando levanto la cabeza y lo observo descubro que su rostro ha cambiado radicalmente. Me cuesta encontrar la causa pero finalmente veo en sus labios una mueca grosera que poco a poco se convierte en una sonrisa. Sus ojos también han cambiado. Brillan intensos, llenos de vida y rabia.

Quedo un poco desconcertado cuando da un paso hacia delante y extiende las manos hacia los lados.

-¿De qué vas? ¿Quién te has creído que eres?

El tono de su voz es desafiante y la sonrisa ha desaparecido de su rostro. Me contempla con cierta repulsión, como si fuera un monstruo horripilante pero entiendo que no ve mi cuerpo esquelético ni los jirones de piel colgando de mis huesos. Está mirando mucho más allá, hacia la profundidad de mi alma.

-Eres un maldito engreído, un escritor de pacotilla que se cree que su trabajo es interesante y ¿Sabes lo que eres en realidad? Una mierda y todo lo que haces es horrible, que no procede más que de una mente enferma.

No sé que decirle. Este cambio en su actitud me ha dejado apesadumbrado. Trato de decir algo pero ahora soy yo el que balbucea, ahora soy yo el que tiene miedo. 

El editor parece que ha recobrado las fuerzas y continúa gesticulando.

-¡Irrumpes en mi casa en mitad de la noche! ¡Apareces aquí con la pretensión de que te ofrezca respuestas! Si estuviera interesado en tu trabajo ya me habría puesto en contacto contigo pero no lo quieres entender. Tu trabajo no sirve, es tan malo que me entran ganas de vomitar.

Pero…¿Qué está diciendo? Yo…

-¡Apareces aquí con ese aspecto ridículo  para asustarme! ¡Dices salir de una tumba y no has salido nunca de tu propio fracaso! Deberías haberte dado cuenta hace mucho tiempo de que simplemente no vales. Dedícate a otra cosa porque para escribir no sirves.

No entiendo su actitud. ¿Por qué ahora se comporta así? No quiero escuchar sus palabras. No me gusta lo que está diciendo.

-Eres un estúpido egocéntrico si crees que con viejos trucos como matar a mi esposa y asustar a mis niños vas a poder sacarme palabras que quieres escuchar. Jamás publicarás nada porque no vales, Matt Cassidy, ni siquiera tienes los cojones suficientes como para usar tu verdadero nombre, ¿Verdad? Eres un fracasado, cuanto antes aprendas a vivir con ello será mejor para todos.

Miro hacia el suelo mientras el editor no deja de hablar de esa manera tan horrible. El cadáver de su esposa ha desaparecido. No hay manchas de sangre en el suelo y ahora se encuentra sentada en el sofá, leyendo un libro, como cuando la vi por la ventana. Sus hijos ya no lloran, ni siquiera se fijan en mí, están jugando en el suelo y parecen felices. Estoy aturdido. No controlo la situación. Las palabras del editor no dejan de resonar en mi cabeza.

-¡No! ¡No! ¡No! No voy a publicar tu libro y dudo mucho que lo hagan otros editores. Eres una mierda Matt, un escritor pésimo y ambicioso que no se ha dado cuenta de que no vales para esto.

Me hace daño con sus palabras. No quiero que se comporte así. Solamente necesito que publique mi libro, que me ayude, que apueste por mí. ¿Por qué me trata así?

-¿No querías escuchar la verdad? ¡Pues ya la tienes!  ¡No eres nadie y nunca serás nada!  ¡Tus ideas son horribles, lamentables!  ¡Tu estilo hace daño a los lectores! ¿Cómo es posible que pretendieras asustarme viniendo aquí y  agrediendo a mi familia? ¿Por qué matar a mi esposa? ¡Es una idea delirante! ¿Por qué meter a mis hijos en medio? ¡Es algo descabellado y enfermizo!  Tú no estás bien de la cabeza, Matt, deberías tumbarte en el diván de un psicólogo inmediatamente y pedir que te encierren.

Las lágrimas resbalan por mis mejillas. Esto no tenía que suceder así. Esto no es lo que yo quería. No puede decirme esas cosas y quedarse tan tranquilo. No me tiene miedo y yo estoy asustado.

-En realidad ni siquiera estás aquí. Sigues en tu despacho, escribiendo una basura  de relatos que poca gente lee. Y te crees que tienes lectores fieles a los que les gusta tu trabajo. Piensas que esperan tus cuentos como si se tratara de  lo más importante de sus míseras vidas. Crees que se arrastran por el suelo pronunciando tu nombre como si fueras un dios  ¡Y una mierda! No quieren hacerte daño y te engañan con sus opiniones pero todos saben que no vales nada. La mayoría de ellos son lectores mediocres, muy poco exigentes que habitualmente dejan tus cuentos a medias porque son abominables.

Tiene razón. Me encuentro en mi despacho. Estoy solo. Escribo. Aún así, las palabras del editor siguen sonando dentro de mi cabeza.

-¡Eres un puñetero imbécil! ¡Un fracasado! ¡Nunca lo olvides!  Fracasado es la palabra que te define.

La voz del editor cada vez suena más débil  hasta que se convierte en una lejana melodía dura y desagradable. Al dejar de escucharla veo que ante mí tengo el ordenador apagado, que ni siquiera he estado escribiendo,  que jamás ha habido gente ahí detrás siguiendo mis trabajos, que  en realidad nunca he escrito nada porque no sé hacerlo. En definitiva, no soy más que un percance en la imaginación de un autor inmaduro.

Y soy un fracasado, porque así me lo han explicado las palabras de un reputado editor al que he pretendido  hacer daño por no enfrentarme a mis propios miedos.
Y soy un fracasado,  porque así lo está escribiendo alguien que verdaderamente me conoce en profundidad.
En realidad, por si te queda alguna duda,  no soy nada  más que el alter ego de un hombre que nunca ha dejado de luchar por sus sueños.


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