SIN ESPERANZA

No recordaba absolutamente nada. Permanecía encerrada en aquella habitación oscura, fría y húmeda. Encadenada a la pared notaba sus muñecas doloridas, sus tobillos ensangrentados. Ninguna luz. Ningún sonido.

Solo la extraña sensación de sentirse observada por ojos invisibles que desde la oscuridad acariciaban su cuerpo. Se sentía molesta, indefensa. Pero ésa había sido su elección y ahora, desde aquél momento, debía pagar para toda la eternidad.

Estaba arrepentida. Comprendió que su acto había sido un error que marcaría su futuro de por vida. Recordó el frío cañón de la pistola apoyado en su cabeza y el dedo de su mano sobre el gatillo. Supo que antes del final había cerrado los ojos y después escuchaba la detonación. No sintió nada más.

No supo que su cuerpo se desplazó en la habitación algunos metros impulsado por la fuerza del impacto, un impacto que le había destrozado la cabeza. Ningún dolor. Ninguna molesta sensación. Simplemente la nada.

El silencio. La oscuridad.
Había muerto. Sin duda.

Los problemas de su vida finalizaron. Ella se había entregado voluntariamente a la muerte, zanjando definitivamente todas sus inquietudes. Ya nada le agobiaba, ni la falta de trabajo ni las deudas pendientes, ni siquiera los dolorosos recuerdos de la muerte de sus hijos. Ya nada importaba. Así lo había decidido. Buscaba la tranquilidad, que la angustia parara, que desapareciera. Ahora entendía que todo fue un error. Se equivocó, pero ya no había marcha atrás.

Intentó librarse de las cadenas pero no lo consiguió. A otro lado de la habitación, en un pasillo que nunca había visto y que no era más que una especie de túnel en cuyo final brillaba una intensa luz, notaba presencias y escuchaba murmullos, risas, alegrías y saludos, como cuando dos amigos se encuentran tras años de haber perdido todo contacto.

Quiso formar parte de aquellas alegrías, pero no pudo hacerlo. Le hubiera gustado recorrer aquél túnel al encuentro de sus dos hijos que la esperaban al final con una sonrisa en los labios, rodeados de luz y amor, con los brazos abiertos.

Pero ella no pudo escapar de su prisión. Escuchaba voces que la llamaban por su nombre pero no podía responder. Estaba amordazada. Se agitó pero solamente se hizo más y más daño hasta que por fin se dio por vencida y asumió las consecuencias de sus actos.

Durante décadas envidió a las presencias que recorrían el túnel, a los que se adentraban en la luz al encuentro de sus seres queridos. Ella permaneció sola en aquella oscura habitación, creyendo escuchar las voces de sus hijos que preguntaban por qué no iba con ellos. Día tras día. Año tras año.

Se hundió en una profunda tristeza hasta que notó el primer mordisco. Adivinó que era una rata que hambrienta pretendía alimentarse de ella. Pronto supo que no había una sola sino cientos de peludas y repugnantes ratas que se abalanzaron sobre su cuerpo, mordiéndola con ansia, devorándola sin piedad.

Para ella la luz del túnel se había apagado definitivamente. Mató todo resquicio esperanza

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Con el miedo que le tengo a las ratas he sentido hasta los mordiscos.

Anónimo dijo...

Extraño e interesante, la verdad es que me ha gustado mucho.

Anónimo dijo...

Muy triste y desesperante pero como algunos de tus otros relatos te hace pensar. ¿Sabes una cosa? Lo que más me gusta de tu estilo es que tras acabar muchas de las historias te quedas como boba durante unos segundos, contemplando de nuevo el texto, bueno, a mi me pasa y eso solo me ocurre con lo que me gusta asi que tomatelo como un piropo.
Espero seguir leyendo tus cuentecitos, por cierto, ¿Has publicado algo de este estilo?